Literatura
Maquiavelo no era tan maquiavélico
Las huellas contemporáneas del diplomático florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) son diversas. Unas más visibles que otras. En los manejos de las élites, con sus cuentas bancarias en Suiza, sus supuestas retiradas del poder y sus traiciones, son más evidentes. Pero Maquiavelo está presente en los estratos más íntimos de nuestro ser. Junto a los manidos adjetivos 'kafkiano' y 'dantesco', probablemente sea 'maquiavélico' el que más se pronuncia para describir algo sin que se tenga ni idea de a qué se debe tal palabra.
Publica ahora la editorial Edhasa en castellano una de las biografías canónicas del diplomático. En Maquiavelo. Una biografía, el historiador Miles J. Unger narra con detalle y estilo cuidado las cuitas que le tocó vivir al autor de uno de los mayores éxitos de venta literaria de la historia: su pequeño tratado El príncipe, opúsculo con el que trataba de congraciarse con unos Medici de retorno en su patria, y en el que estudiaba las razones por las que unos reinos perduraban y otros caían.
Se le atribuye erróneamente el epigrama de que “el fin justifica los medios”, aunque de dicha obra cabe extraerlo como conclusión.
Su libro, como nos cuenta Unger, tenía una intencionalidad muy clara. Maquiavelo había trabajado como funcionario para la república que, durante varias décadas, había derrocado a los Medici de su reinado en Florencia. Había destacado sobre todo en sus labores como diplomático durante sus visitas a otras cortes, en las que aconsejaba a reyes y a príncipes invadir o no a otros Estados, siempre pensando en Florencia, a la cual profesaba un amor casi contradictorio con un alma tan racional y fría en su análisis. “Su amor al país […] era una rara debilidad en un hombre que no había ocultado el desprecio por la devoción convencional”, afirma Unger en el prólogo.
Ahora, con los Medici de vuelta en la ciudad y él señalado políticamente como un republicano destacado y un conspirador, necesitaba congraciarse con los amos. Así, y para mantener a su ingente prole, escribió su manual para el candidato político, que se propuso dedicar a Guiliani de Medici, entonces hermano del papa. “Durante horas no experimento aburrimiento, me olvido de todos mis pesares, no tengo miedo a la pobreza, ni siquiera a la muerte”, afirmó Maquiavelo sobre su estado de ánimo mientras lo escribía.
No obstante los buenos consejos (que, según los expertos, marcan la entrada de la ciencia política en la modernidad), nunca consiguió Maquiavelo la reconciliación con los Medici. Siempre presto a agradarles para volver a un cargo que le propiciara el alivio de las deudas, mantuvo hasta su muerte una actitud entre los cantos de sirena que atrajeran a sus antiguos torturadores y un secreto deseo de la vuelta de la república, sistema político que había ponderado como el mejor para los Estados del Renacimiento en otro de sus libros más conocidos, Discursos sobre la primera década de Tito Livio. No en vano, toda su obra estuvo fue incluida en el Índex de Libros Prohibidos de la Iglesia.
Además de su republicanismo y de su alergia al poder totalitario, pueden sorprender algunos aspectos narrados por el autor. Del cliché histórico al personaje real hay un gran trecho que Unger se propone clarificar. Existe un “retrato del hombre tan arraigado en la imaginación popular que su nombre ha sido convertido en un adjetivo para describir cualquier acto cínico”, recalca el prólogo. El retrato del autor de uno de los manuales de instrucciones de la modernidad es mucho más complejo que su caricatura. Él mismo había dicho refiriéndose a grandes líderes del pasado que no había nada como las adversidades para calibrar el temple. Y él las sufrió. Pero, lejos de dejarse derrotar por ellas, las transformó en obras que han traspasado los siglos sin mácula, con influencia creciente. Es hora de que se despoje al 'maquiavelismo' de algunas connotaciones injustas, y lo situemos en su justo contexto histórico. Lo que otros hagan con su legado y amparándose en su obra, no es responsabilidad suya.