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Matar para disuadir: Israel asume sus métodos en Gaza
Pese a los llamamientos a la calma de la comunidad internacional, la manifestación convocada para este viernes –y que finalmente se ha saldado con al menos cinco palestinos muertos y 400 heridos– se preveía tensa: el Gobierno de Israel había anunciado el despliegue de refuerzos adicionales. También mantenía la autorización para que el Ejército disparase a cualquiera que se aproximara a la frontera.
El miércoles se levantaron montañas de arena para proteger de las balas a los manifestantes en un campamento instalado cerca de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza. En las redes sociales, se habían multiplicado los llamamientos para que los habitantes de Gaza hicieran acopio de neumáticos para quemarlos, con la esperanza de que el humo disminuyese el campo de visión de los francotiradores. También se alentaba a las mujeres a llevar espejos o dispositivos láser con los que cegar a los soldados. Y Hamás, por su parte, había publicado “recomendaciones” de seguridad para sus integrantes con el fin de explicarles cómo evitar convertirse en objetivo.
Y todo ello cuando se cumple una semana de la muerte de 16 palestinos –a los que hay que sumar más de 700 heridos– por los disparos de bala del Ejército israelí en la frontera del enclave. Cifras nunca alcanzadas desde la guerra de 2014 entre Hamás e Israel. Entonces ¿cómo se explica que el Ejército israelí disparase sobre un número tan elevado de palestinos? ¿No tiene a su disposición muchos otros métodos no letales para hacer retroceder o controlar a los manifestantes, a los que considera una amenaa?
Para responder a estas cuestiones, Naciones Unidas y la UE han reclamado una investigación independiente, pero el Gobierno israelí la rechaza de plano. En concreto, el ministro israelí de Defensa Avidgor Liberman, que mantiene una línea dura con los palestinos, calificaba, en la radio pública nacional, de “hipócrita” esta demanda y aseguraba que su país no cooperaría en “ninguna comisión de investigación”. Por su parte, el primer ministro Benjamin Netanyahu reafirmaba su apoyo al Ejército y felicitaba a los soldados israelíes. Sin embargo, las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzahal) aseguran que se abrirá una investigación interna.
En opinión de buena parte de la comunidad internacional, no cabe duda de que el Ejército israelí ha recurrido a la fuerza militar de forma “desproporcionada”. Un sentimiento que comparte la mayoría de los corresponsales extranjeros que cubrían la “gran marcha del regreso” organizada en Gaza por varias organizaciones, entre ellas Hamás. Se trataba de un movimiento de protesta que reclamaba “el derecho al regreso” de los refugiados palestinos y denunciaba el estricto bloqueo impuesto al enclave.
Según observaciones sobre el terreno, la gran mayoría de los manifestantes, entre ellos mujeres y niños, eran pacíficos y no representaban ninguna amenaza para el Ejército israelí. Según Tzahal los manifestantes eran 30.000 –quizás más, pero estaban lejos de sumar 100.000 como reclama Hamás– y procedían de cinco puntos distintos.
Durante la jornada, varios cientos de jóvenes palestinos se habían acercado a la valla de seguridad que separa la Franja de Gaza de Israel, penetrando en la zona tampón de unos 300 metros que la precede. Considerados como “alborotadores” por el Ejército israelí, varios de ellos iban armados de tirachinas y de cócteles molotov y otros quemaban neumáticos. Nada excepcional en esta zona donde se producen enfrentamientos de forma regular entre jóvenes de Gaza y el Ejército y que rara vez justifican una respuesta con balas reales, a no ser que un palestino toque la valla de seguridad o intente franquearla.
Pese a todo, en vísperas de la manifestación de la semana pasada, dos palestinos consiguieron cruzar la frontera con un perno y un cuchillo. El cuarto incidente de ese tipo en esa semana. Otro elemento aducido por los israelíes: tras el fracaso de su reconciliación con Al Fatá y en su voluntad por reafirmar su autoridad sobre la población de Gaza, Hamás habría podido aprovechar la movilización para llevar a cabo acciones violentas. Un temor nutrido por el discurso de reconquista del grupo islámico que, pese a su nuevos estatutos que reclaman un regreso a las fronteras de 1967, instó a los palestinos a hacer de esta marcha “el comienzo del regreso de toda Palestina”, es decir de las tierras conquistadas por Israel en 1948.
