"En Gaza, como en Israel, hay que estar del lado del niño al que apuntan las armas". En un texto con este título, publicado el 11 de octubre, la ensayista Naomi Klein criticaba a un sector de la izquierda por ser incapaz de expresar auténtica piedad por la suerte de los civiles y niños masacrados por Hamás, aduciendo que el arma la blandían los oprimidos y colonizados. En un momento en que las madres gazatíes se ven obligadas a escribir con rotulador los nombres de sus hijos en distintas partes del cuerpo para poder identificarlos si son despedazados por las bombas israelíes, es imperativo estar al lado de las familias y los niños de Gaza.
El enclave, donde el 40% de los habitantes son menores de 14 años, se ha convertido, en palabras de UNICEF, en "un cementerio para miles de niños": han muerto 3.760 desde el inicio del conflicto y han resultado heridos más de 7.200, según esta organización. Estas cifras se basan en el Ministerio de Sanidad de Gaza, controlado por Hamás, cierto, pero han sido recogidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y son plausibles a la vista de la magnitud de la destrucción, como en anteriores guerras en Gaza, donde las cifras del ministerio coincidían con las de ONG y periodistas.
En relación con la población israelí, se ha dicho que las masacres del 7 de octubre, que se cobraron más de 1.300 víctimas, equivalían, en Francia, a un Bataclan (sala de fiestas parisina que sufrió un atentado en 2015 con 137 fallecidos) que se hubiera cobrado la vida de 9.500 personas. Si ampliamos estos sórdidos cálculos, y relacionamos los 9.000 muertos de Gaza con una población total de unos 2,3 millones de habitantes, es como si, en cuatro semanas, Francia hubiera perdido 264.000 habitantes, entre ellos más de 100.000 niños.
Sigamos con las extrapolaciones macabras. Según una fuente cercana a los círculos de seguridad israelíes citada por Le Monde, han sido abatidos hasta 15 comandantes de Hamás. 15 comandantes para 9.000 muertos: son 600 muertos por cada dirigente de Hamás ejecutado, lo que da una idea del balance final si la proporción sigue siendo la misma para las decenas, o incluso centenares, de dirigentes que Israel ha anunciado que quiere eliminar.
A ambos lados del muro
Las cifras, por cuestionables y aterradoras que sean, no cuentan la historia de las vidas truncadas ni el sufrimiento de los seres queridos. Separados por un muro material y emocional, ahora se enfrentan dos mundos en una incomunicación total de dolor y recuerdos.
La sociedad israelí, traumatizada por el horror de los atentados de Hamás del 7 de octubre, durante los cuales hombres, mujeres y niños fueron brutalmente asesinados a quemarropa o quemados por terroristas que vinieron a sacarlos de sus casas, entierra a sus muertos y espera ansiosa noticias de los rehenes: 242 personas –entre las que hay ciudadanos con doble nacionalidad y extranjeros– retenidas actualmente en túneles subterráneos de Gaza, según el ejército israelí.
Unos kilómetros más allá, se está cerrando una tumba en la Franja de Gaza. Encerradas entre muros sin posibilidad de salir, familias enteras han sido diezmadas; los habitantes carecen de todo, incluso de lo más esencial: agua, alimentos, atención sanitaria... Los hospitales, cuando no están destruidos, se esfuerzan por prestar ayuda, los medicamentos escasean y la electricidad también. Los cirujanos operan sin anestesia, utilizando lo que queda de los generadores para que funcionen sus equipos. Los más vulnerables ya ni reciben atención. Los padres no pueden alimentar ni proteger a sus hijos; a falta de agua potable, beben agua salada o salobre de los pozos agrícolas.
El bombardeo de Gaza es implacable, incluso en las zonas meridionales que se suponía iban a quedar a salvo, donde se han refugiado 700.000 personas, según la UNWRA, la agencia de la ONU dedicada a los refugiados palestinos.
Convertida en un cementerio sin tumbas, Gaza se desmorona ante nuestros ojos. Los muertos carecen de rostros e historias. Han sido deshumanizados, convertidos en cifras y luego en números a los que se añaden ceros. Las organizaciones no gubernamentales, a las que se impide entrar y prestar ayuda, también se sienten impotentes.
