¿Cómo fabricar un bulo? Lean, lean

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8 de cada 10 jóvenes de la conocida como generación Z, los que tienen entre 18 y 24 años, se informan por las redes. El dato no sorprende, pero, sinceramente, asusta. Ellos no nos ven, no nos leen, se informan por sus canales. Lo prefieren antes que comprar un periódico o ver un informativo. Así dicho puede parecer una locura pero, en fin, habrá que confiar en que saben a quién siguen, tienen criterio para discernir lo que es noticia de lo que es un bulo y buscan sus propias fuentes. O no.

El dato anterior es la punta del iceberg de un estudio demoscópico hecho en marzo de este año. De ese 82,45% de los jóvenes que se informa a través de las redes, atentos, al 36,4% le trae sin cuidado que lo que están viendo y leyendo sea o no información falsa. Les da igual. No les importa. Es algo de lo que pasan. "Ah, ¿que no era cierto? Pues vale". A mí, no sé a ustedes, este dato me preocupa más que el anterior. Pero hay uno más que nos da un poco la medida de lo que está pasando en una generación que en muy poco llegará a ocupar puestos de decisión, dirigirá empresas, negocios, o incluso tomará partido en política. A casi la mitad no le importa nada de lo que ocurre en el mundo, en concreto a un 48,7%. Cero interés. "¿Que se ha caído la luna? Mientras no me afecte, sigamos".

Con estos datos, un grupo de investigadores de la Universidad Complutense decidió estudiar por qué se difundían con tanta velocidad y facilidad los bulos, qué pasaba en esa generación, qué era lo que de verdad les preocupa o interesa. Ayer publicaron sus conclusiones. Durante los últimos meses ellos mismos habían elaborado noticias falsas, perfiles fabricados en redes que contaban y difundían bulos. Consiguieron colar dos, con bastante repercusión, por cierto.

Uno de ellos hablaba sobre un mono superdotado, que era capaz de jugar online y ganar a quien se pusiera delante. Algún que otro youtuber cayó, y le retó. Colgaron fotos del supuesto mono frente al ordenador, alguno que otro retuiteo y ¡boom!, la noticia ya estaba circulando por las redes. El otro hablaba de una supuesta actriz española que había conseguido un papel en Spiderman 3Spiderman 3. Pusieron la imagen de una chica rubia y ya está, a rular. La noticia creció por sí sola. En apenas tres meses el perfil consiguió mil seguidores. Mil personas que consumían lo que decía alguien… inexistente.

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Lo que cuenta ese estudio no es nuevo, lo sabíamos, pero ponerle cifras a esos hábitos desvela una realidad que debemos de afrontar: ellos consumen la información así, y además la consumen de forma diaria y, esto es importante, quieran o no quieran. No hace falta que vayan a buscar tal o cual noticia, tal o cual declaración. Con conseguir que se haga viral, sabes que, en algún momento, toda esa generación la acabará leyendo, viendo y asimilando. Y ya hemos visto que a muchos, casi la mitad, no buscarán saber si eso es verdad o es mentira.

Con esos mimbres se construyen o cosas buenas, ojalá, o cosas que son difíciles de manejar. Ese estudio de la Universidad Complutense analizó esos datos entre un grupo de jóvenes y admitían que lo que más temen es la polarización que encuentran en las redes. Y es así: la tensión social se genera difundiendo mentiras, en los formatos que quieras, desde una tribuna o desde un perfil falso. Tú miente, que algo queda.

El único consuelo que queda es que conforme ganen en madurez, aprendan a discernir, a contrastar, a desechar lo que es desinformación. A buscar fuentes fiables que, ojo, también las pueden encontrar en las redes. Sólo hay que saber cómo buscar y a quién seguir. Ellos, está claro, consumirán información de otra forma, alguno, conforme se vaya haciendo mayor incluso regresará a los medios tradicionales. Pero mientras, hay ahí un enorme caldo de cultivo que se está cociendo solo, a merced de lo que unos y otros quieren. Sin demasiado control, sin meter mucho ruido. Calando poco a poco. Creando una corriente de opinión según determinados intereses que son difíciles de identificar.

8 de cada 10 jóvenes de la conocida como generación Z, los que tienen entre 18 y 24 años, se informan por las redes. El dato no sorprende, pero, sinceramente, asusta. Ellos no nos ven, no nos leen, se informan por sus canales. Lo prefieren antes que comprar un periódico o ver un informativo. Así dicho puede parecer una locura pero, en fin, habrá que confiar en que saben a quién siguen, tienen criterio para discernir lo que es noticia de lo que es un bulo y buscan sus propias fuentes. O no.

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