Florida, el laboratorio ultra donde DeSantis ejecuta entre huracanes la guerra cultural que anticipa Trump

François Bougon y Bérénice Gabriel (Mediapart)

Treasure Island (Florida, EEUU) —

En ambos lados de la calle se acumulan montones de escombros y, en la playa, se ve un coche semienterrado en la arena. Trabajadores vestidos de amarillo y naranja, protegidos con velos del sol abrasador, se afanan en retirarlos. Esos montículos representan vidas enteras, desde colchones a muebles, juguetes y fotos. A un lado está el Golfo de México, al otro la bahía de Tampa. Los residentes de esta península, donde hay muchos hoteles, se encontraron atrapados cuando las aguas subieron durante el huracán Helene, el 26 de septiembre. Eso es lo que le ocurrió a Christian Moriarty.

Este director de fotografía repasa en su teléfono móvil los vídeos de la catástrofe que le tocó vivir minuto a minuto.

Moriarty, de 50 años, pensó que tenía tiempo suficiente para escapar con su camión lleno de material, ordenadores y guitarras. Había guardado otros equipos de vídeo en su piso de la planta baja, convencido de que si los protegía con bolsas de basura y los ponía en alto, junto con sus muebles, sólo pasaría un mal rato, como cada otoño en el Golfo de México y el Caribe durante la temporada de huracanes.

“Estaba sentado viendo las noticias y el agua empezó a subir. Y antes de que pudiera darme cuenta, había diez centímetros de agua en mi casa”, cuenta. “No pensé que el agua fuera a subir tanto”, añade desde la vivienda que ahora está arrasada.

Del paraíso al infierno

Su vecino, que acababa de ser operado de la rodilla, se encerró en su piso. Estuvo a punto de ahogarse. Le salvaron la vida Christian Moriarty y otro vecino, un veterano de Vietnam que vive en el primer piso, hasta donde consiguieron izarlo. “Vi el susto en su cara, tenía miedo de ahogarse”, continúa, y añade: “Se le hinchó la rodilla a causa de la infección provocada por el agua sucia. No sé cómo estará hoy”.

En el suelo han colocado un fregadero. Las huellas en las paredes muestran que el agua ha subido hasta 1,40 metros. La vivienda ya no es habitable. Ahora se aloja en casa de un amigo y piensa dejar la vivienda de alquiler, que utilizaba para disfrutar del surf en el océano cercano, porque “la renovación puede llevar meses”. “Además, para qué quiero quedarme aquí con lo que puede pasar cada septiembre y octubre. Te mantienes en alerta pero te aseguro que no tienes elección. Pensé que podría escapar de lo peor, pero no”.

“Esto era el paraíso. Tenía mi bicicleta, mis tablas de surf. Al final de un día de trabajo, cogía la bici y me iba a nadar. Salgo con amigos y hay algunos bares en la zona. No muy lejos, el Katiki acaba de abrir otra vez. Se había llenado de arena”. El único punto turístico que hay abierto en un paisaje devastado.

En el aparcamiento, su furgoneta inundada está inutilizada y a la espera de que se la lleven. Habla de ella como de una amiga fiel: “Cuando el agua llegó a las ruedas, saltó la alarma, y luego se fue parando poco a poco. Era como si dijera 'Goodbye, goodbye...'”.

La Madre Naturaleza hace lo que quiere y no podemos hacer nada al respecto

William Berkley, su vecino, un ex militar de 77 años, disfruta de las vistas desde su balcón. Sin camiseta, le da una calada a su puro. Es una de sus pasiones. “Me encantan los puros”, dice. Vive aquí desde 1997 y nunca había visto un huracán así.

Treasure Island ha sido la localidad más afectada. Su alcalde dimitió tras el paso sucesivo de los huracanes Helene y Milton –este último pasó de categoría 1 a la 5 en sólo 24 horas– explicando que su casa ha quedado completamente destruida y que no tiene intención de reconstruirla.

Para Berkley, no ve responsabilidad humana alguna en estos fenómenos climáticos cada vez más intensos. Seguidor de Donald Trump –que vive en la costa este, a 400 kilómetros de aquí, en su lujosa residencia de Mar-a-Lago– y del gobernador republicano ultraconservador Ron DeSantis, sostiene: “No creo que tengamos suficiente influencia sobre el clima como seres humanos para cambiarlo. Cambia por sí solo. Llevamos siglos con un planeta helado y otro caliente. La Madre Naturaleza hace lo que quiere y no podemos hacer nada”.

A nuestro lado, Mia McCormick, miembro de la sección de Florida de la ONG Environment America, nos escucha. Cuando nos íbamos, nos dice: “Ahí tienen un buen ejemplo de lo que piensa la inmensa mayoría de la gente de Florida”.

Christian Moriarty tampoco cree que lo que ha vivido se deba al cambio climático. Para él, la región siempre ha vivido bajo la amenaza de tormentas y huracanes. “Esta puede haber sido ser la tormenta del siglo”, dice, y lo ve como “un acto de Dios”.

“Algo que nunca pensarías que te puede pasar. Perderlo todo, tu casa, tu ropa, tus posesiones personales. Lo único que me queda es este par de zapatos”. No quiere decir a quién votará, ni siquiera sabe si lo hará. “En cuanto a votar temprano, tal vez lo haga. Pero aún no se decirle a quién votaré”, dice todo sonriente.