Castigo colectivo indiscriminado
Es espantosa la forma sanguinaria e indiscriminada en que Israel libra hoy la guerra, sin distinción entre combatientes y civiles. Pero no puede sorprendernos, a pesar de su violencia y magnitud. Al nombrar a los ex jefes del Estado Mayor Gadi Eisenkot y Benny Gantz para el "gabinete de guerra", que ahora está a cargo de las operaciones, el primer ministro israelí ha pretendido rodearse de profesionales y distanciarse de los ministros supremacistas judíos Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, que desde la toma de posesión del último Gobierno, se han dedicado a desafiar al Tribunal Supremo y a la guerra de baja intensidad que se desarrolla desde hace meses en Cisjordania.
Pero Gadi Eisenkot era el jefe de operaciones del ejército israelí durante la guerra contra Líbano y Hezbolá en 2006, época en la que desarrolló la "doctrina Dahiya", llamada así por el barrio chií de Beirut que fue completamente arrasado por el ejército israelí, sin distinguir entre civiles y combatientes. Eisenkot reivindicaba la aplicación de una "fuerza desproporcionada" que causara daños humanos y destrucción generalizados, porque, en su opinión, esas zonas "no eran localidades civiles", sino "bases militares". En cuanto a Benny Gantz, que fue jefe del Estado Mayor durante la guerra librada contra el enclave en 2014, se mostraba entonces encantado de haber "reducido Gaza a la Edad de Piedra".
Comentando las masacres del 7 de octubre, Avner Gvaryahu, presidente de la organización israelí Breaking the Silence, que reúne a exmilitares del Tsahal opuestos a la ocupación, declaró recientemente a Mediapart: "La responsabilidad de los asesinatos sigue siendo de los asesinos. Y ningún ser humano puede excusar las atrocidades cometidas. Eso no significa que nuestro gobierno no tenga también su parte de culpa.”
Al mismo tiempo, puede decirse que el ejército israelí es responsable de los asesinatos de civiles y niños gazatíes, pero Hamás no puede exonerarse del abismo en el que ha sumido a su propio pueblo.
Decir esto no es trazar una simetría entre los dos bandos que se enfrentan actualmente. En palabras de Michel Warchawski, incansable defensor de la paz en Israel: "Rechazo la simetría entre los dos bandos. Hay un ocupante y un ocupado. Aunque la parte ocupada utilice métodos intolerables, hay que denunciarlos. Nunca debemos olvidar que Israel es el ocupante y tiene la llave de la solución”. Pero la organización islamista ha tendido una trampa a Israel, que ha caído en ella adoptando una visión expansiva y un uso desproporcionado del derecho a defenderse, que ha llevado a la muerte de miles de inocentes, infligiendo un castigo colectivo indiscriminado a los palestinos.
La carnicería de Jabaliya
La invasión terrestre del ejército israelí aumenta la carnicería, lejos de nuestros ojos pero cerca del creciente número de corazones que laten por Gaza. El viernes 27 de octubre han comenzado a entrar en el enclave vehículos blindados acompañados de unidades de élite y fuerzas terrestres. Ahora los combates tienen lugar casa por casa, mientras se intensifican los bombardeos aéreos. El apagón sobre la ciudad hace invisible el drama que se está desarrollando. Se obstaculiza a los medios de comunicación y a los periodistas se les mata o se les impide trabajar. El último recuento de muertos es de 31, según el Comité para la Protección de los Periodistas, y Reporteros sin Fronteras ha presentado una denuncia ante la Corte Penal Internacional. Debido a la falta de observadores externos, de testimonios oculares y de imágenes, sólo tenemos una visión fragmentada y borrosa de los crímenes cometidos.
El martes 31 de octubre y el miércoles 1 de noviembre, los bombardeos israelíes tuvieron como objetivo el campo de refugiados de Jabaliya, en el norte del enclave, causando un gran número de víctimas civiles de golpe: 195 según Hamás, que menciona 120 personas desaparecidas bajo los escombros y 777 heridas. Las pocas imágenes disponibles el miércoles mostraban un gigantesco cráter en medio de una ciudad en ruinas y a los residentes buscando desesperadamente supervivientes entre los escombros. Los bloques de viviendas se habían hundido profundamente en el suelo, formando una cavidad, relacionada, según el ejército israelí, con las extensas redes de túneles donde se esconden los combatientes de Hamás.
Israel justificó la operación alegando que iba dirigida contra un puesto de mando de Hamás. "Sabíamos que Bieri [Ibrahim Bieri, jefe de la brigada de Jabaliya] estaba en un sistema de túneles bajo el campamento. En Jabaliya, las estructuras de Hamás están mezcladas con el sistema urbano. Desde la red subterránea, los milicianos podían salir y disparar cohetes desde RPG contra nuestros soldados", explicó el almirante Daniel Hagari en una rueda de prensa el miércoles. Y añadió: "Allí había un equipo de terroristas que cometió los actos del 7 de octubre".
