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Palestina, una causa universal

El barco Madleen de la Coalición de la Flotilla de la Libertad (FFC) zarpa el domingo 1 de junio de 2025 con un cargamento de ayuda humanitaria hacia Gaza

Edwy Plenel (Mediapart)

Domingo, 1 de junio. Una nueva “Flotilla de la Libertad ha zarpado del puerto de Catania, en Sicilia, con destino a Gaza. A bordo se encuentran, además de figuras de la causa palestina como la eurodiputada de La Francia Insumisa (LFI) Rima Hassan, personalidades de renombre internacional como la activista ecologista Greta Thunberg y el actor irlandés Liam Cunningham. El 2 de mayo, la anterior flotilla humanitaria fue atacada por drones israelíes mientras navegaba en aguas internacionales.

Este nuevo intento activista se produce en un momento en el que se está afirmando un levantamiento creciente de la sociedad civil, impulsado por una juventud para la que Palestina se está convirtiendo en causa fundacional, como lo fueron para las generaciones anteriores las guerras de Argelia y de Vietnam.

Esta solidaridad, que sacude el inmovilismo de los Estados, su cobardía o sus complicidades ante la guerra que Israel libra en Gaza contra la población palestina, se expresó también el sábado 31 de mayo, durante la final de la Liga de Campeones, donde los seguidores del PSG desplegaron una pancarta en la que se leía: “Stop Genocide Gaza”. Y cuando desfilaban por las calles de Munich, corearon también “Todos somos hijos de Gaza”.

Vanguardia artística

Unos días antes, el 26 de mayo, trescientos escritores francófonos afirmaban en un artículo publicado por Libération: “Ya no podemos conformarnos con la palabra ‘horror’, hoy hay que llamar ‘genocidio’ a lo de Gaza”. Entre los firmantes, además de numerosos premios Goncourt —Patrick Chamoiseau, Jérôme Ferrari, Brigitte Giraud, Hervé Le Tellier, Nicolas Mathieu, Mohamed Mbougar Sarr, Leïla Slimani—, se encuentran dos premios Nobel de Literatura, J. M. G. Le Clézio y Annie Ernaux, a los que luego se han sumado otros dos galardonados, Patrick Modiano y Orhan Pamuk. “Está comprometida nuestra responsabilidad colectiva”, reza este llamamiento, cuyas primeras palabras evocan el recuerdo de la poeta palestina Hiba Abu Nada, asesinada por los bombardeos israelíes el 20 de octubre de 2023:

“En su poema Una estrella decía ayer, había imaginado para los habitantes de Gaza un refugio cósmico, opuesto al peligro existencial al que se enfrentan, un refugio universal en el que ya no estarían, como desde hace décadas, excluidos de la humanidad: ‘Y si un día, oh Luz, todas las galaxias de todo el universo ya no tuvieran sitio para nosotros, dirás: Entrad en mi corazón / Allí estaréis por fin a salvo’. Israel mata sin descanso a palestinos y palestinas, por docenas, cada día. Entre ellos, nuestros compañeros y compañeras: los escritores y escritoras de Gaza. Cuando Israel no los mata, los mutila, los desplaza, los mata de hambre deliberadamente. Israel ha destruido los lugares de la escritura y la lectura: bibliotecas, universidades, hogares, parques.”

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Dos semanas antes de ese llamamiento de escritores, el 13 de mayo, en la inauguración del Festival de Cannes, más de 350 profesionales internacionales del cine se expresaron en memoria de la fotoperiodista palestina Fatma Hassona, asesinada a los 25 años por el ejército israelí en Gaza cuando acababa de ser seleccionada la película de Sepideh Farsi Put Your Soul on Your Hand and Walk (Ponte el alma en la mano y camina), en la que ella era la protagonista.

