Diaa Al-Kahlout es una sombra de lo que era, "vivo y muerto al mismo tiempo", desde que regresó de lo que él llama "Guantánamo": el centro militar de Sde Teiman, en el desierto del Néguev, al sur de Israel, a unos treinta kilómetros al este de la Franja de Gaza.
Esta base del Ejército israelí, donde permanecen recluidos sin juicio ni cargos cientos de palestinos detenidos de Gaza desde el 7 de octubre de 2023, es el nuevo símbolo de las violaciones masivas de derechos humanos perpetradas por Israel en nombre de la "lucha contra el terrorismo". Lo mismo que Guantánamo, en la punta de la isla de Cuba, se convirtió en el emblema de los excesos de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Al-Kahlout pasó allí treinta y tres días este invierno con el número 059889, para luego ser trasladado en autobús, con los ojos vendados, junto con otro centenar de prisioneros, al paso fronterizo de Kerem Shalom, al sureste de Rafah, donde recuperó su libertad en un estado muy deteriorado, irreconocible y casi incapaz de mantenerse en pie.
"He perdido 45 kilos, no veo muy bien cuando mi visión antes era excelente, tengo graves problemas en la espalda y el pecho, y ya no puedo dormir", dice este periodista, jefe de la oficina en Gaza de Al-Araby Al-Jadeed (El Nuevo Árabe), un medio de comunicación digital con sede en Londres y financiado por una empresa catarí.
Al-Kahlout habla a cara descubierta con Mediapart desde Egipto, adonde huyó y ahora espera, desorientado, con su mujer y sus cinco hijos, un visado para ir a Catar, preguntándose angustiado "si es posible recuperarse después de esto".
Cada día y cada noche, revive las atrocidades que sufrió "como si estuviera todavía en prisión": los golpes, los castigos y la privación de comida, sueño y aseos. "No hemos sido tratados como seres humanos".
Recuerda estar semidesnudo o vestido con un pijama gris, obligado a llevar pañales, los ojos vendados, la boca tapada con cinta americana, los pies encadenados, las manos atadas a la espalda o hacia arriba, las muñecas llenas de cortes por las esposas de acero. Obligado a permanecer durante horas, dice, de pie o de rodillas, o colgado de las muñecas, agonizando de dolor, seguro de que moriría allí, aislado del mundo, de su familia.
Endurecer al máximo las condiciones de vida de los presos palestinos
En las últimas semanas aparecen cada vez más testimonios de presos liberados y de denunciantes que han trabajado allí, como estos recogidos por Mediapart. También hay cada vez más alertas de asociaciones de derechos humanos israelíes y palestinas.
Los relatos que siguen describen malos tratos y torturas sistemáticas, incluida la muerte de decenas de presos, en el centro de Sde Teiman, al que ningún observador exterior ha podido acceder, ni siquiera el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que tiene prohibida la entrada en todas las cárceles israelíes desde el 7 de octubre.
Esta base militar, que ahora alberga un campo de prisioneros, está situada en el desierto del Néguev, a unos treinta kilómetros de la frontera con Gaza.
En esta prisión de excepción la arbitrariedad se lleva al extremo gracias a una ley israelí de 2002 que otorga al Ejército la facultad de encerrar durante cuarenta y cinco días sin orden de detención a una persona que haya "participado directa o indirectamente en actos hostiles contra el Estado de Israel, o sea miembro de una fuerza que perpetre actos hostiles contra el Estado de Israel", antes de ponerla en libertad o entregarla a la administración penitenciaria (SPI). Se trata de la ley sobre "combatientes ilegales", un estatus no amparado por el derecho internacional.
"Combatientes ilegales", un estatuto contrario al derecho internacional que aumenta el riesgo de tortura
Según un reciente informe de la ONG Médicos por los Derechos Humanos, "desde el comienzo de la guerra han sido clasificados como 'combatientes ilegales' todos los gazatíes detenidos", lo que les priva del estatuto de prisioneros de guerra definido por el derecho internacional humanitario, de vínculos con el mundo exterior y de visitas de abogados, y aumenta el riesgo de tortura y abusos.
