LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Varón, con un nivel educativo alto y buena posición laboral: quiénes y por qué trabajan si podrían estar ya jubilados

El sur del Líbano trata de reconstruirse un mes después del fin de los ataques de Israel

Los escombros de la iglesia católica melquita de San Jorge en Derdghaya, en el sur del Líbano.

Nissim Gasteli (Mediapart)

“Bombardear las casas de la gente, matar a inocentes, es satánico”, bramaba a principios de diciembre Radhia, de 48 años, apoyada en una scooter frente a los restos de lo que fue un edificio de cinco plantas en el centro de Tiro –también conocido como Sür en árabe–, donde se encontraba su piso. Desde la firma de un acuerdo de alto el fuego el 27 de noviembre, los habitantes de esta gran ciudad de la costa sur de Líbano, asolada por dos meses de guerra mortífera librada por Israel en todo el país, han regresado para evaluar la magnitud de la destrucción.

Aplastado por las bombas, el edificio donde vivía Radhia es ahora un amasijo de escombros, con los suelos y techos de todas las plantas en una sola pieza. “No tenemos nada que ver con la religión, no somos religiosos. Tampoco tenemos nada que ver con la política”, dice esta ex profesora, ahora directora de una escuela, que sigue sin entender por qué su edificio ha sido atacado.

Durante la guerra, Israel estuvo justificando constantemente el bombardeos de zonas civiles densamente pobladas con el pretexto de atacar “objetivos terroristas” de Hezbolá. Desde el alto el fuego, utiliza los mismos argumentos para explicar sus reiteradas violaciones del acuerdo: desde el sobrevuelo de Líbano por sus cazas y aviones no tripulados hasta los mortíferos ataques que siguen produciéndose. Desde la entrada en vigor del acuerdo han muerto treinta y seis personas, según un recuento del diario L'Orient-Le Jour.

“Estamos seguros de que este edificio no tiene nada que ver con la guerra. Antes de que lo destruyeran, vine tres veces a recoger algunas cosas. Nadie entró en el edificio. Cuando estábamos fuera, yo enviaba cada poco a nuestro carpintero para que se asegurara de que las puertas seguían cerradas y no había nadie dentro. Si hubiera habido alguien en el edificio, nos habríamos enterado”, dice, repasando cada una de las personas que poblaban el edificio.

“En la planta baja había una sastrería y venta de complementos. Al lado, mi hijo tiene un negocio de limpieza y ahí estaba su oficina. En la primera planta había una peluquería. En el segundo, un centro de belleza. En el tercer piso, vivía una señora que es peluquera. Enfrente, la vivienda de una persona que vive en el extranjero. Y por último, en el cuarto piso, mi familia.”

En cuanto empezó la ofensiva israelí, a finales de septiembre, huyó a Akkar, la región natal de su padre, en el norte de Líbano. Ahora, de vuelta en Tiro, se aloja en casa de unos parientes cercanos. “No somos los que más podemos quejarnos”, dice, saludando a su vecino, Abu Imad, de 60 años, que camina como puede entre los escombros. “Lo ha perdido todo. Vivía en el edificio de al lado. ¿Ves esas ruinas? Su hermano vivía allí. ¿Y el edificio destruido de detrás? Ahí vivía su hermana, en los dos pisos superiores. La peluquería de su esposa, también destruida. Lo han perdido todo. Todo”.

Redes de apoyo

Por todas partes en el centro de la ciudad se ve la misma estupefacción de los residentes indefensos ante tanta desolación. En el barrio de Hay Al-Ramel (la zona de playa), los ataques de drones han dejado varias viviendas medio destruidas. Más allá fue arrasado el último piso de un bloque de torres. Las tiendas que no han sufrido daños ya están abiertas, y las demás están siendo reparadas. Son las fiestas de fin de año, un periodo especialmente favorable para la economía local, impulsada por el regreso de los expatriados al país, pero la economía está parada. El ambiente es de pesadumbre.

En medio de los escombros, algunos atrevidos intentan organizarse para estrechar lazos. “Venid el domingo a ayudar: vamos a limpiar y desalojar lo que podamos del barrio”, anima a los transeúntes Hisham Najdi, con sus grandes gafas de sol.

Este joven de 32 años, mitad influencer mitad empresario, profesional del turismo y fundador del medio de comunicación Tyre Page para la promoción de la ciudad, alaba los elementos que han hecho  famosa internacionalmente a esta ciudad: “Sus playas, su casco antiguo, su puerto”, dice, con brillo en los ojos. “Es una ciudad pequeña, tan bonita como histórica. Es muy importante para nosotros, en momentos como éste, el sentimiento de comunidad”.

