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Democracia pixelada

Ahora sí, fin de ciclo

Los ciclos políticos, como los golpes de Estado, cada cual los ve donde quiere, o donde puede. Cataluña, Bolivia, Venezuela, Junta Electoral, investidura… los relatos que llegan a nuestros oídos son múltiples y a menudo contradictorios. Aquellos que logren más eco quedarán acuñados como versión oficial de la Historia. El resto será pasto del olvido, o materia prima para teorías de la conspiración y subculturas de resistencia, en el mejor caso. Así, señalamos los ciclos y eventos según nos parece más interesante desde nuestra perspectiva, aunque también hay quien lo hace según le reporte mayor interés, que no es lo mismo.

Hay quien vio cambios de ciclo en cualquiera de los eventos acaecidos en Vistalegre, enclave fetiche para PSOE, y por eso después para Podemos, y por eso después para Vox. O en los resultados inesperados de cualquiera de las elecciones recientes, sean las pasadas de mayo, las andaluzas de 2018, o aquellas primeras de 2015 en que Podemos cosechó su mejor resultado tras una espectacular remontada. Otros vieron un cambio de ciclo político en eventos como la investidura de Rajoy que partió por la mitad al PSOE en 2016, la consulta catalana de 2017 o la moción de censura que llevó a Sánchez al poder en 2018. Opciones no faltan, desde luego. Tampoco para ubicar el comienzo de ese ciclo, que suele fijarse en la irrupción de nuevos partidos en 2014. Pero si hablamos de movimientos en la cultura política, más allá de lo parlamentario, deberíamos cifrarlo en las manifestaciones del 15 de mayo de 2011, que comenzaron a derrumbar las defensas electorales del bipartidismo, cuando aún no existían alternativas innovadoras.

La llegada de Podemos y Ciudadanos al Parlamento nacional en 2015, por tanto, y cuatro años después la de Vox o Más País, junto a otros partidos de implantación local como Teruel Existe, las CUP o el PRC de Cantabria, no es más que la concreción en España de un ciclo supranacional de mayor calado, que arrancó con la crisis global de 2008. La gestión “austeritaria” de los recortes y rescates que provocó esa crisis erosionó la reputación y estabilidad de las élites políticas en todo el mundo. Aquel descontento se canalizó a través de nuevas formas de movilización ciudadana al margen del sistema de partidos, alejadas de las configuraciones ideológicas que habían dominado el siglo XX. Movimientos que se reapropiaron de tecnologías recién estrenadas, como la conectividad permanente a través de dispositivos inteligentes o las redes sociales digitales. “Que dejen las plazas y se presenten a las elecciones”, nos dijeron. Pues aquí estamos. Hemos construido organizaciones, partidos, liderazgos, bloques, espacios mediáticos, agendas políticas. Y hemos conseguido ya no pocas victorias.

Crisis, 15M, Podemos, ministerios: de la impotencia a la conquista de poder institucional

En el caso español fue el 15M. En otros, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, el Vaffanculo Day en Italia o la kitchenware revolution islandesa. Poco después, algunos estallidos sociales se fueron traduciendo en liderazgos electorales como el de Iglesias en España o Sanders en EEUU, el británico Corbyn y el italiano Beppe Grillo. Nuevas fuerzas políticas de corte populista, tanto de izquierda como de derecha, lograban aquí y allá rearticular demandas dispersas e inatendidas, y hacer orbitar las ansias de cambio en torno a figuras que se alzaron como portavoces del malestar popular contra las élites corruptas. Se daba respuesta así también a la sensación general de indefensión ante las amenazas que genera la transición digital global, y a la percepción de un mundo a la deriva. Un mundo en el que las distopías cibernéticas o climáticas resultan más creíbles que las desgastadas utopías del siglo pasado. Para constatar esto, basta asomarse al catálogo de ficción que ofrece cualquier plataforma global como Netflix. O googlear Australia.

El subciclo 2015-2020, por tanto, desde que Podemos irrumpe con 69 escaños hasta que UP entra a formar gobierno pese a haber caído ya del tercer al cuarto puesto, no es sino una onda corta de nivel nacional, inscrita en ciclos globales de onda más larga. ¿Por qué me parece interesante, entonces, señalar en esta investidura un cambio de ciclo? Porque se dan varias “primeras veces” importantes, que van a marcar un antes y un después en la política nacional.