Tras estos bombardeos, la ONU, que lleva una semana pidiendo un "alto el fuego humanitario inmediato", ha lanzado una advertencia a Israel. "Dado el elevado número de muertos civiles y la magnitud de la destrucción tras los ataques aéreos contra el campo de refugiados de Jabaliya, nos preocupa seriamente la desproporción de esos ataques que podrían constituir crímenes de guerra", declaró el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, en la red social X (antes Twitter).
¿Cuánto tiempo hará falta para poner fin a esta tragedia? ¿El derecho a defenderse implica un derecho a vengarse ilimitado? ¿Existe un límite al número de "víctimas colaterales" que el ejército israelí considera "aceptable" para erradicar a Hamás? La masacre de unos conduce inevitablemente a la matanza de otros, en un bucle que sólo puede desembocar, dada la relación de fuerzas, y si no se hace nada para impedirlo, en la destrucción del pueblo gazatí al que Israel, pero también Egipto, impiden huir, lo que sin embargo no consigue la reprobación general.
Convertir la compasión en presión
Por el momento, la compasión que inspira el destino actual de Gaza, haciéndose eco o a pesar de las atrocidades cometidas el 7 de octubre contra israelíes, muchos de los cuales militaban por la paz y la coexistencia con los palestinos, debe convertirse en presión.
Presión de los gobiernos de los países occidentales –y de Estados Unidos en particular– sobre Israel para un alto el fuego inmediato; y presión de los gobiernos de los países árabes –y de Qatar y Egipto en particular–sobre Hamás para la liberación de los rehenes. Este planteamiento implica una mayor presión de la opinión pública occidental sobre sus representantes, que dan un cheque en blanco a las represalias israelíes o mantienen la confusión proponiendo un día una coalición internacional contra Hamás y al siguiente una coalición humanitaria sin configuraciones reales.
Tal presión sólo puede contemplarse en forma de manifestaciones públicas y amenazas electorales. Si Estados Unidos parece estar en proceso de enmendar, en palabras si no en hechos, su "apoyo incondicional" al Gobierno israelí, probablemente se deba menos a una súbita toma de conciencia humanitaria que a que la Administración Biden empieza a darse cuenta de lo que tiene que perder electoralmente por su responsabilidad en la destrucción actual de Gaza.
"Gaza puede llegar a ser borrada del mapa si la comunidad internacional, en particular Estados Unidos y Europa, no pone fin –en lugar de permitir o incluso alentar– a los crímenes de guerra provocados por la magnitud de la respuesta israelí", declaraba en nuestras columnas Orly Noy, figura israelí de los derechos humanos y presidenta de la organización de derechos humanos B'Tselem.
Como señala también el antropólogo, sociólogo y médico Didier Fassin en un artículo en Le Monde, existe una "responsabilidad de proteger", aprobada en 2005 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que obliga a los Estados a actuar para proteger a una población "contra el genocidio, los crímenes de guerra, la limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad". “Este compromiso", prosigue, "se ha utilizado en una docena de situaciones, casi siempre en África. El hecho de que la Unión Europea no lo invoque hoy, sino que, por el contrario, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, vaya a Israel, sin mandato, a repetir la retórica bélica del Gobierno, demuestra hasta qué punto el doble rasero rige las relaciones internacionales".
Abrir el espacio político frente a los fanáticos
Si miramos más allá de la urgencia humanitaria, que sólo la presión de los pueblos puede imponer a los gobiernos enredados en sus reflejos ideológicos, su ceguera política y su indecencia emocional, es necesario reabrir un espacio político.
Y aunque la perspectiva de "soluciones" de uno o dos Estados, casi imposibles de formular hoy, parece más lejana que nunca, es difícil ver cómo podría aparecer un horizonte sin liberar primero a las sociedades civiles israelí y palestina de las garras de los dirigentes que las han llevado a lo peor.
Benyamin Netanyahu está sin duda en la picota por no haber sabido proteger a sus nacionales y por haber fomentado el desarrollo de Hamás en Gaza con el objetivo declarado de hacer imposible la perspectiva de un Estado palestino viable. Pero en Tel Aviv, los hombres en el poder están aún menos dispuestos a deponer las armas porque saben que tendrán que pagar por los fallos de seguridad que permitieron a Hamás realizar sangrientas incursiones en su suelo.