"Este estatuto, concebido para los libaneses, equivale a la detención administrativa, que permite retener a una persona indefinidamente sin cargos ni juicio. Los prisioneros no serán juzgados, pase lo que pase", explica la historiadora Stéphanie Latte Abdallah, directora de investigación en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) y autora de dos importantes obras: Des morts en guerre. Rétention des corps et figures du martyr en Palestine (Muertos en guerra. Retención de los cuerpos y características del mártir en Palestina, edit. Karthala, 2022) y La Toile carcérale. Une histoire de l'enfermement en Palestine ((La red de prisiones, una historia de la reclusión en Palestina, edit. Bayard, 2021), una investigación sobre el sistema penal y penitenciario, herramienta de la ocupación israelí (ver su entrevista con François Bougon).
“Antes del 7 de octubre", recuerda la investigadora, "los presos de Gaza apenas representaban el 5% del total de detenidos. Había menos posibilidades de detenerlos, obviamente por razones territoriales y por una diferente gestión de estas diferentes zonas ocupadas debido al asedio de Gaza, que limitaba las detenciones en las fronteras cuando se hacían incursiones militares. Desde el 7 de octubre, las detenciones de hombres de entre 18 y 45 años han sido masivas. Ahora representan más del 20% de los detenidos, pero en realidad es imposible conocer la cifra exacta".
La arbitrariedad también está fomentada por una figura supremacista judía del gobierno de Netanyahu, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, responsable del sistema penitenciario, que dio instrucciones tras los atentados de Hamás de endurecer al máximo las condiciones de vida de los palestinos entre rejas.
Presionado, el Ejército israelí asegura a Mediapart que "respeta la dignidad de los detenidos" y "cumple la legislación israelí e internacional", y afirma que se toma "muy en serio" las acusaciones de tortura. Según ellos, se han abierto setenta investigaciones de la policía militar "sobre incidentes que dan lugar a sospechas de infracciones penales", y no sólo en Sde Teiman.
Como prueba de cambio de rumbo, una semana después de que el jefe del Estado Mayor del Ejército anunciara la creación de una "comisión consultiva" para examinar las condiciones de detención, Israel aseguró que había comenzado a trasladar a setecientos detenidos de Sde Teiman a la prisión militar de Ofer, en la Cisjordania ocupada, y a Ktzi'ot, en el Negev; otros quinientos más deberían ser trasladados en las próximas semanas (actualmente quedan setecientos, según una fuente militar contactada por Mediapart).
El miércoles 5 de junio, el abogado del Estado israelí lo comunicó al Tribunal Supremo, al que se habían dirigido varias ONG exigiendo el cierre inmediato de este "agujero negro sin ley donde se pisotean los derechos humanos fundamentales de los detenidos". Prometió al más alto tribunal del país, en nombre del gobierno, que se mejorarían las condiciones de vida en Sde Teiman y que el lugar se transformaría únicamente en un centro de detención de corta duración, su propósito original, para clasificar a los detenidos (cuyo número máximo se ha fijado en 200) y realizar investigaciones preliminares.
En Guantánamo han perdido la vida veinte personas en veinte años. Aquí, han habido decenas de muertos en unos pocos meses.
Oneg Ben Dror, de Médicos por los Derechos Humanos de Israel (PHRI), una de las ONG que llevó el caso ante el Tribunal Supremo, acogió la noticia con alivio, pero sin cantar victoria. “Desde el 7 de octubre, la tortura ha alcanzado niveles sin precedentes en todas las prisiones, tanto en las de la administración penitenciaria como en las del Ejército", explica. “Hay otros centros de detención similares, como el de Ananot, al este de Jerusalén. Miles de familias no saben si sus seres queridos están vivos o muertos. Israel se niega a decirnos cuántas personas detenidas han muerto, o en qué campos están recluidos los presos, lo que equivale a una desaparición forzada, un crimen contra la humanidad según la Convención de Roma.”
Tal Steiman, del Comité Israelí contra la Tortura, coincide con él: "Esto no se ha visto jamás. Menores, ancianos, discapacitados, personas con heridas de guerra, mujeres, profesionales de la salud y periodistas están siendo detenidos incluso en zonas protegidas, escuelas y hospitales, y sometidos a tortura. Antes del 7 de octubre, las torturas que documentábamos se producían generalmente en el contexto de investigaciones e interrogatorios de los servicios de seguridad, pero no a un nivel tan alto en las detenciones. No se aplicaban a un público tan numeroso.”
