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Reino Unido analiza las enseñanzas que debe sacar del asesinato de Jo Cox

Las elecciones pasaron desapercibidas, eclipsadas por el asesinato ese mismo día de la diputada del Partido Laborista Jo Cox, en un Reino Unido en estado de shock. El jueves se celebraron comicios legislativos parciales en Londres. Se trataba de cubrir la vacante que había dejado Sadiq Khan, elegido alcalde de Londres en mayo, en la circunscripción de Tooting, al sur de la capital. Se impuso la candidata del Partido Laborista, con una mayoría más amplia que la que había conseguido Khan hace un año (obtuvo 6.300 votos más que su adversario conservador, frente a la ventaja de 3.000 votos que sacó Khan).

Han sido las cuartas elecciones legislativa parciales organizadas en Reino Unido en el último año y la cuarta victoria del Laborismo. En cada una de dichas convocatorias, los comicios tuvieron lugar en territorios más bien escorados a la izquierda. “Si recurrimos a un símil futbolístico, es como si el Laborismo se hubiese impuesto con facilidad en cuatro partidos disputados a domicilio”, resumía The Guardian. El diario va incluso más allá al aseverar que se trata de la prueba de que Jeremy Corbyn, que dirige el Partido Laborista desde septiembre de 2015, no es el estratega desastroso que algunos se empeñan en describir.

Por supuesto es imposible determinar si tras la victoria laborista, mayor de lo esperada, subyace un nueva corriente de simpatía repentina por parte de los electores para con el Partido Laborista. La mayoría de los británicos desconocía hasta el jueves a última hora el sórdido asesinato de Jo Cox, de 41 años, cometido en su circunscripción de Yorkshire, al norte de Inglaterra. En vísperas de la celebración del referéndum sobre la UE, sin duda la convocatoria electoral más importante para Gran Bretaña de las últimas décadas, la cuestión está sin embargo en boca de todos: la muerte de esta diputada, europeísta convencida, ¿puede impulsar el remain, la opción que defienden los que desean la permanencia del Reino Unido en la UE?remain

Los “inversores”, que mandan en los mercados financieros, por su parte, no han tardado en sacar conclusiones. Tal y como se podía leer ya el jueves en The Wall Street Journal, la libra esterlina y el euro se apreciaban respecto del dólar, en un escenario en el que escalaba posiciones el remain. Pero esta hipótesis todavía está lejos de verse confirmada. Las motivaciones del homicida, vinculado con varias redes de ultraderecha, no están claras: ¿Estamos ante el gesto de un desequilibrado que actuó en solitario o es un acto de violencia política a una semana del referéndum? En su primera –y muy breve– comparecencia ante la Justicia este sábado, Thomas Mair, de 52 años, se limitó a responder a la jueza que le preguntaba su apellido: “Muerte a los traidores y libertad para Gran Bretaña!”. Desde entonces, permanece en prisión preventiva, sin haber apelado.

La campaña, suspendida el jueves por la noche, se retomó este domingo, en un clima que ambos partidos se comprometen a que sea “más respetuoso”. Este lunes, los diputados de Westminster le rendían un homenaje a la tristemente desaparecida. El viernes, David Cameron, el primer ministro y Jeremy Corbyn se desplazaron a Birtstall, la ciudad donde sucedió todo y donde los vecinos habían erigido un memorial de coronas de flores. Esta imagen de unidad de los dos dirigentes ha calado, sobre todo porque aunque Corbyn defiende, como Cameron, el remain, había dicho que no se dejaría ver junto a su adversario conservador en campaña.

Como era de esperar, las llamadas a la calma se han multiplicado, después de meses de campaña a cara de perro. El nuevo alcalde de Londres Sadiq Khan ha dicho que el país “necesitaba una pausa y reflexionar”, para salir del “clima de odio, emponzoñado, henchido de negatividad y de cinismo” que ha marcado los últimos meses de campaña. Yvette Cooper, otra figura socialista (que se enfrentó a Corbyn en las primarias), ha declarado que se había producido un “aumento de la violencia en el debate público”, que se ha revelado “muy destructora”. En cuanto al diputado laborista Stephen Kinnock, próximo a Cox (conocido por haber contraído matrimonio con la ex primera ministra de Dinamarca Helle Thorning-Schmidt), es necesario “cambiar el tono para siempre, para defender eso en lo que creía Jo”. En una entrevista concedida al Times, llega a decir: “Tenemos que analizar atentamente lo que defendía Jo. Esa debería ser una de las miles de cosas en las que pensar, a la hora de meter el voto en el sobre la semana que viene”.

