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Control a la inteligencia artificial

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Andamos liados con vacunas, con debates, con Superligas y demás mientras no somos conscientes de que entre click y click vamos dejando una huella digital que puede convertirse en una auténtica soga. Somos lo que vemos. Así nos ven al menos las grandes empresas y corporaciones. Cada compra que hacemos, cada página que visitamos, cada publicación que abrimos, dibuja unos contornos sobre nuestro perfil suficientemente atractivos como para mercadear con ellos. Los datos generan dinero y es el gran valor ahora mismo para muchos negocios. Bien interpretados pueden ser claves y sumamente rentables.

Hace un tiempo contaba por aquí lo que nos habían enseñado en una visita que hicimos los estudiantes del máster de alta dirección de empresas a Shanghái. China es el país de las cámaras. No hay rincón que no esté vigilado por uno de esos enormes ojos. Cámaras que registran miles de datos e imágenes por minuto y que se guardan, y aquí está el meollo de todo el asunto. Las cámaras no se ocultan: todos saben que en cuanto ponen un pie fuera de su casa, están siendo grabados y vigilados. El proyecto del Gobierno chino es acabar integrando esas imágenes en un enorme proyecto de control ciudadano. Crear una especie de carnet por puntos, puntos que cada ciudadano irá perdiendo según las infracciones que vaya cometiendo. Monitorizar así a su población, con códigos QR y apps que se descargan en los móviles, les ha servido para controlar de una forma muy eficaz la expansión del virus. Pero también les sirve para crear un enorme sistema de control y vigilancia, lo que muchos han llamado el Gran Hermano Chino.

Pues bien, Europa ha decidido que aquí esto no puede ser viable y ha empezado a poner límites a ese descontrol de datos que pululan por la red. Quiere que, por ejemplo, esa puntuación social sea inviable en nuestro continente: nada de ser penalizados si cometemos una infracción o criticamos al gobierno ni tampoco ser premiados si colaboramos con ONG o hacemos alguna labor social. Nada de un carnet por puntos con el que podamos ser más o menos libres para movernos. Tampoco va a permitir que las cámaras de vigilancia colocadas en espacios públicos puedan realizar reconocimiento facial. Sólo en casos de terrorismo o emergencias estará permitido.

Cuando las pantallas se convierten en aliados

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Suele ser habitual que, cuando optamos a algún puesto y enviamos un CV, el responsable de turno nos googlee en la red, es decir, haga una búsqueda rápida para saber quiénes somos, bucee en nuestras redes para ver cómo pensamos, qué hacemos, cuáles son nuestros gustos, qué fotos colgamos, en qué ambientes nos movemos…Pues bien, toda esa información, Europa quiere que siga siendo privada y que las empresas no puedan utilizarla para decidir sobre un puesto de trabajo. ¿Cómo? Bueno, con los llamados perfiles ciegos, en los que sólo se ve nuestra formación y nuestra experiencia y poco más.

La idea es ponerle coto a la inteligencia artificial. Controlarla nosotros a ella y no al revés. Por eso, entre las medidas que ha propuesto Europa hay una que a mí, personalmente, me parece más que necesaria. Más de una vez, cuando estamos haciendo una compra online, la única ayuda que se nos ofrece es un chat con, en teoría, alguien de esa empresa o negocio. Pues bien, muchas veces no es una persona, sino un bot el que nos contesta, una inteligencia artificial con la que se han programado miles de respuestas posibles ante otras tantas miles de preguntas. Y casi siempre, no sé a ustedes, a mí no me resuelve las dudas, al revés. Lo que se pide desde la Comisión es que las empresas dejen bien clarito que con quien estamos hablando es un robot, no una persona y, al menos así, sepamos a qué atenernos. Y no desesperarnos.

Creo que esto es importante. Poner remedio antes de que esto se desboque más y vayamos todos como pollos sin cabeza, dando datos sin ton ni son y convirtiendo toda esa huella digital en una enorme trampa. Esto o vamos de cabeza al metaverso pero, si quieren, hablamos de eso otro día.

Andamos liados con vacunas, con debates, con Superligas y demás mientras no somos conscientes de que entre click y click vamos dejando una huella digital que puede convertirse en una auténtica soga. Somos lo que vemos. Así nos ven al menos las grandes empresas y corporaciones. Cada compra que hacemos, cada página que visitamos, cada publicación que abrimos, dibuja unos contornos sobre nuestro perfil suficientemente atractivos como para mercadear con ellos. Los datos generan dinero y es el gran valor ahora mismo para muchos negocios. Bien interpretados pueden ser claves y sumamente rentables.

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