Ante la obsesión de que se produzcan tentativas de infiltración masivas o aisladas, premeditadas o espontáneas, las autoridades israelíes desplegaron a 100 francotiradores en la frontera. Según el Ejército, tal y como se recoge un vídeo, al menos dos palestinos fueron asesinados el día 30 de marzo cuando trataban de franquear la valla de seguridad al norte de la Franja de Gaza. Otro, siempre según Tzahal, habría sido abatido después de haber disparado a los soldados. No obstante, no se ha facilitado información sobre las circunstancias en las que los otros 14 palestinos fueron asesinados.
Aparecen diversos elementos perturbadores, como el vídeo difundido el sábado 31 por el diario israelí Haaretz, en el que se ve cómo uno de los jóvenes que se encontraba en la zona tampón había sido alcanzado por una bala en la espalda, mientras se alejaba de la frontera, corriendo con un neumático en la mano; otro vídeo muestra a un palestino, rezando con varias personas, alcanzado en la pierna. El Ejército israelí se ha defendido afirmando que Hamás tiene la costumbre de publicar grabaciones editadas y manipuladas. Pero la cuestión sigue en el aire: ¿por qué los soldados israelíes abren fuego sobre individuos que claramente no suponían ninguna amenaza concreta inmediata?
“Sobre el papel, el Ejército israelí sólo emplea la fuerza letal como último recurso, pero si se consideran las declaraciones de Tzatahl y la magnitud del balance, no fue así el pasado 30 de marzo”, constata Yehuda Shaul, portavoz de la ONG Breaking The Silence, que hace públicos desde hace varios años los testimonios de veteranos del Ejército israelí.
“Desde el comienzo de la segunda intifada hasta hoy, en las manifestaciones multitudinarias, el Ejército da la orden de disparar a las piernas de los líderes. Así lo venimos observando y no es raro”, dice el activista. Pero, en su opinión, esta práctica no basta para explicar el balance mortal. “En muchos casos, cuando el Ejército se enfrenta a levantamientos de palestinos en los Territorios Ocupados, considera que el medio de calmarlos o de detenerlos es provocar daños importantes”, prosigue.
¿Carta blanca de una gran parte de la sociedad israelí?
Yehuda Shaul dice haber sido testigo de esta estrategia durante el servicio militar “en lo peor de la segunda intifada, entre 2000 y 2004”. Entonces, el israelí se encontraba en el exterior de Belén, tras la colonia de Beitar Illit. Los palestinos del pueblo vecino lanzaban “muchas piedras” sobre la carretera que conducía a la colonia. “El general lo consideraba inaceptable, por lo que decidió enseñar a los palestinos a calmarse con francotiradores. Estaba convencido de que una vez que un tirador de piedras hubiera sido alcanzado, los palestinos habrían recibido el mensaje”.
De hecho, mientras que las condenas se sucedían el pasado sábado, el Ejército israelí decía en Twitter que había actuado de forma “precisa y mesurada”. “Sabemos donde aterriza cada bala”, defendía el portavoz del Ejército. Si bien el tuit fue borrado después, lo cierto es que sonó a terrible confesión.
En resumen, todo lleva a pensar que el Ejército israelí disparó a matar. Golpeando fuerte desde el primer día en Gaza, pretendía disuadir a los palestinos susceptibles de penetrar en territorio israelí, pero también erradicar por completo la movilización. Aunque esta teoría no se puede demostrar, sí se refieren a ella los palestinos. En un comunicado, la Autoridad Palestina afirma que “la masacre” del viernes fue planificada por orden del Estado mayor israelí.
