Si se cumplen los pronósticos que vaticinan los sondeos, este domingo, el electorado portugués puede otorgar la mayoría simple a la coalición saliente de centroderecha formada por el PSD y el CDS, pese a los cuatro años y medio de austeridad, o de ajustes económicos, a los que se ha visto sometido el país desde que solicitó el rescate en la primavera de 2011. De confirmarse estos resultados, estaríamos ante la excepción portuguesa en el panorama político europeo: un país intervenido por la troika, donde ni el populismo de extrema derecha antieuropeo, ni la “izquierda radical” han conseguido alterar la hegemonía de los partidos tradicionales del “bloque central”, que alternan en el poder desde el final del PREC (proceso revolucionario) de 1976.
El Partido Socialista, considerado durante mucho tiempo como favorito y que dirige el exalcalde de Lisboa Antonio Costa, perdió la hegemonía en los sondeos en vísperas del comienzo de la campaña oficial y se encuentra bastante distanciado. Cuando faltan pocas horas para la apertura de los colegios electorales, en una cita con las urnas que se celebra a una sola vuelta –el sistema organizado en circunscripciones y proporcional, se rige por la llamada ley de Hondt–, la actual coalición de Gobierno se sitúa cinco puntos por delante en todas las encuestas (siete puntos en el último sondeo publicado por el diario Publico), excepto en una.
Pese a todo, los analistas políticos hacen hincapié en varios factores que pueden alterar el resultado de las urnas: el número de indecisos aumenta a medida que se acerca la cita con las urnas, un fenómeno bastante paradójico; la proporción de abstencionistas confesos también se mantiene al alza y el voto blanco o nulo está a unos niveles muy elevados, próximo al 10% de la intención de voto. Las elecciones vendrán marcadas por el realismo, algunos incluso pueden decir que por la resignación, pero lo que es seguro es que no va a reinar el entusiasmo. Y puede desembocar en un periodo de inestabilidad, si uno u otro partido no logra una mayoría de escaños. Como factor agravante, el hecho de que el presidente de la República, Anibal Cavaco Silva, a menos de seis meses de concluir su propio mandato, ya no puede convocar nuevas elecciones.
A pesar de las demostraciones de entusiasmo popular, traslado de militantes socialistas mediante a cargo del partido, la campaña del PS, centrada en la figura de Antonio Costa no ha sido ningún éxito. Se vio empañada por un turbio asunto relacionado con los carteles electorales (miembros del partido se presentaban como parados de larga duración) y por otros errores de comunicación. Antonio Costas, que salió airoso del primer debate televisivo frente un primer ministro, Pedro Passos Coelho, curiosamente pasivo, sin lugar a dudas perdió el segundo, a decir de los analistas independientes.
Pero sobre todo, el PS se encuentra en un posicionamiento estratégico incómodo: el de hacer campaña “a la izquierda” (no sin caer en franca contradicción con un programa cuya redacción han dirigido economistas más bien moderados) cuando se ha desvanecido cualquier esperanza de lograr una mayoría absoluta y no es posible alcanzar ninguna alianza con las formaciones de izquierdas. Lo que sorprende, efectivamente, en contraste con Grecia, o incluso con Italia o España, es la estabilidad, por no decir, glaciación, del panorama político. Con la diferencia de que el primer ministro saliente y su socio del CDS, Paulo Portas, han puesto de manifiesto el aislamiento del PS reconduciendo su alianza antes de las elecciones, por vez primera desde 1980.
El Partido Comunista portugués se mantiene, casi inmutable, con una intención de voto registrado del 8%-10% para su coalición electoral, la CDU. El que es el último partido estalinista de Europa (junto con su homólogo griego) todavía algo representativo, que prosigue su combate de 1917 contra los mencheviques y los sociales traidores, tal y como señalaba recientemente el editorialista y escritor Miguel Sousa Tavares. El Bloque de izquierdas, el Bloco, ha fracasado en su tentativa ya antigua de renovar la vida política a la izquierda y mantiene en torno al 6% de intención de voto, pese a la buena campaña de su portavoz, Catarina Martins. El nuevo partido Livre (Libre), fundado por el disidente del Bloco y exdiputado europeo Rui Tavares, puede formar gobierno con el PS pero en el mejor de los casos no conseguirá sacar más de un diputado en Lisboa, su cabeza de lista. El papel de las otras formaciones a la izquierda de la izquierda, tan dividida y egocéntrica como en Francia, queda relegado al de meros figurantes.
Para Ricardo Costa, hermano del candidato socialista y director independiente del diario más bien liberal Expresso, “hay que volver al análisis de siempre. Y a los dos grupos que pueden determinar el resultado: el voto útil de izquierdas y los electores del centro decepcionados por la coalición”. La búsqueda de este voto útil de izquierdas para el mejor, según Ricardo Costa, que se traduce en el 4% de los votantes, ha llevado al candidato del PS a “distorsionar” su campaña en la recta final: en caso de reedición de la coalición pero sin mayoría absoluta, el PS votaría contra los próximos presupuestos.
