En el cómic Astérix y compañía, publicado en 1976, la economía del mundo romano se ve repentinamente sumida en una locura, la del menhir. Todo el mundo quiere un menhir, la producción se dispara y los precios alcanzan cotas vertiginosas. El tallador de menhires Obélix se convierte en “el hombre más importante de la aldea” y gasta el oro ganado en esta nueva industria en diversas vanidades.
Pronto, todo el mundo en la aldea y en otros lugares se dedicó a los menhires. “Los griegos, los egipcios y los fenicios nos invaden con sus menhires”, termina por lamentarse César ante la perspectiva de una inmensa crisis de sobreproducción de menhires que pronto golpeará a Roma. Porque Panorámix, el druida galo, había hecho, en un arrebato de locura, esta sensata observación: “Lo curioso es que todavía no sabemos para qué sirve un menhir”.
Esta historia imaginada por Goscinny es más original de lo que parece. No se trata sólo de una burbuja financiera. Desde el tulipán holandés hasta internet, desde el oro de California hasta el ferrocarril, las burbujas se han basado generalmente en expectativas erróneas. Hemos visto cosas exageradas, pero el tulipán, internet y el ferrocarril han sobrevivido a estas burbujas porque dichos bienes tienen un uso y una utilidad reales. En el caso del menhir, el soporte de la burbuja es un activo profundamente inútil. El menhir no tiene ningún otro uso, aparte del de ser poseído.
Así, el genial guionista de Astérix parece haber captado en su momento una dinámica que sólo se revela hoy, 45 años después. Porque el año 2021 habrá visto el desarrollo sin precedentes de dos fenómenos tecnológicos que se parecen mucho a los menhires del cómic de 1976: los “non fungibles token” (NFT) y el metaverso.
Profundamente inútiles, estos dos fenómenos están provocando una fiebre del oro de individuos ávidos de dinero fácil. Y su impacto ya no se limita a unos pocos círculos restringidos. Ahora se está extendiendo a instituciones públicas y privadas, convirtiéndose así en síntomas de un sistema económico con problemas.
Los NFT, los menhires del mundo actual
¿Qué son entonces estos dos fenómenos? Empecemos con los NFT. Se trata de certificados de propiedad (“tokens”) de diversos objetos virtuales. Esta certificación se realiza mediante un blockchain (cadena de bloques), es decir, mediante un sistema de validación informática descentralizado que se supone que garantiza la unicidad del certificado.
Por eso estos certificados son “no fungibles”; a diferencia de una moneda, que es fungible, un NFT no es un medio de intercambio con ningún otro producto. Es un objeto único cuya única función es certificar la propiedad de otro objeto. Sin embargo, es posible intercambiar este certificado a través de la cadena de bloques, lo que garantizará la transferencia de la propiedad.
El NFT podría, a priori, asemejarse a una forma de “cerramientos” de internet. Al igual que en su día se vallaron los terrenos comunes para privatizarlos, los objetos de internet tienen ahora, con los NFT, propietarios. Algunos famosos de moda se han apresurado a comprar NFT de imágenes que se han convertido en sus avatares en Twitter.
Pero la comparación sólo es cierta a medias, porque el NFT es un certificado de propiedad, no un derecho de propiedad. El titular de un NFT de una imagen no tiene ningún derecho sobre el uso de esa imagen, que puede seguir utilizándose gratuitamente. Es un poco como tener un cuadro de la Mona Lisa; no es tuyo. Pero hay un verdadero propietario de este cuadro, el Museo del Louvre. El titular de un NFT sabe que es el verdadero titular del objeto vinculado a su NFT. Y este es su único derecho. Así que no estamos lejos del menhir de Astérix. ¿Qué diferencia hay entre que el rapero Snoop Doggy Dogg utilice como avatar de su cuenta de Twitter una imagen cuyo NFT fue comprado a un alto precio y que el rico patricio romano comprara un menhir por el precio de dos esclavos para decorar su atrio?
