El papa de las paradojas: adalid de los migrantes pero azote del aborto, ecologista pero homófobo confeso

Su elección en 2013 fue acogida unánimemente por los progresistas. Su fallecimiento, este lunes 21 de abril, es motivo de un balance mucho más ambiguo y su sucesión hace temer una nueva ofensiva de los más reaccionarios. Jorge Mario Bergoglio, convertido en el papa Francisco, ha fallecido a los 88 años, un lunes de Pascua, un día muy simbólico para los 1.400 millones de católicos.
El pontífice argentino se encontraba muy debilitado en los últimos años debido a numerosos problemas de salud. Había salido del hospital el 23 de marzo tras 38 días ingresado por una neumonía bilateral, su cuarta y más larga hospitalización desde el inicio de su pontificado en 2013.
El domingo, durante las celebraciones de Pascua, se mostró muy debilitado, pero se dejó dar un baño de multitudes en el papamóvil, rodeado de miles de fieles en la plaza de San Pedro de Roma. Visiblemente muy afectado, se vio obligado a delegar la lectura de su texto a un colaborador, ya que solo pudo pronunciar unas pocas palabras, con la voz entrecortada.
La Constitución prevé unos funerales de nueve días y un plazo de entre 15 y 20 días para organizar el cónclave, en el que los cardenales electores, de los cuales casi el 80 % fueron elegidos por el propio Francisco, tendrán la difícil tarea de elegir a su sucesor. Mientras tanto, el cardenal camarlengo, el irlandés Kevin Farrell, asumirá el cargo de forma interina.
Francisco reveló a finales de 2023 que deseaba ser enterrado en la basílica de Santa María la Mayor, en el centro de Roma, en lugar de en la cripta de la basílica de San Pedro, algo inédito desde hace más de tres siglos.
Además, el Vaticano publicó en noviembre un ritual simplificado para los funerales papales, que incluye el entierro en un sencillo ataúd de madera y zinc, lo que supone el fin de los tres ataúdes encajados de ciprés, plomo y roble.
Un balance de contrastes
Estas decisiones simbólicas, incluso incomprensibles para los no católicos, ilustran el papel que ha desempeñado Francisco en el Vaticano durante sus doce años de pontificado. Ha encarnado una aparente ruptura con los antiguos ritos, como la misa en latín, y con los sectores más tradicionalistas de la Iglesia, que nunca han soportado a este papa argentino y lo han combatido hasta el final; ha adoptado un estilo de vida más sobrio (en comparación con la inmensa fastuosidad del Vaticano).
En esa antigua casa, preferir un apartamento de un dormitorio de 70 m2 en Roma al oro del palacio apostólico le valió a Francisco ser acusado de desacralizar en exceso la función. Hay que imaginarse la bronca conservadora que suscitó su decisión, a finales de marzo de 2013, de ir a la cárcel a celebrar la ceremonia del lavatorio de los pies.
Pero también se ha adaptado a las estructuras tradicionales de esta Iglesia. Como escribíamos en 2017, “el papa Francisco se entrega a un juego ambiguo. Progresista y conservador por turnos. Un día cara de una Iglesia abierta y tolerante, artífice de la rehabilitación de la franja integrista católica al día siguiente”. Un doble discurso especialmente flagrante en el caso de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Entonces revelábamos, junto con la revista de investigación sueca Uppdrag granskning, de la cadena SVT1, que el papa Francisco, aún arzobispo de Buenos Aires en aquella época, había trabajado personalmente a favor del reconocimiento de la fraternidad en Argentina.
“Fortalecido por su poder temporal y espiritual, este papa tiene la habilidad suprema de jugar siempre en dos frentes: colegial y autoritario, guardián supremo de dogmas jerárquicos, pero buen pastor apegado al calor de sus ovejas, se muestra inasible porque está en movimiento”, escribía nuestro periodista Antoine Perraud el 31 de diciembre de 2014.