Han surgido espontáneamente redes de autoayuda, aunque todavía no se hayan restablecido los servicios básicos. La electricidad, que ya funcionaba aleatoriamente antes de la guerra, sigue cortada en algunas zonas. La ciudad sigue sin agua desde que los israelíes pulverizaran la estación de bombeo municipal. Sobre el terreno, los obreros trabajan para rehabilitar las canalizaciones colocando nuevas tuberías. “Dentro de unos días podremos reanudar la distribución”, afirma un empleado de la compañía de aguas de Líbano Sur.

Tiro se lame las heridas. En las afueras de la ciudad, al borde de una carretera muy transitada, unos socorristas trabajan en un terreno baldío en mitad de la noche. A la luz de grandes focos, abren zanjas con palas excavadoras donde fueron enterrados temporalmente muchos cuerpos durante la guerra. Fosas comunes en las que cada persona ha sido identificada de antemano por su nombre, un número y su lugar de origen. “Son personas que venían de zonas más al sur, que murieron por los ataques israelíes”, dice un hombre con un mono blanco y una máscara que oculta su rostro. Pide permanecer en el anonimato. “Pero había tantas bombas que era imposible enterrarlos y realizar los rituales de despedida. Así que los trajeron aquí.”

Cada tumba apenas está delimitada. A algunas les han puesto flores, otras tienen fotos de los fallecidos. Hay hombres que parecen ser combatientes de Hezbolá y del Movimiento Amal, pero también hombres más jóvenes y niños. Uno a uno, los cadáveres, envueltos en sudarios, se van retirando cuidadosamente del suelo y colocando en ataúdes, observados por transeúntes desconcertados y familiares que han acudido a presentar sus últimos respetos. Según la fuente anónima antes citada, todavía hay enterradas aquí unas “cien o doscientas” personas a la espera de que las lleven a su última morada. “Los recogemos y los llevamos a sus pueblos”.

El domingo 8 de diciembre se exhumaron los cadáveres de cinco socorristas para llevarlos a sus tierras. “Es la guerra más difícil jamás vista”, afirma Ali Safieddine, teniente de las fuerzas de defensa civil de Tiro. “Las armas utilizadas, la destrucción, los ataques contra civiles... son cosas que nunca había visto. Estamos psicológicamente agotados. Todos los que han sobrevivido a esta guerra, es como si les hubieran dado una segunda vida.”

Pero en veinticuatro años de servicio ha visto ya otras guerras. En 2006, un ataque israelí le arrebató a su hija Line, cuyo rostro lleva tatuado en el antebrazo derecho. Aunque nunca había sido testigo de un “ataque contra civiles” tan extenso, incluidos los socorristas. “Durante la guerra, no temíamos por nosotros, sino por los demás. Cuando uno de nuestros equipos salía en misión, siempre estábamos preocupados. Cada uno de nuestros vehículos lleva en el techo un símbolo reconocido internacionalmente para indicar que somos socorristas. En un mundo normal, no deberíamos ser un objetivo, pero lo fuimos. Por eso nos encomendamos a Dios.”

La popularidad de Hezbolá

La guerra ha polarizado ciertas posiciones. “Hace dos años, cuando ni siquiera pensábamos en la guerra, yo estaba en contra de la política de Hezbolá y de los demás partidos”, explica Nour Fares, sentado en el salón de su casa familiar en Masaken Chabiyeh. De espíritu independiente forjado por las protestas durante la thawra (revolución) de 2019, este treintañero, con la cabeza rapada, sonrisa contagiosa y brazos tatuados, tenía aspiraciones distintas a un juego político “corrompido por los partidos políticos” para el futuro de Líbano.

“Pero cuando estalló la guerra, tuve que cambiar. Con todo lo que ha pasado a nuestro alrededor, mis opiniones políticas han evolucionado en otra dirección porque teníamos un enemigo mayor que nos atacaba, ocupaba nuestra tierra y mataba a gente inocente. Desde entonces, apoyo a la resistencia más que nunca , porque es lo único que puede protegernos. No el derecho humanitario, ni el ejército libanés, ni el sistema internacional, nada de eso.”

Al menos 40 muertos en una oleada de ataques de Israel al este del Líbano

Al menos 40 muertos en una oleada de ataques de Israel al este del Líbano

Desde el 7 de octubre de 2023, Nour Fares ha creado un podcast en el que artistas, actores y miembros de la sociedad civil hablan de la vida de los habitantes del sur. Nour Fares teme que la guerra deje una división aún mayor en la sociedad libanesa, ya que los sentimientos no son los mismos en el sur, que lleva mucho tiempo expuesto a los ataques israelíes, que en otras regiones.

Radhia, que ha perdido su vivienda, también ha reconsiderado sus posiciones. “Mi madre es cristiana, mi padre musulmán suní y yo crecí en la religión católica. Puedo decir que antes no apoyaba a esta gente [Hezbolá -ndr], pero después de lo que los israelíes han hecho a mi casa, a mi gente... yo también tengo derecho a defenderme, a defender mi casa, a defender mi país, mi tierra, a mis seres queridos”, afirma.

Traducción de Miguel López

Más sobre este tema
stats