David Cameron es un hombre feliz y… afortunado. El líder de los conservadores británicos se dispone a reeditar un segundo mandato como primer ministro, al frente de una mayoría absoluta, una situación muy diferente a la de hace cinco años, cuando se vio obligado a formar Gobierno con ayuda de los Liberaldemócratas (Lib Dems) para poder instalarse en el 10 de Downing Street. Y, todo ello, contra todo pronóstico.
Jueves 7 de mayo por la mañana, en el momento de abrir los colegios electorales, todos los sondeos anticipaban una pugna reñida entre conservadores y laboristas. Un resultado así, ajustado, podía forzar dos alianzas: un nuevo pacto entre tories y sus aliados Lib Dems que daría continuidad a un nuevo acuerdo, que se ha revelado insatisfactorio los últimos cinco años, o un gobierno en minoría de los laboristas, con el apoyo de los nacionalistas escoceses y galeses. Ninguno de estos escenarios se ha materializado y el viernes 8 de mayo por la mañana, David Cameron ya disponía del número preciso de diputados en el Parlamento como para gobernar sin dificultades. A mediodía se confirmaba que había logrado la mayoría absoluta.
La victoria de David Cameron se vertebra en torno a tres elementos:
- Una “demonización” personal de Ed Miliband, el líder laborista, objeto de burlas continuas y al que se presentó como incapaz de asumir el puesto de primer ministro. A pesar de que logró dar la vuelta a esta situación, demostrando ser mejor que su caricatura, el cambio entró en campaña demasiado tarde. Los electores británicos no han mostrado confianza ni empatía suficiente por el jefe de los laboristas, que sufre de un déficit de popularidad.
- El miedo al nacionalismo escocés. Si bien los sondeos no han sabido anticipar el resultado final de las elecciones, no se han equivocado a la hora de pronosticar que el Scottish National Party (SNP) arrasaría; ha obtenido 58 de los 59 escaños de Escocia. Cameron ha aprovechado doblemente este auge de los independentistas; no solo ha debilitado a los laboristas y a los Lib Dems que antaño se imponían en Escocia, sino que esta situación le ha permitido presentarse como el muro de contención de la ola separatista que atraviesa Reino Unido. La mayoría de los ingleses, partidarios de la unidad del Reino, han preferido votar tory antes de arriesgarse a un pacto de gobierno entre laboristas y del SNP.
- La vuelta al redil de los “conservadores tímidos”. Aunque el partido eurófobo UKIP ha obtenido un buen resultado en porcentaje de votos (10% del electorado), en el mejor de los casos no se traducirá más que en dos diputados. David Cameron ha sido capaz de convencer a los electores de derechas para que permanezcan con los tories, en lugar de aventurarse con el UKIP, especialmente gracias a la promesa de convocar, en 2017, un referéndum de pertenencia a la Unión Europea. Algo similar ha sucedido con los electores liberaldemócratas quienes, decepcionados por las promesas incumplidas del pacto de gobierno de estos últimos cinco años, han abandonado esta alternativa. Aunque una parte de ellos se ha refugiado en los laboristas o en el SNP, muchos han optado por votar a los conservadores.
Por tanto, esta victoria de David Cameron es más que nada un éxito de carácter táctico, en un sistema electoral que sigue –pese a los ataques sucesivos de los Lib Dems, del SNP o del UKIP– beneficiando a los dos grandes partidos. La victoria de los conservadores se debe sobre todo a la derrota de sus adversarios.
Al perder el fortín escocés en beneficio de los nacionalistas del SNP, Ed Miliband logra la "proeza" de perder más diputados que Gordon Brown en 2010, en un momento en el que este era muy impopular después de 13 años de gobierno de Blair. Su intento por fusionar dos corrientes laboristas –los centristas, herederos de Blair, y la izquierda que reclamaba un regreso a los valores obreros del partido- dirigidos a reinventar el laborismo no ha arraigado o al menos no lo suficientemente rápido como para ganar las elecciones. Al dejar que el SNP escocés le arrebate el discurso progresista, que ha marcado claramente su preferencia por una política de izquierdas, los laboristas han dado la impresión de mantener un debate interno, sin ser capaz de dar respuesta a la demanda popular de una parte de su electorado contra las políticas de austeridad del Gobierno.
