En el mundo de las letras turcas, Asli Erdogan es una voz que cuenta. También una voz que molesta, cuando en sus libros narra cómo es el mundo de las cárceles o cuando en sus artículos de prensa presenta la brutal realidad del conflicto kurdo, que muchos de sus contemporáneos preferirían ignorar. Por ello, está perseguida por pertenencia a una organización armada, por hacer propaganda a favor de dicha organización y por intentar atentar contra la integridad del país, un delito que puede sancionarse con la cadena perpetua. La escritora, que quedó en libertad a finales de diciembre, que se encuentra a la espera de un veredicto tras cuatro meses y medio de detención provisión, habla en esta entrevista de su arresto y de la Turquía que ha encontrado al salir de prisión.
PREGUNTA: El 16 de agosto de 2016, la Policía sitiaba el diario Özgür Gündem, donde usted desempeña una función, en gran medida simbólica, de asesora editorial. Una veintena de periodistas fueron detenidos y el diario que defiende los derechos de la minoría kurda fue clausurado. En ese momento, los agentes se personaban en su domicilio, ¿qué sucede entonces?Özgür Gündem
RESPUESTA: Eran alrededor de las tres de la tarde. Me encontraba en la cama, medio dormida, preguntándome si salir o no, cuando escuché a alguien llamar: “¡Policía, abra!”. Miré fuera y vi a policías de las fuerzas especiales, vestidos con uniformes negros y pasamontañas, con chalecos antibalas y armas automáticas. Les pedí que me dieran un minuto para vestirme, pero me contestaron: “Abra inmediatamente o tiramos la puerta abajo”. Les abrí, en pantalón corto. Un policía entró y me apuntó en el pecho con el arma: “No se mueva”. Acto seguido, entró una decena de agentes. Según pude constatar, el edificio estaba rodeado, había francotiradores apostados en los tejados. Empezaron el registro, que duró unas siete horas. Tiraron los libros al suelo, revisaron los documentos escritos, cogieron mis llaves USB. Eran las diez de la noche cuando nos fuimos del apartamento.
P: Empezaba entonces la detención preventiva, que puede ser delicada en Turquía...
R: Sí, duró unas 72 horas y fue el momento más difícil para mí: imagínese una jaula, con sólo dos bancos de madera de 35 cm de ancho y una manta muy sucia, sin aseos, sin agua, con la luz y las cámaras encendidas continuamente y con cuatro mujeres allí dentro. Sin embargo, si lo comparamos con otras celdas, ésta era la mejor. Era la celda de los niños, por eso los bancos eran tan estrechos.
P: ¿Los policías la interrogaron?
R: No, durante tres días, me tuvieron allí sin hacerme ninguna pregunta. Al principio, dos o tres de ellos fueron un poco agresivos y se mostraron amenazantes, pero después de 24 horas, su actitud cambió. Deduje que había pasado algo, que la prensa hablaba de mí, que había gente buscándome. Después de aquello, fueron muy amables conmigo. Habida cuenta de las leyes turcas, mi detención pasadas 24 horas fue pura poesía. Después supe que su comportamiento había cambiado nuevamente cuando quedé en libertad, que habían empezado a recurrir a las amenazas y a la violencia física con otras mujeres. Pero a mí nadie me tocó.
P: Posteriormente compareció ante un tribunal...
R: El 18 de agosto me llevaron ante el fiscal que, una vez más, casi no me formuló ninguna pregunta. Le expliqué que mi papel en el periódico era de asesora y los asesores carecen de responsabilidad jurídica. Además, mi nombre figuraba en la mancheta del periódico desde hacía cinco años, por lo que por qué me implicaban ahora, cuando el diario había estado ya dos veces antes en el punto de mira de las operaciones policiales, cuando se habían abierto cientos de procesos contra el medio? De repente, me convencí de que iba a volver a casa esa misma noche. La Policía me hizo algunas preguntas sobre cuatro de mis artículos, pero nada relacionado con la libertad de prensa ni con las acusaciones de propaganda. Hasta ese momento, nadie habló de que fuese una terrorista o ni me acusó de querer destruir la unidad del Estado turco. Estaba segura de que el caso iba a quedarse ahí. Después de la entrevista, salí a fumarse un cigarrillo. Más tarde, escuché a mi abogado gritar. Me dijo que el fiscal pedía mi detención provisional. Esperamos a prestar declaración ante el juez. Temblaba, creo que incluso me desmayé durante esa espera, debido también a que llevada tres días casi sin comer. Después de un breve interrogatorio, el juez se marchó a deliberar. Cuando nos volvió a llamar, en el mismo momento en que mi mirada se cruzó con la suya, lo entendí. Dejé de temblar. Sabía que iban a meterme en la cárcel. Lo entendí todo, comprendí que era la “elegida”. En ese momento, me relajé y dejé de defenderme.