El país va mejor, no bien
Pero esta radicalización solo puede beneficiar a la coalición PSD-CDS en la reconquista del electorado que le dio el control del Parlamento en 2011 y que ahora se ve tentado a abstenerse, a votar en blanco o nulo. Se trata de una importante reserva de votos, unos 600.000, lo que supone en torno al 10% del electorado. “El país no necesita medidas de choque ”, sino proseguir la labor de saneamiento llevado a cabo en los últimos cuatro años y medio, argumentaba Passos Coelho frente a Costa en su primer debate televisado. Y acabar con dos fantasmas, el aventurismo de los años de Sócrates, el ex primer ministro socialista que llevó al país a la bancarrota y sus gastos suntuosos de dudosa financiación, le llevaron a él mismo a la cárcel durante nueve meses, y la suerte envidiable de Grecia. Mientras Antonio Costa vio en la victoria de Syriza del 20 de septiembre, una derrota de la derecha que hacía albergar grandes expectativas, la coalición de Gobierno replica que la estrategia alternativa de la “izquierda radical” griega toca a su fin.
El balance del gobierno saliente es tibio. En su haber se encuentra una recuperación modesta del crecimiento después de largos años de recesión, un descenso del paro (hasta el 12,4% en agosto) con la creación de hasta 230.000 empleos en el sector servicios, cuentas exteriores equilibradas gracias fundamentalmente al turismo, un aumento de las importaciones que apuntan a una recuperación del consumo. En el debe, se sitúa una deuda pública insostenible a largo plazo que representa el 132% del PIB, una consolidación presupuestaria que está lejos de haber concluido, paro de larga duración, agravamiento de la pobreza y regreso a la emigración que afecta sobre todo a los jóvenes diplomados (del 10% al 15% de los nuevos emigrantes).
Y, por si fuese poco, un sector bancario todavía muy frágil y sobre el que pesa el fracaso de la venta de Novo Banco, nacido de la debacle del imperio Espirito Santo. La crisis bancaria ha irrumpido en campaña bajo la forma de grandes manifestaciones de las “víctimas del BES” (Banco Espirito Santo); se trata de pequeños ahorradores, a menudo de edad avanzada y antiguos emigrantes en Europa, estafados por Ricardo Salgado, bajo la mirada distraída de los reguladores. La acción pública ha desempeñado un papel marginal en la restructuración y los progresos de importantes sectores de la economía como el textil, el calzado, la viticultura o el turismo, resultados de iniciativas privadas.
Sin embargo, tal y como admitió Antonio Costa, en una “metedura de pata” épica (ante inversores chinos”) que le reprocharon en el seno de su propio partido, no se puede negar que el “país está mejor que hace cuatro años”. Lo que por el contrario no ha ido a mejor son la capacidades de esta clase política profesionalizada para ofrecer al país una visión de futuro y soluciones creíbles a los desafíos que se avecinan.
La polémica, tan violenta como efímera sobre la responsabilidad del desembarco de la troika en Lisboa, en la primavera de 2011, es muy simbólica de este planteamiento retrógrado. Formalmente, la respuesta no deja lugar a dudas, el ministro de Finanzas Fernando Teixeira dos Santos, con las arcas vacías, impuso la decisión a Sócratas y a Antonio Costa, entonces número dos del PS. Pero el PSD permitió que se diesen las condiciones políticas al aliarse con la izquierda de la izquierda para rechazar el cuarto programa de ajuste económico negociado con Bruselas. Y su representante, Eduardo Catroga, estuvo vinculado con la negociación del memorando fijando las contrapartidas de la asistencia financiera exterior cifrada en 78.000 millones.
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Más grave aún, el “debate” político de fondo versaba más sobre la manera de eliminar las medidas, más o menos bien pensadas, emprendidas con carácter de urgencia para superar la debacle financiera (subida impositiva, bajada de salarios, restricciones al gasto social) que sobre las reformas estructurales que debían ponerse en marcha para abordar las viejas carencias que las habían provocado y que la intervención de la Troika solo abordó en parte. La lista, no exhaustiva, incluye una distribución de las rentas –el país presenta una de las mayores desiguales de Europa y cuya corrección se ha detenido por la crisis–, un esfuerzo de educación y de formación continua insuficiente con respecto a los más desfavorecidos, con un impacto dramático en la productividad de la mano de obra, una “reforma del Estado” que siempre se ha prometido, pero que no se ha emprendido nunca, rentas escandalosas, como la del exmonopolio eléctrico EdP [controlado por un grupo chino], la fragilidad ya mencionada del sector financiero, un sistema judicial lento e ineficaz, etc.
Ante una oferta política tan poco apetecible, no es de extrañar que el partido que vaya a llegar en cabeza el domingo sea el de los abstencionistas, hasta el punto de que puede superar el 41,9% registrado en las legislativas de 2011. Por si fuese poco, la predicción meteorológica para el fin de semana no es especialmente buena y los tres grandes clubes de fútbol, Benfica, Sporting y FC Porto, no han encontrado mejor día para jugar que en la jornada electoral. En Portugal, la crisis de las democracias europeas no tiene la dimensión espectacular que se percibe en ocasiones en otros países. Lo que no quiere decir que no exista.
Traducción: Mariola Moreno
Si se cumplen los pronósticos que vaticinan los sondeos, este domingo, el electorado portugués puede otorgar la mayoría simple a la coalición saliente de centroderecha formada por el PSD y el CDS, pese a los cuatro años y medio de austeridad, o de ajustes económicos, a los que se ha visto sometido el país desde que solicitó el rescate en la primavera de 2011. De confirmarse estos resultados, estaríamos ante la excepción portuguesa en el panorama político europeo: un país intervenido por la troika, donde ni el populismo de extrema derecha antieuropeo, ni la “izquierda radical” han conseguido alterar la hegemonía de los partidos tradicionales del “bloque central”, que alternan en el poder desde el final del PREC (proceso revolucionario) de 1976.