¿Cuáles son esos objetos a los que se vinculan los NFT? Cualquier cosa en la web. Fotos, gifs o vídeos. Los primeros NFT eran imágenes “inéditas” pero sencillas, realizadas por talleres como Cryptopunk o Superare. Y siguen siendo las más caras hoy en día. Según la plataforma Nonfungible, un gif animado de Superare se negociaba el 6 de diciembre por ¡2,3 millones de dólares!
Porque el año 2021 ha sido testigo del entusiasmo por los NFT, similar al descubrimiento de los menhires por los romanos. El mercado ha pasado de unos cientos de millones de dólares en un año a más de 7.000 millones a mediados de noviembre y, según el banco JP Morgan, su tamaño crece 2.000 millones al mes...
La perspectiva de hacerse rico especulando con un NFT ha atraído a mucha gente al mercado. Se calcula que hay alrededor de un millón de actores. Sin embargo, el mercado está lejos de ser seguro. Prácticamente no está regulado y la cuestión de los derechos es bastante vaga. Por ejemplo, a finales de noviembre, más de 300 obras de arte fueron fotografiadas y puestas a la venta como NFT sin el consentimiento de los artistas.
Antes, un inversor pensó que estaba comprando un NFT de una imagen creada por el artista de moda Banksy por 336.000 dólares, pero era una falsificación. La blockchain no puede certificar, en modo alguno, la autenticidad de un objeto vinculado al token… Y, la mayoría de los NFT se pagan en criptomonedas, principalmente ether, lo que aumenta tanto el riesgo como el atractivo de ganar dinero rápido.
En la segunda mitad de 2021, los NFT empezaron a generalizarse y a llegar a algunas instituciones. Aunque los bancos siguen siendo reacios a intervenir, algunos museos, como el Hermitage de San Petersburgo, han emitido NFT de sus obras por casi 440.000 dólares.
Asimismo, algunas empresas de moda, como Dolce & Gabbana, han vendido accesorios virtuales para avatares en NFT por importe de hasta 5,65 millones de dólares. Por último, el mundo del deporte también ha adoptado los NFT, como en el caso de la National Basketball Association (NBA) de Estados Unidos, que ha emitido tokens por clips de los partidos de la liga.
El reto ahora es encontrar aplicaciones “prácticas” para los NFT, con el fin de desarrollar una forma de valor de uso para estas fichas virtuales, además de su aspecto altamente especulativo. Varios videojuegos utilizan NFT: permiten jugar y su adquisición da acceso a nuevas posibilidades. De hecho, el volumen de intercambio de NFT relacionados con juegos es ahora mayor que el de creaciones. A veces, pero rara vez, la posesión de NFT da derecho a beneficios en el mundo real. Pero son excepciones. La mayoría de los NFT tienen un uso “interno” en el mundo virtual, que apenas se traslada al mundo físico.
El metaverso o el otro mundo
Desde este punto de vista, el metaverso va más allá. Es la última idea del fundador de Facebook –cuya empresa matriz se llama ahora Meta–, Mark Zuckerberg. El metaverso pretende convertirse en un universo virtual completo, obviamente gestionado por la empresa del multimillonario, donde será posible “vivir” una vida paralela a la “física”.
Esto es similar al experimento de Second Life, que generó mucho entusiasmo en la década de 2000 antes de convertirse en un rotundo fracaso. Pero esta vez, el ex-Facebook está al frente, con su capacidad de mercantilizarlo todo.
Por el momento, el proyecto general es bastante vago. En la presentación oficial se afirma que “el metaverso se sentirá como una mezcla híbrida de la actual experiencia social en línea ampliada a tres dimensiones y proyectada en el mundo físico”. Difícil de entender, pero lo que parece estar perfilándose es la posibilidad de hacer lo que hoy se puede hacer en el metaverso: conocer gente, participar en reuniones y, por supuesto, consumir y comprar patrimonio.
