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La izquierda portuguesa, a punto de Gobierno

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Cuarenta años después del contragolpe de Estado del 25 de noviembre de 1975, la caída del Gobierno de Passos Coelho pone punto y final a la alternancia ininterrumpida del “bloque central” de los partidos de derecha y del PS en la vida política portuguesa. Este cambio de paradigma político, del que se desconoce si será duradero, es fruto de la combinación de un momento social, de una coyuntura institucional y de una ambición personal. Por contra, en el aspecto programático, el eventual gobierno en minoría socialista, que cuenta con el apoyo parlamentario del Bloco de izquierdas y del Partido Comunista, anuncia una versión light de la “austeridad” en el respeto de los compromisos europeos del país.

El Gobierno de coalición saliente PSD-CDS ha caído, apenas 12 días después de tomar posesión, tras aprobarse la primera de las mociones de censura presentadas por la mayoría de izquierdas, en concreto la moción del PS. Tal y como señaló Pedro Passos Coelho, la “mayoría negativa” ha hablado. Para conocer en detalle el programa de la “mayoría positiva” que permita que Antonio Costa, secretario general del PS, se siente en el sillón del primer ministro, habrá que esperar. Este martes 10 de noviembre se firmaron in extremis los diferentes acuerdos que garantizan al PS el apoyo parlamentario de las formaciones de extrema izquierda, pero todavía no se han dado a conocer.

En el régimen semipresidencialista (y no parlamentario) en vigor en Portugal, la caída del Gobierno vuelve a dejar la iniciativa en manos del presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, que va a volver a abrir un periodo de consultas con las formaciones políticas con representación en la Asamblea de la República. Salvo sorpresas, acto seguido encargará al secretario general del PS, Antonio Costa, la formación del nuevo gobierno, al que reclamará garantías, especialmente en lo que respecta a los compromisos internacionales de Portugal, sobre todo en lo concerniente al Tratado presupuestario europeo y al Pacto de Estabilidad y de Crecimiento de la Unión Económica y Monetaria.

En este contexto, es importante tener presente que la operación politico-militar del 25 de noviembre de 1975 –relacionada con la importante movilización popular de Fonte Luminosa en julio y que se ratificó en las primeras elecciones legislativas democráticas celebradas el 25 de abril de 1976– puso fin a la tentativa de acceso al poder de los comunistas portugueses y del ala izquierda del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas), lo que anunciaba el final del proceso revolucionario iniciado el 25 de abril de 1974, la futura integración de Portugal en la construcción europea y la relegación, durante cuatro décadas, del PCP del círculo de gobernación y en un papel limitado al de las protestas.

Este domingo 8 de noviembre, después de más de un mes de conciliábulos rodeados de gran hermetismo, al dar luz verde al apoyo de los parlamentarios comunistas a un Gobierno del Partido Socialista –considerado próximo a la derecha durante toda la campaña electoral–, el comité central del PCP rompía con la práctica política llevada a cabo desde 1976. El movimiento no era menos espectacular que la ruptura orquestrada por Antonio Costa. Sin el apoyo parlamentario de los comunistas, el PS, muy castigado en las urnas el 4 de octubre, no preveía la posibilidad de recuperar el gobierno, ni tan siquiera con el apoyo –más factible– del Bloco, una formación (que surgió en 1999) que aúna a diferentes fuerzas de extrema izquierdas. En el debate de investidura, antes de someter a votación la moción de censura, Antonio Costa llegó a decir que “se había acabado con el tabú, que había caído un muro”.

El momento social que ha permitido este cambio en el panorama político habitual viene motivado por el cansancio de una buena parte de los electores portugueses después de los importantes ajustes impuestos por la troika (UE-FMI-BCE), a raíz de la debacle financiera sobrevenida en 2011, con el gobierno minoritario del PS, el de José Sócrates, quien ha reaparecido recientemente tras 11 meses en prisión y en arresto domiciliario, acusado de corrupción, fraude fiscal y blanqueo de capitales.

