El blog del Foro Milicia y Democracia quiere ser un blog colectivo donde se planteen los temas de seguridad y defensa desde distintas perspectivas y abrirlos así a la participación y debate de los lectores. Está coordinado por Miguel López.
La geopolítica de Trump
No hizo falta que Donald Trump llegara a tomar posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos de América el 20 de enero, para que se empezara a analizar, pronosticar y especular cómo sería el mundo de las relaciones internacionales y de la geopolítica durante el Make America Great Again. Ya se venía haciendo desde mucho antes dada la histriónica personalidad del personaje.
La corriente de opinión mayoritaria entre los analistas y profesionales del ámbito de las relaciones internacionales era, y creo que sigue siendo, la de una significativa intensificación del enfrentamiento entre grandes potencias, una especie de nueva guerra fría, siguiendo la consolidada doctrina de la expansión, territorial o de asociación con otras organizaciones regionales, de la OTAN; y la incipiente doctrina del “pivote hacia el Pácifico”; con China y Rusia como principales adversarios en su calidad de potencias revisionistas del “mundo basado en reglas” instituido por la hegemonía estadounidense desde la implosión de la Unión Soviética y el final de Guerra Fría en los primeros años noventa.
Es decir, que una OTAN reforzada por un esfuerzo presupuestario en seguridad y defensa seguiría interviniendo de forma más o menos explícita en todas aquellas crisis en que se temiera la inclinación de cualquier país o nuevo régimen hacía el desorden del “mundo basado en (sus) reglas”, siguiendo la estela de la antigua Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia y tantas otras menos explícitas, mientras las sanciones económicas y la presencia militar cercana (cercamiento progresivo de Rusia en Europa y de China en las aguas del Pacífico) intentarían contener las ambiciones expansionistas de estos países y de sus cada vez más numerosos pseudoadláteres como los BRICS+ en continuo crecimiento o los países africanos en su segundo esfuerzo de liberación anticolonialista (esta vez de su dependencia económica y comercial). En definitiva, una nueva guerra fría, esta vez de “contención del revisionismo”, en vez de “contención del comunismo”.
Sin embargo, un análisis de sus primeras declaraciones y actuaciones y, digámoslo, porque es inevitable, de sus primeras bravatas, también permiten pensar que quizás los tiros (por favor, en sentido figurado) no vayan precisamente en esa dirección.
Efectivamente, hasta ahora sus referencias a China han sido más bien amistosas y respetuosas en comparación con las agresivas declaraciones del pasado, la subida de aranceles ha sido solamente del 10% frente al 25% a Canadá por ejemplo, ha permitido la continuación de TikTok en Estados Unidos a pesar del “bombazo” del chino DeepSeek/R1, superando al estadounidense ChatGPT y provocando la caída en bolsa de la también estadounidense Nvidia, y ha definido las declaraciones de dirigentes de la Unión Europea de mayor cooperación comercial con China como “una gran oportunidad”. Asimismo, se ha mostrado dispuesto “a aliviar” la confrontación con ella en Asia, al tiempo que la emplaza a que apoye los acuerdos a los que pudieran llegar Rusia y Estados Unidos respecto a Ucrania. “China y Estados Unidos deben encontrar la manera correcta de llevarse bien en la nueva era”, acordaron el 25 de enero los ministros de exteriores chino, Wang Yi, y estadounidense, Marco Rubio, que añadió “Estados Unidos no apoya la independencia de Taiwan”, una cuestión que “debe resolverse por medios pacíficos”. “Las relaciones entre Estados Unidos y China son las relaciones bilaterales más importantes del siglo XXI y darán forma al futuro del mundo”, sancionará el presidente Trump.
Los posicionamientos agresivos del nuevo presidente han ido de forma generalizada contra sus propios aliados y el sur global
En el Foro Económico Mundial de Davos celebrado los pasados 20 al 24 de enero, en el que intervino por videoconferencia, es donde probablemente ha dejado más clara su postura de que “los problemas los resuelven quienes llevan las riendas y los demás tienen que acatarlo”, anunciando que “nuestros esfuerzos para asegurar un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania están en marcha. Hablaré con Putin cara a cara de inmediato y Zelensky —presente en el Foro no ha hecho declaraciones posteriores sobre estas afirmaciones, que se sepa— ya está dispuesto a empezar a negociar”. “No intervendrán quienes quieren llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias pero sin comprometerse a fondo en el campo de batalla” (en alusión a los países de la Unión Europea). Una postura apoyada por Rusia y su presidente Vladimir Putin, que ha declarado enfáticamente que la guerra de Ucrania se habría evitado con Trump como presidente y ha mostrado su disponibilidad a colaborar con Estados Unidos en los problemas de interés común como el precio del gas y el petróleo y el control de armamentos, “basándose en las realidades de hoy día”.
