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“Yo tenía 11 años y un cuerpo de niño. Él, 16 años y medio y un cuerpo de adulto. Comenzó con un chantaje. Luego llegarían la penetración forzada, la humillación y el asco, a medida que mi cuerpo alcanzaba la pubertad. Duró 6 años", cuenta en Twitter [en francés] el periodista Nicolas Martin. “Una noche, quiso hacerlo sin condón y le dije que no. Un no claro, audible y físico, pero insistió. Repetí ese no, pero ya estaba dentro de mí. Le pedí que parara, pero siguió. Hasta el final. Tenía 19 años, tan poca experiencia”, publica otro internauta.
Desde el pasado 21 de enero, miles de personas tuitean este tipo de testimonios. Testimonios de violación, de incesto o de agresión sexual con la etiqueta #MeToogay.
Tras la ola del #MeToo y del #BalanceTonPorc de 2017, y la más reciente #MeTooinceste tras las revelaciones de Camille Kouchner sobre el expresidente de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas Olivier Duhamel, ahora les toca a los hombres bi o gay denunciar la violencia sexual dentro de esa comunidad con un elemento desencadenante: la implicación de un político comunista parisino y su cónyuge, ambos acusados de violación.
En los últimos años, ha habido algunas tentativas de denunciar y de abrir el debate público. Un artículo de Libération publicado en 2018, por ejemplo, daba voz a los homosexuales, pero sobre todo constataba el “poco eco [que había alcanzado] del caso Weinstein en su entorno”. También salieron a la luz diversos escándalos. Los que apuntan al presentador Jean-Marc Morandini, al jefe del grupo SOS Jean-Marc Borello o al nuncio apostólico acusado de agresión sexual por varios hombres. Sin embargo, ninguno de estos casos derivó en una toma de conciencia verdadera y real.
Alexis Thiébaut, expresentador del programa matinal Voltage, antes en Sud Radio, había hecho un primer intento en plena era del #BalanceTonPorc. En dos tuits, publicó su historia el 16 de octubre de 2017:
“2012. Trabajo en un programa de radio. El presentador megafrustrado a menudo me metía la mano EN el pantalón! #BalanceTonPorc”
“Eso no es todo. La misma persona, en varias ocasiones, me enviaba mensajes de texto con fotos de su pene. Todavía las tengo”.
Apenas tuvo eco. Sus dos mensajes solo fueron retuiteados una treintena de veces, no más. “Probablemente no era el momento adecuado”, explica hoy este periodista parisino de 34 años. “Fue en 2011, tenía 23 años y era mi primer trabajo en la radio. Mi jefe de entonces empezó con bromas tocando mi entrepierna. Poco a poco, empezó a meterme las manos en los pantalones, casi todas las semanas. También me enviaba fotos porno con regularidad”, recuerda Alexis. “Incluso una foto de su sexo, donde había escrito ‘Feliz Año Nuevo’”.
Para él, que se tengan en cuenta este tipo de violencias sexuales es todo un avance. “Me decía a mí mismo que esto era lo normal. Varios años después, me di cuenta de que un jefe no debía hacer eso y que era extremadamente violento”.
Pero la acogida fue muy diferente el pasado viernes, cuando volvió a publicar un mensaje en la red social: “Uno de mis primeros trabajos. Trabajaba en su programa en #SudRadio... antes de cada programa, me metía la mano a la fuerza en los pantalones para ‘divertirse’. Era mi jefe. No supe cómo reaccionar. Este hombre sigue en antena en dos canales de televisión #MeTooGay”.
Esta vez su mensaje tiene eco y supera los 600 retuits y casi 2.000 me gusta. Alexis, en la actualidad reconvertido en bloguero gastronómico, sigue sorprendido por las decenas de mensajes recibidos desde entonces. De apoyo y muchos otros testimonios sobre su jefe de entonces u otras historias de violencia sexual. ¿Cómo se explica esta avalancha de testimonios de homosexuales víctimas de la violencia? “Creo que 2017 fue el año de la denuncia de las mujeres. No era el momento de hablar de la violencia gay. Tal vez la gente ni siquiera estaba preparada, hemos tenido que ir por etapas”, trata de explicar.