El 4 de octubre, el 43% de los electores registrados, una cifra récord, se quedó en casa. El PS de Antonio Costa, que antes del verano soñaba con la mayoría absoluta, se desplomó. Sólo obtuvo un 32% de los sufragios y 21 diputados menos que la coalición de gobierno saliente formada por PSD-CDS. Dicha coalición alcanzó el 38% de los sufragios, pero perdió 700.000 votos con respecto a los comicios de abril de 2011, en un momento muy particular, tras el desembarco en Lisboa de la troika. Muy lejos quedaban los 116 escaños precisos para controlar la Asamblea de la República. La sorpresa llegó con el éxito del Bloco, de la mano de Catarina Martins y el resto de meninas del partido de extrema izquierda, que han duplicado el número de diputados electos, llegando a superar en un parlamentario a la CDU (coalición de izquierdas en la que se integran los comunistas y los ecologistas). Las tres formaciones de izquierda suman una mayoría de 122 escaños.

El marco institucional impide, en los seis primeros meses de la legislatur, que el presidente de la República disuelva la Asamblea y vuelva a convocar elecciones. Además, faltan menos de seis meses para que concluya su segundo mandato, en marzo de 2016, por lo que la Constitución priva a Aníbal Cavaco Silva de esta prerrogativa esencial del sistema semipresidencialista portugués. En el pasado, el país ya ha contado con gobiernos en minoría, de centroderecha o de centroizquierda, dado que la aplicación de la ley d'Hondt no facilita la obtención de una mayoría absoluta. La tradición democrática portuguesa impide que el perdedor de las elecciones dificulte gobernar al vencedor. Cavaco Silva respetó esta práctica e invitó a Pedro Passos Coelho a sucederse a sí mismo al frente del Gobierno.

Exalcalde de Lisboa

Eso sin contar con la ambición personal de Antonio Costa, el tercer término de la ecuación. El exalcalde de Lisboa, ciudad que gobernaba con una mayoría de izquierdas plural, ha logrado hacer de una derrota personal, que todo apuntaba que iba a costarle su puesto como secretario general, una victoria, al menos a corto plazo. Para algunos analistas políticos, sobre todo de izquierdas, le ha allanado el camino la “radicalización liberal” marcado por el ejercicio del poder por parte de Pedro Passos Coelho y su aliado Paulo Portas, del CDS-PP. Hacer una lectura en estos términos es olvidar demasiado rápido el estrecho margen maniobra que tenía un equipo de Gobierno que llegó al poder para poner en marcha el memorando firmado por el Gobierno de Sócrates a cambio de ayuda financiera exterior por importe de 78.000 millones de euros, con el imperativo categórico de recuperar las finanzas públicas y las cuentas públicas, tras una década de a la deriva.

El principal interrogante se cierne ahora en la respuesta finalmente positiva del PCP a la apertura del PS de Antonio Costa, tras una campaña virulenta en contra del tradicional enemigo socialista. Dado la opacidad que caracteriza el funcionamiento del que es el último partido estalinista de Europa, que ha permanecido fiel al “centralismo democrático”, los analistas políticos, poco dados a abordar esta cuestión, se limitan a hacer conjeturas. ¿Tiene su origen en el éxito del Bloco y el temor por dejarle ventaja a la hora de responder a las aspiraciones unitarias del “pueblo de izquierdas” evidenciadas durante la campaña? ¿En la esperanza de poder defender las posiciones de la CGTP, la central sindical vinculada al PCP, en las empresas públicas afectadas o amenazadas por las privatizaciones llevadas a cabo por la coalición saliente, sobre todo en la sección sindical del transporte? Sólo el futuro, es decir, la forma del actuar del PCP en esta alianza de izquierdas, quizás permita dar con la clave en este cambio de rumbo inesperado.

La portavoz del Bloco, Catarina Martins, entre otras voces de izquierdas, había manifestado que la elección de Pedro Passos Coelho para formar el Gobierno era “una pérdida de tiempo”. De hecho, las tres formaciones de izquierdas han necesitado un mes para alcanzar un acuerdo, o más bien un conjunto de acuerdos bilaterales dirigidos a permitir al Gobierno minoritario socialista de aguantar cuatro años. En lugar de programa común de legislatura, habría que hablar de un catálogo de enmiendas (71, según recoge la prensa), en el manifiesto electoral del PS.