La cruzada de DeSantis

En este contexto, Mia McCormick evita hablar de cambio climático y utiliza la palabra contaminación, porque, señala, “todo el mundo quiere luchar contra la contaminación”. “Florida está a nivel del mar. Somos la zona cero del cambio climático. Estamos viendo los efectos ahora mismo. Y los que no creían en ello tienen que empezar a pensar después de lo que acaba de golpear a nuestras localidades dos veces seguidas, primero Helene y luego Milton. Esta gente se ha inundado dos veces en los últimos meses”, afirma.

El gobernador DeSantis, que aparece ante las cámaras para organizar las tareas de socorro, el pasado julio aprobó una ley que eliminaba de la legislación estatal la mayoría de las referencias al cambio climático. La legislación también prohíbe la construcción de turbinas eólicas marinas en aguas estatales y ha derogado las subvenciones a los programas que fomentan el ahorro energético y las energías renovables.

“Teníamos el objetivo de llegar al 100% de renovables para 2050 y nos lo ha quitado. Así que necesitamos líderes que reconozcan lo que está pasando aquí y apoyen la construcción de un Estado más a prueba de tormentas. Líderes que impidan que la contaminación llegue a la atmósfera, que es lo que causa y alimenta estas tormentas, y que quieran dejar de poner dinero en los bolsillos de las sucias industrias de combustibles fósiles y nos muevan más hacia soluciones de energías renovables”, espera Mia McCormick.

Pero desde su elección hace dos años, Ron DeSantis, una de las principales figuras de los “nacionalistas cristianos”, se ha embarcado en una cruzada contra los “enemigos”, los “woke”, la comunidad LGTBQIA+... Una de las guerras culturales más feroces de EEUU que reprime a profesores y prohibe libros, dando un anticipo de lo que sería una nueva presidencia de Donald Trump a nivel nacional.

Últimamente, DeSantis ha volcado todas sus energías en rechazar dos enmiendas sometidas a votación al mismo tiempo que las elecciones presidenciales: una sobre el aborto –destinada a derogar la ley en vigor desde mayo que prohíbe abortar después de las seis semanas– y otra sobre la marihuana recreativa.

En una llamada telefónica que DeSantis hizo a los votantes la semana pasada, cuya grabación fue publicada por un medio local, el gobernador advirtió a sus seguidores: “Van a ver un montón de dinero de la izquierda invirtiéndose en Florida en 2026 y 2028, en todos los temas liberales que intentan introducir en nuestra Constitución. Y podemos despertarnos dentro de seis u ocho años y, de repente, aunque los republicanos sigan ganando las elecciones, acabaremos como California por culpa de esas enmiendas.”

DeSantis, que fue derrotado en las primarias republicanas y acabó poniéndose del lado de Trump, siente que su poder está amenazado. En agosto, en el condado de Manatee, en la costa este, sufrió un duro revés en las primarias republicanas para las elecciones del condado. Los candidatos a los que apoyaba, cercanos a los sectores de la construcción y la propiedad, fueron derrotados, lo que demuestra las divisiones dentro del Partido Republicano.

Ataques a los más vulnerables

En el otro extremo del espectro político, Jimmy Dunson es un activista que trabaja en muchos frentes para resistir al fascismo bajo el sol: es poeta y dirige una pequeña editorial radical, Cœurs rebelles (Corazones rebeldes) “Las palabras son armas”, nos dice. El pañuelo bajo la gorra recuerda a sus antepasados que surcaban el Golfo de México. “Soy descendiente de catorce generaciones de piratas”.

Desde el paso de los huracanes, dedica la mayor parte de su tiempo a organizar ayuda para los más vulnerables, los perseguidos por Ron DeSantis. El gobernador ha criminalizado la pobreza con una ley que prohíbe a los sin techo dormir en espacios públicos.

“Hay muchas Florida y espero que la Florida de Ron DeSantis no se convierta en nuestro futuro. Pongo mis esperanzas en Florida, donde compartimos gasolina y suministros”, dice el hombre que cofundó una ONG llamada Mutual Aid Disaster Relief (Ayuda Mutua en Catástrofes).

Para él, las tormentas y los huracanes también son “políticos”. “Estas tormentas políticas destrozan la vida de la gente y les causan traumas, igual que los incendios, los terremotos o las armas. A veces la gente también experimenta esas cosas con la legislación del odio, que ataca a las comunidades marginadas. Muchos amigos míos se han ido de Florida, no por las inundaciones y los huracanes, sino por los ataques políticos a las comunidades marginadas, incluidas las comunidades queer”. En las elecciones presidenciales, votará al candidato independiente Cornel West, conocido filósofo y académico americano de raza negra.

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A pocos días de las elecciones presidenciales, y ante el temor de una victoria de Trump y su programa autoritario, sus palabras resuenan mucho más allá de Florida, apodado el “Estado del Sol” a pesar de sus devastadores huracanes.

 

Traducción de Miguel López

En ambos lados de la calle se acumulan montones de escombros y, en la playa, se ve un coche semienterrado en la arena. Trabajadores vestidos de amarillo y naranja, protegidos con velos del sol abrasador, se afanan en retirarlos. Esos montículos representan vidas enteras, desde colchones a muebles, juguetes y fotos. A un lado está el Golfo de México, al otro la bahía de Tampa. Los residentes de esta península, donde hay muchos hoteles, se encontraron atrapados cuando las aguas subieron durante el huracán Helene, el 26 de septiembre. Eso es lo que le ocurrió a Christian Moriarty.

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