Plaza Pública

1(2)-O

El único ministerio que ha sacado un vídeo para el Día de la Fiesta Nacional es el Ministerio de Defensa, que es quien lo organiza. Como todos los años. No aprendemos.

El vídeo, además de hacer un comprensible (en otra circunstancia) guiño al centenario de la Aviación Naval, nos habla de la solidaridad, de la familia, de las tradiciones, de la protección, de la seguridad, de la libertad, de la amistad y del orgullo que hay que sentir por ser españoles. Bien está (si así os parece). Pero, ya que nos ponemos a sumar valores, ¿por qué no se menciona la justicia, la igualdad o el pluralismo político, valores superiores que nuestra Constitución consagra junto a la libertad en su artículo primero? Nada es inocente, ni nuestro Contrato Social al recoger unidos esos principios como inspiradores de convivencia (y que no se entienden sino integrados) ni el vídeo del Ministerio, al prescindir de ellos en su mensaje.

El Ministerio elabora un discurso desde la perspectiva militar –y eso es lo esperable–, pero lo que sucede es que la Fiesta Nacional no es (solo) de los militares, ni principalmente de ellos. Hace un año, en un artículo titulado La llamada Fiesta Nacional, argumentaba que ésta se planteaba de forma equivocada en el fondo y en la forma (incluso, creo, en la fecha y en el nombre). En el fondo, porque lo que debería ser la celebración de "los momentos más importantes de la convivencia política" de los españoles (así dice la Ley 18/1987, que establece el día de la Fiesta Nacional de España) se confunde con una Hispanidad preconstitucional, digamos, poco moderna. En la forma, porque no se puede pretender que una celebración que consiste exclusivamente en un desfile militar por el centro de Madrid, seguido por una recepción de los reyes en el Palacio Real, se corresponda con la pluralidad cultural y política del país, con una historia común o con la idea de un compromiso social compartido. Quien afirme que un planteamiento así –que confunde este festejo con el del Día de las Fuerzas Armadas– puede conciliar la identificación, la adhesión o al menos la simpatía de la mayoría de ciudadanos está en la inopia o es un cínico.

Sí, es verdad que el ambiente de tensión política que vivimos hace que la Fiesta Nacional de este año tenga connotaciones especiales. Sin embargo, el formato fundamentalmente militar de la celebración no va a cambiarse, pues resulta el adecuado para la posición de fuerza del Gobierno. De hecho, el 12-O se va a convertir en una prolongación (legal, pero desafortunada) de los monólogos a gritos que muchos mantienen desde el 1-O, y aún antes. Dicen los bien informados en estos temas –el ABC–, que este año se ha cambiado el recorrido de la parada militar "para batir récord de afluencia". El desfile se ha llevado al norte, a la zona financiera de Madrid, porque la Castellana allí es más ancha y despejada, cabe más gente, militares y máquinas evolucionarán con más facilidad y se podrá filmar mejor por las cámaras de televisión.

Seguro que es así, pero esa decisión aleja la Fiesta del centro cultural y social de la ciudad y por lo tanto de su sentido más participativo. En efecto, el itinerario de los últimos años entre Atocha y Colón era una opción que civilizaba un poco el 12-O, pues mucha gente podía compaginar la asistencia al desfile militar con un paseo por el Retiro o una visita a algún centro cultural. Más aún cuando desde 2011 se decidió darle un enfoque más ciudadano, abriendo gratuitamente los Museos del Prado, Reina Sofía, Thyssen y Naval, y realizando numerosos actos para el público, como conciertos en las calles o las puertas abiertas del Senado, el Instituto Cervantes, la Biblioteca Nacional y la Casa de América. La "apertura" participativa no se atrevió a más, pero fue un buen comienzo.

En 2017 este enfoque mínimamente civil ha desaparecido por completo. No hay noticia de actos cívicos, y las únicas actividades complementarias a la parada de las Fuerzas Armadas son asimismo castrenses (exposiciones militares, juras de bandera, puertas abiertas de buques y cuarteles…), por lo que es claro que el esfuerzo de la celebración va encaminado a realizar una demostración de fuerza frente al "desafío independentista". Se dirá que esta opción es coherente con la postura (firme o no dialogante, según a quién se interpele) adoptada hasta ahora por el Gobierno, lo cual es cierto, pero creo que no tendrá más efecto que reforzar a una numerosa parroquia centralista que a día de hoy necesita más del verdadero espíritu constitucional –el de los valores constitucionales– que del ánimo combativo que requiere la autoafirmación identitaria.

No se me ocurriría adjudicar la responsabilidad de la desconexión sentimental catalana a las celebraciones militares de la Fiesta Nacional, pero no me cabe duda de que los sucesivos 12-O tampoco han ayudado a recomponerla. Sí me atrevo a afirmar que la desafección territorial en España es la suma de muchas decisiones políticas (más allá de las relativas al Estatut y a cuestiones competenciales) cortoplacistas, que podrían haber sido otras, como por ejemplo el mantenimiento de la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, que no era sino educación y entendimiento de lo que es nuestro marco de convivencia.

Por lo demás, este 12-O no le hace un favor a las Fuerzas Armadas, pues un año más las ubica en un primer plano que no les corresponde. La celebración y consolidación de la unidad de esa idea política y jurídica que es España solo cabe buscarla en lo que tienen en común sus gentes y sus territorios, realmente diversos. Y ese denominador común, a día de hoy, no son ni las Fuerzas Armadas ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil. Son las líneas muy marcadas de una cultura compartida que se silencia por intereses políticos de unos y otros; y es el marco de convivencia llamado Constitución, una Constitución necesitada de una profunda reforma, pero que está vigente.

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