Y entre ellos hay muchos fanáticos peligrosos que hacen cruzadas por convicción. Algunas declaraciones de representantes de la derecha y de la extrema derecha israelíes en la cúpula del Estado no pueden sino reforzar a quienes temen un proceso genocida en curso en Gaza, como acaba de hacer, hablando en nombre propio, un grupo de siete expertos comisionados por la ONU (véase nuestro artículo).
El 9 de octubre, el ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, declaró que su país luchaba contra "animales humanos" y que "iba a eliminar todo en Gaza". En marzo, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, de visita en París, lanzó una diatriba antipalestina, declarando que "no hay palestinos, porque no hay pueblo palestino".
Netanyahu comenzó la guerra entonando la cantinela del choque de civilizaciones, cuando la realidad es que estamos asistiendo a un choque de barbaries. Pero el 25 de octubre, el primer ministro israelí cambió de tono, declarando en un discurso televisado: "Somos el pueblo de la luz, ellos son el pueblo de las tinieblas, y la luz debe triunfar sobre las tinieblas [...], cumpliremos la profecía de Isaías".
En este sentido, Netanyahu se refirió a la necesidad de erradicar a Amalec, líder de una tribu de nómadas que atacó a los hebreos en el desierto del Sinaí tras su éxodo de Egipto. El Deuteronomio dice de Amalec: "Cuando tu Eterno Dios te haya librado de todos los enemigos que te rodean y te haya puesto a salvo en la tierra que te da en herencia para que la poseas, entonces borrarás la memoria de Amalec".
Sin embarcarse en una exégesis del Génesis, el uso de semejante vocabulario en boca de un hombre que, hasta ahora, no lo había convertido en eje estructurador de su discurso público, es sintomático de la voluntad del Gobierno israelí de situar la lucha entre sus pueblos en una dimensión mesiánica e intemporal que no deja margen político para pensar en la resolución de un conflicto territorial e histórico.
Esta dimensión también está presente en el bando de Hamás, cuya lógica de exterminio es igual de evidente: "Israel es un país que no tiene cabida en nuestra tierra", declaró Ghazi Hamad, portavoz y miembro del buró político de Hamás, en una entrevista a un canal de televisión libanés emitida el 1 de noviembre y grabada la semana anterior.
Ghazi Hamad anunció que habrá otros 7 de octubre mientras Israel exista e insistió en que los palestinos eran "víctimas de la ocupación, y punto". "Nadie debe culparnos por lo que hacemos. El 7 de octubre, el 10 de octubre, el millonésimo de octubre, todo lo que hacemos está justificado", afirmó, con una verborrea que pone en entredicho las modificaciones de los estatutos de Hamás en 2017, que podrían haber hecho creer a algunos que la organización renunciaba al exterminio de la "entidad sionista", elemento clave de su texto fundacional de finales de los años 80, y estaba dispuesta a aceptar el reconocimiento de la existencia de Israel dentro de las fronteras de 1967.
El paralelismo establecido entre Hamás y el Estado Islámico sigue siendo débil, como analizan este artículo del diario Haaretz y la investigadora Héloïse Fayet en nuestras páginas. Además, la organización yihadista fundada por Abu Bakr Al Baghdadi nunca ha hecho de la causa palestina o de Israel el centro de sus luchas.
Sin embargo, si hay un componente de Hamás que no puede desconectarse de la lucha nacional palestina y es ilusorio negar que pertenece a la resistencia palestina frente a la potencia ocupante israelí, hay otro componente que no puede separarse de su dimensión yihadista.
Por su ideología, su fundamentalismo religioso, su modus operandi y su movilización de combatientes dispuestos a morir como mártires, Hamás no es ajeno a la esfera yihadista. Pero está saturado de un odio a los judíos que va más allá del odio a Israel, como nos recordaron los atentados cometidos por Mohammed Merah en Toulouse y Mehdi Nemmouche en el Museo Judío de Bruselas, por poner sólo dos ejemplos.
Equiparar al Hamás palestino con la OLP o el FLN argelino es negar que los miembros de Hamás que cometieron las masacres del 7 de octubre no son sólo asesinos de colonos, o incluso de israelíes, sino también asesinos de judíos.
La espiral verbal tanto de Hamás como del Gobierno israelí, con el telón de fondo de una guerra de civilizaciones y religiones, sólo puede hacernos temer que esas profecías se autocumplan, dado que el resto del mundo, y Estados Unidos en particular, es ideológicamente permeable a la retórica de un "eje del bien" frente a un "eje del mal".