La lista de firmantes, a la que se ha sumado la presidenta del jurado del Festival, la actriz Juliette Binoche, incluye la flor y nata del cine mundial: Pedro Almodóvar, Javier Bardem, Costa-Gavras, David Cronenberg, Xavier Dolan, Ralph Fiennes, Richard Gere, Aki Kaurismäki, Mike Leigh, Joaquin Phoenix, Susan Sarandon, Omar Sy, Guillermo del Toro, etc. Esto es lo que dice esta carta abierta dirigida al mundo, a su silencio y a su indiferencia:

Como artistas y actores culturales, no podemos permanecer en silencio mientras se produce un genocidio en Gaza y esta nueva e indescriptible tragedia golpea de lleno a nuestras comunidades. ¿De qué sirven nuestras profesiones si no es para aprender de la historia, para hacer películas comprometidas, si no estamos presentes para proteger a las voces oprimidas? ¿Por qué este silencio? La extrema derecha, el fascismo, el colonialismo, los movimientos antitrans y anti-LGTBIQA+, sexistas, racistas, islamófobos y antisemitas libran su batalla en el terreno de las ideas, atacan la edición, el cine, las universidades, y por eso tenemos el deber de luchar. Rechacemos que nuestro arte sea cómplice de lo peor. Levantémonos. Llamemos a las cosas por su nombre. Atrevámonos a mirarlos colectivamente con la precisión del corazón para que no puedan ser silenciadas ni ocultadas. Rechacemos la propaganda que coloniza sin cesar nuestro imaginario y nos hace perder el sentido de la humanidad. Por Fatma, por todas aquellas personas que mueren ante la indiferencia. El cine tiene el deber de transmitir sus mensajes, de ser un reflejo de nuestras sociedades. Actuemos antes de que sea demasiado tarde”.

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A este despertar colectivo hay que añadir otras voces singulares. El escritor y periodista Jean Hatzfeld, autor de una obra fundamental sobre el genocidio de los tutsis en Ruanda y que en el pasado ha realizado reportajes en Gaza, ha salido de su reserva. “Al destruir Gaza, Israel destruye el judaísmo”, declara en una entrevista concedida al Le Monde el 30 de mayo, evocando un “pre-genocidio”.

“No estamos asistiendo al exterminio físico de un pueblo”, explica, “pero se le está negando poder vivir”, antes de advertir: “En Ruanda, ya en diciembre de 1993 se hablaba del riesgo de genocidio, pero siempre se añadía que eso no sucedería. En Gaza está ocurriendo lo mismo”.

Los genocidas ya están al mando, reconoce el historiador israelí Élie Barnavi, que fue embajador de Israel en Francia: “Hay que rendirse a la evidencia: hay genocidas en el Gobierno de Israel. Lo proclaman todos los días”, declaró en TV5 Monde el 25 de mayo, sin andarse con rodeos.

Pero este inventario estaría incompleto si no mencionáramos el impacto del reciente testimonio de Jean-Pierre Filiu, con motivo de la publicación de su excepcional relato, Un historiador en Gaza (edit. Les Arènes), fruto de una estancia de treinta y dos días en el lugar, bajo la cobertura de Médicos sin Fronteras, del 19 de diciembre de 2024 al 21 de enero de 2025.

El historiador se encarga de subrayar lo que está en juego a nivel universal: no solo el destino de Palestina, sino el fin del derecho internacional tal y como se proclamó tras la Segunda Guerra Mundial.

Recordando que decidió terminar su libro en Kiev, donde dio conferencias en 2024, Jean-Pierre Filiu relaciona y entrelaza las dos causas, la palestina y la ucraniana, frente al objetivo bélico común de Netanyahu y Putin. Simbólicamente, en todas sus recientes intervenciones televisivas, llevaba una sudadera con los colores de Ucrania y la inscripción: Fight like Ukrainians (Lucha como los ucranianos).

Los Estados contra el derecho internacional

Aunque tardío, sea bienvenido este amplio despertar de conciencias, ya que contrasta con el largo letargo de la mayoría de los Estados.

Porque hace más de dieciséis meses que el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de las Naciones Unidas, el 26 de enero de 2024, emplazó al Estado de Israel a que “tomara todas las medidas a su alcance para impedir la comisión, contra los palestinos de Gaza, de cualquier acto que entre en el ámbito de aplicación” de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.

Desafiando a la justicia internacional, los dirigentes israelíes han hecho todo lo contrario, radicalizando su ofensiva de limpieza étnica en Gaza y de colonización a ultranza de Cisjordania. Y hace más de seis meses que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está sujeto a una orden de detención del Tribunal Penal Internacional (TPI), dictada el 21 de noviembre de 2024, no solo por crímenes de guerra, sino sobre todo por crímenes contra la humanidad. Lo que no ha impedido que haya sido recibido oficialmente en Europa, por la Hungría de Viktor Orbán, y en Estados Unidos, apenas instalado Donald Trump en la Casa Blanca.