P: Sin embargo, el mismo tribunal liberó a los periodistas de Özgür Gündem, detenidos el mismo día que usted. ¿Qué la hacía diferente de los demás?Özgür Gündem
R: ¿Por qué yo? La gente sigue haciéndose esa pregunta porque yo no era integrante a tiempo completo de la redacción de Özgür Gündem, soy editorialista de forma puntual. En lo que al movimiento kurdo respecta, no tengo vinculaciones con el partido ni con ningún grupo. ¿Entonces? La respuesta más racional es que, a través de mí, querían lanzar un mensaje. De hecho, en la prensa opositora al régimen, soy la persona más moderada. El objetivo era hacer pensar: si podemos hacer esto con Asli, imaginad lo que podemos hacer con vosotros. Un mensaje dirigido a los “turcos blancos” [élites occidentalizadas del oeste del país], a los intelectuales, a las mujeres, a Europa. También hay creo que se trata de un odio personal.
P: ¿Odio de quién, a qué nivel?
R: A alto nivel...
P: ¿Por qué?
R: No lo sé, sin duda por alguna entrevista que he podido conceder. No medito mis palabras y he criticado muy abiertamente las operaciones que han tenido lugar el año pasado en lugares como Cizre o Sur [localidades del Kurdistán turco donde se vivieron enfrentamientos violentos entre las fuerzas de seguridad y los rebeldes turcos, causando más de 2.000 víctimas entre el otoño de 2015 y el verano de 2016, el Ejército recurrió a los carros, a la artillería y a los helicópteros de combate en las ciudades]. Es la única razón que se me ocurre. Todo esto no tiene sentido pero, ¿este sinsentido puede ser intencional? Una forma de decir: podemos detenerte por cualquier motivo, aunque no haya existido delito.
P: Fue entonces encarcelada en la prisión de mujeres de Bakirköy, donde permaneció 133 días. ¿Puede hablarnos de las condiciones de su detención?R:
Los cinco primeros días fueron los más difíciles porque estaba en aislamiento. La cama estaba sucia, durante 48 horas no me dieron agua, pero las otras detenidas me ayudaron. Pude meter clandestinamente algunas cosas. El quinto día me llevaron a un dormitorio compartido. Después de la celda, era todo un progreso. La celda de aislamiento ya era un sitio mejor la comisaría porque al menos había aseos, aunque terriblemente sucios, y una cama, mucho mejor que el banco de madera. Pero en el dormitorio colectivo, había té, comida, cigarrillos. Un patio de 8 por 6 metros, rodeado de paredes altas.
P: Compartía este espacio con varias detenidas, ¿con quiénes?R:
Éramos entre 20 y 24 personas, según los días. La más joven tenía 20 años y la mayor, 70 años. Se trataba de Necmiye Alpay, también detenida por su condición de asesora editorial del Özgür Gündem. La situación es todavía más ridícula en su caso; una septuagenaria, lingüista y crítica literaria, acusada de querer destruir la unidad de Turquía y perseguida por el mismo artículo que Abdullah Öcalan, el jefe del PKK [Partido de los Trabajadores del Kurdistán].
P: ¿Cómo era la vida en prisión? ¿Cuál era su relación con las detenidas?R:
La prisión de Bakirköy es una de las menos duras de Turquía. Primero, porque se trata de una prisión exclusivamente para mujeres y eso supone una gran diferencia. Los guardias son mujeres, a excepción de algunos hombres, que no pueden entrar en los dormitorios. Y también es una cárcel para niños, por lo que no pueden ser demasiado crueles. Por los niños, están obligados a disponer de calefacción y la comida es pasable. Las detenidas están presas sobre todo por delitos comunes. Sólo hay dos dormitorios para el PKK y uno para los grupos de ultraderecha, es decir, hay unas 70 presas políticas. Me asignaron uno de los dormitorios destinados al PKK. Las prisioneras del PKK tienen un modo de vida común muy organizado, muy disciplinado. Todos los días se reúnen por grupos, para hablar de feminismo, de historia, de política, de filosofía. Me uní a uno de estos grupos, con el que aprendí algo de kurdo. A veces todas las presas de ese dormitorio se reunían allí. En esos momentos, me mantenía al margen porque hablaban de asuntos políticos.
