Bruno Roger-Petit es de esas plumas mercenarias que, desde que el periodismo existe, ilustran el servilismo o la ceguera al servicio del poder político, estatal o económico. En su haber no consta ninguna información original, en forma de reportaje o investigación; solo se ha dado a conocer en el registro de la opinión, del editorial o del análisis. El calificativo obsoleto de “publicista” le va como anillo al dedo, ya que designa al periodista que se limita a comerciar con opiniones y los intereses a los que éstas sirven, lo mismo que los publicistas se sirven de los anunciantes y de sus reclamos.
Desde 2008, en la página web LePost.fr (ya desaparecida), después en NouvelObs.com y, por último, en Challenges.fr, hasta que, el pasado 29 de agosto, se anunció su nombramiento como portavoz de la Presidencia de la República, no ha dejado de defender a una izquierda alineada con los intereses dominantes, cuya conversión con el conservadurismo social y las convergencias con la derecha liberal van parejas a una intolerancia creciente a la crítica. De este modo, durante el quinquenio de Hollande, lógicamente fue el corista de Manuel Valls, antes de convertirse en el bardo de Emmanuel Macron.
La parte de convicción que, sin duda, le mueve sería respetable si no le llevase a apañárselas, más de lo razonable, con la verdad, haciendo bueno el adagio de Friedrich Nietzsche según el cual “las convicciones son enemigos de la verdad más peligrosos que las mentiras”. Y así sucedió, hasta un punto caricaturesco, con el caso Cahuzaccaso Cahuzac, cuando, de diciembre de 2012 a marzo de 2013, Mediapart, socio editorial de infoLibre, tuvo que defender sus revelaciones sobre la cuenta suiza no declarada del ministro de Finanzas frente a una coalición de políticos y de comunicadores, solidarios con la mentira ministerial.
Bruno Roger-Petit fue entonces uno de los que más se ensañó contra la verdad y de los más celosos servidores de los intereses a los que incomodaba. ¿Cuál era su objetivo? El periodismo, simplemente; su trabajo de investigación al servicio del interés público; su función de alerta que vela por una democracia viva; su función de contrapoder que altera la agenda oficial. El 12 de diciembre de 2012, una semana después de la publicación de nuestras primeras revelaciones, escribía que “el caso Cahuzac/Mediapart […] desvela la cara oculta del funcionamiento del periodismo de investigación a la francesa que, muy a menudo, se nutre de lo peor del alma humana, entre delación y venganza”. A tenor de sus palabras, el escándalo potencial no sería la evasión y el fraude fiscales, sino el (inexistente) ataque contra la intimidad privada del ministro.
Dos meses después, el 11 de febrero de 2013, no duraba mucho la maniobra ministerial dirigida a blanquear a Jérôme Cahuzac, lanzada en portada de Le Journal du dimanche, el futuro portavoz del Elíseo reincidía anunciando que Mediapart había “perdido definitivamente la batalla”. Afirmaba que “las revelaciones del JDD han acabado de un golpe con las sospechas que pesan sobre Jérôme Cahuzac” y pronosticaba que “salvo imprevisto, improbable”, el ministro se impondría, ganando “la batalla y la permanencia [en el cargo] y eso de forma irremediable”.
Cuando, poco más de un mes después, de la investigación preliminar se desprendía la solidez de las informaciones de Mediapart, hasta el punto de derivar en la apertura de una investigación judicial, que llevó a la dimisión y acto seguido a la confesión de Jérôme Cahuzac, cabría imaginar, sino una autocrítica, al menos una relativa discreción ante las evidencias. Sin embargo, Bruno Roger-Petit volvió a la carga contra Mediapart, acusándonos, el 20 de marzo de 2013, de haber “inventado el periodismo de hoguera”. Al discutir la necesidad de una “vigilancia de la base sobre sus élites políticas”, al no titubear a la hora de hablar de “pocas evidencias” apelando “a la emoción más que a la razón”, juzgaba “vital preguntarse por los métodos empleados por Mediapart y los resortes que le mueven”.