El Ejército israelí declara a Mediapart que han muerto treinta y seis detenidos en sus instalaciones desde el comienzo de la guerra. Según Oneg Ben Dror, que ha organizado varias manifestaciones ante Sde Teiman, esa cifra dista mucho de la realidad. “Un centro peor que Guantánamo", añade su colega Nadji Abbas. “Allí han perdido la vida veinte personas en veinte años. Aquí, han habido decenas de muertos en unos pocos meses.”
En su denuncia presentada el 23 de mayo, PHRI y otras cuatro organizaciones israelíes de derechos humanos (el Comité contra la Tortura, Acri, HaMoked y Gisha) enumeran los múltiples abusos y torturas físicas y psicológicas infligidos a los presos palestinos. Palizas que provocan fracturas, hemorragias internas, castigos arbitrarios, intervenciones quirúrgicas sin anestesia, violencia sexual, etc.
"Obligados a permanecer con los ojos vendados durante horas, incluso durante los tratamientos médicos o al defecar, son mantenidos en posturas dolorosas durante días y esposados constantemente hasta tal punto de que a algunos han tenido que amputarles extremidades. Se han documentado varios casos", informa Oneg Ben Dror.
Se han denunciado numerosos casos de abusos físicos, sexuales y psicológicos, como soldados que orinan sobre los detenidos y les obligan a comportarse como animales
A principios de abril, el diario israelí Haaretz publicó una carta de un médico de Sde Teiman en la que alertaba a los ministros de Defensa y Sanidad y al fiscal general israelí. "A dos presos se les han amputado las piernas a causa de las heridas provocadas por los grilletes, algo habitual", escribió el médico, que se refirió a "difíciles dilemas éticos" y a "prácticas que no se ajustan a la ley".
Ese mismo mes, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, UNWRA, publicó un abrumador informe sobre tratos inhumanos, crueles y degradantes a detenidos gazatíes, entre ellos varios de sus empleados. Se denunciaron numerosos abusos físicos, sexuales y psicológicos, como que los soldados orinaran sobre los detenidos, les obligaran a comportarse como animales, les pidieran que bebieran de los retretes, les azuzaban perros, incluso a niños, y les golpearan los genitales.
Un hombre de 41 años describió que le habían obligado a sentarse "sobre algo que parecía un palo de metal ardiendo y era como fuego", lo que le causó quemaduras en el ano. Dijo que había visto morir a un preso después de que le introdujeran un palo eléctrico por el culo.
Hombres y mujeres han declarado haber sido obligados a desnudarse delante de militares varones durante los registros y haber sido fotografiados y filmados mientras estaban desnudos. “Un soldado nos quitó el hiyab, nos pellizcó y nos tocó el cuerpo, incluso los pechos", relató una detenida de 34 años. Teníamos los ojos vendados y sentíamos que nos tocaban, que nos empujaban por la cabeza hacia el autobús. Nos decían "zorra, zorra". Decían a los soldados que se quitaran los zapatos y nos golpearan en la cara con ellos".
El Ejército israelí rechaza todas esas acusaciones y declara a Mediapart que no ha recibido "ninguna queja concreta de detenidos o abogados". Afirman que "los detenidos son esposados en función del nivel de riesgo y de su estado de salud" y que son "examinados cada día para asegurarse de que las esposas no están demasiado apretadas".
Aseguran que "a cada detenido se le proporcionan mantas, un colchón y ropa adecuada al clima", que reciben "tres comidas al día, basadas en cantidades aprobadas por un nutricionista para mantener su salud", que hay agua "normalmente disponible", que "se lleva a cabo un seguimiento médico individual de cada detenido, si lo necesitan, y en su caso, se pasan consultas médicas de forma regular", y que esa atención es proporcionada por "personal médico cualificado".
Guerra psicológica
En mayo, ex empleados de Sde Teiman relataron a la CNN y a The Guardian, bajo anonimato, la violencia sin precedentes que se vive en ese centro militar. Describen un complejo penitenciario dividido en dos zonas, lo que corroboran los testimonios recogidos por Mediapart.
En la primera, son hacinados en recintos mugrientos y pestilentes decenas de palestinos sospechosos de ser terroristas o de tener vínculos directos o indirectos con Hamás, donde soportan limitaciones físicas extremas, con los ojos vendados y las manos atadas. En la segunda, se improvisó un hospital de campaña, gestionado por el Ministerio de Sanidad israelí, después de que los hospitales civiles se negaran a admitir a pacientes gazatíes. Los detenidos, con pañales, son atados a sus camas y alimentados a través de pajitas.