Coaliciones, ministros, golpes de Estado… para todo hay una primera vez

Por vez primera desde la recuperación de la democracia, los españoles seremos gobernados por una coalición y no por un partido –algo que le ocurre a la mayoría de países (73%) y ciudadanos europeos (77%), por otro lado–. ¿Qué retos implica este cambio? ¿Está preparada la sociedad e instituciones españolas para funcionar en un marco cada vez menos “de partido” y más multilateral y fragmentario, en un clima de crispación? ¿Lo está nuestra cultura parlamentaria? ¿Y la periodística?

Por primera vez en Europa, un partido social-liberal como el PSOE gobernará en coalición equilibrada exclusivamente por un partido a su izquierda, en base a un programa socialdemócrata. Esto, que es el resultado de la voluntad popular expresada en las urnas, y síntoma de la normalización del pluralismo político garantizado por nuestra Constitución, es visto por millones de compatriotas, manipulados o no –para el caso poco importa–, como una antesala del caos.

Por primera vez desde la Segunda República veremos a un comunista al frente de un ministerio en España. La primera y última vez que esto ocurrió, con Vicente Uribe en Agricultura y Tomás Hernández en Educación al mismo tiempo (aunque ambos terminaron siendo apartados del PCE) fue en 1936 en medio de una guerra que empezó con un golpe de Estado. Ochenta y cuatro años después, unos pocos historiadores, muchos más periodistas, y centenar y medio de diputados, no conciben aquel alzamiento rebelde como una sublevación ilegítima sino como un responsable acto de rebeldía ante la “deriva” marxista y el riesgo de ruptura que acechaban al país. Ese relato, marginal hasta hace poco, vuelve a estar muy presente en los medios. Gobernar en un escenario así no es un reto menor, marcará el desarrollo del país e involucra una serie de responsabilidades colectivas, que trascienden con mucho al Gobierno e incluso a los medios. Conocer la Historia debería ayudarnos a no repetirla.

El día de la investidura, sin ir más lejos, un eurodiputado español –que antes fuera subdirector y jefe de opinión del diario El País, para más señas– incitaba al ejército a interrumpir lo que él denominaba “proceso golpista”. Este periodista y político, vio (y pidió) un golpe de Estado en la investidura de Sánchez. Sin embargo, considera que los militares que se levantaron junto a Franco “frenaron una usurpación y devolvieron España a una senda civilizada”. Lo dicho, cada cuál ve los golpes donde quiere, o donde puede. O donde le interesa. El golpe en Bolivia, por ejemplo, como los eclipses australes, apenas ha sido visible desde el hemisferio norte. El de Cataluña, en cambio, tan invocado desde la mitad ultraderecha del hemiciclo, resultó inapreciable para el Tribunal Supremo, que ahora, al igual que Estrasburgo o Bruselas, deben haber sido tomados por peligrosos bolivarianos, a juzgar por algunos titulares e intervenciones parlamentarias.

Así las cosas, conviene insistir en la pregunta. ¿Estamos políticamente preparados para una etapa de coalición en medio de tanta crispación? ¿Para pensar y actuar de una vez como país, o al menos como bloque amplio y no como siglas? ¿Lo están nuestras culturas parlamentaria, mediática y ciudadana? Y si la respuesta es dubitativa, ¿cómo nos preparamos para este nuevo ciclo?

Frente a la ‘derecha punk’ y sus medios de agitprop, sensatez y civismoagitprop

En el seguidismo que ha caracterizado al ecosistema de medios en España, no resulta difícil identificar cada periódico del kiosko no ya con un partido, sino con una familia política concreta dentro de cada partido. Dependientes como son los grandes diarios de las ayudas públicas y privadas en forma de publicidad corporativa, no cabe contar con que sus portadas contribuyan a “despartidizar” la esfera pública, civilizar los debates, rebajar tensión y templar el ambiente, desmontando bulos de todas las partes y despolarizando su léxico, su manera de enmarcar la información. Con la radio ocurre algo parecido. Tengo más esperanza en los nativos digitales e incluso en espacios televisivos, pues son mucho más esclavos de sus audiencias. Al fin y al cabo, orden, tranquilidad, seguridad y civismo, son casi siempre las aspiraciones y demandas legítimas de las clases medias y trabajadoras, es decir, de las grandes bolsas tanto de audiencia como de voto. Por último, y sobre todo, hoy la esperanza depende de la presión ciudadana a todos los niveles. Desde la calle hasta la participación institucional organizada. Foros vecinales, asociaciones profesionales, de usuarios, de consumidores, académicas, ONGs, sindicatos. Su papel, tanto de motor político como de freno, será clave en el próximo ciclo.

