“¡Colaboracionistas! ¡Colaboracionistas!”. Con esos gritos abuchearon los militantes de Éric Zemmour el domingo 5 de noviembre en su mitin de Villepinte [cerca de París] a los periodistas acusados de hostilidad hacia su candidato. La infamia del calificativo, vinculado a la colaboración con el ocupante alemán, puede sorprender viniendo de los partidarios de un candidato que se ha comprometido, precisamente, a rehabilitar al mariscal Pétain.
Sin embargo, esta extraña inversión no es más que el nuevo avatar de un paciente trabajo de subversión semántica, llevado a cabo por la extrema derecha desde hace años. Una labor que ha permitido, en particular, calificar a los activistas antifascistas como “fascistas”, y recientemente a los antirracistas como “nuevos racistas”. Peor aún, este intento de dinamitar el lenguaje ha contaminado a parte de los medios de comunicación y del debate público.
Así, cuando a Éric Zemmour le impiden realizar serenamente su visita a Marsella los “antifascistas”, sus partidarios denuncian en las redes sociales los “métodos fascistas” de los antifascistas. Una inversión que se repite en la prensa de derechas y de extrema derecha desde hace meses.
El sitio web de extrema derecha Boulevard Voltaire cuenta incluso la historia de una monja que “persiguió a los antifascistas”, que señalaban a un restaurante de Marsella que había acogido un almuerzo de Zemmour. Dando voz anónima a esta religiosa, el periódico habla de “milagro”: “Ella les preguntó que qué estaban haciendo. [Y los antifascistas] Intentaron justificarse: ‘¡Es un fascista!'. '¡Los fascistas son ustedes!', respondió entonces la monja sin concesiones", publica Boulevard Voltaire.
Unas semanas antes, en el mismo periódico, era el editorialista canadiense Mathieu Bock-Côté quien explicaba que los “antifascistas”, “esas milicias de extrema izquierda” que acosan al candidato patriota Éric Zemmour, "nos recuerdan que el totalitarismo también lleva una bandera roja”.
Al día siguiente del mitin de Villepinte, donde activistas de SOS Racismo fueron golpeados por simpatizantes de Zemmour, el abogado Gilles-William Goldnadel escribió un editorial en Le Figaro criticando la actitud de los “antifascistas” que querían silenciar al polemista de extrema derecha con violencia. “En qué lado de la calle política vive en qué lado de la calle política”, se preguntaba alarmado. El hombre acaba de publicar Manuel de résistance au fascisme d'extrême gauche (Éditions de Passy), que presenta como “prohibida su venta a todos los que aún no han comprendido que el fascismo se sitúa hoy en la extrema izquierda del espectro político e intelectual”.
“La retórica del espejo permite devolver al adversario las acusaciones de fascismo o de violencia para cortar las alas y, sobre todo, para ahogar el sentido de estas expresiones. La idea, al llamar fascistas a cualquiera –especialmente a los antifascistas–, es desacreditar no sólo a los opositores políticos, sino la propia noción de fascismo como sistema de pensamiento y organización de la política totalitaria”, explica la investigadora Cécile Alduy, que publicará en febrero La langue d'Éric Zemmour (Seuil).
“Esto desmiente la acusación hecha contra Zemmour y los grupúsculos neonazis que le apoyan y que estaban en el mitin. Si los antifascistas son ‘fascistas’, ya nadie lo es, la palabra ya no tiene sentido”, añade.
Para ella, llamar a los periodistas “colaboracionistas” contribuye a este “empobrecimiento semántico”. “’Colaboracionista’ se convierte en un insulto, desvinculado de su significado histórico muy preciso”.
Tras los atentados islamistas de 2015, la expresión “islamo-colaboracionista” proliferó en la prensa de extrema derecha, sobre todo en Valeurs actuelles, para atacar a personalidades comprometidas con la lucha contra la islamofobia. Una forma hábil de quitar una etiqueta tan identificada con esta familia política y ponérsela a sus oponentes. El editorialista de Le Figaro Ivan Rioufol también firmó en ese mismo diario, en noviembre de 2019, un editorial en el que despreciaba a quienes convocaron manifestaciones contra la islamofobia tras los tiroteos en la mezquita de Bayona, designándolos como “la élite de los colaboracionistas islamistas”.
Lo mismo ocurre con toda la retórica entonada por la extrema derecha, pero también por una parte de la izquierda, que consiste en hacer pasar a los nuevos antirracistas por “racialistas”.
“Desde hace algunos años, asistimos a una inversión semántica con fines políticos”, explica la investigadora de Stanford y especialista en semiótica. “Se trata de separar las palabras de los objetos o grupos que normalmente designan para volverlas contra las mismas personas cuya lucha política es hacer campaña contra determinadas formas de discriminación o violencia, acusándolas de hacer lo que condenan. Así, al acusar a los activistas antirracistas de ser ‘racialistas’, se da a entender que son ‘racistas’. El silogismo es espantoso: los antirracistas hablan de racismo, por lo tanto utilizan la noción de ‘raza’, por lo tanto son ‘racialistas’, lo que implica ‘racistas’. Un truco puramente léxico y retórico”.