Mientras la campaña sobre Europa daba un giro hasta el todo vale, en un trasfondo de rivalidades personales en el seno de los partidos tradicionales desgastados, se presenta a Jo Cox como una diputada que anteponía sus convicciones a los intereses del partido. No dudaba, pragmática, a la hora de construir alianzas con algunos diputados de derechas, por ejemplo, sobre la cuestión de la intervención militar en Siria en apoyo a las poblaciones civiles. Otro ejemplo de esta independencia es que dio su firma a Corbyn, lo que le permitió presentarse a las primarias del partido, aunque finalmente no votó por él. Y después de los resultados del Laborismo en las locales de mayo de 2016, firmó una tribuna muy crítica con el liderazgo de Corbyn, reconociendo que lamentaba haberle permitido presentarse dándole su firma… También tenía por costumbre recorrerse metódicamente su circunscripción, manteniendo reuniones abiertas a todos, como la que había celebrado el jueves. “Su ambición no era formar parte del establishement, sino reformarlo desde dentro –y de reformarlo al servicio de la gente menos favorecido que ella”–, escribe Gordon Brown, el ex primer ministro laborista, que quiere creer que la muerte de Jo Cox va a marcar “el fin de la espiral a la baja de nuestra vida política”.

Desde hace tres días, la trayectoria de Cox, que pasa por Cambrigde, Bruselas, y Nueva York, y las convicciones de humanismo y de Justicia que la movían, han permitido constatar todo aquello que no funciona en la política británica a día de hoy. Empezando por las tendencias al repliegue instrumentalizadas por algunas formaciones contrarias a la UE. En un editorial titulado: “Si se inyecta veneno en nuestra política alguien terminará por enfermar”, el cronista de The Guardian Jonathan Freedland enmarca la muerte de Cox en una serie de acontecimientos contemporáneos: los excesos de algunos aficionados ingleses en la Eurocopa de Francia al grito de “¡Vete a la mierda, Europa!”, o en la publicación de carteles antimigrantes, cada semana más racistas que la anterior, por parte del Ukip de Nigel Farage, en defensa del Brexit. El cronista termina por confesar que no puede más con el “ruido de fondo de esta campaña, que consiste en denunciar a las 'élites de Westminster' y considerar que cualquier diputado, cualquier persona que tiene un cargo público, cualquier experto es o un mentor o un corrupto al servicio de un vicioso completo urdido por Bruselas”.

Fracturas en el Laborismo

El examen de conciencia en marcha incluye a los periodistas. Algunos medios de comunicación de gran tirada están acusados de haber llegado demasiado lejos, en su cruzada contra la clase política en su conjunto y de haber alimentado también ellos ese clima de tensiones perjudiciales. “Por supuesto que era necesario sacar el escándalo de los gastos de los diputados, escribe Andrew Grice, en The Independent, en alusión al caso que degradó la imagen de los diputados. Pero desde entonces, la mayoría de los diarios del país han pasado de un euroescepticismo sano para con la clase política a un cinismo completo”. Y rizando más el rizó: “Jo Cox, como muchos de sus colegas diputados, estaba más en contacto con la “verdadera vida” de las gentes que la mayoría de los periodistas que pasan su tiempo juzgando dicha misma clase política”.

Ese posicionamiento, en periódicos considerados más bien de izquierdas, han irritado a algunos observadores. Es el caso del exdiputado conservador Matthew Parris que, en el Times de este sábado, juzgaba que “si hay una enseñanza que extraer de la muerte de Jo Cox, es que no hay tal”. Ataca a los que “sugieren que la campaña por el leave, aún sin tener intención de hacerlo, alentó a los demonios que se habían apoderado del asesinato de Jo Cox”. “Antes de que cayerais en ese tipo de razonamiento, queridos amigos remainers, imaginad lo que habrían dicho algunos defensores del leave si el asesino hubiese sido un demandante de asilo desequilibrado mental. ¿Valemos más que todo eso, no? ¿Verdad que sabemos que siempre va a haber locos?

