Nada más tomar posesión de su cargo a finales de enero de 2021, Joe Biden firmó dos decretos. El primero de ellos reincorporaba a Estados Unidos al acuerdo climático de París. El segundo prohibía toda extracción de fósiles en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico y en amplias zonas de Utah, y cancelaba definitivamente el gasoducto Keystone entre Estados Unidos y Canadá. Una semana después, Biden declaró una moratoria de los permisos de extracción en tierras federales, que representan alrededor de un tercio del territorio estadounidense.
Dos años después, en marzo de 2023, el mismo Biden aprobó el proyecto Willow de ConocoPhillips, un gigantesco proyecto de extracción de petróleo situado en una reserva federal de Alaska. En 30 años de producción, podría bombear unos 576 millones de barriles de petróleo de una reserva gestionada por el gobierno federal en la parte norte de Alaska, lo que equivale a las emisiones de toda Bélgica, o a anular los beneficios de una gran parte de los proyectos renovables previstos precisamente por la IRA (Inflation Reduction Act), el gran proyecto de ley del Presidente sobre el clima.
Esta decisión ha desgarrado al Partido Demócrata, decepcionado a los jóvenes y consternado a los activistas; también ha dividido a las comunidades indígenas de Alaska, algunas de las cuales se oponían mientras otras apoyaban un proyecto que, además, promete crear empleo y desarrollar una región devastada por las dificultades económicas y sociales.
Los efectos de la guerra de Ucrania y el aumento de los precios de los combustibles han ido y venido, pero lo que revela el proyecto Willow, y lo que ya dijo la ley IRA, es que Biden vuelve a la filosofía de Obama y a su "enfoque global" (“all-of-the-above strategy”, todas las fuentes de energía) de la política energética: transición a energías limpias, por supuesto, pero también extracción continuada de combustibles fósiles. Obama declaró en 2014: "Necesitamos una "estrategia total" para el siglo XXI que desarrolle todas las fuentes de energía producidas en Estados Unidos."
La sobriedad es, pues, la gran ausente del debate en Estados Unidos. La IRA prevé generosas deducciones fiscales para el aislamiento de viviendas individuales y la instalación de bombas de calor y paneles solares, importantes incentivos cuyos efectos ya son visibles. Se pondrán en marcha muchos otros programas, para cocinas de inducción y calentadores de agua eléctricos, así como otros tipos de instalaciones de eficiencia energética, aunque la mayoría de estos programas aún no se han implantado.
Noah Gordon, investigador de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional y director del programa de Sostenibilidad, Clima y Geopolítica, asegura que "a nadie le importa la eficiencia energética: la gente está preocupada por sus gastos y sus facturas, y por el hecho de que la instalación sea más barata gracias a las ayudas estatales”. En otro orden de cosas, muchos activistas americanos se han sentido frustrados por el hecho de que la IRA, al igual que la Ley de Infraestructuras, dedique tanto dinero a los vehículos eléctricos individuales, aunque no se trata de cuestionar la cultura del automóvil.
Énfasis en las soluciones tecnológicas
El "presidente del clima" y su Congreso demócrata han abrazado un enfoque tecno-solucionista de la lucha contra el cambio climático. Las soluciones tecnológicas son una parte importante de la IRA y de la política climática americana en general. Esto puede verse en el énfasis puesto en la "captura y secuestro de carbono", una tecnología cuya eficacia aún está por demostrar, con una sola planta equipada en Texas, paralizada en 2020 pero que se pondrá en marcha de nuevo este verano.
Este enfoque es especialmente criticado por los activistas climáticos, que consideran que perpetuará la dependencia de las energías fósiles, pero también por algunos investigadores que cuestionan su viabilidad. En su discurso sobre el Estado de la Unión del pasado febrero, Biden abogó por el "realismo", porque "seguiremos emitiendo durante algún tiempo mucho más de lo que podemos reducir".
La captura de carbono no es el único campo en el que la IRA financia la investigación: otro es la fusión nuclear (conseguir reproducir lo que ocurre en el interior del sol), un área que ha experimentado grandes avances recientemente, pero que podría requerir varias décadas más de investigación. Estados Unidos también participa en el proyecto internacional auspiciado por la UE en este campo, en colaboración con China y Rusia.
En términos más generales, los progresistas, sobre todo los más jóvenes, vuelven a apostar por la energía nuclear "convencional", y la ley de infraestructuras aprobada en 2021 prevé fondos para prolongar la vida útil de algunas centrales nucleares aún en funcionamiento. Hay que recordar que tras el accidente de Three Mile Island en 1979, no se autorizaron nuevas centrales nucleares en Estados Unidos hasta 2012. El desarrollo de la energía nuclear quedó prácticamente paralizado, bajo la presión del movimiento antinuclear.