Para el historiador de extrema derecha Nicolas Lebourg, esta batalla semántica tiene una larga historia dentro de la extrema derecha francesa.
Ya en los años 60, el teórico de la extrema derecha Dominique Venner teorizó que, tras la Segunda Guerra Mundial, era necesario “reinventar el vocabulario político, imponer las propias palabras y cambiar las de los adversarios”. También estaba en línea con los grupos de extrema derecha europeos que pensaban en cómo “desatanizar” el nacionalsocialismo.
En Francia, ésta sería la principal lucha de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist –un buen eufemismo para este grupo radical– a partir de los años 70. La adopción de la ley Pleven en 1972, que penalizaba el discurso racista, también obligó a la extrema derecha a reformular su discurso. “Ya no decimos raza, sino identidad”, según la nueva retórica adoptada por los identitarios y llevada hoy por Jean-Yves Le Gallou, presente en la primera fila del mitin de Zemmour en Villepinte.
“A partir de 1982, Jean-Marie Le Pen empezó a dejar de reclamar la etiqueta de partido de extrema derecha, reconociendo que la expresión huele demasiado a azufre”, dice Nicolas Lebourg. Marine Le Pen, al igual que Éric Zemmour, denuncia a gritos ser estigmatizada en cuanto la prensa la identifica con esta familia política.
En la descalificación de los opositores –antirracistas, antifascistas– por parte de la extrema derecha, el papel de un intelectual como Pierre-André Taguieff ha sido decisivo. “Taguieff desempeñó un papel clave”, subraya Nicolas Lebourg en Les nazis ont-il survécu? Enquête sur les internationales fascistes et les croisés de la race blanche (Seuil 2019).
En un artículo publicado en 1986 en una obra colectiva en la que también participó el pensador de la Nueva Derecha Alain de Benoist, Taguieff estableció un primer paralelismo sorprendente entre los “antirracistas” y los racistas. Denuncia la “politización del antirracismo” que “le otorga una función instrumental en una guerra ideológica, uno de cuyos objetivos es paralizar al adversario”. Los antirracistas son censores movidos por una ideología totalitaria. Esta es una línea de pensamiento que seguirá explorando de libro en libro y que será emulada.
Ya en 2007, Zemmour reivindicó este patrimonio atacando al presidente de SOS Racisme, Dominique Sopo, como señala Sébastien Fontenelle. “Es el resultado de una larga preparación de las mentes”, señala el periodista que trabaja con el colectivo Les mots sont importants [Las palabras son importantes]. En Les Éditocrates (La Découverte, 2018), cita un artículo escrito por Zemmour en Le Monde en 2007: “Sopo no sabe que hemos leído a Pierre-André Taguieff; hemos comprendido claramente que el progresismo antirracista no era más que el sucesor del comunismo, con los mismos métodos totalitarios desarrollados por la Komintern en los años treinta. ‘Todo anticomunista es un perro’, decía Sartre. Cualquier opositor al antirracismo es peor que un perro”.
¿Quiénes son los verdaderos fascistas para Éric Zemmour? No tiene sentido buscarlos en la extrema derecha del espectro político, ya que ahora están, y han estado desde el principio, en la izquierda. “Los fascistas son gente de izquierdas”, machacaba en CNews en junio de 2021, como señaló el investigador Jonathan Preda en un artículo de Temps présents. “Qué importa si no es ninguna novedad”, señala, y si el socialismo original de Mussolini es un hecho que nadie discute. Lo importante es vaciar el fascismo de su significado y derivarlo a la izquierda.
También en este caso, Éric Zemmour ha sido bien aleccionado. “Socialismo y fascismo: ¿una misma familia?”, fue el tema de una reunión del Club de l'horloge, una rama de la Nueva Derecha, organizada el 22 de noviembre de 1983. “Sus miembros fueron invitados a discutir el tema: discutir es una palabra muy grande, ya que la equivalencia propuesta se afirmó y reafirmó a lo largo de las intervenciones. La investigación de Zeev Sternhell sobre los orígenes del fascismo se retoma y caricaturiza. De una síntesis entre nacionalismo y socialismo, el fascismo se convierte en un socialismo nacional. [...] Cambiar la vida, según el eslogan de la campaña del presidente socialista Mitterrand, se convertiría en el equivalente del deseo totalitario de crear un hombre nuevo”, señala Jonathan Preda.
Éric Zemmour es el heredero de esta larga tradición de subversión semántica protagonizada por los partidarios de la batalla cultural. La prensa, que se ha entregado a estas peligrosas analogías durante las últimas semanas, también lo está haciendo.
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés: