Iban a morir igual

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Lo ha dicho Ayuso: lo hicimos bien, lo hicimos solos y daba lo mismo: se iban a morir igual. La revelación le llegó en el hotelito de Sarasola, mirando arrebolada su orla de Periodismo, promoción del noventa y siete. Los niños descubren que la muerte es inevitable y universal en torno a los seis años: Isabel Natividad lo dedujo una chispita más tarde y, para asegurarse, puso a prueba su hipótesis siete mil doscientas noventa y una veces. ¿El método científico? Verdadera devoción.

Confieso que había escrito unos chistes divertidísimos sobre la mascletada de Madrit, que se baila en un baldosín. No crean que me apetece mentar a los muertos (aquí me contrataron para el retruécano y la chanza), pero tras ver el videíto de la Asamblea se me vino a la cabeza la máxima evangélica: si vosotros calláis, gritarán las piedras.  Ayer, este periódico encabezó su portada con un desmentido en letras gordas: «Los datos del Gobierno madrileño desmienten a Ayuso: se salvó el 65% de los residentes hospitalizados». También, Manuel Rico ha seguido el caso con admirable tesón durante los últimos años. Me reconforta que no nos hayamos callado, pero, por si las moscas, haré el papel de canto rodado vocinglero. El adversario lo amerita.

Que sí, que hubo muertos en todas partes y que Ayuso no inventó el covid en los sótanos de la Puerta del Sol, pero no le quiten el mérito de un triaje que hubiesen ovacionado los milicos de Treblinka

Volvamos al vídeo parlamentario. No falta un detalle. Preside Enrique «las familias ya lo han superado» Osorio; ni olvido ni perdón. Habla Más Madrid y responde el pe pé. «Veo que está haciendo méritos para hacerse ministra del Gobierno» (durísimo reproche, muera la ambición), «venga...». Condescendencia, ¡su lechuguita! Luego, sin presiones, confiesa que ordenó el código rojo. Los dejaron morir, solos y sin alivio. La tía, entre chula y ofendida, dice que "total, para qué trasladarlos, si iban a palmar". Se me vino a la memoria su publirreportaje en El Mundo, a lo mater dolorosa, y tuve que refrenar una arcada. Comienzan las reacciones. La otra noche, en la radio, un profesor de Ética desmenuzaba al respective los complejísimos flecos del dilema del tranvía. Con perdón, váyase usted a la mierda. Repasando a Aristóteles no encuentro la página donde dice que estás muerto salvo que tengas el carné de Sanitas. Que sí, que hubo muertos en todas partes y que Ayuso no inventó el covid en los sótanos de la Puerta del Sol, pero no le quiten el mérito de un triaje que hubiesen ovacionado los milicos de Treblinka.

En una situación tan rocambolesca se pueden cometer errores. Todos los gobiernos lo hicieron. Sin embargo, hasta ahora nadie ha logrado el prodigio de declamar que «la familia es lo más importante que tenemos» mientras se orina sobre la tumba de tus abuelos. Aunque todo se hubiese hecho bien, el dolor de los huérfanos merecería respeto. Sabiendo lo mucho que se hizo mal, me tentaría las ropas, por mucho que a mis votantes les importe un bledo los muertos que no haya matado ETA. ¿Cómo será liderar un espacio político compuesto por necrófagos?

Si tienen dudas, les facilito resolverlas: escuchen los testimonios de los sanitarios y familiares que declararon en la comisión ciudadana. Luego, díganme, ¿cómo disculpar tanta crueldad?

Lo ha dicho Ayuso: lo hicimos bien, lo hicimos solos y daba lo mismo: se iban a morir igual. La revelación le llegó en el hotelito de Sarasola, mirando arrebolada su orla de Periodismo, promoción del noventa y siete. Los niños descubren que la muerte es inevitable y universal en torno a los seis años: Isabel Natividad lo dedujo una chispita más tarde y, para asegurarse, puso a prueba su hipótesis siete mil doscientas noventa y una veces. ¿El método científico? Verdadera devoción.

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