No cesa la ira de los habitantes de Derna, en Libia. Centenares de supervivientes de la tormenta Daniel, que devastó la ciudad y causó miles de muertos y desaparecidos, según un balance aún imposible de calcular, se manifestaron la semana pasada para denunciar la impericia de las autoridades del Este. Esas autoridades no están reconocidas por la comunidad internacional, y están representadas por Aguila Salah, presidente del Parlamento, pero también por el hombre fuerte de la región, el mariscal Jalifa Haftar, y su clan.
Entre los eslóganes coreados se podían ver "El pueblo quiere la caída del Parlamento", o "Los que robaron o traicionaron deben ser ahorcados". En una declaración leída durante la manifestación, el "pueblo de Derna" exigía "una rápida investigación y acciones legales contra los responsables del desastre", la disolución del consejo municipal y una investigación sobre la gestión presupuestaria de la ciudad.
Los manifestantes también pidieron "el establecimiento urgente de una oficina de apoyo de la ONU en Derna" y la puesta en marcha del "proceso de reconstrucción de la ciudad e indemnización de los residentes afectados". A continuación, varios manifestantes quemaron la casa del alcalde de la ciudad, Abdulmonem al-Ghaithi, leal al clan Haftar, al grito de "¡La sangre de los mártires no se derrama en vano!".
Tras la manifestación, y mientras los servicios de emergencia seguían buscando y evacuando cadáveres en condiciones difíciles, se pidió a los periodistas que abandonaran la ciudad y se cortó la red de telecomunicaciones, que se restableció 24 horas después. Oficialmente, el corte se debió a una "rotura de fibra óptica" y no fue provocado, aunque los técnicos han demostrado que sí lo fue.
Este hecho demuestra el nerviosismo de las autoridades ante la desesperación y el enfado de la población, ya marcada por años de guerra civil y división. Derna, donde las protestas siempre han sido fuertes, estuvo controlada por los yihadistas del Estado Islámico antes de caer en manos de los islamistas cercanos a Al Qaeda en 2015, para ser retomada después en un baño de sangre en 2018-2019 por el ejército de Jalifa Haftar, ex discípulo del dictador Muamar Gadafi.
Desde entonces, el odio de la población al clan Haftar no ha parado de crecer, como recuerda a Mediapart el especialista en Libia Jalel Harchaoui, investigador asociado del Royal United Services Institute de Londres (Reino Unido). "La ira de los habitantes de Derna es el resultado de varios factores. Se explica por el carácter dictatorial del sistema de Haftar en el Este, pero también por la división entre Este y Oeste y por el odio histórico de Derna al mariscal Haftar. La población no entiende por qué no hubo evacuación cuando se acercaba el ciclón, y sabe que las prácticas corruptas hacen que, por ejemplo, no haya habido mantenimiento de las presas de Derna desde hace décadas".
Además del trauma de la tragedia climática, Derna también está preocupada por estar en manos corruptas, en un momento en que la ayuda internacional llega de muchos países por millones de dólares. La población está preocupada sobre todo porque Saddam Haftar, uno de los hijos del mariscal Haftar, que tiene fama de haber malversado fondos en varias ocasiones y de haber violado los derechos humanos, ha sido designado para dirigir el comité encargado de gestionar la crisis humanitaria.
Jalel Harchaoui señala que "hoy, la emergencia es humanitaria, hay que ayudar a la población y reconstruir. Ninguna nación va a presionar a Dabaiba en el Oeste ni a la familia Haftar en el Este, a pesar de su parte de responsabilidad. Las dos familias tendrán que trabajar juntas y cada una se servirá de los miles de millones de dólares de ayuda internacional. En cuanto a la dictadura militar de Haftar, se fortalecerá a pesar del descontento exacerbado de los libios."
"Justo antes del desastre de Daniel, la ONU aún tenía esperanzas de terminar con esta condescendencia y tener un nuevo gobierno, más pequeño y tecnocrático, que se encargara de los asuntos corrientes y supervisara unas elecciones en las mejores condiciones posibles. Pero todo eso ha quedado en nada", afirma el investigador.
"Esperamos que la población tome conciencia de esta enfermedad de corrupción y dictaduras militares, y que haga caer un régimen que no tiene ninguna legitimidad electoral", añade Harchaoui, “pero hay que ser realista, la probabilidad es muy baja. Mientras que el descontento de la población consiguió derrocar a Gadafi en 2011 porque intervinieron militarmente Estados poderosos, empezando por Francia –y eso costó ocho meses–, ahora la población libia está sola".
La situación está tan estancada que, hasta la fecha, el proceso auspiciado por Naciones Unidas destinado a desembocar en "elecciones libres y creíbles", nunca ha tenido éxito. Era un mantra durante años de la comunidad internacional y, en particular, del presidente francés Emmanuel Macron, que se veía como padre de una reconciliación imposible entre Este y Oeste. El país está dividido entre polos de poder y grupos armados rivales, atestado de mercenarios y fuerzas extranjeras, cada uno guiado por sus propios intereses.
A diferencia del primer ministro Dabaiba en Trípoli (Oeste), el poder del bando de Haftar en Bengasi (Este) no está reconocido por la comunidad internacional, pero así todo cuenta con el apoyo de naciones importantes. "Desde que la guerra terminó en 2020, existe una especie de complicidad de facto entre los bandos del Este y del Oeste para garantizar el mantenimiento del statu quo", añade el investigador Jalel Harchaoui.
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El viernes 22 de septiembre, en respuesta a las manifestaciones de principios de semana, las autoridades del Este anunciaron que el 10 de octubre se celebrará en Derna una conferencia "internacional" para la reconstrucción de la ciudad, con la inclusión en el orden del día de "la presentación de proyectos modernos y rápidos". No es seguro que eso calme los ánimos de los habitantes de Derna.
Traducción de Miguel López