Mientras que el presidente de la República Francesa no deja de anunciar un reconocimiento del Estado de Palestina que aún no se ha producido —”no es solo un deber moral, sino una exigencia política”, declaró recientemente Emmanuel Macron en Singapur –, la Unión Europea aún no se ha decidido a suspender su acuerdo de asociación con Israel, a pesar de la insistencia de España, que desde hace un año reconoce a Palestina como Estado independiente, al igual que Irlanda y Noruega.

Pero los Estados occidentales —con Estados Unidos, con Joe Biden y con Donald Trump, a la cabeza— no son los únicos responsables: ninguna de las potencias financieras del mundo árabe —Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Catar— ha utilizado las armas económicas y energéticas (petróleo y gas) de que dispone para socorrer al pueblo palestino y poner fin a su martirio.

La Unión Europea aún no se ha decidido a suspender su acuerdo de asociación con Israel, a pesar de la insistencia de España, que desde hace un año reconoce a Palestina como Estado independiente, al igual que Irlanda y Noruega

“No podremos decir que no lo sabíamos”: la investigadora Agnès Levallois ya había dicho lo esencial al presentar a finales del verano de 2024 Le Livre noir de Gaza (Libro negro de Gaza, edit. Seuil, 2024), un notable y desesperanzador “balance provisional de una guerra que se anuncia interminable”. “Gaza, donde muere nuestra humanidad”, alertábamos ya el 7 de diciembre de 2023, entre muchas otras alarmas tempranas que fueron ignoradas, despreciadas o descalificadas.

“No es solo una humanidad concreta, la de las vidas irremediablemente perdidas, la que está muriendo en Oriente Próximo”, escribíamos. “Es la idea misma de una humanidad común la que está arruinando la venganza desenfrenada y sin límites del Estado de Israel contra la población palestina de Gaza en respuesta a la masacre cometida por Hamás”.

Entre complicidades y renuncias, el permanente abandono de Palestina por parte de la comunidad internacional de Estados seguirá siendo una infamia. Por lo tanto, corresponde a nuestras sociedades, y en particular a sus jóvenes, salvar la esperanza: con independencia de la impotencia práctica de las movilizaciones, los llamamientos, las peticiones y los discursos para detener el genocidio en curso, todas esas iniciativas allanan el camino hacia un amanecer tras la catástrofe, tras su noche interminable y sus crímenes inconmensurables.

Porque están imbuidas de la certeza de que la causa de Palestina abre ahora el horizonte de un universo compartido, creado a base de justicia e igualdad, contra el capitalismo del desastre de Trump, Putin y compañía, que, negando cualquier límite a su voracidad, lleva a la humanidad hacia el abismo.

La lección de Arundhati Roy

“Todo el poder y el dinero, todas las armas y la propaganda del mundo ya no pueden ocultar la herida que es Palestina. Una herida por la que sangra el mundo entero, incluido Israel”. Estas palabras son de Arundhati Roy, en su discurso de agradecimiento, el 10 de octubre de 2024 en Londres, por el premio PEN Pinter.

Esta escritora y activista india, que saltó a la fama mundial con su novela El dios de las pequeñas cosas, publicada en 1997, no se ha sosegado con los años. Ha hecho suyas las causas universales de la justicia y la igualdad, y las aplica a su propio país, enfrentándose al fundamentalismo hinduista del partido nacionalista en el poder, el BJP de Narendra Modi, primer ministro desde 2014, hasta el punto de haberle sido aplicada una ley antiterrorista por sus declaraciones y escritos.

En este contexto, diez años después de Salman Rushdie, ganador del mismo premio en 2014, recibió en 2024 este galardón que reconoce la valentía de los escritores que ilustran el lema de English PEN, organización de defensa de los derechos humanos fundada en 1921: Freedom to Write, Freedom to Read (Libertad para escribir, libertad para leer).

