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Las televisiones se aferran al manual en una Nochevieja sin riesgo

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La Nochevieja televisiva tiene dos realidades distintas. La más breve e importante es la media hora centrada en las Campanadas que marcan el tránsito del año que termina al nuevo. La otra, alargada en la madrugada hasta que se nos cierran los ojos, son los programas musicales repetitivos, previamente grabados y llenos de impostada alegría. El primero congrega a la inmensa mayoría de los españoles ante el televisor, silencia cánticos y conversaciones según se acerca el momento cumbre, y, en definitiva, consigue una atención casi religiosa mientras se disponen las uvas y el subsiguiente cava, que darán paso a besos y abrazos en cada casa, muestra de cierta euforia que supone estar rodeados por la gente a la que queremos. La segunda es, más que nada, un ruido de fondo: ya han dejado los hogares los más jóvenes con destino a fiestas y reuniones con gente de su edad, y en la mayor parte de las casas quedan los más mayores y los más pequeños. La magia ha finalizado, llega el tiempo de las conversaciones y en muchos casos de las discusiones, de reprender a los pequeños que alborotan demasiado. Paulatinamente afloran los cansancios, un cierto hastío y hasta las ganas de dormir.

Volvamos a la parte mollar de la velada: las Campanadas. Todas las televisiones saben por experiencia que es un momento clave, breve, efímero, pero donde se juegan su imagen de marca, un intangible muy importante para la imagen de cada una de las cadenas, y actúan en consecuencia.

Antena 3, vencedora en los dos últimos años, repite con Alberto Chicote como soporte de Cristina Pedroche y sus atuendos. Lo escribimos así, en plural, ya que año tras año se repite la misma —y exitosa— fórmula: cubierto su cuerpo de pies a cuello por una especie de maxi abrigo, mientras se da paso al lema del año —en esta ocasión, el agua—, intervenciones grabadas de los personajes más conocidos de Antena 3, y mensajes publicitarios a precio de oro. Todo como antesala del momento más esperado, ya a pocos instantes de la bajada del carrillón, en que abandona la vaina que ocultaba su cuerpo, y aparece semidesnuda, como crisálida que nace a la vida. Es el minuto principal, que ningún mirón quiere perderse, ejercicio de un cierto voyeurismo, al que el periódico más seguido de España dedicaba, ya en inicio de la madrugada, un amplio, documentado y sesudo artículo.  

TVE, aconsejada por el éxito de la reposición veraniega del programa Grand Prix, recuperaba para la ocasión a Ramón García, protagonista en quince ocasiones, y olvidado en los últimos años por la cadena pública. Acompañaron al veterano presentador la cantante Ana Mena —encantada de representar un papel distinto a su actividad habitual— y la futbolista Jennifer Hermoso, protagonista junto a sus compañeras de la selección nacional de la reivindicación del papel de las mujeres en ese deporte. Como era de esperar, se trató de una retransmisión muy profesional, iniciada por el desfile de Ramón por algunas de las ficciones actuales de La 1, en la que se consiguió una "promo" novedosa y eficaz de la cadena. 

Mediaset dejó a Cuatro al margen de la efeméride y, como ha sido su tradicional apuesta, llevó a Telecinco lejos del icónico marco de la Puerta del Sol, en este caso a Sevilla, a pesar de los magros resultados obtenidos en años anteriores. Hasta la capital hispalense desplazó a Jesús Calleja y Marta Flich, que bregaron como pudieron con el desacostumbrado envite.

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Mientras, La Sexta repitió la opción de Dani Mateo y Cristina Pardo, y un estilo menos convencional, entre el humor y la ironía, que incluyó una alusión a Isabel Díaz Ayuso y su repetitivo slogan sobre la fruta. 

Al margen de las galas musicales citadas, solo TVE dispuso de programas especiales propiamente dichos. Ya durante la jornada del día 31 introdujo en los telediarios el particular resumen del año dirigido por Carlos del Amor y encarnado, como en ocasiones anteriores, por un actor español. En este 2003 la protagonista fue Lola Herrera, bien acompañada por Javier Gutiérrez y las intervenciones puntuales de algunos predecesores. Fue, una vez más, un compendio, no exento de amargura, de 365 días abordado con rigor e imaginación y con el broche, algo más que simbólico, de Amaral y la Orquesta y Coros de RTVE, con su versión del Se acabó de Maria Jiménez, que sonó muy actual veintitantos años después del original. 

Tras el informativo de noche, acudió como siempre José Mota y su Un año de miedo. Humor en estado puro, con gotas de vitriolo en momentos como los dedicados a Donald Trump, o Milei. Entre tantos enlatados convencionales que sucedieron después, Mota insufló algo de aire fresco. Otro tanto se puede decir de Cachitos, en esta ocasión con la conducción de Ángel Carmona, verdadera alternativa a los otros espacios de música, a base de archivo y rótulos chispeantes.  

La Nochevieja televisiva tiene dos realidades distintas. La más breve e importante es la media hora centrada en las Campanadas que marcan el tránsito del año que termina al nuevo. La otra, alargada en la madrugada hasta que se nos cierran los ojos, son los programas musicales repetitivos, previamente grabados y llenos de impostada alegría. El primero congrega a la inmensa mayoría de los españoles ante el televisor, silencia cánticos y conversaciones según se acerca el momento cumbre, y, en definitiva, consigue una atención casi religiosa mientras se disponen las uvas y el subsiguiente cava, que darán paso a besos y abrazos en cada casa, muestra de cierta euforia que supone estar rodeados por la gente a la que queremos. La segunda es, más que nada, un ruido de fondo: ya han dejado los hogares los más jóvenes con destino a fiestas y reuniones con gente de su edad, y en la mayor parte de las casas quedan los más mayores y los más pequeños. La magia ha finalizado, llega el tiempo de las conversaciones y en muchos casos de las discusiones, de reprender a los pequeños que alborotan demasiado. Paulatinamente afloran los cansancios, un cierto hastío y hasta las ganas de dormir.

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