Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
Guía definitiva de la coronación
Llegó el día en que los ingleses van a dar de alta a Carlos en la Seguridad Social. ¡Viva su anglicana majestad! Uniéndonos a las celebraciones, el gabinete de Protocolo y Excentricidades de infoLibre (conociendo la afición monárquica de nuestros lectores) quiere ofrecerles una guía pormenorizada del ceremonial. La historia nos pasará por las narices y no hay que perder detalle.
A primerísima hora de la mañana, el gaitero real atronará los generosos pabellones auditivos de su graciosa majestad, declarando inaugurados los fastos de coronación. Un batallón de ujieres comenzará, entonces, las complicadas maniobras de acicalamiento real. En el ala meridional de palacio, un enjambre de camareras palaciegas harán lo propio con la reina tras esquilmar las reservas nacionales de laca Nelly.
Mientras tanto, los cuerpos militares más inverosímiles irán formando delante del palacio de Buckingham: los arqueros de la reina, los zahoríes galeses, dos divisiones de zapadores disléxicos, las fuerzas de la Commonwealth (la guardia montada en avestruz, el pelotón de faquires, una escuadra de astutos canguros boxeadores) y, así, un largo y ridículo etcétera. A continuación, la comitiva partirá camino de la abadía de Westminster, donde Charles (don Carlos) será recibido por monarcas y dictadores venidos de todas las naciones.
Una solemne procesión encabezada por el Conde Mariscal, los reyes de armas de la Jarretera, Clarenceux y el Ulster y los persevantes del Dragón Rojo, el Manto Azul, el Rastrillo y el Cuervo Rojo (juro que todas estas personas existen) recorrerá la nave del templo dando divertidas cabriolas. Fuera, una estricta jefa de protocolo impedirá la entrada a un ministro, para algazara de la plebe. Tras ellos, un comando de sus obispos herejes ofenderá al único Dios verdadero con una insinuante coreografía. Finalmente, y escoltado por un montón de ancianos vestidos de manera estrafalaria, hará su entrada el rey, que aunque ya lo sea, quiere recalcarlo.
Escoltado por un montón de ancianos vestidos de manera estrafalaria, hará su entrada el rey, que aunque ya lo sea, quiere recalcarlo
Un heraldo leerá a pleno pulmón la ancestral gincana que deberá superar el septuagenario que quiera el trono. Mientras tanto, gentileshombres con reuma irán acercando al trono los preciados tesoros de la cacharrería real: el palo de señalar, el pedrolo mágico, una espada de Piratas del Caribe, la ridícula coronita de la reina Victoria, el caldero mágico que se encuentra al final del arcoíris y la última estadística sobre alcoholismo interior bruto. Tras el tedioso sermón del deán de Westminster, dos diáconos disfrazarán al monarca tomando como modelo un naipe de la sota de bastos.
La transformación será amenizada por una tropa de joteros enviados por el mismísimo Revilla. Concluida la chapa y pintura, el astrólogo del elector del Sacro Palacio leerá los posos de té; tras anunciar los buenos augurios, dieciséis trompeteros reales recorrerán las tabernas de Glasgow hasta York. A continuación, el rey empuñará la Espada de Estado para trinchar un repugnante montículo de sándwiches de pepino. Por último, el arzobispo de Canterbury comprobará que el candidato posee una auténtica dentadura británica y, de ser así, utilizará las únicas dos cucharadas de aceite de oliva disponibles en el Reino Unido y sus posesiones de ultramar para ungir a Carlos, el tercero de su nombre, rey de Inglaterra.
Al ritmo de timbales y pífanos, la procesión de salida marchará ante el entusiasmado populacho. Irá encabezada por un contable que relatará, megáfono en mano, el agujero que la pantomima está generando en las arcas públicas. Se prevé que miles de ciudadanos lancen aguinaldos al paso de la comitiva. Para terminar, se espera que los reyes, sus dos hijos calvos y unos niños que jamás tendrán que atarse los cordones saluden a la multitud congregada lanzando escupitajos desde el balcón de palacio. Las celebraciones seguirán a puerta cerrada, con un vomitivo almuerzo con lo más destacado de la gastronomía británica. El lunes, el comisario Villarejo hará públicas las conversaciones más chispeantes.
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