Dedicando la mayor parte de su discurso a Palestina, se negó rotundamente a “jugar el juego de la condena”, según sus propias palabras, es decir, a mantener un equilibrio entre opresores y oprimidos. Porque, insistía, la historia no comenzó el 7 de octubre de 2023. Leamos sus palabras.

“Soy perfectamente consciente de que, como escritora, no musulmana y mujer, me resultaría muy difícil, si no imposible, sobrevivir mucho tiempo bajo el dominio de Hamás, Hezbolá o el régimen iraní. Pero esa no es la cuestión. Se trata de informarnos sobre la historia y las circunstancias en las que aparecieron. […] Soy consciente de que Hezbolá y el régimen iraní tienen fervientes detractores en su propio país, algunos de los cuales se pudren en la cárcel o han vivido situaciones mucho peores. Soy consciente de que algunas de sus acciones —el asesinato de civiles y la toma de rehenes del 7 de octubre por parte de Hamás— constituyen crímenes de guerra. Sin embargo, no puede haber equivalencia entre estas acciones y las llevadas a cabo por Israel y Estados Unidos en Gaza, Cisjordania y, ahora, en Líbano. La raíz de toda la violencia, incluida la del 7 de octubre, es la ocupación israelí de la tierra palestina y el sometimiento del pueblo palestino. La historia no comenzó el 7 de octubre de 2023.

Les pregunto: ¿quién de los aquí presentes aceptaría someterse a la indignidad a la que están sometidos los palestinos de Gaza y Cisjordania desde hace décadas? ¿Qué medios pacíficos no ha intentado el pueblo palestino? ¿Qué compromiso no ha aceptado, salvo el que le obliga a arrodillarse y morder el polvo? Israel no está librando una guerra en defensa propia. Está librando una guerra de agresión. Una guerra para ocupar más territorios, para reforzar su aparato de apartheid y para reforzar su control sobre el pueblo palestino y sobre la región”.

Silenciar

No, la historia no comenzó el 7 de octubre de 2023. Al igual que el 11 de septiembre, los atentados perpetrados por Al Qaeda en 2001 contra Estados Unidos, vividos por ese país como una amenaza vital, al igual que lo fue para el Estado de Israel en 2023, el 7 de octubre paraliza el pensamiento y congela las emociones. Esa congelación de imágenes —masacres, secuestros, espanto y terror— es una maquinaria deslumbrante, asumida y utilizada como tal por el poder israelí, que la convirtió en una película propagandística cuyo incansable estribillo es el horror.

Especialmente en Europa, las redes diplomáticas de Israel y los activistas que las apoyan organizaron proyecciones para silenciar cualquier pregunta, interrogatorio o reflexión sobre la espiral colonial, de opresión, desposesión y humillación que había conducido al ataque de Hamás con sus crímenes de guerra contra civiles, asesinados o secuestrados. La emoción debía aniquilar toda reflexión. Explicar sería justificar. Esforzarse por comprender sería convertirse en cómplice.

Al igual que en 2001, no debía haber un pasado que explicara cómo se había llegado a esa catástrofe, ni futuro que contemplara cómo evitar que se repitiera. No, solo importaría el presente, un presente de venganza ciega, indiscriminada, total.

Un año más tarde, esta ceguera solidaria buscada por la propaganda israelí se redobló en numerosos medios de comunicación y círculos políticos occidentales, y especialmente en Francia, en una ceguera voluntaria ante los crímenes cometidos por el Estado de Israel en Gaza.

Hay que admitir, como un doloroso eco de la antigua y siempre necesaria lucha contra los negacionistas del genocidio de los judíos de Europa, que ahora debemos enfrentarnos a un nuevo negacionismo en tiempo real: el de los crímenes de guerra, los crímenes contra la humanidad y los crímenes de genocidio cometidos por el Estado de Israel contra el pueblo palestino. Y ello a pesar de que han sido ampliamente denunciados y documentados con precisión, en particular por Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Médicos Sin Fronteras, en informes publicados en diciembre de 2024.

El trágico destino de Palestina recuerda al mundo entero que no puede haber universalidad sin igualdad, es decir, que solo existe lo universalizable: una universalidad de las relaciones, del compartir y del intercambio, que se construye constantemente en el respeto y la preocupación por los demás

Para ver con claridad a través de la oscuridad de la propaganda, debemos refutar ese “presentismo” que el historiador François Hartog diagnosticó tras el 11 de septiembre como la trampa que se nos tendía para impedirnos comprender la época, sus retos y peligros, sus arrebatos y sus pánicos.