Más recientemente, el periodista de Vice Matthieu Foucher decidió, en una larga investigación, abordar el tema a partir de su propia historia. “Tengo 24 años cuando, al volver de una free party en Ámsterdam, tumbado en la cama de mi mejor amiga, ambos drogados, con la voz temblorosa y un nudo en la garganta, por fin lo suelto: a los 10 u 11 años fui víctima de tocamientos sexuales, por parte de un hombre de más de cuarenta años”, escribió el 23 de septiembre antes de cuestionar el silencio que rodea toda esta violencia.
Pero cuatro meses más tarde, su artículo se volvió viral. “Mi texto fue muy compartido en su momento, pero no hubo cobertura mediática ni denuncia colectiva, algo que me preocupaba. Todo el mundo lo había compartido y decía “tenemos que hablar de esto”, pero nadie decía “yo también”, explica el periodista, que admite que “se sintió un poco solo en ese momento”.
“¡Por fin!”, señala aliviado también Anthony*, de 37 años. Lo conocimos en 2019, después del testimonio de Adèle Haenel, él también quería que lo escucháramos y hace avanzar el debate sobre la violencia contra las personas LGBTQI. Desde entonces, ha presentado una denuncia por violación –supuestamente cometida cuando se iniciaba en el periodismo– por parte de uno de sus superiores.
“Entre los homosexuales existe un gran tabú sobre las agresiones sexuales”, nos dijo entonces. “Es un entorno en el que se ha ensalzado mucho la liberación sexual, en el que existe una cultura de la promiscuidad. No se habla de la violencia sexual”. Y “cuando se es hombre, existe la idea generalizada de que hay que saber defenderse y, por tanto, de que no te deberían violar”. “Pocos hombres se atreven a decir: ‘a mí también’. Sin contar con que, recuerda Anthony , “los gais tienen miedo de que la homofobia lleve a que el debate se centre en la pedofilia, que no tiene nada que ver con la orientación sexual”.
Aunque cada vez lo es menos, la cuestión era, hasta hace muy poco, todavía tabú. Las cifras publicadas en diversas encuestas son, sin embargo, edificantes. La del Observatorio Nacional de la Violencia contra las Mujeres muestra que los hombres representan el 7% de las principales víctimas de violencia sexual registradas por las fuerzas de seguridad y el 20% de las víctimas menores. Con una característica particular de la violencia cometida contra los varones es que el riesgo disminuye considerablemente con la edad, ya que el 70% de todas las víctimas masculinas son menores de 15 años y el 80% menores de 18 años.
El estudio Virage sobre violencia de género e intrafamiliar publicado en abril de 2020 por el Defensor de los Derechos también confirmó la magnitud de la violencia: el 6% y el 5,4% de los hombres homosexuales y bisexuales respondieron que habían sido agredidos o violados al menos una vez en su vida por un miembro o familiar cercano (fuera de la pareja), frente al 0,5% de los hombres heterosexuales y el 2,5% de las mujeres heterosexuales.
Así que había bastante que discutir sobre esta violencia, pero ¿por qué ahora? “Creo que hay algo fortuito con el caso Kouchner revelado hace unas semanas”, explica Pierre Verdrager, sociólogo y autor de L'homosexualité dans tous ses états (Seuil, 2007). “La denuncia lleva a la denuncia. El hecho de contar estas historias también es posible porque otros lo han hecho antes. Estamos en una secuencia extremadamente positiva y liberadora en el sentido más amplio. La vergüenza cambia de bando, las víctimas son vistas como víctimas y no como personas que participaron en lo que sufrieron”, analiza.
Pero según Pierre Verdrager, esta ola de testimonios también es posible gracias a una forma de “banalización de la homosexualidad”. “Ha habido una tendencia entre los gais a tener una política de comunicación orientada a una autopresentación positiva”, dice el sociólogo. “Cuando trabajaba en la Marcha del Orgullo, muchos actores decían entonces ‘no nos gusta mucho el orgullo gay, porque da mala imagen’. Existía esa voluntad de comunicar lo que uno es de forma positiva para que la gente no tuviera opiniones negativas sobre la homosexualidad. Como si esta imagen negativa pudiera alimentar la homofobia”, explica.
