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Las ballenas jorobadas migran hasta 10.000 km cada año hacia los lugares de alimentación de la Antártida

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Carlos Bardem | Javier Bardem

El desayuno en el mess room es el primer momento de compartir con los tripulantes de Arctic Sunrise. Momento de escuchar y empaparse de historias sorprendentes como siempre lo son las de la gente de la mar. Los piratas siempre prefieren abordarte a la hora de la siesta, siempre con buen sol, y todo se decide en los primeros cinco minutos. Si ahí no lo consiguen, desisten, nos cuenta Daniel Rizzotti mientras sorbe su café. Yo ya conocía a Daniel de la campaña ártica de 2014 a bordo del Esperanza. Allí era el capitán. En el Arctic Sunrise es piloto de hielo. Su trabajo es guiar visualmente al barco cuando navega entre icebergs y témpanos de hielo. Lo hace desde una cofa en el punto más elevado del barco, una cabinita en un mástil a 35 metros sobre la cubierta, siempre en comunicación abierta con el puente de mando. Es el crow’s nest, el nido del cuervo, el puesto del ice pilot.

Daniel ha servido en muchas campañas de Greenpeace como capitán, piloto o piloto de hielo. Es un lobo de mar sin parecerlo. Un tipo tranquilo y de sonrisa contagiosa. Como os digo, mientras desayunamos nos cuenta una navegación por Djibuti y Somalia, en 2003, capitaneando el velero Rainbow Warrior II, sustituto del legendario que hundieron los servicios secretos franceses en una acción criminal, la colocación de una bomba, que costó vidas humanas. Vidas de miembros de Greenpeace. Pero esa es otra historia. Volvamos al desayuno y a Daniel. Nos cuenta cómo intentaron abordarle piratas somalíes y como consiguió evitarlo con maniobras evasivas, golpes de timón y mangueras de agua. Con eso luchó contra piratas armados salvando el barco y la tripulación. Luego Daniel nos cuenta una bonita historia sobre dos niños, un etíope y un eritreo, que huyendo de la guerra se ocultaron con éxito varios días en el barco. Una historia con final feliz, ambos niños viven como hermanos acogidos por una familia en Canadá y Daniel guarda una bonita relación con los dos. Él mismo está escribiendo un libro sobre esta historia, así que no abundaré en más detalles.

 

La historia de Daniel conecta con la entrega anterior de este diario, con la reflexión que hacía sobre el valor de una lucha por el valor de quienes la realizan. Y es que entre los tripulantes de los barcos de Greenpeace abundan las historias sobre abordajes de balleneros y piratas, arrestos, condenas en cárceles rusas, amenazas por militares, policías y marinas de varios países. Y es que esta gente trabaja en condiciones extremas, en mares helados o embravecidos, atraviesan tempestades y tifones, arriesgan a menudo su libertad o su seguridad física. Son conscientes de ello y lo aceptan porque creen apasionadamente en lo que hacen: defender el planeta y sus océanos.

Vivimos en un mundo muy polarizado, un mundo donde se desprecia al que no piensa como tú, al que consideras enemigo porque defiende otros valores o ideas. Un mundo donde se dialoga poco y se prejuzga mucho. Por eso, cuando volváis a oír a alguien que dice con desprecio que esto de Greenpeace y del ecologismo es una cosa de hippies trasnochados y perroflautas, que el cambio climático y el calentamiento global es un invento, que a él se lo dijo su primo meteorólogo o cualquier otro desbarre de cuñado, por favor recordad que la gente que tripula los barcos de Greenpeace por todos los mares, no importa lo lejanos o duros que sean, son gente como Daniel Rizzotti.

Los tres barcos de Greenpeace –el Rainbow Warrior III, el Esperanza y el Arctic Sunrise– patrullan constantemente los océanos y mares, los recorren como lo hacen las ballenas del Ártico al Antártico, del Mediterráneo al océano Pacifico. Se mueven tanto y tan lejos como las ballenas porque la vida se mueve y los peligros que la amenazan la persiguen. De alguna manera este movimiento incesante es una metáfora perfecta de la eterna lucha entre el bien y el mal, entre la codicia y la solidaridad. Porque hay que ser bueno y solidario para entregar tu vida a defender no lo que es tuyo, sino lo que es de todos y de nadie. Y aquí está claro que los buenos y los solidarios son las mujeres y hombres de Greenpeace.

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Las ballenas jorobadas migran hasta 10.000 kilómetros cada año hacia los lugares de alimentación de la Antártida. Lo hacen desde hace cientos de miles de años y lo único que amenaza este tránsito vital es el hombre. Hasta hace no mucho por caza industrial de balleneros, ahora mucho más limitada, pero actualmente por la pesca industrial del krill, por la contaminación de los océanos y por el cambio climático que derrite los polos. El ser humano siempre está en la causa de estos problemas, pero solo en el ser humano puede estar la solución. Y la avanzadilla de esta humanidad consciente y generosa, están los valientes tripulantes de los barcos de Greenpeace. Ayúdalos. Ayúdate. ______________________

Por Carlos Bardem (Twitter e Instagram) y Javier Bardem (Twitter e Instagram)Entra, únete y firma en:protecttheantarctic.org#protectantarctic #santuarioantártico #nohayplanb porque #nohayplanetabCarlos BardemTwitterInstagramJavier BardemTwitterInstagram

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El desayuno en el mess room es el primer momento de compartir con los tripulantes de Arctic Sunrise. Momento de escuchar y empaparse de historias sorprendentes como siempre lo son las de la gente de la mar. Los piratas siempre prefieren abordarte a la hora de la siesta, siempre con buen sol, y todo se decide en los primeros cinco minutos. Si ahí no lo consiguen, desisten, nos cuenta Daniel Rizzotti mientras sorbe su café. Yo ya conocía a Daniel de la campaña ártica de 2014 a bordo del Esperanza. Allí era el capitán. En el Arctic Sunrise es piloto de hielo. Su trabajo es guiar visualmente al barco cuando navega entre icebergs y témpanos de hielo. Lo hace desde una cofa en el punto más elevado del barco, una cabinita en un mástil a 35 metros sobre la cubierta, siempre en comunicación abierta con el puente de mando. Es el crow’s nest, el nido del cuervo, el puesto del ice pilot.

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