Con el apoyo de los medios de comunicación, que ahora pueden comentar de forma continua, sin descanso ni distancia, sin historicidad ni complejidad, los poderes, ya sean estatales o económicos, tratan de secuestrar el tiempo. Quieren hacernos prisioneros de un presente sin pasado ni futuro, que solo se permite su inmediatez y que, por lo tanto, nos ciega, como conejos atrapados ante los faros o perdidos, como mariposas atrapadas en una bombilla.

El presente está hecho de pasado, y el pasado está lleno de presente: de esta lucidez pueden nacer esperanzas, alimentadas por las inquietudes inmediatas, pero que se niegan a someterse a ellas, con la convicción de que la historia nunca está definitivamente escrita, terminada o acabada. Si Palestina se ha convertido en una causa universal es porque la injusticia cometida contra su pueblo desde 1948, reforzada desde 1967, prolonga en el corazón de nuestro presente la injusticia de las colonizaciones occidentales que han hecho la riqueza, el poder y la dominación de Europa sobre el mundo.

En el motor del colonialismo se encuentra la superioridad, y por lo tanto la desigualdad, y en consecuencia la negación de los principios universales que las democracias occidentales dicen haber proclamado ante el mundo. Ese engranaje es fatal y genera una barbarie que embrutece la civilización.

En el propio Israel, algunas voces lo dijeron pronto, pero, por desgracia, no fueron escuchadas, fueron rápidamente marginadas y luego derrotadas. Tras salir victoriosos frente a los Estados árabes —Egipto, Siria, Líbano, Irak y Jordania— en la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, los dirigentes, entonces laboristas, del Estado de Israel decidieron ocupar ilegalmente nuevos territorios en Cisjordania y Gaza. Abrieron el camino a la escalada de los fanáticos del “Gran Israel”, que ahora han conquistado el poder en Jerusalén, asumiendo una ideología racista de eliminación de la población palestina, mediante la exclusión, la expulsión o el exterminio.

El 22 de septiembre de 1967, doce ciudadanos israelíes lanzaron en el diario Haaretz un llamamiento cuya sombría profecía fue recordada el 28 de diciembre de 2023 por cineastas de todo el mundo para reclamar un alto el fuego inmediato en Gaza.

Este es su texto:

“Nuestro derecho a defendernos del exterminio no nos da derecho a oprimir a otros:

La ocupación conlleva la dominación extranjera.

La dominación extranjera conduce a la resistencia.

La resistencia conduce a la represión.

La represión conduce al terrorismo y al contraterrorismo.

Las víctimas del terrorismo son, en general, inocentes.

El dominio de los territorios ocupados nos convertirá en asesinos y asesinados.

Salgamos de los territorios ocupados ya”.

Sus primeros firmantes acompañaron el nacimiento, en 1962, de un partido socialista, internacionalista y anticolonialista israelí. Su nombre en hebreo era Matzpen, que significa brújula. La brújula de la igualdad, el derecho y la justicia.

Más allá de una tierra, una nación y un pueblo, Palestina se ha convertido en el nombre sin fronteras de ese ideal. Su trágico destino recuerda al mundo entero que no puede haber universalidad sin igualdad, es decir, que solo existe lo universalizable: una universalidad de las relaciones, del compartir y del intercambio, que se construye sin cesar en el respeto y la preocupación por los demás, por sus derechos, sus vidas y su humanidad. El origen, la cultura, la civilización, el pasado, etc., todos esos legados que crean nuestras identidades no protegen de nada. Solo el presente demuestra el respeto por uno mismo a través de la preocupación por los demás.

Ese es el mensaje de la causa universal de la igualdad de la que Palestina se ha convertido en abanderada.

Caja negra

Palestina, causa moral de nuestro tiempo

Este artículo recoge algunos pasajes de mi introducción a la obra Palestine, notre blessure (Palestina, nuestra herida), donde he reunido mis artículos sobre la cuestión palestina publicados en Mediapart desde su creación en 2008.

 

Traducción de Miguel López

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