Catalizado por esta situación, el antisemitismo campa a sus anchas en muchos países, reforzando las certezas de los dirigentes israelíes encargados de poner en práctica el proyecto colonial de ocupación de los territorios palestinos, como se puede comprobar en Cisjordania, donde el ejército no impide que los colonos expulsen, aterroricen y maten a palestinos –desde el 7 de octubre, han muerto más de 130 palestinos a consecuencia de disparos de militares israelíes o de colonos, según el Ministerio de Sanidad de la Autoridad Palestina–. En este sentido, es aterrador el reciente nombramiento del fundamentalista de extrema derecha Zvi Sukkot como presidente de la subcomisión de la Knesset responsable de Cisjordania.
Por una humanidad incondicional
¿Podemos aún esperar salir de esta interminable e infernal escalada? "En tiempos de oscuridad, ¿todavía cantaremos? Sí, cantaremos la canción de las tinieblas", escribió Bertold Brecht en sus Poemas de Svendborg en 1939. En la década de 1970, el poeta palestino Mahmoud Darwich predijo un futuro sombrío para Gaza, pero contaba con la resistencia de su pueblo: "Muerto de hambre, se niega; expulsado, se niega; encarcelado, se niega; condenado a muerte, se niega", escribió en Silencio para Gaza, un extracto de su Crónica de la tristeza ordinaria.
Aunque es tiempo de poetas, es ante todo tiempo de soluciones políticas. Urge reconocer que, a uno y otro lado del muro, la vida de un civil vale como otra, que un niño apuntado por un arma debe ser defendido incondicionalmente, cueste lo que cueste, sea israelí o palestino. Cruzar esta línea roja es cometer lo irreparable.
No podemos permitir que cientos de familias israelíes sean asesinadas en sus propios hogares. No podemos permitir que miles de palestinos mueran bajo las bombas o sean desplazados por cientos de miles. Cortar el agua y la electricidad, impedir el suministro de alimentos, atacar escuelas, ambulancias y hospitales y bombardear a los civiles que huyen a una zona supuestamente protegida equivale a condenar a muerte a los habitantes de Gaza atrapados en el enclave. Permitir que esta tragedia se desarrolle ante nuestros ojos equivale a ser cómplices.
Es obviamente necesario en primer lugar poner fin a los combates y admitir esta humanidad incondicional para salvar vidas israelíes y palestinas. Pero también es necesario para todos nosotros. No sólo por razones egoístas, ya que no se puede descartar la posibilidad de una conflagración regional o incluso mundial, aunque no esté necesariamente "en la agenda" inmediata.
Pero también porque abandonar a su suerte a los palestinos, que no tienen otro lugar adonde ir, equivaldría a poner en peligro el futuro de toda la humanidad, dado que es nuestra responsabilidad colectiva actuar para proteger a los niños y a los civiles de Oriente Próximo, vivan en Israel, Gaza o Cisjordania.
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Mientras aún estemos a tiempo, actuemos contra la retórica deshumanizadora de los medios de comunicación franceses, que piden que se distinga a las pequeñas víctimas en función de cómo murieron (como aquí, aquí y también aquí). Esas palabras nos conducen directamente al desastre. Por otro lado, en un intento de reconfortarnos, hay que leer los vibrantes llamamientos que el secretario General de la ONU, António Guterres, hace constantemente al mundo para denunciar la indiferencia, la complacencia y la inacción.
A veces se señala que no existe [en español, inglés o francés] una palabra para describir a una persona que ha perdido a un hijo, un equivalente de la palabra "huérfano" para un padre, porque esta situación está fuera de lo común. Sin embargo, la palabra existe en dos idiomas, el árabe, donde se dice thekla, y el hebreo, donde se dice shakoul. Para evitar que estas dos palabras se conviertan en habituales, la única manera es detener la venganza que se está llevando a cabo hoy en Gaza, sean cuales sean las atrocidades que la desencadenaron y las razones más antiguas que las hayan catalizado.
Traducción de Miguel López
"En Gaza, como en Israel, hay que estar del lado del niño al que apuntan las armas". En un texto con este título, publicado el 11 de octubre, la ensayista Naomi Klein criticaba a un sector de la izquierda por ser incapaz de expresar auténtica piedad por la suerte de los civiles y niños masacrados por Hamás, aduciendo que el arma la blandían los oprimidos y colonizados. En un momento en que las madres gazatíes se ven obligadas a escribir con rotulador los nombres de sus hijos en distintas partes del cuerpo para poder identificarlos si son despedazados por las bombas israelíes, es imperativo estar al lado de las familias y los niños de Gaza.