El político que entusiasma a los innumerables laboristas desencantados

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En el salón de plenos del Ayuntamiento de Ealing, en el oeste de Londres, no cabe un alfiler; más de 500 personas que se han dado cita en las dependencias municipales. Habida cuenta de la expectación suscitada, se habilita una segunda sala, desde donde es posible seguir en directo el debate, aunque no basta. A las puertas aguarda un centenar de personas, que no ha podido entrar.

Camisa remetida en el pantalón, camiseta interior que asoma por el cuello de la camisa entreabierta, barbita blanca, Jeremy Corbyn se sube al estrado, agarra el micrófono y arenga a los presentes durante unos minutos: “Este verano, un número sin precedente de personas ha asistido a mis mítines. Estamos descubriendo nuestras raíces y nuestra democracia”. “Yes we can”, acto seguido “Jez we can”, entonan los simpatizantes, haciendo suyo el famoso eslogan de Barack Obama.

Hasta hace apenas tres meses, Jeremy Corbyn era un diputado laborista más, poco conocido por el electorado, pero que ahora arrasa allá por donde va. En cada mitin, cada reunión pública cuelga el cartel de aforo completo. Para sorpresa general, incluida la suya, parece estar a punto de convertirse en el líder del Partido Laborista. Aunque el resultado no se conocerá hasta el 12 de septiembre, es el gran favorito. Así, el último sondeo, que data del pasado 10 de agosto, le otorgaba el 53% de los votos en la primera vuelta, frente al 21% y el 18% que concedía a sus dos adversarios inmediatos, Andy Burnham e Yvette Cooper, respectivamente.

Hay otro indicio, más sólido que los sondeos, que no estuvieron muy acertados en las elecciones de mayo, que avala la tesis del tsunami Jeremy Corbyn. El número de afiliados al Partido Laborista se ha duplicado desde que su nombre aparece como favorito. De los 200.000 militantes laboristas contabilizados en mayo, cuando se celebraron los comicios legislativos, el Partido Laborista pasó a tener 300.000 y 121.000 “simpatizantes registrados” (que pagan cinco euros en ese concepto) el pasado 12 de agosto, día que se cerró el censo electoral para las primarias. (A este hay que sumarle 180.000 sindicalistas, lo que arroja un censo electoral total integrado por 600.000 personas).

Faduma Hassan forma parte de esta nueva oleada. Esta profesora de escuela de apenas 22 años es una antigua militante. Participa en todos las causas de la izquierda británica, así como en todas las manifestaciones. Ha protestado contra las guerras, contra la austeridad, contra la discriminación... Aunque nunca habría pensado que formaría parte del Partido Laborista. “Sus ideas eran las mismas que las de los tories o estaban muy próximas. El laborismo no representaba para nada mis valores”. Cambió de opinión cuando comprobó el tirón de Jeremy Corbyn. “Lo conocía ya, porque había participado en numerosas manifestaciones a las que yo también había acudido. Se trata de una persona que siempre está dispuesto a movilizarse. Le he visto en reuniones en las que apenas había ¡cinco personas! Así que hace dos meses me hice el carné del partido”.

Mobin Kiadeh, nacido en el seno de un familia laborista, recuerda haber visto a Jeremy Corbyn en casa de  sus padres, de visita, cuando él apenas tenía siete años. “Nunca ha cambiado sus principios, que son tan válidos ayer como hoy”. Mobin, de 20 años, que nunca antes se había afiliado a los laboristas, ha terminado por hacerse militante. “Se me saltan las lágrimas”.

Harriett Sampson, de más de 70 años, forma parte de otra generación completamente distinta, aunque el recorrido haya sido el mismo, ya que acaba de abonar su cuota a los laboristas. Esta militante, actualmente casi ciega, ya no soporta la política refinada, carente de roces y de pasión, que encarnan los otros tres candidatos que aspiran a la dirección del Partido Laborista. “En este país se necesitan expresar muchos sentimientos. Nadie aguanta ya esa visión dura, capitalista, calculadora, que han hecho suya todos los políticos... Es hora de aportar frescura y convicciones”.

Este “pueblo de izquierdas”, de todas las causas sociales pero desconectado desde hace tiempo del Laborismo, es el que ha despertado de un día para otro el candidato a dirigir al Partido Laborista. En el salón de Ealing, los asistentes más entusiastas hace un mes, tres semanas, cuatro días que se han afiliado... De forma masiva vuelven a aceptar a los representantes políticos que antes ignoraban.

