Macron rehabilita al 'príncipe asesino' saudí tras el 'caso Khashoggi'

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René Backmann (Mediapart)

Emmanuel Macron no es un jefe de Estado como los demás. No por sus dotes excepcionales, como a veces parece pensar, sino por su capacidad para tomar decisiones que la razón política, la decencia o la ética llevarían a considerar cuestionables. Incluso vergonzoso.

Mientras que, desde la salida de escena de Donald Trump, los líderes occidentales consideraban que el príncipe heredero de Arabia Saudí Mohamed Ben Salman, alias MBS, era inaceptable por su responsabilidad en el asesinato del periodista y opositor saudí Yamal Khashoggi, el presidente francés aceptó, durante su gira “comercial” por el Golfo, reunirse con él el sábado y compartir un almuerzo en Yeda. Participaba así, según la fórmula de Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, en la “rehabilitación de un príncipe asesino”.

Cuando se sabe que, a pesar de tres cuartos de siglo de relaciones especiales entre el reino wahabí y Estados Unidos, el presidente Joseph Biden ha decidido no dirigirle la palabra al príncipe, declararlo persona non grata en suelo estadounidense y considerar a su padre, el viejo rey Salman, debilitado y alejado de los resortes del poder, como su único interlocutor, podemos medir el carácter diplomáticamente chocante y lamentable de esta iniciativa del presidente francés.

Porque desde la investigación dirigida por Agnès Callamard cuando estaba a cargo del informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre las ejecuciones extrajudiciales, y sobre todo desde el informe de la CIA que Donald Trump clasificó de secreto, pero que su sucesor decidió hacer público en febrero de 2021, no hay dudas: fue efectivamente MBS quien ordenó la ejecución de Yamal Khashoggi en las instalaciones del consulado saudí en Estambul el 2 de octubre de 2018, y luego el desmembramiento de su cadáver con una sierra.

La única respuesta del cerebro de este despreciable crimen fue declararse en la CBS “responsable pero no culpable” y luego hacer que los miembros del comando asesino de sus fuerzas especiales fueran juzgados por un tribunal bajo órdenes.

Cinco de ellos fueron condenados a muerte, sus sentencias fueron conmutadas posteriormente por penas de prisión. Los demás fueron condenados a entre 7 y 20 años de prisión. Después de un crimen tan salvaje, esta indecente parodia de Justicia que perdonó a dos de los familiares del príncipe implicados en el asesinato ha contribuido a convertir a MBS en un paria diplomático puesto en cuarentena por sus homólogos.

Sólo un puñado de líderes extranjeros, entre ellos Putin, Trump y Netanyahu, no consideraron infame fotografiarse con el “príncipe asesino”. Un joven heredero del trono, visionario y apresurado, que proclamaba su deseo de modernizar y abrir su reino, pero que no soportaba que un periodista describiera la forma en que había tomado todos los mandos del poder, desde el clero wahabí hasta los servicios de seguridad, los medios de comunicación y las riendas de la economía.

Condenado al ostracismo diplomático y a las amenazas de denuncias para que no salga nunca, o casi nunca, del reino, ha resuelto aparentemente movilizar los colosales medios económicos de que dispone para llevar a cabo su proyecto de lavado de imagen del reino: contratando los servicios de agencias de publicidad como Publicis o atrayendo grandes eventos deportivos como un primer Gran Premio de Fórmula 1 el pasado fin de semana en Yeda, o por tercera vez, con la aprobación de Emmanuel Macron, la nueva fórmula “deslocalizada” del rally automovilístico Dakar en enero.

En este contexto, la visita de Emmanuel Macron a MBS, tras su escala en Abu Dabi para firmar los contratos de venta de 80 Rafale y 12 helicópteros de transporte Caracal, es un regalo principesco. Así, Francia no sólo vende a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos las armas que les permiten continuar la guerra sucia en Yemen, donde han muerto cerca de 380.000 personas en los últimos siete años, sino que también apoya, a través de sus suministros de material militar y de su asociación comercial y diplomática, a dos regímenes que violan los derechos humanos a diario. Y contribuye a la rehabilitación de un asesino considerado inaceptable por otros líderes occidentales.