Su testimonio es similar al ofrecido recientemente en Radio France por un cirujano israelí que entró en este centro militar a petición del Ejército: "Los pacientes no tienen nombre. Están dispuestos en dos filas. Hay entre quince y veinte detenidos, todos atados y tumbados en las camas. No pueden moverse. Tienen los ojos vendados. Están desnudos. Llevan pañales.”
Diaa Al-Kahlout, jefe de la oficina en Gaza de Al-Araby Al-Jadeed, era uno de los últimos periodistas que cubrían la guerra en el norte del enclave cuando fue detenido, la mañana del 7 de diciembre de 2023, junto con sus hermanos Taher y Mohammed, así como nueve cuñados y vecinos, en la casa familiar (luego incendiada por el Ejército israelí) en Beit Lahia.
Una detención humillante –"destruyeron nuestra dignidad"–, como puede verse en vídeos virales en redes sociales, filmados y difundidos por soldados israelíes, en particular a través de 72 Virgins-Uncensored, un canal de Telegram en manos de una unidad encargada de operaciones de guerra psicológica, según el diario israelí Haaretz.
En ellos se puede ver a decenas de palestinos, entre ellos Diaa Al-Kahlout, en ropa interior, con frío, con la cabeza gacha o los ojos vendados, de rodillas o sentados en el suelo en filas, bajo la vigilancia de soldados, en la calle Al-Souk de Beit Lahia o entre las ruinas, como en Jabaliya.
"Nos pegaban, nos llamaban cucarachas y ratas, nos escupían y se hacían fotos con nosotros y sus Kalashnikov", recuerda Diaa Al-Kahlout. "Siendo periodista, no terrorista", el padre de familia no tenía ni idea del calvario que le esperaba.
"Hacinados como animales" en un camión, les llevaron a la base israelí de Zikim, a un kilómetro de Gaza, al sur de la ciudad de Ashkelon. Allí fue interrogado por el Ejército y después por el Shin Bet, el servicio de seguridad israelí, siempre con los ojos vendados y agachado, sobre su trabajo periodístico y sus fuentes, en particular sus contactos con dirigentes de Hamás en Gaza. Una vez más, le golpearon y se burlaron de él. "Me decían: eres un terrorista, hijo de perra.”
Unas doce horas más tarde le trasladaron en autobús a Sde Teiman, le metieron en una jaula hacinada con suelo de asfalto y rodeada de alambre de espino. Allí descubre "Guantánamo", pierde la noción del tiempo, cuenta los días desde la salida hasta la puesta del sol...
Obligados a cantar "Viva Israel”
Durante veinticinco días, le obligan a arrodillarse desde el amanecer hasta el anochecer, le permiten ir al baño sólo una vez al día, le dan muy poca comida –unas rebanadas de pan, mermelada, queso, atún, un poco de agua– y ningún tratamiento médico. No se le permite hablar con sus compañeros. "Si alguno de nosotros hablaba o se movía, nos castigaban, nos golpeaban, nos obligaban a permanecer de pie con las manos levantadas por encima de la cabeza y nos esposaban durante varias horas", relata.
El vigésimo quinto día se lo llevaron, con los ojos vendados, en un vehículo militar que se movió durante unos quince minutos. Lo llevaron violentamente a una habitación. Los soldados le ordenaron que se desnudara para ponerle un pañal y luego que se vistiera. Obedeció, preparándose para ser interrogado de nuevo sobre su trabajo como periodista. Pero acabó colgado del techo con otros detenidos, entre ellos Mohsen, un miembro de su familia, al que reconoce con dolor. Mantiene la posición shabak durante seis largas horas, lo que le provocó terribles dolores de espalda y hombros y reavivó su hernia discal.
Cuando los soldados le desatan, se tambalea. Le dan agua y le meten en una nueva celda. Él aún no lo sabe, pero allí hay dos profesionales sanitarios de Jabaliya, en el norte de Gaza: Ahmed Muhanna, director del hospital Al-Awda, y Mohammed Al-Ran, cirujano del hospital indonesio. Durante ocho días estuvieron pudriéndose allí, sometidos a múltiples formas de malos tratos, y a algunos los obligaron a cantar "Viva Israel".
Pasados treinta y tres días, le subieron a un autobús con un centenar de detenidos, entre ellos un anciano enfermo de Alzheimer que aún se pregunta cómo consiguió sobrevivir. Un militar le golpea por no mirar al suelo. En el paso fronterizo de Kerem Shalom, los soldados les dicen que se larguen y que corran hacia el lado palestino. Les reciben agentes de la UNWRA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, y del CICR.
