'Lee antes de aceptar'

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No leemos ni las instrucciones del último aparato que nos hemos comprado como para leernos esos pliegos de condiciones de uso que cada app o plataforma nos obliga a leer antes de dar al acepto y seguir avanzando. No. Vamos tan deprisa que le damos a todo ok oky luego ya veremos cómo lo apañamos. Así que luego no vale rasgarse las vestiduras ni lamentarse: si no sabemos qué es lo que aceptamos poco margen tenemos después para indignarnos.

Hace unas semanas Unicef publicaba un vídeo bajo el título #NoSeasUnaEstrella. Querían demostrar que nuestros hijos (y muchos adultos) publican mucho más de lo que deben en las redes. Cuentan dónde están, qué comen, con quién van, a dónde van, si están de vacaciones. Su vida gira en torno a esa publicación, a lograr la foto perfecta para el post del día. Si no hay foto no hay vida, no hay publicación, no hay nada. El vídeo denunciaba que esos menores han dejado hace mucho tiempo de ser anónimos: su vida está publicada en las redes, allí lo cuentan todo. Nuestra responsabilidad no es prohibirles su uso ni controlar qué publican (yo confieso que durante un tiempo le obligué a pedirme permiso antes de subir cada foto.....ahora ya no). No, nuestra responsabilidad no es esa... o no sólo esa. Como padres debemos enseñarles a usar de una forma responsable las redes. Pero para eso, como para todo, debemos de ser ejemplo y aquí, a veces, fallamos.

No voy a demonizar a plataformas como Twitter, Facebook, Instagram o YouTube. Creo que nos han traído muchas cosas buenas: han logrado ponernos en contacto con gente a la que le habíamos perdido la pista o con gente a la que jamás habríamos llegado a conocer. Gente que te inspira. Que te hace pensar. Nos entretienen (sobre todo en esos ratos de largas esperas en el aeropuerto o el médico), nos estimulan a hacer deporte (en mi caso me motiva seguir a gente que hace yoga), o a descubrir otros lugares. Pero también tienen un peaje que quizás ha resultado ser demasiado caro.

En la primera campaña de Obama, los medios hablamos mucho sobre cómo los demócratas habían conseguido llegar a cientos de potenciales votantes a través del big data. Una estrategia de comunicación política pionera en aquel momento, que seguro que Luis Arroyo o José Miguel Contreras os podrán explicar mucho mejor que yo, y que logró que la campaña electoral fuera un éxito. El objetivo era personalizar el mensaje a cada votante, el conocido como microtargeting, pero ¿cómo lo hacían? Hablándole de lo que de verdad le interesaba. No con grandes eslóganes políticos sino dirigiéndose a ellos con mensajes concretos. Fue un éxito que se repitió en la reelección de 2012 y que a partir de entonces desarrolló toda una maquinaria electoral que se fue perfeccionando y también pervirtiendo.

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Hace sólo unos días sabíamos que un inocente test de personalidad en Facebook sirvió en realidad para recabar información sobre 50 millones de usuarios: qué les gustaba, qué les hacía ponerse nerviosos, qué les daba miedo, cuáles eran sus sueños. Su vida entera regalada a una empresa que luego trabajó en dos campañas vitales: la que decidió si el Reino Unido seguía o no dentro de la Unión Europea y la que decidió quién iba a gobernar Estados Unidos durante los próximos cuatros años. Sí, esa empresa, Cambridge Analytica, utilizó todos esos datos para trabajar a favor de una posición. Quien ha filtrado la información ha sido tan sincero que da miedo: le preguntaban hace unos días si los británicos habrían dicho sí al Brexit sin Cambridge Analytica y dijo que no.

Facebook ha asegurado que va a revisar el acceso a grandes cantidades de información, que si detectan un mal uso de esa información echarán a esas aplicaciones de su plataforma, que van a restringir el acceso a datos. Pero poco más. Ni siquiera su fundador, Mark Zuckerberg, ha aceptado ir a declarar al Parlamento británico para aclarar si lo que ha contado el ex trabajador de Cambridge Analytica es cierto o no. Lo de ir al Congreso de Estados Unidos se lo está pensando.

Pedirles ética a estas plataformas debería ser prioritario: seleccionan los contenidos que vemos, las noticias, las imágenes. Pero sin un criterio periodístico. Ellos deciden por nosotros y acaban convirtiéndose en grandes generadores de opinión. Así que sí, hay que exigir mayores controles en cómo se maneja y utiliza la información, nuestra información, en este tipo de plataformas, pero también debemos exigirnos a nosotros mismos ética y responsabilidad a la hora de publicar información y datos sobre nuestras vidas.

No leemos ni las instrucciones del último aparato que nos hemos comprado como para leernos esos pliegos de condiciones de uso que cada app o plataforma nos obliga a leer antes de dar al acepto y seguir avanzando. No. Vamos tan deprisa que le damos a todo ok oky luego ya veremos cómo lo apañamos. Así que luego no vale rasgarse las vestiduras ni lamentarse: si no sabemos qué es lo que aceptamos poco margen tenemos después para indignarnos.

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