Nadie vio venir este momento. Jeremy Corbyn, de 66 años, diputado por la circunscripción de Islington, al norte de Londres, tampoco llegó a prever la posibilidad de ser candidato. Pero sus tres adversarios – Andy Burnham, Yvette Cooper y Liz Kendall– alcanzaron un consenso: hacía falta un representante del ala izquierda del partido para conferir cierto aire democrático a estas primarias, que tienen su origen en la dolorosa derrota en las legislativas de mayo. Ellos fueron los que ayudaron a Jeremy Corbyn a conseguir el número necesario de apoyos de los diputados laboristas para optar a la carrera.

¿Cómo se explica el entusiasmo posterior que ha despertado Corbyn? El candidato no es especialmente carismático. Sus discursos son sólidos, sin más. No interrumpe su discurso para que la sala aplauda y le falta ritmo... Pero el verdadero reto no está ahí. Jeremy Corbyn cree en lo que dice y en lo que piensa. Simple y llanamente, es sincero. Sus posturas son las del viejo laborismo, las del Partido Laborista previo a Tony Blair. En un antiguo vídeo suyo se le puede ver cómo ataca a Margaret Thactcher en 1989 en la Cámara de los Comunes, poniendo de manifiesto su enfado ante el ascenso, en la época, de los socialdemócratas. 30 años después, el mismo enfado sano le sigue haciendo vibrar.

La impresionante ola desencadenada por Jeremy Corbyn

Jeremy Corbyn está en contra de la austeridad: “Hay que dejar de decir que los laboristas han derrochado mucho cuando estaban en el Gobierno [de 1997 a 2010]. La crisis bancaria no es fruto de que hayamos construido demasiadas escuelas u hospitales”. Rechaza cualquier forma de privatización de los servicios sanitarios. Se opone a las tasas universitarias, que se han multiplicado por tres estos últimos años, hasta los 12.000 euros anuales. Lamenta los ataques contra los beneficiarios de las ayudas sociales. “Tenemos que tener principios y ceñirnos a ellos. ¿Cómo se puede aceptar que las cinco familias más ricas tengan tanto como el 20% de los más pobres”.

Entre las políticas que preconiza Jeremy Corbyn se encuentra la renacionalización de los ferrocarriles y de las centrales eléctricas. También quiere crear un banco de inversión pública que se financie con la quantitative easing (expansión cuantitativa). Esta política monetaria del Banco de Inglaterra, dirigida a comprar obligaciones del Tesoro, se ha empleado a gran escala en los últimos años, pero para sostener el sistema financiero. El candidato laborista quiere hacer lo mismo con el fin de promover grandes obras de infraestructura.

A Jeremy Corbyn tampoco le tiembla el puso con las vacas sagradas. No quiere que el Reino Unido renueve su armamento nuclear, pero recibe los aplausos más efusivos por su oposición a la guerra de Irak. En 2003, fue uno de los pocos diputados laboristas que votaron en contra. Actualmente, los militantes de base le han mostrado su agradecimiento por ello. La única cuestión que no gusta a los presentes en el salón de plenos tiene que ver con Europa. Una cuestión sobre la que el candidato se muestra ambiguo. Considera que la Unión Europea se ha escorado a la derecha y que está haciendo el juego a las multinacionales, por lo que no está seguro de votar a favor de que Reino Unido permanezca en el club de los Veintiocho. Su elección podría precipitar un Brexit.

No obstante, las ovaciones, con los presentes puestos en pie, se suceden en la sala. Tras los aplausos, se aprecia cierto tono revanchista para con Tony Blair. El antiguo líder laborista, que ganó tres elecciones, impuso sus condiciones a las bases. Hasta la náusea. “Durante casi 15 años, vi al Partido Laborista cómo reducía las prestaciones sociales”, dice una concejala de Harrow, quien pronuncia su discurso antes de que lo haga Jeremy Corbyn. “Cada vez que protestaba, me decían: 'Es necesario, de otro modo, los conservadores van a recuperar el poder. Tuvimos que vivir con eso, pero ¡ya está bien!”. “Basta!”, lanza en la asamblea, mientras los presentes aplauden a rabiar.

La ola desencadenada por Jeremy Corbyn es impresionante. El entusiasmo popular es evidente. Queda claro que existe –incluso en Inglaterra– una militancia de izquierdas dispuesta a abandonar el letargo. Bastaba con soplar las brasas. Pero, el camino del futuro líder del Partido Laborista (de resultar finalmente elegido) se prevé extraordinariamente arduo. Se le vienen encima tres frente: la aritmética electoral, las disensiones en el seno del Partido Laborista y la virulencia de la prensa.

El principal problema procede del electorado británico. Después de casi 20 años de oposición, el Partido Laborista recuperó el Gobierno en 1997 gracias a un brutal viraje a la derecha. Acto seguido, la idea generalizada es que las elecciones británicas se ganan en el centro. Y los blairistas ponen como ejemplo la importante derrota de Ed Miliban en mayo de 2015. Este había llevado a cabo tímidas tentativas de “izquierdarización”, al defender la regularización de los precios de la electricidad o de los alquileres. No funcionó.