Diaa Al-Kahlout se entera de que están a 9 de enero de 2024, que su casa ha sido bombardeada, que su suegro ha muerto y que su padre y su mujer han resultado heridos.
Ahora vive medicado, en un "terror perpetuo", y se siente "mentalmente incapaz de volver al trabajo", lo que agrava su trauma, porque ya no puede "informar al mundo sobre el genocidio de su pueblo": "El mundo exterior sólo ve el 10% de la realidad de Gaza. Como periodistas, sólo hemos podido compartir fragmentos de lo que pasa".
Abu Jaled también considera que su "psique y su vida social" se han visto afectadas, "de hecho destruidas", desde que estuvo detenido durante 25 días en varios centros militares de Nahal Oz, cerca de Gaza, y luego cerca de Jerusalén: "Nunca lo olvidaré", afirma. Es enfermero, regresaba del hospital indonesio donde trabajaba cuando fue detenido violentamente en el puesto de control de Netzarim, el 20 de noviembre de 2023.
Nos metieron en un autobús con otros detenidos, esposados de pies y manos, y nos llevaron al cruce de Kerem Shalom y nos dijeron que corriéramos hacia la zona palestina
Con los ojos vendados, primero le llevaron a una prisión del Ejército israelí y luego le trasladaron a otros cuatro centros militares, donde le torturaron, intimidaron y hostigaron durante casi un mes: "Me pregunto cómo sigo vivo", dice.
"El Ejército israelí no me ha tratado con respeto ni humanidad. No somos seres humanos, ni siquiera animales. Para ellos no somos seres vivos. No pude comunicarme ni informar a mi familia y a mi esposa de lo que me había ocurrido. Me insultaban, me golpeaban a diario, no me dejaban dormir, me daban patadas en la cara y en las piernas. Me obligaron a permanecer de rodillas con las manos atadas. Éramos más de ciento cincuenta personas, sin lugar para ducharnos ni posibilidad de ir al baño cuando teníamos necesidad.”
Abu Jaled no pudo terminar su testimonio y pidió un descanso: "Estoy agotado, me han robado la dignidad". Liberado el 14 de diciembre de 2023 por el mismo procedimiento que Diaa Al-Kahlout –"Nos metieron en un autobús con otros detenidos, nos esposaron de pies y manos y nos llevaron al paso fronterizo de Kerem Shalom y nos dijeron que corriéramos hacia la zona palestina", cuenta Abu Jaled–, ahora sobrevive en una tienda de plástico con su mujer, sus tres hijos y sus padres en Jan Yunis, tras haberse refugiado en Rafah y haber tenido que desplazarse de nuevo por las bombas. "Nos dijeron que nos fuéramos a los campos de refugiados de Rafah, que no se nos permitía volver al norte".
Cada noche se despierta sobresaltado, sudando. Atormentado por lo que ha visto y vivido. Piensa en todos los gazatíes que murieron en los "centros de tortura". Como Adnan Al-Bursh, destacado cirujano de Al-Shifa, el mayor hospital del enclave en la ciudad de Gaza. Asediado del 18 de marzo al 1 de abril por el Ejército israelí, Al-Shifa quedó reducido a cenizas y escombros, y se descubrieron fosas comunes en él, así como en el hospital Nasser de Jan Yunis.
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Adnan Al-Bursh era director del departamento de ortopedia. Murió tras más de cuatro meses en la prisión de Ofer, en la Cisjordania ocupada. Fue capturado en diciembre junto con otros diez profesionales de la salud durante la invasión terrestre del Ejército israelí del campo de refugiados de Jabaliya. Atendía día y noche a los heridos que acudían en masa al hospital de Al-Awda, dándose sólo una hora de respiro por la mañana para hacer deporte cerca de la playa. Las autoridades israelíes aún no han devuelto su cadáver. "Amaba la vida", declaró su sobrino en una entrevista a la CNN.
Traducción de Miguel López
Diaa Al-Kahlout es una sombra de lo que era, "vivo y muerto al mismo tiempo", desde que regresó de lo que él llama "Guantánamo": el centro militar de Sde Teiman, en el desierto del Néguev, al sur de Israel, a unos treinta kilómetros al este de la Franja de Gaza.