La falta de carisma de Ed Miliband también ha jugado en su contra y, conforme a la tradición británica, este viernes al mediodía presentaba su dimisión como líder del Partido Laborista. La número dos de la formación, Harriet Harmen, le sucede de forma provisional en el cargo hasta la celebración del próximo congreso laborista. Así las cosas, los laboristas corren el riesgo, como sucedió en 2010 con la marcha de Gordon Brown, de verse paralizados en debates internos mientras el nuevo Ejecutivo toma posesión y fija su agenda.
En cuanto a los Liberal Demócratas de Nick Clegg, la derrota no supone solo un varapalo (al pasar provisionalmente de tener 59 diputados a 8 escaños), sino que es el castigo a una alianza oportunista con los conservadores en 2010, que el electorado nunca aceptó. En 2010, los Lib Dems eran considerados de forma unánime como una alternativa de centroizquierda después de 13 años de blairismo (hasta el punto de que el diario progresista The Guardian pidió abiertamente el voto para ellos). Pero al entrar a formar parte de un Gobierno de derechas, para obtener solo migajas políticas en un determinado número de asuntos (aumento de las tasas universitarias, recortes presupuestarios salvajes), han perdido toda la credibilidad.
Mientras en 2010 aparecían como “hacedores de reyes” que había llegado al panorama político británico para quedarse y abrir la vía al tripartidismo, incluso al cuatripartidismo, actualmente representan una fuerza que ha sido destronada. Nick Clegg lo admitía al presentar su dimisión horas antes de que darse a conocer los resultados definitivos del escrutinio. “El liberalismo ha perdido. Son momentos sombríos para nuestro partido, pero no podemos permitir que los magníficos valores del liberalismo se apaguen en una noche”.
En las filas del partido eurófobo (y cada vez más xenófobo), en el UKIP, no soplan mejores vientos. A pesar de que los candidatos han obtenido un 10% de los sufragios emitidos en todo el país, los resultados solo se verán traducidos en un escaño en el Parlamento. Su jefe de filas Nigel Farrage, el hombre que ha conseguido para el UKIP una atención mediática comparable a la obtenida por el Frente Nacional en Francia, ha perdido su escaño de diputado y ha dejado la dirección del partido.
Para la mayor parte de los analistas británicos, esta victoria de Cameron no representa el triunfo de sus ideas o de su programa, que se articula fundamentalmente en torno a la economía y tiene previsto continuar con los recortes presupuestarios. Sin embargo, se beneficia también de las dimisiones de los líderes Miliband, Clegg o Farrage, de la retirada del panorama político de un gran número de dirigentes nacionales laboristas o Lib Dems que han perdido su escaño como el canciller en la sombra Ed Balls, el ministro de Asuntos Exteriores en la sombra Douglas Alexander, los exministros liberales Vince Cable, Danny Alexander o Charles Kennedy. Como escribe The Economy, “El Partido Conservador debe hacer frente a una oposición que se ha visto privada ahora de sus mejores talentos en la Cámara de los Comunes. De cara a 2020, desde luego es una oportunidad”.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
David Cameron es un hombre feliz y… afortunado. El líder de los conservadores británicos se dispone a reeditar un segundo mandato como primer ministro, al frente de una mayoría absoluta, una situación muy diferente a la de hace cinco años, cuando se vio obligado a formar Gobierno con ayuda de los Liberaldemócratas (Lib Dems) para poder instalarse en el 10 de Downing Street. Y, todo ello, contra todo pronóstico.