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Semiosfera digital

De la desinformación a la conspiración

En junio de 2015 Umberto Eco pronunció una bellísima Lectio Magistralis en la Universidad de Turín con motivo de su nombramiento como Doctor Honoris Causa. La tituló “Conclusiones sobre el complot. De Popper a Dan Brown”. En ella comenzó distinguiendo entre las conspiraciones reales, que lógicamente existen pero que carecen de misterio en tanto en cuanto vienen inmediatamente descubiertas, y el síndrome de la conspiración, que comparte las mismas características del secreto según Simmel, es decir, que es tanto más potente y seductor cuanto más vacío, pues un secreto vacío se vuelve amenazador desde el momento que no puede ser ni desvelado ni contestado.

Este fenómeno de la conspiranoia, tan estudiado por Eco que fue uno de los críticos más feroces de Dan Brown (El código Da Vinci) tanto desde el ensayo como la narrativa (El péndulo de Foucault), vive, según Byung-Chul Han (2022), en la sociedad de la (des)información uno de sus momentos de máximo esplendor. Esto se debe a que las teorías conspirativas prosperan en momentos de crisis y estamos saliendo de una crisis pandémica, entrando en una económica e inmersos en la que el autor denomina una crisis de la narratividad, pues define la sociedad de la información como una sociedad desnarrativizada. De hecho, llega a oponer la información a la verdad, siendo la primera aditiva y acumulativa, mientras que la segunda es narrativa y exclusiva. Pudiendo estar más o menos de acuerdo con esto último, lo que parece evidente es que las conspiraciones, al igual que la verdad, son narraciones y en cuanto tales proporcionan sentido y orientación.

Por otro lado, el semiólogo Massimo Leone señala que, más allá de las cuestiones sociopolíticas y económicas, una característica fundamental de las teorías de la conspiración contemporáneas que ha sido a menudo descuidada es el placer estético que son capaces de procurar en quienes forman parte de la pequeña comunidad de los que “conocen” y “saben” la verdad profunda que está debajo de la historia que se le cuenta a la mayoría ignorante. Se trata, en definitiva, de una desviación del pensamiento dominante que ya no necesita ni siquiera de un enemigo de carne y hueso al que culpar, pues “el culpable es la misma mayoría, el mainstream, y todos los hábitos que cristalizan en un consenso social” (Leone, 2016).

Sea como fuere, es innegable que los diversos y posibles complots pululan y se multiplican por las redes y en ocasiones llegan incluso a materializarse en tragedias, como el asalto al Capitolio o el Pizzagate; en actos deleznables, como la interrupción del minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados terroristas de Barcelona el pasado 17 de agosto, o en acusaciones delirantes pronunciadas sin ningún tipo de pruebas, como la teoría difundida y reproducida por algunos medios de comunicación que plantea la hipótesis de que el intento de asesinato de la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner en realidad se trata de un fraude orquestado por el propio Gobierno. Todo ello conduce a una profunda atomización y despolitización de los ciudadanos. Por ejemplo, debido a la enorme cantidad de conspiraciones que surgieron a raíz de la pandemia del Covid-19 y que en última instancia conducían a actos egoístas y en contra de la comunidad, la Comisión Europea elaboró una amplia guía para identificarlas y desmontarlas.

Eco, en la conferencia nombrada al principio, advertía precisamente sobre la peligrosa desafección hacia la vida política y comunitaria que producen tales teorías, recordando la sugerencia que hiciera Chomsky imaginando un complot de las teorías del complot. Pues quienes sacan mayores beneficios de las distintas conspiraciones son justamente las instituciones que el complot quisiera golpear. Esto se debe a que las conspiraciones, del tipo y argumento que sean, no solo aniquilan toda voluntad de construir y mejorar nuestra comunidad, pues para qué, si existe un mal superior, sino que nos desvían y hacen perder capacidad crítica sobre las cuestiones públicas a las que sí deberíamos estar atentos.

Si bien España tiene hoy la gran oportunidad de resituarse en la Unión Europea con el objetivo de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos oportunidad que sería un pecado no saber aprovechar, pero también no saber comunicar, en paralelo se acerca un otoño-invierno helado de incertidumbre. Y la sensación de caos y la falta de certezas, como explica Rob Brotherton (Suspicious Minds: Why We Believe Conspiracy Theories), son el mejor pasto para la proliferación de las múltiples teorías conspirativas, que, haciendo uso de técnicas que Eco definió “pseudo-semióticas”, logran confundir datos reales, forzar los números, los tiempos y las coincidencias hasta conseguir trazar conexiones de lo más disparatadas, pero con una aparente coherencia narrativa, logrando así satisfacer la necesidad apremiante de dotar de sentido a todo aquello que sucede y reducir la complejidad del mundo.

Para hacer frente a estas teorías, que son “cánceres de la interpretación” y parásitos del consenso social, tanto Eco como Leone proponen un estudio e identificación de sus modelos argumentativos. Siendo fundamental distinguir entre las teorías críticas y las conspiranoicas, que, en última instancia, acaban con todo pensamiento crítico. Para ello, debemos fijarnos en la forma de estas últimas más que en su contenido, reconociendo su estructura, basada en la convicción de la existencia de algo que se esconde, que una cierta élite simbólica le niega a la mayoría, y observando ese secreto vacío que aumenta como una bola de nieve cada vez que arrolla con alguien que se persuade de que ese secreto existe, aun sin conocer su contenido, pero que es suficiente para crear la separación entre los incluidos y los excluidos.

Lecturas sugeridas:

Byung-Chul Han (2022): Infocracia, Barcelona, Taurus.

Eco, U. (2003): El péndulo de Foucault, Barcelona, DeBolsillo.

Leone, M (2016): Fondamentalismo, anomia, complotto. La semiotica di Umberto Eco contro l’irragionevolezza interpretativa, en Lexia. Rivista di semiotica, nº 23–24, pp. 55-67. 

En junio de 2015 Umberto Eco pronunció una bellísima Lectio Magistralis en la Universidad de Turín con motivo de su nombramiento como Doctor Honoris Causa. La tituló “Conclusiones sobre el complot. De Popper a Dan Brown”. En ella comenzó distinguiendo entre las conspiraciones reales, que lógicamente existen pero que carecen de misterio en tanto en cuanto vienen inmediatamente descubiertas, y el síndrome de la conspiración, que comparte las mismas características del secreto según Simmel, es decir, que es tanto más potente y seductor cuanto más vacío, pues un secreto vacío se vuelve amenazador desde el momento que no puede ser ni desvelado ni contestado.

Este fenómeno de la conspiranoia, tan estudiado por Eco que fue uno de los críticos más feroces de Dan Brown (El código Da Vinci) tanto desde el ensayo como la narrativa (El péndulo de Foucault), vive, según Byung-Chul Han (2022), en la sociedad de la (des)información uno de sus momentos de máximo esplendor. Esto se debe a que las teorías conspirativas prosperan en momentos de crisis y estamos saliendo de una crisis pandémica, entrando en una económica e inmersos en la que el autor denomina una crisis de la narratividad, pues define la sociedad de la información como una sociedad desnarrativizada. De hecho, llega a oponer la información a la verdad, siendo la primera aditiva y acumulativa, mientras que la segunda es narrativa y exclusiva. Pudiendo estar más o menos de acuerdo con esto último, lo que parece evidente es que las conspiraciones, al igual que la verdad, son narraciones y en cuanto tales proporcionan sentido y orientación.

Publicado el
7 de septiembre de 2022 - 21:18 h
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