Al ignorar las advertencias, en Egipto, de los soldados franceses de la operación Sirli que denuncian desde 2016 el desvío por parte de la dictadura de su misión de lucha contra el terrorismo para ejecutar a civiles, Emmanuel Macron ya había indicado el peso irrisorio de su grandilocuencia humanista al lado de la venta de 30 Rafale adicionales al mariscal-presidente al-Sissi, que poseía 24.

Demuestra en el Golfo que, para mantener nuestras relaciones con un príncipe heredero con las manos llenas pero ensangrentadas, como MBS, o para cultivar la alianza concluida con otro príncipe heredero, el de los Emiratos, Mohamed Ben Zayed (“MBZ”), modelo del anterior y comprador de 80 Rafale, está dispuesto a hacer la vista gorda sobre la suerte de los disidentes emiratíes encarcelados. Y sobre los vínculos que una milicia salafista apoyada por Riad y Abu Dabi mantiene en Yemen con Al Qaeda en la Península Arábiga y la organización Estado Islámico. Y ello a pesar de que la milicia en cuestión figura en la lista negra del Tesoro estadounidense de organizaciones vinculadas al terrorismo.

La lucha contra el terrorismo fue, sin embargo, según sus asesores, la “primera prioridad” de Emmanuel Macron, por delante de la estabilidad y la seguridad regional, durante esta gira. El Elíseo se preocupó incluso de señalar que el coordinador nacional de inteligencia y lucha contra el terrorismo, Laurent Nuñez, también se desplazó.

Pero, al parecer, tanto en el Golfo como en Egipto, la lucha contra el terrorismo sirve principalmente de pretexto a los regímenes autoritarios para armarse, gracias a Francia, contra sus pueblos o para mantener sus ambiciones estratégicas regionales.

En cuanto a la necesidad, invocada el martes por el Elíseo, de “reforzar nuestra coordinación con Arabia Saudí, Catar y los Emiratos para prestar apoyo a la población del Líbano y evitar que el país se hunda más”, deja a Agnès Callamard escéptica.

“Es la misma Arabia Saudí que secuestró en 2017 al primer ministro libanés Saad Hariri”, recuerda la secretaria general de Amnistía en una entrevista con Le Monde. “La única razón válida para visitar a MBS sería imponer un alto el fuego en Yemen y garantizar que Arabia Saudí deje de bombardear a la población civil de ese país. Pero no tengo muchas esperanzas en ese sentido”.

¿Podrá Emmanuel Macron plantear tales exigencias a una petromonarquía que en 2020 era el mayor cliente de nuestras industrias armamentísticas y sigue siendo el mayor importador de armas del planeta?

“El apoyo de Francia a los Emiratos Árabes Unidos y a Arabia Saudí es todavía más chocante si tenemos en cuenta que los dirigentes de estos países han sido incapaces de mejorar su desastroso historial de derechos humanos, al tiempo que hacen todo lo posible por presentarse en la escena internacional como progresistas y tolerantes”, constata Human Rights Watch. “La venta de armas de Francia y la protección de asociaciones militares problemáticas en nombre de la lucha contra el terrorismo a costa de los derechos humanos seguirán siendo una mancha en el historial diplomático de Emmanuel Macron”.

[Este martes, uno de los presuntos miembros del comando saudí acusado de asesinar al periodista fue detenido en Francia. Medios franceses aseguran que se trata de Jaled Aedh Al-Otaibi, un antiguo miembro de la Guardia Real saudí que era objeto de una orden de búsqueda y captura de Interpol. En un comunicado, la Embajada de Arabia Saudí en Francia afirmó que “la persona arrestada no tiene nada que ver con el caso” de Khashoggi y que, por tanto, esperaba su “liberación inmediata”. Hora después, las autoridades galas confirmaron el error: habían detenido a otra persona con el mismo nombre, por lo que pondrían en libertad a este ciudadano saudí].

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Emmanuel Macron no es un jefe de Estado como los demás. No por sus dotes excepcionales, como a veces parece pensar, sino por su capacidad para tomar decisiones que la razón política, la decencia o la ética llevarían a considerar cuestionables. Incluso vergonzoso.

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