Opinión

Sobre este blog

AlRevésyAlDerecho es un blog sobre derechos humanos. Y son derechos humanos, al menos, todos los de la Declaración Universal. Es un blog colectivo, porque contiene distintas voces que desde distintas perspectivas plantean casos, denuncias, reivindicaciones y argumentos para la defensa de esos bienes, los más preciados que tenemos como sociedad. Colectivo también porque está activamente abierto a la participación y discusión de los lectores.

Coordinado y editado por Ana Valero y Fernando Flores.

alrevesyalderecho@gmail.com

¿Y tú, cómo estás?

Sobre este blog

AlRevésyAlDerecho es un blog sobre derechos humanos. Y son derechos humanos, al menos, todos los de la Declaración Universal. Es un blog colectivo, porque contiene distintas voces que desde distintas perspectivas plantean casos, denuncias, reivindicaciones y argumentos para la defensa de esos bienes, los más preciados que tenemos como sociedad. Colectivo también porque está activamente abierto a la participación y discusión de los lectores.

Coordinado y editado por Ana Valero y Fernando Flores.

alrevesyalderecho@gmail.com

X vive en una zona afectada por la dana. Su casa, las casas de sus familiares, todas están afectadas. Afectadas, destruidas, algunas. X tiene un hijo de siete y otro de pocos años. Trabaja en el centro de València, en restauración. Un local de esos ‘cool’. El centro de València es un lugar que vive ajeno a la zona afectada, la vida sigue como si, al otro lado de la ciudad, las calles no siguiesen cubiertas de lodo, pérdidas y desaliento. X sale cada mañana del paisaje ‘walking-dead’ (así lo describió) y entra en la ‘normalidad’, y sirve comidas y pregunta qué ingredientes prefieres con la sonrisa que mejor puede. ¿Estáis bien por aquí? Le pregunté ayer, después de unos meses sin verla y tras haberle pedido arroz blanco, salsa picante y atún, y antes de llegar a los toppings, que remataban el pedido. X sonrió, el nivel del agua subió a sus ojos, y me dijo: Aquí, sí, en mi casa no. Y bajó la mirada para continuar con mi pedido, dando por acabada la conversación. Intuí que lo hacía por no molestarme con su relato y, también, para gestionarse el lagrimal lleno, de espaldas al mostrador. Insistí suave, soy clienta esporádica del local y sabía que no estaba forzando la situación. ¿Y tú, cómo estás? Pregunté.

X sonrió y respiró hondo. Como no había nadie más que yo en la cola, entró en detalles. Estaba esperando al técnico porque el suelo de su casa, una planta baja, se había vencido y le había salido una grieta rara, y no estaba nada tranquila pues, igual, tenían que marcharse de allí. Su hermana, con su bebé, sus padres, todos, habían perdido sus casas y sus negocios. Coches, empresas, todo. Todo es todo. Entre frase y frase, sonreía y gestionaba las lágrimas entre disculpas. ¿Y tus hijos? Le pregunté. Ahí se rompió. Se rompió contándome cómo, cuando van andando por el pueblo, su hijo de siete años anda a su lado con la mirada perdida y en silencio. Que ella le pregunta y lo anima a que le exprese qué le pasa, cómo se siente. Triste, estoy triste… Es que no queda nada, mamá. Le dice. Además del suelo cedido, la tremenda grieta y el futuro incierto por dónde lo mire, lo que más angustia ahora a X es esa tristeza profunda y callada de su hijo de siete años. ¿Y qué le digo, si yo estoy igual? Esto es muy difícil de gestionar, me confesó.

Me pidió perdón por haber llorado y le dije que no tenía por qué hacerlo, que ‘lo no llorado’, cuando hay tantos motivos, daña si se te queda dentro