“Creo que la naturaleza de los hechos ocurridos el día 30 es más compleja de lo que lo presentan los medios de comunicación extranjeros. No creo que existiese una intención deliberada por parte del Ejército israelí de matar a un máximo de palestinos”, objeta Amos Harel, especialista en cuestiones militares de Haaretz.
“Cuando la rama militar de Hamás está implicada y toma parte en la manifestación, no puede culpar sólo al Ejército israelí. No ha habido niños ni mujeres muertas. No creo que los palestinos que se acercasen a la valla tuviesen intenciones pacíficas y, según varias fuentes, los palestinos muertos eran miembros de Hamás o de otras organizaciones”, subraya.
Efectivamente, el Ejército israelí afirmó que al menos 10 de los palestinos muertos el día 30 eran “terroristas con antecedentes”. Ocho de ellos supuestamente pertenecientes a Hamás (cinco, según las reivindicaciones del grupo islamista), uno de la Yihad Islámica y otro de las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, la rama militar de Al Fatá. Según la Yihad Islámica, otro de los palestinos muertos pertenecerían también a sus filas.
La manera, muy rápida y detallada, en que el Ejército ha facilitado estas informaciones, sorprende. En Israel, la revelación de los nombres de los “terroristas” generalmente se dilata, al estar sometida a largos embargos. E “incluso mucho tiempo después de que sus identidades fuesen publicadas en los medios de comunicación o por parte del servicio de seguridad de Shin Bet, el Ejército generalmente evita llamarlos por su nombre”, dice el periodista Judah Ari Gross de The Times of Israel.
Para Yehuda Shaul, es “insensato” creer que el Ejército israelí haya podido saber exactamente a quién disparaban. “No es como si los francotiradores hubiesen tenido entre las manos fotos de miembros de Hamás y hubiese podido identificarlos entre la multitud en el momento de disparar”, dice. Según el portavoz de Breaking The Silence, “el Ejército disparó a estos palestinos como mandan sus normas prácticas” y acto seguido trató de “justificarse buscando en sus bases de datos para encontrar una vinculación con Hamás o algo que los incriminase”.
Los más escépticos pueden preguntarse, no obstante, si el baño de sangre del viernes 30 sirve realmente a los intereses de Israel. Desde hace varios años, altos mandos del Ejército de Israel repiten que un número muy elevado de víctimas corre el riesgo de llevar a la escalada. Cada entierro atiza las llamas de la resistencia palestina. “El mejor ejemplo es el comienzo de la segunda intifada. Empezó con manifestaciones multitudinarias. Y entonces el Ejército pensó que si causaba daños importantes, acabaría con las protestas, pero ocurrió lo contrario”, recuerda Yehuda Shaul.
Por otro lado, una gran parte de la sociedad israelí considera que el uso de la fuerza por parte del Ejército es legítimo para evitar e incluso prevenir cualquier atentado contra la integridad de Israel. La tolerancia de los israelís hacia el soldado Eldor Azaria, que abatió a un asaltante palestino herido en el suelo en 2016, así lo puso de manifiesto. El balance del viernes 30, en vísperas de la Pascua judía y rápidamente eclipsado por otros casos domésticos, no ha suscitado ninguna emoción en el público israelí.
Si bien es cierto que esta carta blanca popular puede explicar en parte la fuerza de la represión israelí, también puede hacerlo otro factor: el apoyo de la Administración Trump. El día 31, Estados Unidos bloqueaba un proyecto de declaración del Consejo de Seguridad de la ONU instando a “todas las partes” a la moderación y pidiendo una investigación. Horas antes de los acontecimientos del día 30, el enviado espacial de la Casa Blanca a Oriente Próximo, Jason Greenblatt, consideraba que Hamás invitaba a participar en una “marcha hostil” por la frontera con Israel. Un vocabulario que descalificaba y dejaba total libertad a la derecha israelí para imponer su relato. ________________
El Ejército israelí ataca Gaza en represalia por el uso de "cometas incendiarias" palestinas
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Traducción: Mariola Moreno
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