Porque ese hooliganismo periodístico que alimenta el frentismo parlamentario incívico que hemos sufrido durante la investidura, viene calando también en el propio electorado. No solo hay sectores independentistas y de izquierdas, minoritarios, denunciando que pactar con el PSOE es una traición y los ministerios son una trampa. También hay derechas, mayoritarias en visibilidad, propagando la necesidad de desestabilizar el gobierno y evitar que cumpla sus promesas “por todos los medios”. Cataluña, para ellos, es un problema y a la vez su mejor oportunidad.

Diputados y medios al servicio de las élites utilizan el conflicto catalán para movilizar pasiones indirectamente contra otras medidas que les preocupan aún más, no así a sus votantes, como la subida de impuestos a ricos y bancos para reducir la desigualdad (recomendada, por cierto, por el FMI) o la reforma laboral para reducir la precariedad. Pero claro, esos temas no dan para sobreactuar con tan sonoros aspavientos. España no se veía tan polarizada desde el final de la dictadura. Y esto, que algunas tradiciones políticas supuestamente radicales querrán leer como buena noticia (se acabó la “larga siesta”), personalmente me hace añorar los tiempos en que el 15M, pese a su radicalidad, o mejor dicho gracias al modo en que esta era construida, gozaba del apoyo del 82% de la sociedad. Y fue eso, no los aspavientos, lo que permitió meter 70 diputados y formar este gobierno. Los aspavientos y estridencias tenderán a romperlo.

Hay dos vías seguras para hacer descarrilar este pacto de coalición. Una es que Sánchez falte a las expectativas de reforma progresista y diálogo fértil que ha despertado. Otra es que sus socios cedan a las presiones más extremistas para juzgar insuficiente todo avance en esas reformas y ese diálogo, hasta el punto de facilitar la desestabilización. Como si el balance de fuerzas mejorara con la “radicalización” de las posiciones y el "cuanto peor mejor", en lugar, por ejemplo, de con una estratégica construcción del adversario, con hablar más hacia fuera que hacia dentro de la parroquia, o con erigirse en garante de un orden justo. Esclarecer esto va a ser decisivo para alargar la vida de la coalición. Pero además tenemos aún otros interrogantes pendientes.

Analizar cada ciclo para preparar el siguiente

Hay más singularidades y primeras veces, en este ciclo. El logro de la alianza Más País, junto a Equo, Chunta, Compromís y otras formaciones, de conseguir entrar en el Congreso con tres diputados, resultó descorazonador en contraste con el objetivo de tener grupo propio y con las expectativas que inicialmente les daban todos los sondeos, públicos y privados, internos y externos, los que acertaban y los que fallaban. Ese revés se debió, en mi humilde opinión y dicho con trazo grueso, a factores internos y externos.

Entre los internos, la falta de tensión, falta de organización y extenuación entre sus filas militantes, y la ejecución técnica demasiado artesanal de una campaña carente de tensión, un poco encerrada en clichés, imagino que por el agotamiento de recursos que para una formación tan incipiente supone afrontar dos campañas electorales en tan poco tiempo y nada más nacer, en un contexto donde todo suena ya repetido.

Entre los externos, de igual o mayor peso, el auge de una formación de ultraderecha que ha sabido navegar con éxito la ola provocada por el derrumbe de Rivera y su patológica crisis de identidad liberal-nacionalista y radical-moderada, de la que Arrimadas parece no haber tomado nota. Esa amenaza disparó la lógica del voto útil entre la izquierda, concentrándolo, con toda razón, en aquellas fuerzas progresistas que tuvieran representación asegurada en cada provincia.

