- Este artículo está disponible sólo para los socios y socias de infoLibre, que hacen posible nuestro proyecto. Mediapart, socio editorial de infoLibre, es un diario digital francés de pago del que traducimos sus mejores artículos. Ya sabes que puedes regalar una suscripción haciendo click aquí. Si no lo eres y quieres comprometerte, este es el enlace. La información que recibes depende de ti
Sin duda, Konca Kuris habría estado orgullosa de ver a cientos de mujeres con velo echarse a las calles, a finales de marzo, para abuchear, junto a sus compañeras de batalla, sin velo, al presidente islamoconservador Recep Tayyip Erdogan y su decisión de retirar a Turquía del Convenio de Estambul, el marco que combate la violencia de género.
Madre de cinco hijos, miembro de la hermandad religiosa Naqshibendi, la joven defendía una relectura de las Escrituras con perspectiva femenina. Afirmaba que el islam no impone el uso del velo –que ella había elegido llevar–, que una mujer puede perfectamente rezar y ayunar cuando tiene la regla y que nada en el Corán le prohíbe rezar junto a un hombre. Heraldo del feminismo musulmán, habló demasiado alto y demasiado pronto en una Turquía de los años 90 desgarrada por el conflicto kurdo y la violencia interconfesional.
El 16 de julio de 1998, fue secuestrada, en su casa de Mersin, el principal puerto del sur de Turquía, por tres hombres armados. En ese momento tenía 37 años. Su cuerpo fue hallado el 23 de enero de 2000, enterrado en el sótano de una casa perteneciente al Hezbolá turco, un grupo islamista armado, sin relación con su homónimo chií libanés, que es más conocido por sus ejecuciones de simpatizantes rebeldes kurdos. El cuerpo de Konca Kuris presentaba signos de tortura.
Las feministas musulmanas turcas tardaron casi dos décadas –una generación– en superar este trauma y afirmar colectivamente sus convicciones. Pero aquí están hoy, coreando junto a miles de mujeres a lo largo y ancho de Turquía: “El Convenio de Estambul es nuestro. No bajamos los ojos, no nos resignamos, no nos rendimos”.
Tras varios años de tanteos, como el nacimiento de una Iniciativa Musulmana contra la Violencia de Género en 2013, o la apertura de un blog, Reçel (La mermelada), al año siguiente, su movimiento se constituyó a finales de 2018 como asociación, Havle (La fuerza, en lenguaje religioso). La asociación organizó conferencias y talleres en varias ciudades de Turquía, desde la metrópoli kurda de Diyarbakir hasta Estambul, pasando por las muy ciudades religiosas anatolianas de Konya y Bursa. La temática abarcaba desde sexualidad femenina a cuestiones climáticas, siendo la lucha contra la violencia contra las mujeres y los matrimonios concertados de las adolescentes los principales caballos de batalla.
Prácticas discriminatorias justificadas por la religión
La presidenta de Havle, Rümeysa Camdereli, entrevistada por Mediapart (socio editorial de infoLibre), resume la razón de ser de la asociación en dos objetivos: “Promover el arraigo local del feminismo”, traduciéndolo a un lenguaje que pueda entender la multitud de mujeres que viven en un entorno tradicional, y “mejorar la consideración del movimiento feminista de las especificidades locales turcas", haciéndolo consciente de las dificultades particulares que encuentran estas mujeres.
“Históricamente, el feminismo en Turquía se asocia sobre todo al laicismo”, añade Aysenur Deger Yanik, fundadora de la asociación. “Havle llena un vacío en la sociedad turca porque nuestros miembros se definen a sí mismas como musulmanas y, como tales, creo que podemos dar una mejor respuesta cuando la religión se utiliza como justificación de las desigualdades de género”. Porque, para ella, no hay duda de que “las prácticas discriminatorias que se justifican por la religión son construcciones sociales: en el islam, hombres y mujeres son iguales a los ojos de Dios”.
Como Konca Kuris, pero en términos más consensuados, las dos activistas defienden una relectura liberal y feminista de las Sagradas Escrituras. “No queremos imponer nuestras interpretaciones alternativas [del Corán] a los demás como una nueva verdad; eso es lo que ha ocurrido demasiadas veces”, dice Camdereli. “Sólo queremos dar visibilidad a estas interpretaciones, especialmente en lo que respecta a la liberación de la mujer, y permitir su libre discusión en el espacio público”.
Entre ellas, Rümeysa Camdereli y Aysenur Deger Yanik encarnan algo de esta nueva generación de mujeres piadosas, pero conscientes de sus derechos y decididas a defenderlos. Rümeysa Camdereli, que creció en una familia politizada, “islamista, pero no francamente conservadora”, hizo campaña contra la prohibición del uso del velo en la universidad y en la función pública, prohibición levantada gradualmente por el Gobierno islamoconservador desde 2011.
“Durante estas manifestaciones, tuve la ocasión de debatir sobre el feminismo, del hecho de que la decisión de llevar o no velo depende de la mujer y sólo de ella [...]. Este fue un punto de ruptura para mí, el momento de la unión entre mi identidad religiosa y mi identidad como mujer”, recuerda.
La joven también hizo gala de su espíritu independiente al convertirse en guitarrista profesional. Tocó durante un tiempo con el grupo Kardes Türküler, precursor de la difusión de la música kurda, armenia y caldea de Anatolia, con un repertorio que va desde los clásicos turcos hasta Pink Floyd (se pueden ver algunos vídeos aquí o en este enlace). Ahora es directora de investigación en un instituto especializado en el desarrollo de proyectos sociales y medioambientales.