Como explicó recientemente Robinson Meyer, periodista y fundador de la web heatmap.news, "los programas más importantes de la IRA están destinados a amplificar y multiplicar tecnologías ya maduras, como la energía solar, la eólica y los vehículos eléctricos. Pero la ley también contiene numerosos programas destinados a fomentar el desarrollo de tecnologías emergentes, como un combustible ‘limpio’ para la aviación. Según un análisis del Grupo Rhodium, éstos podrían resultar especialmente importantes para reducir las emisiones fuera de Estados Unidos. En otras palabras, podrían ser una de las políticas más importantes de la ley".
Ese es también uno de los temas clave para la IRA y sus inversiones en la transición energética: la competición con China por ver quién domina "la economía del futuro", según Jennifer Granholm, Secretaria de Energía americana. Michael Regan, director de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA), hablaba de "salvar nuestro planeta, pero también de hacer avanzar nuestras tecnologías y utilizar el potencial de nuestro mercado para dominar el siglo XXI". Noah Gordon recuerda lo que llevó a la aprobación de la ley IRA en el Congreso: "La declaración de Joe Manchin durante la votación del proyecto de ley fue elocuente. Su primer punto no era sobre el clima y la reducción de emisiones, era 'no queremos depender de China'".
De soluciones tecnológicas a aprendices de brujo
La geoingeniería ya es la causa de nuestros problemas actuales: el cambio climático acelerado es, de hecho, la consecuencia del actual sistema económico, basado en la extracción y explotación de combustibles fósiles. Por tanto, la filosofía tecno-solucionista debe entenderse como lo que es: una forma de no tocar el sistema en sí, sino de intentar encontrar autodefensas, soluciones tecnológicas para eliminar las consecuencias nocivas que conlleva. Por tanto, coincide perfectamente con el axioma del estilo de vida no negociable, y no es de extrañar que las investigaciones y los proyectos más avanzados procedan de Estados Unidos.
La más conocida, aunque no la única, de estas "soluciones tecnológicas" es la geoingeniería solar: se basa en la idea de inyectar partículas reflectantes en la alta atmósfera para devolver la radiación solar al espacio en lugar de dejar que penetre en las capas bajas de la atmósfera y la caliente. Es una idea de aprendiz de brujo que ha suscitado un animado debate, por el momento solo entre científicos.
En 2022, una carta abierta suscrita por casi 400 personas de más de 50 países pedía a los países de todo el mundo que firmaran un compromiso para no utilizar este tipo de tecnología. Pero a principios de 2023, otra carta abierta, opuesta a la anterior, que reunía a otros científicos (entre ellos James Hansen, ex director de la NASA y uno de los primeros en alertar al mundo político de los peligros del cambio climático), pedía en cambio que se intensificara la investigación sobre estas técnicas.
En vísperas del largo fin de semana del 4 de julio, el viernes 30 de junio por la noche, la Casa Blanca publicó un informe de 44 páginas sobre la investigación de la modificación de la radiación solar, "en respuesta a la demanda del Congreso", como subrayan el título y las palabras iniciales del informe. Los autores dejan claro desde el principio que el documento "no debe interpretarse como un apoyo a la aplicación de la modificación de la radiación solar", y subrayan las incertidumbres, al tiempo que señalan "la necesidad de sopesar los riesgos asociados a la aceleración del cambio climático en curso".
El informe salió a la luz pocos días después de la publicación de una nota similar por parte de la Fundación Carnegie. Un proyecto de investigación muy bien financiado, sobre todo por multimillonarios de Silicon Valley, trabaja en ello desde hace varios años en Harvard bajo la dirección de David Keith. Una start-up americana, Make Sunsets, ha empezado incluso a aplicarlo, en dosis ínfimas, enviando unos gramos de azufre a la alta atmósfera desde un emplazamiento en México.
Luke Iseman, su director, explica que lo hace "por el negocio y como una provocación: estamos convencidos de que la geoingeniería solar es la única forma posible de mantenernos por debajo de los 2˚ C (de calentamiento en comparación con los niveles preindustriales), y trabajaremos con la comunidad científica para desplegar esta herramienta salvavidas de la forma más segura y rápida posible", señala.
Esto es tecno-solucionismo inspirado en Silicon Valley, acorde con el lema de Mark Zuckerberg: "Move fast and break things” (Muévete rápido y rompe cosas). Si tenemos en cuenta lo que Silicon Valley y esa filosofía han hecho a las democracias y al debate público, no resulta más tranquilizador que el cambio climático.
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Traducción de Miguel López