Pero la magnitud de ese derrumbe y ese auge no eran previsibles en el momento en que había que tomar la decisión de presentarse o no, salvo por los omniscientes todólogos que a posteriori siempre tienen todas las respuestas, pero por desgracia no difunden sus conocimientos a tiempo. Es de suponer, por ejemplo, que Unidas Podemos no hubiera ido a por terceras elecciones teniendo ya en su poder tres ministerios y una vicepresidencia, si se hubiera previsto que en ellas serían sorpasados por Vox. Por primera vez desde que los españoles volvimos a votar gobierno, una fuerza a la derecha del PP es tercera en España, y el desplazamiento que esto genera en los discursos políticos también supone un antes y un después, y condicionará este ciclo. No sé si a Sánchez e Iglesias también, pero al país le hubiera ido mejor si el pacto se hubiera dado en diciembre de 2015, cuando Vox no existía siquiera y Cataluña no figuraba entre las preocupaciones de los españoles. Este será el primer Gobierno progresista que gobierna frente a una competición desbocada entre tres derechas nacionalistas centralistas y otras tantas independentistas. Carrera que hasta el momento se dirime siempre por el carril del histrionismo en vez de la compostura.

Hechas las críticas y esbozado el análisis, hay que anotar también que el hecho de que la comunicación de campaña de Más País fuera manifiestamente mejorable y el resultado decepcione debido a las altas expectativas de partida, no quiere decir que tres diputados no sea un logro meritorio. No es nada fácil ingresar en el parlamento, en un sistema electoral diseñado para frenar a las fuerzas minoritarias de ámbito estatal. Así lo demuestran experiencias como la de PACMA, que teniendo porcentajes de voto similares al PNV y más de un millón de votos para el Senado, jamás ha logrado representación, mientras que el partido vasco siempre logra escaños en ambas cámaras, e incluso grupo parlamentario propio. También la experiencia de IU que, pese a su implantación territorial y décadas de experiencia, no lograba más que cinco y dos diputados durante la era Llamazares, al comienzo de la crisis. O la de Unidad Popular, su coalición para 2015, que obtuvo dos escaños. Por tanto, romper esa barrera de entrada, aportar dos escaños decisivos para hacer posible la investidura sin restárselos a otros partidos, y visibilizar un marco teórico nuevo y diferente dentro del campo progresista, no dejan de ser motivos de celebración, y constituyen otras “primeras veces” que también configurarán el nuevo ciclo.

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Por último, esta es también la primera vez desde su fundación que la “escuela política” de Izquierda Unida, casa matriz de varias tradiciones de izquierdas en España, consigue no ya uno, como se está diciendo, sino cuatro ministerios. ¿Qué lectura hacemos de esto, tanto desde dentro como desde fuera? ¿Se debe a los aciertos de las direcciones de IU y UP en los últimos años? ¿Debemos por tanto estudiar e insistir en ese itinerario? ¿Cuáles son sus claves? ¿O se debe también, en parte al menos, a un estilo muy distinto, el de la dirección inicial de Podemos, hoy dedicada de nuevo a otros menesteres prácticamente en su totalidad? Si aquella primera operación fue decisiva, ¿deberíamos entonces también estudiarla a fondo y analizar qué bases teóricas dieron pie a sus factores de innovación?

Estos debates se están obviamente teniendo en el seno de partidos, think-tanks y ámbitos expertos. Pero convendría tenerlos también en abierto para que pasen a formar parte del acervo colectivo de las izquierdas

Es necesario ir más allá de revanchismos inútiles y disputas intestinas contraproducentes, que no tienen ya ningún interés. Sería interesante en cambio responder colectivamente, de la forma más desapasionada y despersonalizada posible, a estas cuestiones, para lo cual seguramente haga falta entrelazar las percepciones de quienes vivimos desde dentro esa experiencia con las de quienes se dedicaron a analizarla como observadores externos, menos involucrados emocionalmente. A mi juicio, un objetivo urgente debiera ser tratar de revertir la actual tendencia decreciente en los resultados electorales. Las respuestas certeras servirán para repetir más los aciertos y menos los errores, no sólo en este ciclo que ahora iniciamos, sino en la futura vida política del campo progresista en España, y en sus posibilidades de éxito.

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