Los entusiastas de este mundo virtual creen que se trata de crear un “mundo mejor”, pero en realidad este mundo metaverso se parece mucho al mundo capitalista físico y globalizado. Es ante todo un mundo comercial que, a diferencia del mundo físico, estará coordinado y gobernado por multinacionales digitales. Por tanto, se asemeja sobre todo a una forma del mundo perfecto del tecnofeudalismo descrito por el economista Cédric Durand en su último libro.
Microsoft por su parte ha anunciado una ofensiva para contrarrestar la influencia de Meta en este mundo futuro y obtener su parte de la renta extraída de los usuarios que se han vuelto “adictos” a este universo paralelo.
Por supuesto, también se plantea la cuestión del druida Panorámix. ¿Para qué puede servir este “mundo virtual”? ¿Para conocer a gente de lejos? Pero las aplicaciones y los programas informáticos ya existen, como vimos durante el confinamiento. ¿Para hacer compras en línea? Obviamente, esto también es posible. Sea cual sea la posibilidad, es difícil encontrarle un nuevo uso real.
A partir de ahí, el metaverso empieza a acercarse al mundo de los NFT. Las compras en este mundo, especialmente de terrenos o edificios virtuales, pero también de avatares, se realizan a través de los NFT en plataformas dedicadas. Además, los primeros pasos de metaverso toman la forma de una avalancha y su “propiedad” por sumas, de nuevo, desafiando a priori todas las previsiones.
Una vez más, no estamos lejos de la idea de cerramiento que tanto contribuyó a la constitución del capitalismo. Pero también en este caso nos encontramos más bien entre este fenómeno y las actuales burbujas inmobiliarias, a las que nuestros contemporáneos están tan acostumbrados.
En la primera semana de diciembre se gastaron más de 100 millones de dólares para comprar terrenos en este mundo paralelo. El reto para muchos es convertirse en “vecino/a” de un famoso. Algunas “parcelas” muy codiciadas han llegado a costar hasta 2,5 millones de dólares cada una. En otras palabras, se está volviendo casi tan caro comprar un terreno en el metaverso como un piso de alta gama en París...
Superar los límites del mundo
Estas dos "innovaciones" han tomado la forma de gigantescas burbujas financieras en pocos meses. Por supuesto, algunos tecnófilos siempre les encontrarán una “utilidad” y pretenderán ver en ellos la “nueva revolución digna de internet”. No es muy sorprendente, porque, como a menudo olvidamos, el modo de producción existente produce las necesidades propias de su existencia.
La cuestión no es, de hecho, si la gente encuentra todo esto útil, ya que “querer estar” es el criterio de utilidad. También en este caso, el cómic de Goscinny es una referencia: muestra cómo el poder político romano crea ex nihilo la “necesidad” de los menhires, del mismo modo que el capitalismo contemporáneo crea la necesidad de NFT o de metaverso. Además, en este caso, el carácter especulativo de estos objetos y el afán de enriquecerse fácilmente son el motor del éxito, algo que no existe con el menhir puramente “decorativo”. Pero es lógico: el antiguo modo de producción descrito con precisión en el álbum de Astérix no es el mismo que el nuestro.
Por lo tanto, lo importante no es saber si estas tecnologías son “útiles” o incluso si tendrán futuro. Lo que parece más interesante es lo que dicen sobre nuestro sistema productivo. ¿Por qué este último produce innovaciones de este tipo? Desde este punto de vista, sólo podemos constatar que este sistema siente la necesidad imperiosa de reproducirse en el mundo virtual, incluso en sus excesos más cuestionables representados por las burbujas financieras, pero también de generar formas de renta, es decir, ingresos derivados no del trabajo sino de la propiedad exclusivamente.