En cambio, los posicionamientos agresivos del nuevo presidente han ido de forma generalizada contra sus propios aliados y el sur global.
Contra sus propios aliados: exigencia a los países de la OTAN (a España, supuesto miembro de los BRICS, llegó a amenazarla con aranceles del 100%) de aumento del presupuesto de Defensa hasta un 5% del PIB a costa del pilar social; incremento de los aranceles a los países europeos que dan “tan mal trato a las empresas estadounidenses”; exigencia de que los aliados paguen por las tropas estadounidenses desplegadas en su suelo; amenazas a Canadá de incorporación como nuevo Estado de los Estados Unidos o incremento del gravamen sobre sus productos en un 25%; o a Dinamarca exigiéndole que le venda Groenlandia.
Contra el sur global. Retirada de los Acuerdos de París sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud; suspensión de la ayuda militar (excepto a Israel, Egipto y Ucrania), humanitaria y al desarrollo, a los países que “no se alineen con los intereses estadounidenses”; exigencia a Jordania y Egipto de que acojan a los gazatíes (al menos millón y medio de personas) que Israel no permita entrar (o expulse) en Gaza en su proceso de limpieza étnica; que México acepte a los inmigrantes mexicanos expulsados de Estados Unidos o presencia de tropas estadounidenses en el lado mexicano de la frontera e incremento del gravamen sobre sus productos al 25%; que Colombia acepte los inmigrantes colombianos expulsados de Estados Unidos o incremento de hasta un 50% a todos los aranceles de productos colombianos; que Panamá retroceda el Canal, que alega está cayendo en manos de China, a la cual no se le hace, en cambio, ningún reproche por ello; ha ordenado volver a bombardear al califato Islámico en Somalia. Etc.
Esta diferencia de trato es la que autoriza, independientemente de que con el tiempo se confirmen las amenazas o resulten ser solamente amagos para ablandar posibles resistencias, a aventurar que la geopolítica del segundo mandato de Trump (que sólo tiene cuatro años para desarrollarla o eso esperamos) no tiene por qué ir necesariamente en el sentido de una nueva guerra fría entre grandes potencias durante su mandato, sino más bien en el sentido de una firme consolidación y sujeción de sus áreas de influencia de forma que, cuando deje su legado, dentro de cuatro años, Estados Unidos esté mucho mejor posicionado para esa nueva guerra entre grandes potencias, para la que considera que Estados Unidos no está en la actualidad suficientemente preparada debido a la falta de decisión y coraje de anteriores administraciones, y que es la que a él realmente le gustaría protagonizar.
Razón por la cual, hay que preguntarse: ¿estamos seguros de que Trump no acabará presentándose para un tercer mandato en 2028 y siendo nuevo presidente en 2029, dispuesto y en condiciones de aceptar esa hipotética nueva guerra fría entre grandes potencias para la cual considerará que Estados Unidos estará mucho mejor preparado?
No hizo falta que Donald Trump llegara a tomar posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos de América el 20 de enero, para que se empezara a analizar, pronosticar y especular cómo sería el mundo de las relaciones internacionales y de la geopolítica durante el Make America Great Again. Ya se venía haciendo desde mucho antes dada la histriónica personalidad del personaje.
La corriente de opinión mayoritaria entre los analistas y profesionales del ámbito de las relaciones internacionales era, y creo que sigue siendo, la de una significativa intensificación del enfrentamiento entre grandes potencias, una especie de nueva guerra fría, siguiendo la consolidada doctrina de la expansión, territorial o de asociación con otras organizaciones regionales, de la OTAN; y la incipiente doctrina del “pivote hacia el Pácifico”; con China y Rusia como principales adversarios en su calidad de potencias revisionistas del “mundo basado en reglas” instituido por la hegemonía estadounidense desde la implosión de la Unión Soviética y el final de Guerra Fría en los primeros años noventa.