Ecología y migrantes, el principal legado del papa
En realidad, el principal legado del papa se refiere al papel político que asumió desde su elección; ese año, incluso fue elegido persona del año por la revista Time. Francisco encarnó un discurso mucho más progresista que sus predecesores en materia de ecología, derechos de los migrantes, justicia social y diálogo interreligioso.
Arremetió contra la mafia, a la que excomulgó, poniendo fin a años de ambigüedad, e incluso de complicidad, entre algunos prelados y asesinos.
Ese mismo año, en una homilía pronunciada durante el Congreso Eclesial de la diócesis de Roma, el papa llegó a afirmar: “Hoy, un cristiano, si no es revolucionario, no es cristiano”.
Francisco fue un feroz detractor de los excesos del capitalismo. Pero el papa es un líder religioso y el jefe de un Estado que durante mucho tiempo ha funcionado de la manera más opaca: a pesar de su apoyo al acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, nunca ha sido un socialista encubierto que trabajara por la revolución mundial.
Su texto más famoso se publicó en 2015, con una encíclica sobre el clima titulada Laudato Si, una primicia para la Iglesia. Se trataba de un llamamiento a la solidaridad mundial para actuar juntos con el fin de proteger el medio ambiente. En 2023, el papa publicó un nuevo documento titulado Laudate Deum (Alabad a Dios), en el que denunciaba las “opiniones despectivas e irracionales” de los negacionistas del cambio climático, “incluso dentro de la Iglesia católica”.
El papa insistía una vez más en los daños causados por “la intervención desenfrenada del hombre sobre la naturaleza” y criticó el “estilo de vida irresponsable del modelo occidental”, señalando en particular a Estados Unidos y China por sus emisiones de gases de efecto invernadero.
En 2015, desde Bolivia, entonces gobernada por Evo Morales, Francisco criticó duramente la economía que “mata”, “el estiércol del diablo”, ese “deseo desenfrenado de dinero que manda”.
El papa, que se ha prodigado en viajes (y en nombramientos de obispos) por todo el mundo, dejando de lado a los viejos prelados de Europa, también tuvo duras palabras para las fronteras levantadas por el viejo continente contra los migrantes que huyen de la guerra o la miseria.
Su primer viaje como pontífice fue a la isla italiana de Lampedusa, símbolo del egoísmo y la xenofobia europeos. Allí fue donde Francisco utilizó su famosa expresión “la globalización de la indiferencia”.
Como explicaba Antoine Perraud en 2021, el papa defiende una concepción poco comprendida, pero siempre defendida por la Iglesia católica (a excepción de su franja integrista sometida a la extrema derecha): la figura del migrante no es otra que la de Cristo. Su llegada, redentora, requiere una acogida tan respetuosa como misericordiosa.
En 2023, el papa Francisco eligió Marsella —y “no Francia”, se cuidó de precisar— para una visita de dos días, en apoyo a una iglesia local comprometida con la defensa de los migrantes.
Fustigando los “nacionalismos arcaicos y belicosos”, volvió a hacer un llamamiento al “despertar de la conciencia” para “evitar el naufragio de la civilización” y advirtió que el futuro “no estará en el cierre, que es una vuelta al pasado”.
El 11 de febrero volvió a condenar las expulsiones masivas de migrantes impulsadas por el presidente americano Donald Trump, lo que le valió las críticas de la Casa Blanca. El vicepresidente J.D. Vance encarna por sí solo la batalla que está causando estragos: católico converso, pertenece a una de las corrientes más duras de la Iglesia, los posliberales, que combinan políticas reaccionarias y la defensa de regímenes autoritarios. Estaba en el Vaticano este fin de semana pascual.
En su último mensaje, leído el domingo por un colaborador desde el balcón de la basílica de San Pedro de Roma, el papa denunció la “dramática y vergonzosa situación humanitaria” en Gaza, al tiempo que advirtió contra “el clima de creciente antisemitismo”.