Para dar sentido a estos dos puntos, hay que volver al funcionamiento del capitalismo actual y a la forma en que se ejerce la ley del valor en él. El hecho más destacable de nuestro tiempo es la desaceleración de la productividad laboral en las últimas cuatro décadas. Esta productividad es la clave de la capacidad del capitalismo para generar un valor cada vez mayor, es decir, su capacidad de acumulación. Sin un fuerte crecimiento de la productividad, el mantenimiento del crecimiento de los beneficios depende o bien de la explotación reforzada del trabajo (el deterioro de la relación entre el capital y el trabajo), o bien del establecimiento de rentas, es decir, de ingresos independientes de la creación de valor.
La ralentización del crecimiento de la productividad no es sorprendente en sí misma, es el resultado de lo que Marx llamó la composición orgánica del capital: cuanto más aumenta la mecanización, menos cuenta el trabajo en la producción de valor y, por tanto, menos producción de valor es posible, ya que sólo el trabajo vivo es fuente de valor. En la visión schumpeteriana, las innovaciones tienen la función de romper esta tendencia impulsando regularmente el aumento de la productividad. El problema es que la “revolución de internet” desde los años noventa no rompió esta tendencia, sino todo lo contrario.
A partir de entonces, se establecieron otras contratendencias. En primer lugar, se presionó al mundo del trabajo con “reformas estructurales” para reducir la participación de los asalariados en las escasas ganancias de productividad. En segundo lugar, la “liberalización”, es decir, la apertura de nuevos mercados sobre las ruinas del Estado de bienestar y del Estado estratégico para dar al sector privado nuevas capacidades de beneficio.
Por último, la economía se financió para permitir que se obtuvieran ganancias sustanciales de los beneficios obtenidos. Tras la crisis de 2008, este “capital ficticio” fue apoyado por los bancos centrales, que actuaron como aseguradores de última instancia de los mercados financieros. Esto llevó al desarrollo de enormes alquileres, especialmente en el sector inmobiliario. E incluso China ha tenido que someterse a esto, ya que también está limitada, a pesar de su crecimiento aparentemente vigoroso, por la tendencia subyacente del capitalismo mundial.
Todas estas contratendencias tienen sus límites. La explotación laboral está provocando una reacción a raíz de la crisis sanitaria, con el fenómeno de la “gran dimisión” en Estados Unidos. El equilibrio de fuerzas amenaza con dejar de ser tan favorable al capital. El proceso de liberalización y privatización ha llegado a sus límites y, también en este caso, la crisis sanitaria lo ha demostrado claramente. Por último, las burbujas financieras son cada vez más frágiles. El sector inmobiliario chino ha entrado en crisis y la aceleración de la inflación amenaza el apoyo de los bancos centrales a los mercados.
Si hubiera que resumir la situación actual, se podría decir que el mundo se ha vuelto demasiado pequeño para las necesidades del capital. Y es en este contexto donde hay que entender los intentos de los multimillonarios estadounidenses de relanzar la conquista espacial, pero también y sobre todo los de crear nuevos mercados “virtuales” no sujetos (se cree) a los límites del mundo físico. La presión de la ley del valor ha llegado a ser tal que hay que construir fuentes de ingresos más allá de lo que ya existe.
Como ha señalado el geógrafo David Harvey, la acumulación de capital es “expansiva” en el tiempo y el espacio. Al buscar nuevos mercados, el capital gana tiempo para asegurar su propia supervivencia. “Todo sucede como si, buscando aniquilar el tiempo a través del espacio, el capitalismo ganara tiempo conquistando el espacio”, resume en Les limites du capital, recientemente publicado en francés por Ediciones Amsterdam.
Pero esta huida hacia adelante es necesariamente limitada porque la tierra es finita y, una vez que todo se ha transformado en mercancía, siempre es necesario seguir extrayendo más valor. Después de rascar hasta la extenuación, es necesario ir más allá de los límites físicos y las necesidades reales. Y aquí es donde entran los NFT y el metaverso.