En otro editorial, The Guardian insiste: “Con independencia de cuáles fueran las motivaciones, políticas o no, del asesino, este suceso lamentable se inscribe, indefectiblemente, en un contexto claramente político. Por el momento y el lugar”. El momento: a siete días de un referéndum crucial, que se juega sobre la identidad del Reino Unido. Y el lugar, en el norte de Inglaterra en crisis, donde el British National Party (extrema derecha) ya ha conseguido resultados impresionantes y donde la formación hasta ahora secreta Britain First, a la que podría haber pertenecido el asesino, trata de cuajar. Allí más que en otras zonas del territorio, la campaña sobre la UE y su temática migratoria parecen haber liberado la palabra de numerosos otros “nacionalistas”.

Desde su elección como diputada de Westminster 13 meses antes, Cox era una de las voces, de izquierdas, que todavía se atrevían a defender las virtudes de la inmigración, sin temer perder electores en el camino. En el primer discurso que pronunciaba en Westminster (cuyo vídeo se ha difundido mucho después de su muerte), habla de la riqueza de las comunidades que componen la población de su circunscripción, “son muchas más las cosas que nos unen que las que nos dividen”. Si la muerte de Cox ha conmocionado tanto a Gran Bretaña, sobre todo entre la izquierda, es porque pone de manifiesto el malestar en el seno de su propio partido, el Laborista, en este cuestión decisiva.

Antes de la muerte de Cox, el semanario New Statesman había publicado un interesante análisis sobre la crisis interna en el Laborismo titulado: “El referéndum sobre la UE estaba destinado a convertirse en pesadilla para los conservadores. Pero al final lo fue para los laboristas”. El artículo se refiere a las responsabilidades de Corbyn, reticente desde el primer momento a hacer campaña por Europa, pero también de los grandes medios de comunicación, inmersos en batallas internas y políticas en el seno de los conservadores. Destaca también la inteligencia de la campaña del leave, que respaldado considerablemente a algunos diputados laboristas favorables al Brexit, como Gisela Stuart (minoritarias, pese a todo, en su propia familia política).

Pero recuerda sobre todo hasta qué punto el partido socialdemócrata se encuentra estructuralmente dividido en las cuestiones migratorias. Un diputado laborista de Birmingham, Liam Byrne, presentaba así su visión de las cosas: “Somos el partido de la clase obrera. Nuestro trabajo es responder a las preocupaciones de esta gente. Estos tiempos nos dicen claramente que su preocupación principal es la inmigración. Por tanto, tenemos que centrarnos en esa cuestión. Punto”. En cuanto al londinense Jeremy Corbyn, insiste: “A la clase media de Londres no le gusta hablar de inmigración. Piensan que es un tema sucio”.

Como otros partidos socialdemócratas de Europa, el Laborista se encuentra fracturado entre un electorado progresista en cuestiones sociales en Londres (a los que algunos llaman “bebedores de vino”) y una base obrera en el resto del país, que podría verse tentada por los discursos alarmistas sobre los peligros de la inmigración (los “bebedores de cerveza”). “Es la brecha que Ed Miliban [predecesor de Corbyn] trató de cerrar y que acabó por reducir el apoyo de los dos grupos. Corbyn ha defendido sin amabges la causa de los migrantes. En ese sentido se ha alineado del lado de algunos de sus adversarios de la línea Blair. Pero hay diputados que temen que esta estrategia tenga importantes consecuencias electorales”, prosigue George Eaton, en New Statesman.

Es precisamente en ese contexto, en el del Laborismo sumido en una importante crisis y de la que no se sabe cómo se saldrá a corto plazo, haya o no Brexit, hay que sustituir a la fallecida Cox. Esta diputada trataba, desde el norte de Inglaterra donde algunos laboristas ya no hacen discursos positivo sobre la inmigración, de presentar sin descanso sus ideas sobre la solidaridad internacional. Hasta el trágico 16 de junio de 2016, parecía haberlo conseguido.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Las elecciones pasaron desapercibidas, eclipsadas por el asesinato ese mismo día de la diputada del Partido Laborista Jo Cox, en un Reino Unido en estado de shock. El jueves se celebraron comicios legislativos parciales en Londres. Se trataba de cubrir la vacante que había dejado Sadiq Khan, elegido alcalde de Londres en mayo, en la circunscripción de Tooting, al sur de la capital. Se impuso la candidata del Partido Laborista, con una mayoría más amplia que la que había conseguido Khan hace un año (obtuvo 6.300 votos más que su adversario conservador, frente a la ventaja de 3.000 votos que sacó Khan).

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