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La conciencia social

Jaime Richart

La conciencia sin adjetivos siempre fue la misma. Por lo me­nos hasta principios del siglo XX. La conciencia hasta en­tonces era estrictamente individual, estado cognitivo a través del cual un sujeto puede interactuar con los estímu­los ex­ter­nos que forman la realidad convencional e interpre­tarlos.

Aquella conciencia estaba impregnada y condicionada funda­mentalmente por la reli­gión y por las nociones que com­porta la reli­gión del signo que fuere: dios, trascendencia, bien, mal, prójimo, hermano, gloria e infierno y todas las va­riables que queramos identificar. Y por extensión, impreg­nada y condicio­nada por la cultura resul­tante. La conciencia no iba más allá de las cosas, del allegado o del prójimo inme­diato. Cada cual tenía en la sociedad el papel que le co­rres­pondía por la cuna y la clase a la que pertenecía, y es­taba de­terminado por ello o por designio divino de una manera in­evitable, irrefra­gable (que no se puede contra­rrestar). La promoción era irreconocible o anecdótica.

La conciencia social propiamente dicha viene después, prácticamente ayer en com­paración con la historia de la huma­nidad. La conciencia so­cial es aquella que además de sí y del entorno, incluye la percep­ción y "conocimiento" de los demás integrantes de la co­munidad. Y el diafragma a través del que llega la luz de ese conocimiento se va ensanchando desde el círculo fami­liar y la comunidad a la que pertenece pa­sando, luego pasa a las demás comunida­des humanas, una por una, hasta la humanidad compuesta de seres de la misma ontología.

Ligado muy fuertemente el concepto a las ideas de solidari­dad y compromiso, la conciencia social es el primer paso en el ca­mino hacia la alteración de estructuras de discrimina­ción volun­taria e involuntaria ejercidas sobre determinados grupos so­ciales dentro de una comunidad. La conciencia so­cial, por tanto, tiene que ver con la posibilidad de estar al tanto de los pro­blemas intrínsecos habidos en una sociedad integrada por individuos "individualizados" que requieren so­lución. Solución medida por el nivel de conceptuación perso­nal de cada cada cual según su personal idea de necesi­dad o bienes­tar del individuo y del mundo

Esto, como decía, es concebido más o menos hasta princi­pios del siglo XX. Pero en las sociedades occidenta­les la con­ciencia social sigue haciendo referencia a la necesi­dad de ac­tuar en beneficio de aquellos que viven en situacio­nes de po­breza, marginalidad y exclusión por orden de cer­canía. Si bien a menudo este orden se altera en la concien­cia ridícula­mente o contra natura al movilizarse el impulso moral de la ayuda a distantes de la comuni­dad propia, en perjuicio de los que forman parte de ésta. Es como socorrer al vecino y su fa­milia, teniendo famélica a la propia.

A principios del siglo XX se transforman, conceptualmente al me­nos, la idea de conciencia social. Para el marxismo, la conciencia social es conciencia "de clase". A su vez capaci­dad para reconocerse uno a sí mismo como miembro de una clase social en posición antagónica con el resto de las cla­ses: realeza, nobleza, media y bur­guesía. Este concepto se pre­dica en el contexto de una socie­dad estratificada. El marxismo sostiene que la conciencia so­cial se concreta y mani­fiesta en la ideología política, en la re­ligión, en el arte, en la filo­sofía y en la ciencia. Pero sobre todo en la estruc­tura jurí­dica de una sociedad. Según esta for­mulación, el su­jeto que no logra comprender esto se en­cuentra alienado.

Nos encontramos en los albores del siglo XXI. Las ideas marxistas, al menos en Europa y en América del Norte, fue­ron sepultadas por la caída del Muro de Berlín y desmembra­ción de la Unión Soviética que gravitó en torno a la idea marxista de la vida individual y social perseguida sañuda­mente en Estados Unidos directamente e indirecta­mente en Europa. Pero últimamente surge y viene desarrollándose una idea de la conciencia social que ya no reconoce la estratifica­ción de la sociedad o la considera irre­levante. Veamos: la so­ciedad ahora está compuesta por poseedores y desposeí­dos. Los poseedores, no sólo de patrimonio y fortuna o res­paldo econó­mico, sino también de ilusión, de esperanza y de fu­turo. Y los desposeí­dos, no sólo de pa­trimonio y fortuna o res­paldo econó­mico, sino tam­bién desposeídos de ilusión, de esperanza y de futuro.

Así las cosas, el mundo (el mundo cercano que comparte afi­nida­des culturales) está dividido en dos partes: la parte de quie­nes sólo tienen conciencia de sí, de sus allegados y de sus círculos sociales y eventualmente políticos, y la parte de quienes además de estos y a la misma altura de preocupa­ción, han adqui­rido concien­cia de quienes sufren gravísimas carencias y han de so­portar un trato indigno en recursos, edu­cación y sanidad, y se movi­lizan para remediar pronta­mente esa contingencia. Para re­mediarlo, pero no nominal­mente haciendo depender el re­me­dio de la vo­luntad ocasio­nal de la cari­dad, de la fi­lantropía o del even­tual estado emo­cional del ayuda­dor, no. Para remediarlo en la misma raíz del conflicto en­tendiendo al mundo, al individuo, a la socie­dad y la correla­ción de fuerzas, como la antítesis de lo que es una col­mena donde la realeza, sus protegi­dos e imitadores y los zánganos son menos pero con mu­chos más recur­sos o me­dios materiales y morales que el número de las obreras y de las posi­bilidades de las obreras.

Pues bien, estamos en el siglo XXI, y en países deprimidos, como Grecia y España, ha vuelto a irrumpir la conciencia so­cial. Esta vez de una manera tumultuaria similar a la de princi­pios del siglo XX. Tumultuaria porque millones de per­sonas, al igual que el padecimiento del ciego que ha visto y no ve, sufren graves consecuencias en su vida personal y fa­miliar no por el azaroso devenir de su destino o de los avata­res de la eco­nomía capitalista, sino por un abuso clamo­roso de los poderes públicos, de sus dirigentes políticos, em­presa­riales y de clase en cuya vir­tud otros millones de per­so­nas que no sufren el mismo embate ni al mismo nivel que los anteriores, por empatía se ponen en el lugar de "los demás". Esto es, ni más ni me­nos, lo que está ocurriendo y lo que re­presen­tan los mo­vimientos sociales y las formacio­nes políti­cas asocia­das a ellos.

Jaime Richart es antropólogo y jurista y socio de infoLibre

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