Las fuerzas políticas francesas, frente al desafío de las legislativas

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No por esperado es menos histórico el éxito de Emmanuel Macron. Se trata de la primera vez que gana un candidato centrista y, lo que es más, de la mano de un partido de apenas un año de vida que presenta un funcionamiento similar al de una empresa. Por supuesto, ese aspecto novedoso no afectará al probable continuismo en términos de políticas públicas, consistente en adaptar la economía francesa a las variantes más liberales del capitalismo (lo que Bruno Amable y Stefano Palombarini llaman la política del “bloque burgués”).

No obstante, cambiará bastante la configuración del juego político, importante para saber qué intereses estarán mejor representados. La elección del candidato de ¡En Marcha! como presidente de la República se enmarca en una larga fase de recomposición del orden electoral francés que todavía no ha concluido. El mes que viene, las elecciones legislativas van a poner a prueba nuevamente a las fuerzas políticas, que aspiran a acceder al poder.

La victoria de Macron

La victoria de Macron es indiscutible pero está lejos de suponer el apoyo de "dos de cada tres franceses", al que hizo mención el domingo François Bayrou, parafraseando al Valéry Giscard d’Estaing de principios de los 80. Macron ha sido elegido, como la mayoría de sus predecesores, con el voto del 44% de los electores inscritos. Además, el porcentaje de abstención subió entre las dos vueltas (no sucedía desde 1969) y el porcentaje de voto blanco y nulo fue el más alto registrado nunca (11,6%).

Por departamentos, el descenso más acusado de participación se da en los feudos de Fillon y de Mélenchon, tal y como se observa en Sarthe y Ariège. Pero, sea como fuere, Macron se quedó muy lejos de conseguir el voto del 62% del electorado inscrito, porcentaje que sí logró Jacques Chirac en 2002. En suma, el nuevo presidente ha cosechado los apoyos habituales pese a que se daban unas circunstancias excepcionales; se enfrentaba a una candidata anormalanormal: la del Frente Nacional.

El éxito de Marine Le Pen radica fundamentalmente en su capacidad para mejorar el resultado entre las dos vueltas, debido sobre todo a una porosidad significativa del electorado de derechas (no obstante, una mayoría de éste sigue rechazándola) y a la movilización de los abstencionistas. Esta progresión, masiva si la comparamos con la que consiguió su padre en 2002, pone de manifiesto el cambio que se ha producido desde las europeas de 2014, cuando el FN encabezaba los resultados, con un número potencial de electores muy superior a los conseguidos hasta esa fecha.

Dicho esto, el FN sigue teniendo enormes problemas para transformar su fuerza, de la primera vuelta, en capacidad de conquista, en la segunda vuelta. Aunque no se puede pasar por alto que Marine Le Pen fue la candidata más votada en 45 circunscripciones, esos apoyos son insuficientes para un(a) aspirante a la Presidencia del país. Además, el FN tiene problemas para equilibrar su sociología y su geografía electorales. Sigue siendo un obstáculo importante su clara infrarrepresentación entre los jubilados, los votantes con más estudios y las categorías socio-profesionales superiores y su infrarrepresentación relativa entre los grupos sociales más participativos.

Además, resulta sorprendente observar la fuerte correlación existente entre la implantación territorial del voto de Le Pen en 2002 y la del voto de Le Pen en 2017. Las evoluciones de nivel no se han traducido en evoluciones de estructura.

Otro ejemplo de esta dificultad a la hora de fortalecer la proyección del FN de cara a otros objetivos electorales, las progresiones más significativas de su candidatura entre las dos vueltas se perciben precisamente en sus feudos, allí donde suele ser la más fuerza más votada. En cambio, el FN está infrarrepresentado en las ideópolis, ciudades donde lo había estado en la primera vuelta.

Futuro del sistema electoral

Macron también ha mejorado sus resultados allí donde la izquierda y él mismo habían obtenido ya sus mejores resultados. Sin embargo, se ha beneficiado de un mayor trasvase de votos que otros candidatos (excepción hecha de Nicolas Dupont-Aignan). Según Ipsos, Macron obtuvo el apoyo masivo de los electores que dicen situarse “muy a la izquierda” hasta de los que se identifican como “más bien a la derecha”. Por el contrario, Marine Le Pen recabó un escaso apoyo de los que se autodefinen “de derechas”, mientras que sólo los que se dicen estar “muy a la derecha” la votaron.