A fin de cuentas, para este portavoz de los poderosos y de los importantes, lo urgente seguía siendo arremeter contra Mediapart, mensajero de una información demasiado candente, que había que seguir relativizándose como el tonto del proverbio chino, según el cual cuando el sabio señala a la luna, se empecina en mirar el dedo. “El funcionamiento democrático de Mediapart no es normal”, no dudaba en escribir Bruno Roger-Petit, que añadía: “Mediapart ¿de verdad tiene como objetivo defender los valores de la democracia?”. Todo esto causaría hilaridad y no merecería ni un minuto si el autor de estas palabras, tan irrisorias que son miserables, no fuese ahora el portavoz presidencial.
Si es verdad que el diablo está en los detalles, este nombramiento pasmoso nos promete, con Emmanuel Macron en la Presidencia, un infierno en lo que respecta a la veracidad de hechos, a la independencia de la prensa y a su deber de investigación. ¿Cómo no relacionar la omnipresencia de una agencia de comunicación en esta Presidencia, la misma que se encargó de defender las mentiras de Jérôme Cahuzac? Esa agencia es Havas, cuyo vicepresidente Stéphane Fouks fue el primer en contactar con Mediapart la víspera de nuestras revelaciones, tratando de evitar la investigación de Fabrice Arfi.
Durante los más de tres meses de batalla para que saliese a la luz el caso Cahuzac, nuestro rival en la sombra fue Havas, con sus múltiples redes en los medios de comunicación y sus numerosos colaboradores convertidos en asesores de ministros. Así sucedió, después, con el actual asesor político de Emmanuel Macron en el Elíseo, Ismaël Emelien, colaborador en los años 2012-2013 de Havas Worldwide (antes, Euro RSCG), que formaría parte del gabinete del ministro de Economía en 2014. Ismaël Emelien, según un retrato de Le Monde sobre el supuesto “trío que dirige Francia” (el presidente, su secretario general, su asesor especial), deja entrever su recelo hacia los periodistas, “de los que desconfía y que no le gustan” (el artículo, en francés, se puede leer en este enlace.)
Una vez más Havas se encuentra en el epicentro del caso Business France, cuyos posibles repercusiones judiciales amenazan a la [actual] ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, por el supuesto favoritismo del que se benefició el gigante de la comunicación, cuyo desafío –una promoción de Emmanuel Macron en Las Vegas, en enero de 2016– sigue siendo un enigma. Claro que Havas está bajo control de Vincent Bolloré, y en Canal+ y en iTélé se ha podido ver la estima en la que tenía la independencia editorial y el poco respeto por la libertad de las redacciones. Además, es sabido que su hijo, Yannick, que es el presidente de la agencia, es amigo y respalda al nuevo presidente de la República. Por si fuese poco, la actividad de la agencia Havas, primer grupo publicitario de Francia y sexto del mundo, consiste en promover y proteger todo tipo de intereses privados que el poder público, especialmente en la cúspide del Estado, debería saber mantener lejos.
La continuación de este quinquenio que acaba de empezar nos permitirá conocer la magnitud de esta corrupción de la palabra presidencial mediante la comunicación, sus maniobras y sus bloqueos, sus cinismos y sus mentiras. Pero me quedo corto cuando digo que las primeras señales ya son alarmantes, muestra de una práctica política del Antiguo Régimen, muy alejada de una cultura democrática verdadera. En efecto, ésta supone respetar un derecho fundamental de los ciudadanos: el derecho a saber todo lo que es de interés público, todo lo que se hace en nombre del pueblo soberano y todo lo que concierne a la acción de los poderes públicos. Sin derecho al saber, no hay ciudadanos libres y autónomos, es decir, suficientemente informados como para no caer en la trampa de la propaganda de los comunicados y de las ideologías partidistas.
Estamos avisados: el nuevo portavoz de la Presidencia de la República es un enemigo declarado de este derecho fundamental, de las informaciones que molestan al planeta de los poderosos y de las revelaciones que despiertan a la opinión pública.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
Bruno Roger-Petit es de esas plumas mercenarias que, desde que el periodismo existe, ilustran el servilismo o la ceguera al servicio del poder político, estatal o económico. En su haber no consta ninguna información original, en forma de reportaje o investigación; solo se ha dado a conocer en el registro de la opinión, del editorial o del análisis. El calificativo obsoleto de “publicista” le va como anillo al dedo, ya que designa al periodista que se limita a comerciar con opiniones y los intereses a los que éstas sirven, lo mismo que los publicistas se sirven de los anunciantes y de sus reclamos.