Los dos principales interesados siguen escaqueándose. Ni el luxemburgués Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ni el alemán Martin Selmayr, el hombre en el centro del escándalo, se dignaron en desplazarse. Se escudaron en el hecho de que no habían sido invitados formalmente a la sesión plenaria y, de nuevo, volvieron a dejar que fuese Günther Oettinger, vicepresidente de la Comisión y responsable de Recursos Humanos en el Ejecutivo, el que se ocupase de hacer el trabajo sucio. A saber: responder, el pasado martes, en Bruselas, a las preguntas urgentes de los eurodiputados.
Oettinger ya se había desplazado, el 12 de marzo, a Estrasburgo a una sesión plenaria del Parlamento de la que salió escaldado, criticado por todos los partidos políticos, incluido el suyo, el PPE (la derecha, a la que pertenece la CDU-CSU alemana, LR franceses y el PP español). “Nos hemos pegado un tiro en el pie”, decía visiblemente molesta la francesa Françoise Grossetête (LR), que añadía, muy enfadada: “Las instituciones europeas no pertenecen a los altos funcionarios, sino a los ciudadanos europeos. Los primeros están en el cargo para servir a los segundos y no para servirse a sí mismos”. “El Selmayrgate mina la credibilidad de la UESelmayrgate, en un momento en que la confianza de los ciudadanos se encuentra en sus cotas más bajas”, añadía la neerlandesa Sophie In’t Veld, eurodiputada del partido liberal D66.
El pasado 27 de marzo, el debate se revelaba algo más tranquilo durante la comisión de control presupuestaria del Parlamento. Pero, en el fondo, la defensa de la Comisión no se movió un ápice: el ascenso del jurista Selmayr, de 47 años, hasta ahora director de gabinete de Juncker, a secretario general de la Comisión, es decir, el puesto administrativo más prestigioso de Bruselas, se ha hecho “en total conformidad” con el procedimiento. Selmayr es el candidato más “adecuado” para el puesto, que ocupa desde el 1 de marzo, con alrededor de 32.000 funcionarios a su cargo.
"Mis convicciones se han visto reforzadas [tras la sesión del 12 de marzo]", declaraba Oettinger. “Estamos convencidos de la legalidad del procedimiento seguido, tras las sucesivas comprobaciones realizadas”. El comisario europeo echó mano, a menudo con evasivas, de las 80 páginas de respuestas redactadas por los servicios de la Comisión a las 134 preguntas enviadas por eurodiputados días antes, de cara a la sesión del martes 27 (las respuestas se pueden leer aquí, en inglés).
Lo único que reconoció es que el ascenso de Selmayr también era “político” –algo que no había hecho tan claramente en la sesión del 12 de marzo–. “Ante todo es una decisión de fondo, pero por supuesto también política”. “Un presidente de la Comisión, en los círculos de poder más altos, necesita a personas de confianza en las que poder apoyarse también políticamente. Por supuesto existen necesidades administrativas, pero existe también una necesidad de gestión política inteligente”, decía el responsable alemán.
La comparecencia de Oettinger era todavía más esperada si cabe desde que Juncker, el pasado fin de semana, se había entregado a un sorprendente ejercicio de chantaje: el ex primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo dijo a algunos de sus colegas conservadores, entre ellos el presidente del Parlamento Antonio Tajani y el líder del PPE Joseph Daul, que dimitiría si Selmayr tenía que dejar el cargo.
El peso de los alemanes
Por técnico que sea el puesto para el gran público –que nunca ha oído hablar de Selmayr – el caso, revelado por Libération en buena medida, plantea varias cuestiones de fondo sobre el funcionamiento de la UE. Se reabre el debate sobre la transparencia en la Comisión, sobre el peso de los alemanes en la máquina europea o sobre el bloqueo político de la Administración europea –ya que Selmayr no era otro que el jefe de campaña de Juncker en la campaña de las europeas, por el PPE–. En opinión de muchos eurodiputados, de ecologistas a representantes del Movimiento Cinco Estrellas italiano, el ascenso fulgurante de Selmayr es una manera, para la derecha europea, de establecer su hegemonía en el corazón de las instituciones, de cara a las europeas de 2019.
Pese a la palabrería machacona que repite desde hace semanas la Comisión, las omisiones en el procedimiento que ha desembocado en el caso Selmayr parecen evidentes. Todo sucedió en unos minutos en el Colegio de comisarios del 21 de febrero (la tradicional reunión semanal de los 28 comisarios en Bruselas que tiene lugar los miércoles por la mañana): Selmayr primero fue nombrado secretario general adjunto para pasar a ser, minutos después, secretario general, aprovechando la jubilación sorprendente del neerlandés Alexander Italianer –que sólo tiene 61 años–, anunciada en el mismo momento…
En aquel momento, ningún comisario rechistó, pese a que el puesto es fundamental para el funcionamiento de la institución. En cuanto a Selmayr, efectivamente es el único que se presentó, después de que una funcionaria española retirase la candidatura tras ser designada jefa de gabinete de Juncker. Con el paso de los días, las contradicciones han salido a la luz. Por ejemplo, Selmayr le dijo al diario belga Le Soir que le habían informado del eventual ascenso en diciembre de 2017, cuando el Ejecutivo europeo mantiene por escrito a los eurodiputados que no le habló del puesto hasta el 20 de febrero, la víspera de la celebración del colegio de comisarios.
Hace años que se habla del verdadero poder de Selmayr –formado junto a la excomisaria luxemburguesa Viviane Reding, conocida en Bruselas por sobrenombres como El Monstruo o Rapustina– por su supuesto papel como correa de transmisión con Berlín. Ahora, este caso lo ha puesto todavía más en el disparadero.
“La Comisión Europea no da nada por perdido, no muestra ni un mínimo de comprensión”, afirma molesto Sven Giegold, eurodiputado ecologista alemán, uno de los primeros en salir a la palestra a raíz de la polémica en el Parlamento. Se trata de “un apoyo de precampaña para los euroescépticos antes de las europeas de 2019”, insiste. Por su parte, como cabía esperar, Nigel Farage, eurodiputado del UKIP (ultraderecha) y defensor encarnizado del Brexit, se mostraba encantado con el escándalo: “Quisiera que Martin Selmayr se convirtiese en la persona más conocida de Europa”, mientras que el frontista Nicolas Bay ridiculizaba, el 12 de marzo, “el triunfo de la superestructura burocrática sobre los políticos que somos”.
El panel de diputados que lo interrogaban el pasado martes, aparentemente poco satisfechos con las respuestas de Oettinger, decidió remitir nuevas preguntas por escrito a la Comisión. Ahora tendrán que redactar una propuesta de resolución, que debería ser sometida a votación en sesión plenaria el próximo 19 de abril, en Estrasburgo.
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Traducción: Mariola Moreno
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Los dos principales interesados siguen escaqueándose. Ni el luxemburgués Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ni el alemán Martin Selmayr, el hombre en el centro del escándalo, se dignaron en desplazarse. Se escudaron en el hecho de que no habían sido invitados formalmente a la sesión plenaria y, de nuevo, volvieron a dejar que fuese Günther Oettinger, vicepresidente de la Comisión y responsable de Recursos Humanos en el Ejecutivo, el que se ocupase de hacer el trabajo sucio. A saber: responder, el pasado martes, en Bruselas, a las preguntas urgentes de los eurodiputados.