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Una sociología del desamor

Portada de El fin del amor, de Eva Illouz.

En su proyecto de analizar las relaciones erótico afectivas en la modernidad tardía, Eva Illouz se adentra en este complejo ensayo, El fin del amor (Katz), no en el amor, que la ocupó en algunos de sus anteriores libros, sino en el desamor, componiendo lo que llama una sociología de las elecciones negativas. Tal y como viene observando en sus trabajos, las formas del desamor son un síntoma más de cómo el capitalismo y la cultura de la modernidad han transformado nuestra vida emocional y sexual y nuestra intimidad. Illouz incide en que esta investigación sociológica, a la que lleva dedicada más de dos décadas, constituye un elemento crucial para emprender la necesaria crítica de ese mismo capitalismo.

El desamor se inscribe en un tipo de elección negativa que se realiza en nombre de la sacrosanta libertad de elección y de la imperativa realización del yo, propuestas ambas caras a los principios del pensamiento económico que ha modificado nuestro mundo afectivo. En palabras de la autora: “Este libro indaga las condiciones sociales y culturales que explican lo que ha pasado a ser una característica común y corriente de las relaciones sexuales y románticas: el acto de abandonarlas. El 'desamor' es un terreno privilegiado para entender de qué manera la intersección entre el capitalismo, la sexualidad, las relaciones de género y la tecnología, produce una nueva forma de (no) sociabilidad”.

Haciendo uso de entrevistas en las que se explora ampliamente el comportamiento sexual y afectivo de individuos de distintas edades y nacionalidades; analizando algún programa de televisión y algunas obras literarias y cinematográficas, Illouz hace un breve repaso por diferentes épocas históricas y sus modos de cortejo hasta llegar a nuestro tiempo, en el que se detiene más pormenorizadamente, y en el que, afirma, la libertad sexual pasó a constituir el centro de la yoicidad. Para la autora, en la subjetividad sexual del neoliberalismo las elecciones y separaciones reiteradas no se experimentan como miedo o aislamiento, sino como una libertad en la que el yo se afirma a sí mismo al negar o ignorar a los otros: “En las relaciones casuales, el yo se involucra poco, solo disfruta de 'un hedonismo autotélico' que gira en torno al acto sexual como principal y único objetivo”.

Pero, y a demostrarlo dedica parte de este ensayo, el sexo casual es más congruente con la forma masculina de sexualidad que con el deseo de las mujeres, por lo que estas se adaptan a él reprimiendo una sexualidad propia, más relacional, que busca involucrarse afectivamente con el otro. Un sesgo de género que tiene su razón de ser en la diferente educación patriarcal que encargó a las mujeres el cuidado de las relaciones, por lo que el matrimonio y la maternidad siguen siendo factores cruciales para la identidad femenina. De ahí que la incertidumbre que provoca el sexo casual, donde el sentido de lo que pasa queda casi siempre en el dominio de los hombres, produzca un malestar cuya gestión se realiza a través de la poderosa industria psicológica, a la que Illouz dedicó algunos de sus libros anteriores. La dificultad de ponerle nombre a la experiencia de una relación donde el compromiso está ausente, el abandono es brusco e inesperado, o el ghosting, el borrado, la desaparición sin explicación alguna, se convierte en una forma común de ruptura, responde a esta desregularización de las relaciones afectivas que incrementa la incertidumbre y, como consecuencia, el malestar y la angustia. Para los hombres y mujeres educados sentimentalmente en este capitalismo escópico, que privilegia lo imaginario y la mirada como ejes del reconocimiento, la clave está en no mostrarse necesitados, pues la necesidad “proporciona la máxima expresión despectiva del otro en una cultura dominada por el ideal de la autonomía”. Experimentar o sentir necesidad mina la representación de ese yo autotélico, autárquico, autosuficiente, al que se aspira.

Cuidándose mucho de no ser tildada de puritana, sino ajustándose a la experiencia de las mujeres que reflejan los numerosos estudios que cita, Illouz opina que “el sexo casual es una experiencia placentera, siempre y cuando depare a ambas partes una sensación de dominio, autonomía y control. Sin embargo, a menudo genera una experiencia opuesta de desorganización del yo e incertidumbre en al menos un miembro de la pareja que participa en la interacción”. La incertidumbre de marco, producida por la ambigüedad de los encuentros y la falta de protocolos de cortejo, provoca a la larga una incertidumbre ontológica que afecta profundamente a la naturaleza misma del yo. Un yo que se expone al otro mediante imágenes, y que busca el reconocimiento en el plano visual y sexual, un efecto de la poderosa industria de la belleza y la pornografía que nos conforman. De la certidumbre normativa del XIX que exigía el respeto por las normas sociales (léanse las novelas de Jane Austen o George Eliot, por poner un ejemplo), y supeditaba la apariencia a los valores morales, a la libertad sexual convertida en libertad de consumo y al cuerpo convertido en valor de cambio.

La devaluación de la mujer aparece en este contexto como consecuencia de la cosificación que se produce a partir de la hipersexualización de los vínculos contemporáneos y de la mercantilización de los cuerpos, utilizados como capital erótico en el contexto neoliberal de la mercantilización, también, de las relaciones humanas.

Eva Illouz cuestiona que la metáfora del contrato sirva para explicar las relaciones erótico-afectivas actuales, y profundiza en los matices de un consentimiento que esconde la desigualdad de género en los vínculos entre hombres y mujeres. Siempre crítica con la psicología, a la que acusa de negar las causas institucionales y sociales de nuestra conducta, haciéndose vocera del pensamiento neoliberal (los libros de autoayuda han sido analizados por ella en otro ensayo), las tesis de Illouz nos interrogan y nos inquietan, precisamente, porque podemos identificarlas en nuestro entorno, porque no podemos pasarlas por alto, porque nos explican.

El amor ya no es lo que era

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El fin del amor aporta además al lector una síntesis del pensamiento de la autora; un pensamiento que nos parece indispensable para comprender aspectos fundamentales de nuestro tiempo.

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Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora. Su último libro es Qué mundo tan maravilloso (Páginas de Espuma, 2018).

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