Albóndigas en salsa

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Entre la desolación y la muerte, un hombre sujeta su olla exprés. «Mi muhé había hecho arbóndigah», declara en perfecto jerezano. «Las cosas como son: hay que sacar sillas, sofás, nosequé… no, ¡no!, las arbóndigas. Dentro de la pena que hay aquí, porque hay mucho jaleo y mucho de tó… pero las arbóndigas… Además, eran en salsa, que no eran en tomate». Los pantalones los lleva arremangados. La reportera, micrófono en ristre, le pregunta si su casa ha sufrido muchos daños. «Tela. Hasta arriba, medio metro».

Un hombre con sus albóndigas: un rayo de esperanza en estos días de mierda. La superioridad de la salsa, que hay que hacerla, sobre el tomate, que lo venden en bote. Me había propuesto enrocarme en esta simpática anecdotilla para distraerlos de la tragedia. Citar, por ejemplo, el verso de Herrick («Coged las rosas mientras podáis») y hacer, a modo de chascarrillo, filosofemas sobre si importa más el techo o la manduca. Pensé, incluso, en inventarme el resto de sus declaraciones, en las que se ponía gongoresco y decía aquello de «Traten otros del gobierno, del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno».

Quizás, un hombre que le pone al mal tiempo buena cara mientras custodia el esfuerzo de su esposa y el almuerzo de sus hijos nos distraía, unos minutillos, del miserable peloteo de responsabilidades entre el hedor de la muerte

La idea era, se lo prometo, no tener que mentar a Feijóo, que se fue al lugar de la tragedia disfrazado de presidente y que, mientras se discutía sobre si las alertas se habían dado mal o tarde, dijo que lo intolerable era que el Gobierno no le tuviese a él bien informado. O a la vicepresidenta Díaz, que pidió a las empresas que «por favor, respetasen la ley y la vida de los trabajadores» mientras centenares de trabajadores seguían atrapados en los polígonos industriales por cortesía de la voracidad de sus patrones.

Había, incluso, preparado unos chistes buenísimos remedando ese conmovedor poema de Dylan Thomas que dice «No entres dócilmente en esa buena noche. Enfurécete, enfurécete ante la muerta de la luz». Las cosas que uno inventa para evitar escribir sobre la Guardia Civil, que no tiene mejores cosas que hacer que detener para las redes a un «saqueador» descalzo que le había sisado unos calcetines a una multinacional

Lo admito, me preocupaba que les pareciese frívolo andar con la bromita de las arbóndigas (que son esferas, la forma que representa la perfección) teniendo en el tintero la maniobra para aprobar, en mitad de las calamidades, el nombramiento de los nuevos vocales de Radio Televisión Española (urge, urge) o los cínicos mensajes de condolencias con los que Mercadona y asociados pretenden escurrir el temerario desprecio a la vida de sus empleados demostrado durante estos días. Quizás, un hombre que le pone al mal tiempo buena cara mientras custodia el esfuerzo de su esposa y el almuerzo de sus hijos nos distraía, unos minutillos, del miserable peloteo de responsabilidades entre el hedor de la muerte. O de la cólera que nos entre al escuchar colaboracionistas de tanto desalmado y tanto incompetente, los que quieren ver a los muertos para creérselo y tanto hijo de la gran puta (perdón por el latinajo) que está aprovechando la catástrofe para decir que «los españoles primero».

La verdad, ojalá estuviesen buenísimas.

Entre la desolación y la muerte, un hombre sujeta su olla exprés. «Mi muhé había hecho arbóndigah», declara en perfecto jerezano. «Las cosas como son: hay que sacar sillas, sofás, nosequé… no, ¡no!, las arbóndigas. Dentro de la pena que hay aquí, porque hay mucho jaleo y mucho de tó… pero las arbóndigas… Además, eran en salsa, que no eran en tomate». Los pantalones los lleva arremangados. La reportera, micrófono en ristre, le pregunta si su casa ha sufrido muchos daños. «Tela. Hasta arriba, medio metro».

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