No podía escribir, el ambiente no era propicio. Vivía una sensación de claustrofobia, con una veintena de personas alrededor de ti continuamente e interrupciones: llamamientos, el reparto de comida, la visita de los abogados, el paso de los guardias, llamadas telefónicas. No eres dueño de tu tiempo. Siempre esperas algo. Hacía crucigramas y ejercicios de danza. Primero hice ejercicio en el patio, pero con la llegada del invierno, caí muy enferma. Estuve a punto de morir, con 39 de fiebre. Aprendí la lección. La mayoría del tiempo, estaba demasiado deprimida para hacer algo útil. Los crucigramas me ayudaron mucho y las mujeres, también. Son muy atentadas unas con otras. Cada vez que me encontraba mal, siempre venía alguna a hablarme.
P: El 29 de diciembre de 2016, se celebraba la primera audiencia y el juez decidió ponerla en libertad, a usted y a Necmiye Alpay, a la espera de juicio. Parece que han desaparecido algunas de acusaciones que pesaban en su contra...R:
No lo he entendido bien. El fiscal dice que no existen pruebas de la tentativa de destruir la unidad de Turquía. Pero esta acusación puede reaparecer en las observaciones fiscales o los magistrados pueden cambiar. Estamos en Turquía.
P: ¿Cree que las campañas de apoyo han influido en la decisión del juez?R:
Sí, sin duda, sobre todo las llevadas a cabo en el extranjero, sino habrían podido mantenerme entre rejas durante cinco años y decir: lo sentimos.
P: Ahora que ha recuperado la libertad, ¿cómo la vive?R:
No me siento libre, por diferentes razones. La primera es que el proceso no ha concluido. Después, porque tengo confianza en el juez, pero no creo que en Turquía los jueces sean dueños de sus actos. Los magistrados pueden cambiar. Pueden volver a detenerme en cualquier momento. Pueden arrestarme por cualquier razón estúpida en cualquier momento. Por otro lado, salir de la cárcel no es como en las películas. No hay una puerta que se abre con, en un segundo plano el cielo azul y el sol resplandeciente, la libertad. Cuando salí era de noche. Todo estaba oscuro y hacía frío. De hecho, te sientes exangüe. La mayoría de la gente sale llorando y a mí me pasó. Lloré también en el dormitorio común porque tenía que separarme de esa gente. La prisión corta completamente de tu propia vida. Al salir te das cuenta de que la herida no se cerrará. Que has pasado del otro lado y que no hay retorno posible. A veces me enfado cuando me dicen que sólo he pasado en la cárcel unos meses. No es una cuestión de tiempo. Incluso dos días en la cárcel provocan un trauma incurable.
P: Su arresto la ha señalado, a ojos de la población turca, como una “terrorista” que quiere destruir la unidad nacional. ¿Cómo lo lleva?R:
Turquía atraviesa por un momento de psicosis: cualquiera que hable de los kurdos tiene que ser un traidor. Soy escritora, parte de mi trabajo consiste en situar un espejo delante de la gente. Y cuando no les gusta la imagen que ven en el espejo, reaccionan de manera pueril y se enfadan conmigo.
P: A lo largo de su carrera, ha defendido los derechos de la minoría kurda. ¿Qué opina de la Turquía actual, que encarcela a los representantes electos kurdos y donde las esperanzas de que se reanude el proceso de paz parecen cada vez más vanas?R:
Nunca he sido miembro de ningún partido ni de ningún grupo. Sólo publicaba una crónica en el diario Radikal, desde 1998, en el que escribía la historia de la gente real, gente que había sido torturada, violada, asesinada. Cuando empiezas a interesarte por esos problemas, hay preguntas que no puedes dejar de hacerte. Acabas por darte cuenta, al cabo del tiempo, que la mayoría de las víctimas son kurdas y que si no se tiene en cuenta la cuestión kurda, la cuestión armenia o la cuestión de las mujeres realmente no se puede hablar de la violencia en Turquía. Mientras esos problemas no se resuelvan, no habrá democracia. Ésa es la línea que he mantenido durante 18 años. Tenía la impresión de que el Estado turco se iba acercando progresivamente a mis ideas. Primero se rompió el tabú: la palabra kurdo podía pronunciarse, se abolió la prohibición que pesaba sobre la lengua kurda. La situación parecía mejorar, se iniciaron negociaciones de paz, el HDP [Partido de la Democracia de los Pueblos, izquierda prokurda] superó su umbral electoral del 10% en el Parlamento. Y, en 2015, no sé lo que pasó. Todo cambió. Y ahora estamos de nuevo en los 90 [los años más sangrientos del conflicto kurdo, iniciado en 1984]: el Estado afirma que no hay problema kurdo, sólo un problema de terrorismo.