Para él, las parejas de hecho y el matrimonio homosexual también han contribuido en gran medida a banalizar la cuestión homosexual y han hecho que el coste de la homofobia sea mucho mayor porque se ha penalizado más. Una vez aclarado el problema de la homofobia, los gais pueden confiar su sufrimiento y ver que no hay excepciones. También dentro de la comunidad gay, el tema de las violaciones o agresiones sexuales en la infancia, de las que nos enteramos años después, es el mismo fenómeno que en otros colectivos.
Algunos hombres también sabían que en 2017 era el momento de que las mujeres hablaran. “Hubo una forma de autocensura entre algunos de ellos para no oscurecer su testimonio”, recuerda Matthieu Foucher. Pero esta primera secuencia también allanó el camino. “El primer #MeToo permitió pensar en la violencia sufrida en el mismo momento en que se desestigmatizó la homosexualidad. Por eso se estableció un marco que permitió este reconocimiento con Twitter, los hashtag y la práctica de la denuncia pública individual (rara vez nominativa, y en el que las víctimas pueden reconocerse en los testimonios de unas y otros”, dice el sociólogo y profesor asociado de la Universidad de Lausana Sébastien Chauvin. Refuta la idea de que se trata de una “liberación de la palabra”. “Se trata sobre todo de un cambio en nuestra capacidad de escucha en las sociedades, que han tendido a tomar los testimonios de la violencia sexual con cierta ligereza”.
En una sociedad patriarcal en la que a los hombres se les enseña a no llorar, a no quejarse y a no ser víctimas, la concienciación sobre este tipo de violencia no era un hecho. “El hecho de haber sido víctima de la violencia pone en juego la identidad masculina. Ser hombre y haber sido víctima de violencia sexual es algo que hoy en día bloquea menos, aunque probablemente no sea así para todos los hombres socialmente. Pero hasta ahora, podía ser un obstáculo porque se percibía como poco masculino o viril”, señala Pierre Verdrager. “Es complicado ser víctima en un entorno en el que se supone que no hay víctimas. Puede crear una vergüenza específica”, añade Sébastien Chauvin, coautor de Sociologie de l'homosexualité (La Découverte, 2013).
Las asociaciones LGBT tampoco se habían movilizado sobre estos asuntos. En 2017, por ejemplo, nadie había llamado a SOS Homofobia al teléfono de ayuda a las víctimas de violencia sexual. “Probablemente no se nos identifique como una organización que se ocupa de la violencia sexual”, decía entonces su presidente, Joël Deumier.
Cuando Anthony se confió a Mediapart (socio editorial de infoLibre), también contó la soledad y la dificultad a las que se enfrentó para encontrar una asociación que le escuchara y apoyara. “Las asociaciones comunitarias no se ocupan de la violencia, y las estructuras para las víctimas no aceptan necesariamente a los chicos, al menos en los grupos de discusión donde sólo hay mujeres... Pueden ser reticentes a estar con un hombre”, explicó. Contactó con varias. Pero en vano. Hasta que se unió a un grupo mixto de la asociación Parler, en París.
Sébastien Chauvin explica: “Si hubo una forma de irreflexión por parte de la comunidad, fue también porque hubo un largo periodo en el que se asoció el peligro de la homosexualidad con el VIH. También hubo violencia homofóbica, incluso sexual, contra gais o lesbianas y el asunto de la pedofilia. Estos peligros se percibían como procedentes del exterior. Aquí, por primera vez, tenemos una problematización del tema de la violencia, incluso entre homosexuales y entre adultos”.
Ahora queda reflexionar colectiva y políticamente sobre la cuestión, en opinión de Matthieu Foucher. “Ahora sabemos que existe correlación entre la violencia sexual que experimentarán los niños homosexuales y la que sufrirán o producirán cuando sean adultos”, opina. “Ahora existe la oportunidad de cuestionar la cultura gay, las relaciones que mantenemos entre nosotros, nuestro propio comportamiento como hombres muy capaces de producir o reproducir la violencia”.
Anthony, por su parte, esperan que la investigación preliminar siga adelante. Le gustaría declarar, cree que un cara a cara ayudará. Mientras tanto, espera: “Ahora, ya sean los gais, las mujeres, las víctimas del incesto o los niños víctimas de la pedofilia, es preciso interrogarse sobre la dominación masculina”.
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Traducción: Mariola Moreno
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