La militancia de izquierdas respondió que el error radicó en su alejamiento de las bases. El Partido Laborista comenzó su decadencia en 1997, cuando contaba con 400.000 afiliados. En Escocia, el Scottish National Party le pasó por la izquierda y destruyó su tradicional reserva de diputados. En el norte de Inglaterra, un número no despreciable de simpatizantes se volcó con los antieuropeos del UKIP y en el sur, estudiantes y militantes a menudo han pasado a engrosar las filas de los Verdes.

De cualquier forma, hay un hecho incuestionable: las elecciones británicas son a una vuelta. En cada circunscripción, el candidato que obtiene mayor número de votos resulta elegido y no hay más. No existe una segunda vuelta, donde diferentes corrientes pueden concurrir juntas. Al apartarse de los centristas, Jeremy Corbyn corre el riesgo de salir derrotado. En el salón de plenos de Ealing, pocos lo ven como primer ministro en 2020, tras las próximas legislativas. Los primeros sondeos, que deben tomarse con todo tipo de cautelas, no son positivos. Si se sitúa al frente del partido, el 22% de los británicos votaría por los laboristas, frente al 30% que aseguraba que lo haría en mayo.

La prensa, generalmente de derechas, saca la artillería pesada

Mientras, Corbyn todavía tiene que llegar al año 2020. Hasta entonces, tendrá que hacer frente a las disensiones surgidas en el seno de su propio partido. Si resulta elegido, se habrá impuesto a los responsables laboristas, no gracias a ellos. “Una vez los 600.000 militantes hayan votado, los 220 diputados y los oficiales del partido existentes en el país serán los encargados de dar sentido a un laborismo dirigido por Corbyn”, explica Denis MacShane, exministro de Asuntos Europeos de Tony Blair y miembro del ala a la derecha del partido. Van a producirse querellas y desacuerdos constantes”.

Existe un riesgo real de cisma

. En 1981, los laboristas ya pasaron por una experiencia similar cuando cuatro diputados crearon el Partido Socialdemócrata (SDP), un partido más centrista, que se fusionó siete años después con los liberales, dando lugar a los actuales liberaldemócratas.

A día de hoy, los blairistas afilan los cuchillosblairistas. Dos diputados han creado un nuevo movimiento, Common Good, Tristram Hunt y Chuka Ummuna, dos jóvenes lobos, que esperan hacerse con el ala derecha del partido. “No lo considero muy leal”, dice John Prescott, ex viceprimer ministro de Tony Blair, que trata de recomponer las piezas. El propio Jeremy Corbyn, que votó más de 500 veces en la Cámara de los Comunes contra la línea de su partido, no representa un ejemplo de disciplina interna. Ahora corre el riesgo de tener problemas para imponerse.

Por último, la prensa, en el Reino Unido, generalmente de derechas y que está sacando la artillería pesada. Para los medios de comunicación, Jeremy Corbyn es un extremista que vive alejado de la realidad, que flirtea con el antisemitismo cuando defiende Gaza, que no sabe nada de economía cuando habla de nacionalizaciones y que se muestra vergonzosamente inocente en cuestiones de defensa… Baste como ejemplo: Jeremy Corbyn será aclamado por racistas y terroristas (como publicó el Daily Telegraph);Jeremy Corbyn está en busca del tiempo perdido (Daily Telegraph); Jeremy Corbyn está loco (Daily Mail).

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Incluso en la prensa de izquierdas, el hombre apenas logra apoyos. The Guardian pide el voto para Yvette Cooper y el Daily Mirror, para Andy Burnham. Polly Toynbee, influyente editorialista de The Guardian, próxima a los laboristas, está muy preocupada: “Si fuese libre de soñar, sería de la izquierda de Jeremy Corbyn, pero no se puede poner nuestro futuro en sus manos”. En su opinión, sus posibilidades de ganar las elecciones son prácticamente nulas.

Esta música de fondo será muy difícil de acallar. Ed Miliband la ha sufrido durante cinco años mientras veía como se le ridiculizaba sin contemplaciones desde los medios de comunicación. Ahora, existe el riesgo de acentuarse esa tendencia, dado que Jeremy Corbyn es mucho más radical. Si consigue liderar el Partido Laborista ya sería toda una sorpresa. En ese momento, empezarán los problemas.

Traducción: Mariola Moreno

En el salón de plenos del Ayuntamiento de Ealing, en el oeste de Londres, no cabe un alfiler; más de 500 personas que se han dado cita en las dependencias municipales. Habida cuenta de la expectación suscitada, se habilita una segunda sala, desde donde es posible seguir en directo el debate, aunque no basta. A las puertas aguarda un centenar de personas, que no ha podido entrar.

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