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La peligrosa apuesta de Netanyahu de detener el programa nuclear iraní a base de bombas

Fotomontaje de Netanyahu.

Justine Brabant (Mediapart)

El ejército israelí describió sus ataques de la mañana del 13 de junio como un “ataque preventivo” destinado a impedir que Teherán se dote de armas nucleares, golpeando “el corazón” de su programa de enriquecimiento de uranio. Según explicaron las autoridades israelíes, Irán habría alcanzado un punto de no retorno que justifica el abandono de la vía diplomática y el uso de la fuerza.

Algunos dirigentes europeos parecieron respaldar a Tel Aviv en esta decisión, como Emmanuel Macron, quien pocas horas después del inicio de los ataques reafirmó “el derecho de Israel a garantizar su seguridad”. Pero hay muchas razones para pensar que esos ataques no pondrán fin al programa nuclear iraní. Por el contrario, corren el riesgo de hacerlo más difícil de controlar.

La primera razón es material: dar un golpe militar decisivo al programa nuclear iraní se considera casi imposible en la práctica, dado su estado avanzado y la forma en que está diseñado, con instalaciones sensibles enterradas y dispersas por todo el país.

Las plantas de enriquecimiento de uranio de Natanz y Fordo, consideradas dos de los emplazamientos más sensibles del programa iraní, se encuentran bajo tierra. Hay en construcción otra instalación subterránea en una montaña (Kolang Gaz La), al sur de la planta de Natanz, que se prevé que sirva como lugar de producción de centrifugadoras. El emplazamiento de Natanz también cuenta con instalaciones no subterráneas, entre ellas una planta piloto de enriquecimiento que entró en funcionamiento en 2003.

Cien metros bajo tierra

La profundidad a la que se encuentran estas fábricas es un secreto, pero las estimaciones de los investigadores especializados oscilan entre ocho metros (fábrica de Natanz) y unos cien metros bajo tierra (fábrica de Fordo y la nueva instalación bajo Kolang Gaz La). Probablemente están cubiertas por varias capas de hormigón armado, tierra compactada y/o roca.

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Para alcanzarlas es necesario utilizar bombas muy específicas. Sin embargo, Israel no posee oficialmente ningún misil capaz de atravesar más de seis metros de hormigón en un solo impacto. Destruir la planta de enriquecimiento de uranio de Fordo supondría utilizar bombas que solo Estados Unidos posee (las GBU-57/B, “bombas antibúnker” de más de 10.000 kilos) y requeriría impactar varias veces en el mismo lugar.

Así lo han calculado dos investigadores del think tank británico Royal United Services Institute for Defence and Security Studies (RUSI), en una nota publicada en marzo de 2025, en la que se esbozaban varios escenarios de ataques israelíes contra las instalaciones nucleares iraníes.

La planta de Natanz fue alcanzada en la superficie, pero apenas en sus instalaciones subterráneas

La protección de que gozan esas instalaciones, el grado avanzado y el hecho de que los iraníes ya dominan en gran medida los conocimientos científicos necesarios llevan a la mayoría de los especialistas en proliferación nuclear, incluidos los investigadores del RUSI, a pensar que la fuerza militar por sí sola no puede poner fin al programa iraní.

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Los ataques israelíes, por muy intensos que hayan sido, no parecen desmentirlo por el momento. Las primeras imágenes de satélite tomadas tras los ataques israelíes perpetrados en la madrugada del 13 de junio muestran que el emplazamiento de Natanz ha sido alcanzado en la superficie, a la altura de su planta piloto y de una central eléctrica, pero apenas en sus instalaciones subterráneas.

La planta de Fordo, considerada por los expertos como el lugar más estratégico del programa nuclear iraní, fue atacada en una segunda oleada a última hora del 13 de junio. Aún se desconoce el alcance de los posibles daños.

Los partidarios del uso de las armas contra Teherán citan dos ejemplos históricos para ilustrar la supuesta eficacia de los bombardeos: los ataques israelíes contra el reactor iraquí Osirak (en 1981) y contra la instalación siria de Al-Kibar (en 2007). Se considera que estos ataques pusieron fin a las ambiciones nucleares militares de ambos Estados.

Pero los investigadores del RUSI Darya Dolzikova y Justin Bronklas argumentan que las circunstancias no son comparables. Señalan que “en ambos casos, los programas de los países atacados estaban muy concentrados [geográficamente] y se encontraban en una fase incipiente, dependiendo en gran medida de la ayuda extranjera para su desarrollo”. Al contrario que Irán en 2025, que, “tras un ataque militar contra sus instalaciones nucleares [...], no solo contará con los conocimientos técnicos locales necesarios para reconstruir instalaciones más profundas y resistentes, sino que tendrá más alicientes para hacerlo”.

Intensificar la determinación

Los propios responsables israelíes lo admiten. El asesor de seguridad nacional israelí, Tzachi Hanegbi, reconoció que era “imposible destruir el programa nuclear solo con la fuerza”. El objetivo es, en realidad, “hacer comprender a los iraníes que deben detener el programa nuclear”, afirma.

Se trata de una apuesta especialmente arriesgada. Por no hablar del riesgo de sumir a toda la región en el caos, porque el pasado ha demostrado que los ataques contra su programa nuclear parecen intensificar la determinación de las autoridades iraníes de dotarse del arma atómica. En abril de 2021, Irán respondió a un intento de sabotaje de su planta subterránea de Natanz anunciando su intención de enriquecer uranio al 60 % (frente al 20 % hasta entonces; el umbral para uso militar es del 90 %).

Los avances de Irán en materia nuclear han sido en gran medida “una respuesta a las amenazas percibidas para su supervivencia”, observa la politóloga Doreen Horschig, de la Universidad de Florida Central (Estados Unidos). Recuerda la influencia de la crisis de Suez de 1956 y las tensiones regionales que se derivaron de ella en la decisión de Teherán de desarrollar su programa nuclear.

Un ataque israelí a gran escala contra las instalaciones nucleares iraníes “probablemente reforzaría la percepción de la amenaza por parte de Teherán”, “aceleraría su búsqueda de un arsenal nuclear” y empujaría sin duda el programa nuclear iraní “más hacia la clandestinidad”, predijo Doreen Horschig en 2024, en un artículo titulado “Por qué atacar las instalaciones nucleares iraníes es una mala idea”.

Es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas de los ataques israelíes, que aún continúan y que, según Benjamin Netanyahu, podrían durar dos semanas. Pero ya sabemos tres cosas.

En primer lugar, pueden arruinar las actuales negociaciones nucleares entre Irán y Estados Unidos. En segundo lugar, complicarán enormemente, o incluso imposibilitarán durante un tiempo, los controles de la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica), por razones de seguridad de los inspectores, pero también porque Teherán podría trasladar sus reservas de uranio enriquecido y negarse a comunicar su nueva ubicación para protegerlas de nuevos ataques israelíes.

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En tercer lugar, podrían llevar a Irán a retirarse del Tratado de No Proliferación (TNP), considerado un pilar esencial de la seguridad mundial y al que Israel, por otra parte, siempre se ha negado a adherirse. Al intentar poner fin definitivamente a la amenaza nuclear iraní, que considera “existencial”, el gobierno israelí podría haber contribuido a que se salga de control.

 

Traducción de Miguel López

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