Dado que el capital ya no es capaz de valorarse suficientemente en el mundo físico, él mismo creará los mundos necesarios para esta valorización. Este fenómeno se hace mediante el desarrollo de necesidades virtuales que, para los agentes económicos, deben llegar a ser tan imperiosas como las necesidades físicas. Es tan importante poder vestir a mi avatar con el NFT Dolce and Gabanna como poder vestirme yo mismo. Cada vez es más importante poder vivir en un barrio elegante del metaverso que encontrar una vivienda en el oeste de París.
“Artificialidad ilimitada”
Esta expansión es, pues, la última etapa de las múltiples contratendencias que el capitalismo contemporáneo ha puesto en marcha en las últimas cinco décadas sin poder resolver el problema del valor. A partir de ahí, y esto es lo que los neoschumpeterianos se niegan a ver, la función de las innovaciones cambia: ya no están destinadas a impulsar la productividad sino a asegurar el flujo de rentas a las multinacionales. Este es el futuro del capitalismo, por lo que hay pocas posibilidades de que la “innovación verde” y el “crecimiento verde” salven el planeta. Más bien, buscan salvar al capitalismo de sí mismo.
De nuevo, NFT y metaverso, así como las criptomonedas y la exploración espacial, son excelentes ejemplos. Estas “innovaciones” consumen mucha energía y recursos. La “virtualidad” de la fuente de beneficios es siempre a costa de los recursos reales y por eso es un callejón sin salida. Esto es más cierto todavía en la medida en que estas innovaciones toman inmediatamente la forma de burbujas y, para desarrollarse, deben ser reguladas. Pero reguladas, son menos “rentables” y obligan al capital a buscar otras soluciones falsas. Estas carreras precipitadas son siempre callejones sin salida.
Por lo tanto, NFT y metaverso actúan como síntomas de este fenómeno. En su ensayo La sociedad del espectáculo, publicado en 1967, Guy Debord captó perfectamente esta dinámica que produce el capitalismo. El "espectáculo" es precisamente esta forma que adopta el capital cuando se reduce a encontrar valor fuera del mundo real. Debord resume esta sociedad de la siguiente manera: “La mercancía se contempla a sí misma en el mundo que ha creado”. El punto final de este mundo bien podría ser este metaverso lleno de artilugios inútiles como los NFT.
Este mundo, nacido de la separación original en el capitalismo entre el productor y el consumidor, actúa como una “negación de la vida que se ha hecho visible”, es un “señuelo” que produce una “falsa conciencia del deseo” en el único interés de la mercancía, señala Debord, cuya “acumulación mecánica libera una artificialidad ilimitada”. Una vez más, el vínculo con estas promesas de los NFT y de metaverso es evidente: los deseos se pierden en las inundaciones dictadas por las necesidades del capital y llegan a concretarse en la compra de mercancías artificiales que tendrán que revenderse para comprar otros trastos rentables.
En un mundo en el que la cuestión de las necesidades se vuelve central para hacer frente a las desigualdades y a la crisis ecológica, el capitalismo espectacular descrito por Debord huye hacia soluciones que todavía dan la ilusión del infinito y de su propia supervivencia. Y para ello crea las necesidades que lo sustentan.
Al final de Obélix y compañía, el mundo romano está plagado de cementerios de menhires y, a pesar de la crisis, el orden político y social de Roma persiste, con su pequeña excepción gala. La crisis del menhir es una peripecia. Puede serlo porque no es consustancial al antiguo sistema de producción, es por el contrario anacrónico y esto es lo que produce el efecto cómico del propio cómic.
Pero en el capitalismo real, el asunto es más complejo. NFT y metaverso es cierto que son modestos en tamaño, pero su dinámica corresponde a la dinámica interna del capital. Su éxito, por breve o incierto que sea, no refleja ninguna genialidad del sistema, sino el carácter profundamente crepuscular del capitalismo contemporáneo. Porque esta huida hacia adelante olvida que, para existir, machaca tanto a los humanos como a la naturaleza.
Traducción: Mariola Moreno
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