Estas precisiones permiten matizar la idea de la desaparición de la derecha/izquierda, como defienden los dos candidatos de esta segunda vuelta que prefieren hablar tanto de dualidad “progresistas/conservadores” como de  “patriotas/mundialistas”. Sin entrar a jugar con las palabras, quizás asistamos no tanto a la simple y llana desaparición de la oposición derecha/izquierda como a su redefinición, a cambio de pagar el precio de la desaparición de la cuestión social. Ésta seguiría trabajando el cuerpo social, pero se vería privada de expresión en el ámbito político, sin actores suficientemente poderosos para mediatizarla y responder a los intereses de los ámbitos más populares o precarizados.

Ahí radica el desafío y la oportunidad histórica de Emmanuel Macron. El presidente electo, ahora con la formación de su Gobierno y con la selección de candidatos de ¡En Marcha! de cara a las legislativas, tiene la pelota en su tejado para llevar al PS a la desintegración, para desorganizar a la derecha todo lo que pueda y obtener una mayoría cómoda frente a una oposición hecha añicos, dividida entre los representantes del FN y los señalados por pertenecer a la “izquierda de la izquierda”. El objetivo, más difícil de alcanzar con la proporcional que con el sistema de elección actual, consistiría en hacer marginales a todas las fuerzas aspirantes a ser autónomas al margen de un bloque dominante, similar al que conforman los demócratas de EE. UU. Este bloque sería completamente pro En Marcha, pero universalista y garante de las libertades públicas, siempre que introduzcan medidas relativas a la seguridad, pensadas para los miembros más a la derecha de la coalición.

En un escenario así, el FN sería el adversario ideal, antagonista en el plano de los valores y suficientementeintimidatorio como para que funcione el reflejo republicano. Con su identidad y su configuración actuales, este partido, salido del viejo nacional-populismo francés puede tener problemas para liderar la contestación de la globalización y de la integración europea. Entre el voto de Le Pen 2017 y la carta del no al referéndum sobre el Tratado de la Constitución Europea (TCE) en 2005, la correlación es imperfecta, lo que tiende a confirmar la realidad de un no de izquierdas no xenófobo y, por tanto, la debilidad de un análisis en términos de voto social-nacionalista, como se señaló entonces.

Esta perspectiva permanentemente minoritaria podría envalentonar a los partidarios de una línea menos estatalista en el seno del FN. Un liberalismo más asumido, estrictamente económico, tendería a la unificación de un bloque de derechas nacional más que a la alianza, a cualquier precio, de los perdedores de la globalización. Una recomposición en estos términos puede llevar a la aparición de un adversario más peligroso para el marchismo de Emmanuel Macron. No obstante, el carácter plausible de este contraescenario se basa en la descomposición de los partidos de derechas LR y UDI, que de momento parecen decididos a convertirse en imprescindibles en las legislativas, en vez de entregar por adelantado las armas a los nuevos jefes del Estado.

Al margen de una derecha resiliente o de un FN realmente transformado, desde la izquierda puede surgir una forma de resistencia a la hegemonía macroniana. En la primera vuelta, pudimos constatar la existencia de un espacio político ciertamente comprometido con la democracia, siempre que sea “radical”, es decir más representativo, menos intermitente y orientado a la reducción de las desigualdades así como hacia a la transición energética voluntarista. Este espacio, dibujado por las candidaturas de Hamon y de Mélenchon, que aglutinan un 25% de los votos, puede contar con las contradicciones de las economía nacional y de la eurozona para dar credibilidad a su mensaje. Y, de hecho, no desaparecerán por obra y gracia de la elección de Emmanuel Macron.

El problema es que este espacio todavía resulta contradictorio, paralizado como está por los conflictos internos que difícilmente se pueden superar en unas semanas y que pueden costarle una presencia parlamentaria equivalente a su peso en la sociedad. Ahí radica el desafío de las negociaciones en marcha de cara a las legislativas. El PS, aliado de Europa Ecología – Los Verdes y del Partido Comunista, ha presentado ofertas para llevar a cabo una unión de la izquierda bastante tradicional, que sin embargo los melenchonistas sólo conciben bajo el paraguas de Francia Insumisa, salvo en algunas circunscripciones. Su campaña, a decir de ellos mismos, ha puesto de relieve la superioridad de una orientación de tipo populista, que no quieren alterar alcanzando acuerdos entre partidos. Detrás de estas negociaciones se oculta un reto mayor, a saber, la supervivencia de una fuerza política que no se contenta con garantizar un funcionamiento meritocrático de la competición económica, sino que discute la racionalidad capitalista en nombre de los derechos humanos y de los bienes comunes que se han de preservar fuera del mercado.

  Fabien Escalona, doctor en Ciencias Políticas y especialista en socialdemocracia, colabora regularmente con Mediapart, socio editorial de infoLibre.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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