No fue el viraje centrista de Syriza, ni su fracaso a la hora de sacar a Grecia de la senda de la austeridad lo que ha debilitado de la noche a la mañana a Tsipras, sino una historia que se remonta a 30 años atrás y que alcanza a los demonios nacionalistas griegosdemonios: el nombre de un Estado fronterizo con la península helénica, conocido en Europa como Macedonia, y cuyo nombre oficial está en proceso de pasar a ser República de Macedonia del Norte.
Hace meses que el Gobierno griego negocia con Skopje para resolver el “conflicto del nombre” que emponzoña las relaciones entre los dos países. En junio, alcanzaron un acuerdo que fue validado en el Parlamento macedonio.
El problema es que la derecha griega y los nacionalistas griegos siempre han rechazado que el vecino balcánico sea denominado Macedonia, que creían debía reservarse a la parte norte de Grecia, la región de Salónica. Oficialmente, para Atenas, el país vecino se llamaba “ΠΓΔΜ”, acrónimo en el alfabeto helénico de “Antigua República Yugoslava de Macedonia”.
Desde el punto de vista del nacionalismo griego, la antigua Macedonia, la tierra de Alejandro Magno y Felipe II, se limita a las fronteras de la Grecia actual, aunque esto no está científicamente establecido. Para Skopje, lo que está en juego no es tanto una cuestión histórica como diplomática; mientras no se resolviera este conflicto sobre el nombre, este pequeño Estado de unos dos millones de habitantes no podía unirse a la OTAN, ya que Atenas había vetado la adhesión de un país llamado Macedonia.
El Gobierno de Tsipras quiso salir de este impasse. Este hartazgo le llevó a olvidar que gobernaba con un socio un tanto engorroso: el partido soberanista de los griegos independientes (Anel). Esta tambaleante coalición, constituida en 2015, había permitido hasta la fecha que Syriza, que no cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento, permanezca en el poder con una mayoría de 151 diputados de un total de 300 (145 Syriza, 6 Anel).
Sin embargo, en otoño, la coalición comenzó a hacer aguas. En octubre, el ministro de Relaciones Exteriores Nikos Kotzias dimitió de su cargo a raíz de un desacuerdo con Anel. Y, la segunda semana de enero, fue el propio líder de Anel, el ministro de Defensa Panos Kammenos, quien abandonó el Ejecutivo, anunciando el fin de la coalición Syriza-Anel, provocando con ello la mayor crisis política desde las elecciones de septiembre de 2015.
Con el fin de evitar la celebración de elecciones legislativas anticipadas (las próximas elecciones están previstas para el mes de octubre), Tsipras se apresuró a formar un nuevo acuerdo de Gobierno y a someterse a una moción de confianza en el Parlamento el pasado miércoles 16 de enero, tras largas horas de debate. La apuesta fue un éxito, pero por muy poco: 151 diputados, de los 300, votaron a favor de este gobierno debilitado. De ellos, cinco parlamentarios, que rompieron la disciplina de partido, son de Anel y uno de Potami, un pequeño partido liberal que irrumpió en el panorama político en 2015. En otras palabras... la maniobra no cambia mucho en cuanto al fondo.
La decisión del primer ministro griego de someterse a una moción de confianza fue arriesgada. La cuestión de Macedonia es muy delicada en Grecia y Tsipras no cuenta con el apoyo de la opinión pública en el asunto. En Salónica se han celebrado varias manifestaciones en los últimos meses para oponerse al acuerdo con Skopje, y la derecha conservadora de Nueva Democracia ha echado leña al fuego con el objetivo de preparar su regreso al poder. El partido dirigido por el heredero Kyriakos Mitsotakis votó en bloque “no” al Gobierno de Tsipras, al igual que los socialistas del Pasok que están desesperados por sobrevivir. No es de extrañar que los 16 diputados neonazis de Amanecer Dorado también votaran en contra del Ejecutivo.
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Más allá de la cuestión del nombre de Macedonia, que puede parecer absurda para un observador externo, la maniobra de Tsipras augura en realidad nuevos acontecimientos que probablemente alejarán de nuevo a Syriza de su izquierda radical inicial. Al menos eso es lo que se puede entender, entre líneas, de la intervención durante los debates de Yannis Dragasakis, número 2 en el Gobierno y principal actor en el cambio socialdemócrata de Syriza. “La moción de confianza no es sobre una mayoría de circunstancias cuyo objetivo sería prorrogar la vida del Gobierno por unos meses”, dijo. “Por el contrario, se trata del comienzo de una revisión general del panorama político dirigida a una nueva mayoría progresista, una amplia asociación que trabajará en un programa por el futuro de Grecia”.
Tsipras no dijo nada más al cierre de la sesión el miércoles por la noche, sentando las bases para un “dilema” entre, por un lado, “el polo progresista con Syriza como núcleo” y, por otro, una alianza entre Nueva Democracia y Amanecer Dorado. Reunir a la antigua izquierda y al centro para enfrentar a la derecha nacionalista... Un objetivo que se asemeja mucho al mensaje de Emmanuel Macron para las elecciones europeas. ___________
Traducción: Mariola Moreno
No fue el viraje centrista de Syriza, ni su fracaso a la hora de sacar a Grecia de la senda de la austeridad lo que ha debilitado de la noche a la mañana a Tsipras, sino una historia que se remonta a 30 años atrás y que alcanza a los demonios nacionalistas griegosdemonios: el nombre de un Estado fronterizo con la península helénica, conocido en Europa como Macedonia, y cuyo nombre oficial está en proceso de pasar a ser República de Macedonia del Norte.