Ciencias o letras

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La adolescencia es una mierda. Sí. Y la de tus hijos aún peor. Y no lo sabes hasta que de nuevo estás ahí en medio de esa tormenta de hormonas que transforman a tu pequeña en un ser irreconocible a ratos, adorable a otros. Y yo soy de las que digo que me puedo sentir una afortunada porque (crucemos los dedos) de momento estamos teniendo una adolescencia de lo más llevadera. Pero hay que pasarla, y ahí está, a días siendo llevadera, a días queriendo exiliarte muy lejos de tanta hormona y silencios incomprensibles.

Y lo peor de la adolescencia es que todo y todos te obligan a definirte. A decir quién eres, qué quieres, qué te gusta y qué no. ¡¿Por qué nos complicamos tanto todo?! Con 15, 16 años no tienes ni idea de quién eres. No sabes si definitivamente has dejado de ser una niña o si ya eres un adulto, hecho y derecho. Juzgas de forma rápida todo. No hay tiempo para la reflexión. Tomas decisiones sin saber muy bien por qué. Hoy afirmas con total rotundidad que de aquí no te moverás nunca, que éste es tu sitio y al día siguiente te levantas anunciando que lo tuyo en realidad es coger la guitarra y recorrer el mundo. Así que, con tantas certezas absolutas, cómo podemos pedirles que decidan qué van a estudiar, a qué quieren dedicarse el resto de la vida.

En 4º de la ESO tienen que elegir si quieren ir por Humanidades o por Ciencias. Sin saber muy bien qué abarca qué. Se acabó aquello de Letras mixtas o Ciencias mixtas de nuestra época. Aquí van a blanco o a negro. No hay medias tintas. No hay grises. O tiran por carreras tipo derecho, sociología, periodismo, filologías, humanidades, económicas o tiran por ciencias, es decir, medicina, ingenierías, toda la rama de biología. Miran hacia la FP como un camino poco conocido, nadie les orienta hacia allí. Y con esta edad, lo de tener una vocación clara, seamos sinceros, es excepción. Andan perdidísimos. Angustiados porque saben que tomen el camino que tomen, es de no retorno. No hay posibilidad de volver hacia atrás, si no es a base de perder un año escolar.

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Un sistema demasiado rígido para una etapa de tu vida en la que hay pocas certezas, pocas cosas de las que digas que te sientes seguro. Dudas de todo. Así que ahí estamos, desde hace semanas, meses, observando la vida. Con los ojos y los sentidos en alerta. Viendo qué es lo que le gusta, qué le motiva, en qué se vería trabajando. Vamos al veterinario y la miro y sabe qué pregunta viene, no hace falta que se la haga. “No, no. Me gustan los animales, pero eso de tener que operarles, la sangre, pincharles, no podría”. Vamos a una exposición de fotografía y lo mismo. Y me acuerdo de mis 15 años, de mis 16. Yo tenía la cabeza en la música: vivía por y para el piano. Metía horas estudiando en el conservatorio y en casa. Y sólo soñaba con terminar COU y conseguir una beca para irme a estudiar música fuera, a Italia. Sólo una operación en la muñeca en 3º de BUP me sacó de golpe de ese sueño y me devolvió a la realidad: la música se había acabado, mi muñeca no aguantaba tantas horas frente al piano y había que pensar a qué quería dedicarme. Y ahí estuve, observando de nuevo el mundo con los mismos ojos con los que lo observo ahora a través de mi hija. Viendo qué podría apasionarme cada día, en qué trabajo lograría ser feliz y ganarme la vida. Porque ésta es la otra variante que sí o sí entra en este dilema siempre. La primera pregunta es: “Si estudias tal carrera, ¿a qué te sueles dedicar, en qué consiste tu trabajo?”. E inmediatamente después llega la pregunta del millón: “¿Con esto te da para vivir?”. Y aquí hay poco que aportarles. Poco en lo que orientarles. Porque su generación será la que de verdad descubra que se acabó aquello de esfuerzo igual a recompensa.

El último estudio publicado sobre licenciaturas y grados superiores afirma que uno de cada cuatro universitarios con máster no supera los mil euros de sueldo. ¡Mil euros! Años estudiando, metiendo horas en el cuarto o en la biblioteca para que tu sueldo no llegue a los mil euros. Sólo 13 de cada 100 logra un salario entre los 2.000 y 3.000 euros. Y muchos saben que su futuro durante los próximos cinco años no cambiará demasiado así que descartan la idea de independizarse o formar una familia. Y creen que la única salida es irse. Y ahí estamos: formando talento para que se vaya fuera. Desde la Universidad encienden el piloto de alerta: señores, la sociedad tiene que dar una solución a este problema. Hay que hacer reformas sociales y económicas para que motivemos a los que vienen por detrás. Si queremos que esos jóvenes se motiven formándose, vean que aprender, que estudiar es, además de apasionante, un medio para ganarse la vida, habrá que hacer algo, y habrá que hacerlo rápido. Lo ha dicho el presidente de la CRUE.

Mientras, aquí estaremos, ella y yo. Ella observando, yo acompañándole en su observación.

La adolescencia es una mierda. Sí. Y la de tus hijos aún peor. Y no lo sabes hasta que de nuevo estás ahí en medio de esa tormenta de hormonas que transforman a tu pequeña en un ser irreconocible a ratos, adorable a otros. Y yo soy de las que digo que me puedo sentir una afortunada porque (crucemos los dedos) de momento estamos teniendo una adolescencia de lo más llevadera. Pero hay que pasarla, y ahí está, a días siendo llevadera, a días queriendo exiliarte muy lejos de tanta hormona y silencios incomprensibles.

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