Andreu Buenafuente volvía este lunes a televisión. Y lo hacía a la hora soñada de las once de la noche, lejos, muy lejos, de sus odiados programas de madrugada, con públicos tan residuales como variopintos. A la nueva ubicación dedicó los primeros minutos del espacio, dominados por su amenaza de suicidio si no conseguía ese deseo, presentado más como una lunática ansia finalmente satisfecha.
Ya en esos momento iniciales comenzó el desfile de personajes conocidos con papeles escuetos que continuarían más adelante. El arranque, con esos ingredientes, resultó vibrante y llamativo, pero dio paso a los habituales monólogos, tan valorados por los incondicionales como excesivos para buena parte de la audiencia. Desde mi punto de vista, esa parte esencial del cómico rompió una de las principales virtudes de cualquier programa televisivo: mató el ritmo de un espacio con un arranque a otra velocidad que, afortunadamente, recuperaría después. No es tanto que Andreu prescinda de Buenafuente, como de que acierte en dosificar eso momento.
A la media hora entró en el set Pedro Almodóvar para someterse a la entrevista estrella del día; lo hizo en una vieja furgoneta coetánea de sus inicios como empleado de Telefónica, pero ahí terminó la originalidad. O el artista no tenía su mejor día, o el conductor no atinó a dar con el tono de la conversación; en cualquier caso –como se suele decir en el argot profesional– "se le fue vivo".
Al margen de la inexplicable visita a la Fundación Nacional Francisco Franco, que concentró algunos momentos de vergüenza ajena, el espacio recobró pulso con el desfile de una nueva riada de rostros populares (con la excusa de ofrecer su currículum), recurso tan habitual en buena parte de shows en medio mundo como efectivo. El estreno culminó con figuras importantes del rock español reunidos para la ocasión que muy bien podrían haber despedido el programa sin la presencia de Buenafuente agradeciendo la participación y haciendo recordar espacios de hace cincuenta años.
A pesar de las sombras reseñadas, y a la espera de sucesivas ediciones, es posible que Andreu Buenafuente pueda encontrar su sitio; no tanto por la hora de emisión, sino por establecerse en un canal de pago, con características y exigencias muy distintas a las cadenas en abierto. Por lo visto en esta primera entrega sería impensable que compitiera con espacios como El Intermedio o El Hormiguero, pero no conviene olvidar que programas tan consolidados como Ilustres Ignorantes encontraron acomodo en la plataforma ahora integrada en Movistar. El juego que puedan dar los habituales colaboradores y encontrar el ritmo adecuado para una hora tan exigente marcarán el futuro.
Andreu Buenafuente volvía este lunes a televisión. Y lo hacía a la hora soñada de las once de la noche, lejos, muy lejos, de sus odiados programas de madrugada, con públicos tan residuales como variopintos. A la nueva ubicación dedicó los primeros minutos del espacio, dominados por su amenaza de suicidio si no conseguía ese deseo, presentado más como una lunática ansia finalmente satisfecha.