Aysenur Deger Yanik hizo, en cierto modo, el recorrido inverso. Nacida en una familia de clase media, se define como liberal y ha optado por no llevar el velo. “Creo en Dios, pero también creo que la fe es un camino, no un hecho”, confiesa. En su caso, fue el feminismo el que la llevó al movimiento de las mujeres musulmanas. La activista prepara en estos momentos una tesis sobre políticas de género en una universidad de la Costa Este.
Havle cuenta en la actualidad con alrededor de 200 voluntarias, muchas muy preparadas y con amplia experiencia como activistas, “pero diferentes en cuanto a sus puntos de vista, su forma de entender la religión y el feminismo”, precisa Aysenur. Sin embargo, la asociación sólo cuenta oficialmente con 17 integrantes. “En Turquía, la información sobre los miembros de las asociaciones se transmite a la Presidencia”, comenta Rümeysa. “Al margen de un núcleo de activistas, no queríamos poner en peligro a nuestras simpatizantes”.
Aunque las simpatizantes de Havle suelen preferir mantenerse en el anonimato, el núcleo duro de activistas no teme las acusaciones de traición que emanan a veces de los círculos islamistas, que ven en las redes sociales, y denuncian sin tabúes la hipocresía de Erdogan y del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), cuando legislan sobre la cuestión de las mujeres.
“El AKP protege los derechos de las mujeres de forma selectiva. Elige qué causa defenderá y qué causa simplemente ignorará o incluso hará retroceder”, analiza Aysenur Deger Yanik. “En la cuestión del velo islámico, ha protegido los derechos de las mujeres”, prosigue. Pero en otros casos, como las discusiones sobre la reducción de la edad legal para contraer matrimonio, que por el momento no han dado sus frutos, y sobre todo la retirada del Convenio de Estambul, va en contra de sus derechos, con el único objetivo de “obtener el apoyo de lo sectores conservadores de la población”, porque “siente que necesita consolidar su base electoral”.
Firmado en 2011 por 45 países y ratificado por más de 30, el Convenio de Estambul es el primer tratado internacional que establece normas jurídicamente vinculantes para prevenir la violencia de género. En Turquía, ha permitido aumentar el número de decisiones de poner a las mujeres en riesgo bajo protección judicial y reforzar los servicios de apoyo a las mujeres víctimas de la violencia.
En un decreto presidencial emitido en la noche del 19 al 20 de marzo, Erdogan ordenó la retirada de Turquía de dicha convención. Al día siguiente, el Ministerio de Comunicación justificó la decisión explicando que la convención “había sido manipulada por una parte que pretende normalizar la homosexualidad de una forma que no se ajusta a los valores sociales y familiares de Turquía”. Efectivamente, el convenio prohíbe cualquier forma de discriminación por motivos de orientación sexual.
Estas explicaciones enfurecen a Rümeysa Camdereli. “Los derechos del colectivo LGBTI forman parte de los derechos humanos y, como tal, su inclusión en la convención es necesaria”, subraya, antes de recordar que “son las mujeres de Turquía las que redactaron esta Convención de Estambul” y que la retirada de su país “crea una zona de inseguridad para las mujeres” del mundo entero.
Tras las luchas en torno al velo, hay que pasar a otra cosa
En un país en el que las opciones políticas vienen dictadas en gran medida por la pertenencia a la comunidad “religiosa” o a la “laica”, Rümeysa Camdereli se siente a gusto cuando reivindica su identidad musulmana al tiempo que muestra su distancia con el Gobierno islamoconservador. Para ella, este posicionamiento ha sido posible gracias al levantamiento de las prohibiciones del uso del velo, que se había convertido en el campo de batalla por excelencia entre los dos polos.
“El fin de esta lucha ha permitido liberar el pensamiento y la palabra sobre nuestra propia identidad. Hasta entonces, llamarse musulmán era una forma de tomar una posición política. Ahora, el concepto ya no coincide con el apoyo a un partido político”, prosigue.
Ayse Akyürek, estudiante de doctorado en la Escuela Práctica de Estudios Superiores, comparte este análisis: “La victoria del islam político permitió resolver el problema del velo, que no permitía a las mujeres avanzar. Después de obtener este derecho, las mujeres se dieron cuenta de que podían seguir adelante e incluso volverse contra quienes les habían concedido este derecho”.
La investigadora, autora de un estudio sobre el feminismo islámico en Turquía, recuerda que la primera oleada de feministas turcas, en la fundación de la república, reivindicaba una mujer emancipada de las ataduras de la familia y la tradición, pero la ponía al servicio de la nación, como modelo de modernidad y piedra anguar de la revolución kemalista en el papel de enfermera o maestra. “Hubo que esperar hasta los años 80 para que una segunda ola de mujeres se sacudiese el yugo de este feminismo de Estado afirmando: 'No, no soy un instrumento al servicio de una ideología'”, subraya la investigadora, que se prepara para defender su tesis sobre la orden Mevleví.
“Creo que las mujeres han tomado conciencia, como lo hicieron las feministas en los años 80, de que habían sido instrumentalizadas por la ideología islamista y que, a partir de ahora, pueden ser independientes de este movimiento y de estos derechos concedidos por el AKP”, añade.
Ver másVon der Leyen afirma que se sintió "sola" en el incidente con Erdogan y Michel y lo atribuye al machismo
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
- Este artículo está disponible sólo para los socios y socias de infoLibre, que hacen posible nuestro proyecto. Mediapart, socio editorial de infoLibre, es un diario digital francés de pago del que traducimos sus mejores artículos. Ya sabes que puedes regalar una suscripción haciendo click aquí. Si no lo eres y quieres comprometerte, este es el enlace. La información que recibes depende de ti