Aborto y derechos LGTBIQ+
Por lo demás, Francisco llevó hasta el final una ideología profundamente reaccionaria en cuestiones de género, con comentarios homófobos y comparando el aborto con el recurso a un “asesino a sueldo” en 2018. En 2020, las iglesias y el papa se opusieron al voto histórico de Argentina a favor del aborto voluntario.
En 2019, el Vaticano también publicó un documento de 26 páginas dedicado a lo que denomina “la ideología del género” y titulado Él los creó hombre y mujer. Bajo el pretexto de llamar al diálogo, solo menciona los conceptos de queer, transgénero, fluidez o género neutro sólo para rechazarlos, porque conducen a “una sociedad sin diferencias de sexo” y socavan “el fundamento antropológico de la familia”.
En 12 años, Francisco tampoco ha cuestionado nunca la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad, “intrínsecamente desordenada” según él en relación con el proyecto divino.
El año pasado se disculpó por haber utilizado un término del dialecto romano. Durante una reunión a puerta cerrada con 250 obispos de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), el papa les invitó a no acoger en los seminarios religiosos a personas abiertamente homosexuales, por considerar que ya había demasiado frociaggine (mariconeo), palabra derivada de frocio, que significa maricón en romano.
Sin embargo, el sumo pontífice también ha dado algunas garantías. En 2013, declaró a la prensa: “Si una persona es gay y busca al Señor, ¿quién soy yo para juzgarla?”. En diciembre de 2023, el papa dio un paso más al abrir la bendición (pero no el matrimonio) a las parejas del mismo sexo. Parejas calificadas en la jerga vaticana como “parejas irregulares”.
Esta ambivalencia papal se puede resumir en una frase enrevesada, pronunciada en enero de 2023, en una entrevista con Associated Press, sobre la homosexualidad. “No es un delito. Sí, pero es un pecado. Bien, pero primero distingamos entre un pecado y un delito”, declaró el papa Francisco. “También es pecado carecer de caridad hacia los demás”.
El escándalo de los abusos sexuales
Lo mismo podría decirse de los abusos sexuales, uno de los principales escándalos que ha sacudido su reinado (ver nuestro dossier): el sumo pontífice ha decepcionado y herido profundamente a las asociaciones de víctimas, especialmente en Sudamérica. En 2018, estalló una crisis en el seno de la Iglesia tras el apoyo de Francisco a un obispo chileno que era cercano a uno de los mayores pedófilos del país, el exsacerdote Fernando Karadima. El papa se disculparía posteriormente.
El estupor fue total cuando, ese mismo año, de visita en Irlanda, el papa se atreve a decir “nunca había oído hablar de ello”, en referencia al escándalo de las “lavanderías Madeleine”, unos internados católicos donde, entre 1922 y 1996, más de 10.000 mujeres irlandesas fueron esclavizadas, separadas de sus bebés recién nacidos y, en algunos casos, víctimas de abusos sexuales.
Sin embargo, los crímenes cometidos en las lavanderías Madeleine son ampliamente conocidos y documentados, incluso por el propio Estado irlandés, que en 2013 publicó un informe (el informe McAleese) y reconoció su responsabilidad en los abusos infligidos a miles de jóvenes.
También en Irlanda, ante una pregunta concreta sobre la petición de dimisión del cardenal Barbarin lanzada por un sacerdote francés, prefirió responder recordando a la prensa su deber de presunción de inocencia.
Ante el escándalo, el papa publicó al mismo tiempo una carta ”al pueblo de Dios”, en la que reconocía una “cultura del abuso” dentro de la Iglesia. A principios de 2019, convocó una cumbre dedicada a la pederastia en la Iglesia. “Debemos ser claros: la universalidad de este flagelo, al tiempo que se confirma su magnitud en nuestras sociedades, no atenúa su monstruosidad dentro de la Iglesia”, reconoció Francisco.
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Sobre este tema, el papa levantó el secreto pontificio y obligó a los religiosos y laicos a denunciar los casos a sus superiores. Pero sin llegar nunca tan lejos como pedían las asociaciones de víctimas, que son tan numerosas.
Traducción de Miguel López