P: De aquí a dos meses, el pueblo turco debe pronunciarse en el referéndum sobre una reforma constitucional que prevé dar amplios poderes al presidente de la República, a la sazón Recep Tayyip Erdogan. ¿Le preocupa?R:
Sí y no. En cierto modo, sabía desde hace mucho tiempo que esto iba a pasar. Empecé a ponerme en alerta a partir de 2007 con la llegada de una suerte de régimen totalitario. La reforma legalizó una situación que existe ya en la práctica. Traté de mirar la situación evitando caer la dicotomía “a favor o en contra de Erdogan”. Esta forma de ver las cosas, en mi opinión, se suma a la polarización de la sociedad, es peligrosa y superficial. En lo que respecta al referéndum, cuando se trata de ver más allá de la persona de Erdogan, se constata que el texto propuesto es aún peor que la Constitución más restrictiva en vigor en Turquía hasta la fecha, la de 1982 [concebida por una junta militar después del golpe de Estado de 1980]. ¡Una sola persona tiene en su mano tantos poderes! Esta omnipotencia es extremadamente peligrosa, con independencia de cuál sea la identidad de esa persona. Las instituciones fundamentales de la democracia, ya endebles en Turquía, van a desaparecer por completo: la independencia de la Justicia, la separación de poderes, los derechos humanos... Tendemos cada vez más hacia un Estado policial gobernado por un número reducido de personas.
P: ¿Qué pueden hacer los intelectuales frente a una evolución así?R:
Los intelectuales turcos ya se encuentran muy impotentes. En parte es culpa nuestra, porque no hemos intentado alcanzar, en la medida de lo necesario, a la sociedad. Nos hemos quedado sentados demasiado tiempo en las rodillas de las instituciones del Estado. Si el actual Gobierno tiene aún miedo de nosotros, es un miedo infundado. Más o menos nos hemos visto reducidos al silencio. Nos contentamos con hablar entre nosotros.
P: ¿Ha pensado en dejar Turquía?R:
Antes de mi ingreso en prisión. Estaba a punto de marcharme a Dinamarca. Si no me hubiesen detenido, se habrían deshecho de mí. ¿Quizás me han detenido para que me quede en Turquía? Pensaba ir a Dinamarca en agosto de 2016, por un periodo de dos años. Me he hecho una vida así: uno o dos años en el extranjero y después vuelta al país. Da la sensación falsa de tener una patria, en general basta con tres semanas para que vivir aquí se haga insoportable y que tenga ganas de volver a irme. Por contra, lo que he entendido bien es que no tengo el control absoluto de mi destino. Van a decidir por mí, me dirán de una forma u otra si me quieren viva, si me quieren aquí o más bien allá. Van a decírmelo y voy a obedecer, creo. Cuando la fuerza del Estado viene a buscarte, ¿qué puedes hacer?
Traducción: Mariola Moreno
Ver másTrump bendice el régimen autoritario de Erdogan
Leer el texto en francés:
En el mundo de las letras turcas, Asli Erdogan es una voz que cuenta. También una voz que molesta, cuando en sus libros narra cómo es el mundo de las cárceles o cuando en sus artículos de prensa presenta la brutal realidad del conflicto kurdo, que muchos de sus contemporáneos preferirían ignorar. Por ello, está perseguida por pertenencia a una organización armada, por hacer propaganda a favor de dicha organización y por intentar atentar contra la integridad del país, un delito que puede sancionarse con la cadena perpetua. La escritora, que quedó en libertad a finales de diciembre, que se encuentra a la espera de un veredicto tras cuatro meses y medio de detención provisión, habla en esta entrevista de su arresto y de la Turquía que ha encontrado al salir de prisión.