Israel quiere lavar su imagen con un plan de ayuda humanitaria en Gaza que es un fiasco

Siluetas llenas de arena que se apiñan unas contra otras, mujeres que se sostienen entre sí, niños delgados, hombres que van y vienen. Miles y miles de personas en medio de la nada, en una vasta extensión aparentemente vacía. Son imágenes video difundidas por la cadena qatarí Al Jazeera y en las redes sociales.
Más tarde, las fotos: un hombre lleva un árbol muerto, perfecto para leña, otro arrastra un rollo de chapa y otro cables de plástico enrollados en grandes aros. En una foto, una mano sostiene un paquete de cigarrillos con solo tres o cuatro dentro, el santo grial en una Franja de Gaza donde un solo cigarrillo cuesta 15 euros. La advertencia sanitaria del paquete está escrita en hebreo.
“Debido a la situación de emergencia relacionada con la distribución de grandes cantidades de alimentos por parte de la Fundación SRS hoy, y teniendo en cuenta la necesidad de garantizar la seguridad total de la ayuda, así como de realizar los trabajos de mantenimiento necesarios en nuestro centro [...], les informamos de que las actividades se suspenderán mañana”, anunció la Fundación Humanitaria para Gaza (GHF) a última hora de la tarde del martes 27 de mayo.
La primera distribución de paquetes de alimentos por parte de la GHF fue un completo desastre. La noticia dio la vuelta a la Franja de Gaza, llegó al mundo humanitario y a los gobiernos de todo el mundo.
El primer centro de distribución supuestamente seguro que se abrió, de los cuatro previstos, fue asaltado. Los mercenarios de la empresa de seguridad privada estadounidense SRS, encargada de la distribución y la seguridad, se vieron totalmente desbordados y tuvieron que abandonar el lugar a toda prisa.
Todo era previsible
Habrán aprendido que la ayuda humanitaria es un trabajo, sobre todo en un territorio herméticamente cerrado donde la población lleva meses obligada a pasar hambre.
Todo comenzó, según cuenta Rami Abu Jamus, periodista palestino presente en Gaza, cuando los israelíes anunciaron el inicio de las operaciones de distribución de paquetes de comida en uno de los cuatro centros previstos para tal fin, en Tel al-Sultan, un barrio de Rafah completamente arrasado por el ejército del Estado hebreo. La gente acudió en masa.
Hasta ese momento, según las imágenes difundidas por el ejército israelí, todo iba bien. Todo estaba listo para recibir a los beneficiarios. Todo estaba limpio y ordenado. Incluso se había allanado la arena del suelo. En una foto tomada por un dron y publicada por el periódico Israel Hayom, se ve a personas haciendo cola en cinco pasillos separados por vallas metálicas. Están controladas detrás de las rejas, tranquilas.
Concentrar la ayuda en un solo lugar y avisar con antelación de la distribución es garantía de que se produzcan movimientos de masas incontrolables
Otras fotos, tomadas más tarde por la empresa SRS, muestran a niños felices y sonrientes recibiendo paquetes. Una niña tiene los brazos llenos de productos. Como si fuera Navidad.
Según fuentes presentes en el lugar, cada caja contiene un sobre amarillo brillante con un código QR y un mensaje en inglés: “Danos tu opinión, las respuestas serán tratadas de forma anónima y no se harán públicas”. El cuestionario de satisfacción está en árabe: sensación de seguridad o inseguridad, calidad de la acogida, recomendación (o no) a amigos y familiares. ¿Cinismo absoluto o incompetencia total? Quizás sea suficiente para demostrar su valía en el sector turístico, pero desde luego no en el humanitario, que no puede improvisarse.
El mensaje de que había comenzado el reparto corrió como la pólvora, cuenta Rami Abu Jamus, y decenas de miles de personas hambrientas arrollaron el centro y a los guardias del SRS.
“Se vieron desbordados porque no estaban preparados. No son conscientes de la desesperación de la población”, asegura una fuente humanitaria.
Todo por la imagen
Otro profesional añade: “Esta solución es inviable, todos lo sabemos. Concentrar la ayuda en un solo lugar y avisar con antelación de la distribución es garantía de que se produzcan movimientos de masas incontrolables. Sobre todo en una situación de hambre como la que vivimos en Gaza, que nunca ha sido tan grave”.
“La gente tiene hambre. La mitad de los camiones que hemos conseguido introducir en la Franja de Gaza en los últimos días han sido saqueados y, en muchos casos, se ha tratado de saqueos improvisados, no de robos organizados”, añade un tercero. “Como norma general, los trabajadores humanitarios tratan de limitar la difusión de información sobre la ruta y los lugares de almacenamiento. Se avisa de la distribución por SMS la misma mañana. En este caso, han hecho todo lo contrario. Han inundado las redes sociales con antelación”.
El ejército israelí, a destiempo, acusó primero a Hamás de levantar barricadas para impedir que la gente llegara a los centros de distribución.
Una vez que la multitud se volvió incontrolable, se abstuvo de disparar. “Habría sido un fiasco total”, afirma un trabajador humanitario. “Sabemos que pueden disparar, lo han hecho varias veces, durante las ‘masacres de la harina’, pero ahora hay que cuidar la imagen”.
La Fundación Humanitaria para Gaza, por su parte, hace como si nada hubiera pasado y asegura que sus servicios se reanudarán el jueves 29 de mayo.
Lo que viene a demostrar que esta operación israelo-americana es más propaganda que ayuda humanitaria. O, al menos, que la ayuda humanitaria al estilo GHF sirve más para mejorar la imagen de Israel, cada vez más señalado como Estado paria, que para quitar el hambre a la población de Gaza. Algo que los actores humanitarios y los habitantes del enclave palestino habían comprendido perfectamente.
Caja negra
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Los profesionales humanitarios han solicitado mantener el anonimato.
Traducción de Miguel López