El “rechazo de la austeridad”, dirigido a fomentar la alianza inédita entre las formaciones de izquierdas, va a beneficiar fundamentalmente a los funcionarios, mientras que el precio más alto lo han pagado los asalariados del sector privado. Baste un solo ejemplo, a la espera de la publicación de los diferentes “acuerdos” (¡y de sus anexos!): se pondrá fin a los recortes de los sueldos altos y medios (los salarios modestos no se vieron afectados) de los funcionarios, en cuatro etapas, de aquí a 2016. Se restablecerá con carácter inmediato la jornada de 35 horas en la función pública. Por el contrario, el salario mínimo no volverá a situarse en los 600 euros, reivindicación prioritaria del PCP, hasta que no acabe la legislatura. En el debate parlamentario que ha precedido a la caída del Gobierno de Passos Coelho, el ministro saliente de Asuntos Sociales, Luis Pedro Mota Soares, que recordaba que numerosas medidas “de austeridad” las había puesto en marcha un Gobierno socialista mucho antes de la llegada a Lisboa de las instituciones europeas y del FMI, ironizaba sobre la falta de ambición del programa social de la “troika de izquierdas”.

En el plano político, la formación de un Gobierno socialista en minoría, apoyado por el Bloco y el PCP, no abre de forma inmediata una era de inestabilidad política, al contrario de los temores manifestados por algunos. Los “enemigos íntimos” de la izquierda, ahora reconciliados, tienen un evidente interés en que la experiencia no quede en agua de borrajas. Los electores portugueses están llamados a las urnas de nuevo el próximo mes, para elegir a su presidente. El profesor de derecho constitucional y analista político Marcelo Rebelo de Sousa, un expresidente del PSD, es el principal favorito. El nuevo jefe del Estado no se instalará en el Palacio de Belem hasta el marzo de 2016 y hasta la primavera no podrá disolver la Asamblea de la República.

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Sin embargo, el futuro gobierno debe saber que tendrá que afrontar momentos difíciles, que pondrán a prueba los acuerdos de cooperación, permitiendo la posibilidad de que los “aliados” del PS censuren al futuro ejecutivo. Dicho de otro modo, el eventual divorcio está previsto incluso en el contrato de boda. La primera cita es la votación de los presupuestos para 2016, que la Comisión Europea espera impaciente. El sistema bancario, muy frágil, puede necesitar una inyección de dinero público, que hará aumentar la presión sobre el compromiso de reducir el déficit por debajo del 3% del PIB el año próximo. Es el caso del Novo Banco, surgido de las cenizas del imperio Espirito Santo, cuya venta fracasó.

Hay cosa segura. Un Antonio Costa primer ministro, acusado por la derecha de haber desviado el sentido del voto el 4 de octubre, no podrá contar, si uno de sus aliados de izquierdas le deja, con el apoyo de la coalición ahora situada en la oposición. Durante el debate parlamentario, se enfrentaron verbalmente dos grupos de manifestantes. Unos apoyaban a Pedro Passos Coelho, los otros habían sido convocados por la CGTP. Un cordón policial mantenía separados a los asistentes, a los pies de las monumentales escaleras de São Bento, sede de la Asamblea de la República. Con todo, lucía un sol espléndido, pese a todo.

Traducción: Mariola Moreno 

Cuarenta años después del contragolpe de Estado del 25 de noviembre de 1975, la caída del Gobierno de Passos Coelho pone punto y final a la alternancia ininterrumpida del “bloque central” de los partidos de derecha y del PS en la vida política portuguesa. Este cambio de paradigma político, del que se desconoce si será duradero, es fruto de la combinación de un momento social, de una coyuntura institucional y de una ambición personal. Por contra, en el aspecto programático, el eventual gobierno en minoría socialista, que cuenta con el apoyo parlamentario del Bloco de izquierdas y del Partido Comunista, anuncia una versión light de la “austeridad” en el respeto de los compromisos europeos del país.

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