Como persona de provecho, pierdo muchísimo el tiempo en internet. Habrá quien lo llame déficit de atención, pero yo prefiero considerarlo flânerie digital (si los dandis gabachos nos colaron que vagar sin rumbo por la ciudad es una elevadísima actividad espiritual, no seré yo quien se resigne a ser un simple haragán).
Aprovechando el insomnio y la hora del café, me he adentrado (heroicamente) en las profundidades del espíritu de nuestro tiempo, guiado por el sapientísimo y solícito algoritmo de YouTube, que no solo me da más de aquello que me gusta, sino que me descubre nuevas simas donde abismarme. Verán: de chaval, fui muy aficionado a los canales sobre reptilianos, marcianos cabezones, la tierra hueca y conspiraciones hasta en el zumo de naranja; pero llega un momento en que un hombre tiene que decidir si afeitarse la cocotera, vestirse de azafrán y pedir número para el siguiente suicidio colectivo o pasar página. En mis últimas incursiones en busca de la sabiduría, el algoritmo me ha ofrecido un sumiller de bebidas energéticas (le gustan todas, colecciona las latas vacías y padece diabetes), un crítico de tatuajes muy tatuado (todos son feos menos los suyos o aquellos que se les parecen) y varios canales de espiritualidad jasídica, la rama más pintoresca del judaísmo ultraortodoxo. Es una gente muy dicharachera. Llevan sombreros de piel de castor, ropa negra con brilli brilli, elegantísimos tirabuzones y unos pantalones pesqueros que son un primor; además, cumplen los seiscientos trece mandamientos de la ley de Dios haciendo todas las trampas que pueden. La tecnología es malísima, dicen, salvo cuando te permite programar el horno para comer calentito en Sabbath. Chúpate esa, Yahvé.
Como persona de provecho, pierdo muchísimo el tiempo en internet. Habrá quien lo llame déficit de atención, pero yo prefiero considerarlo 'flânerie digital'
Por el camino, estoy aprendiendo mucho de cábala, un asuntillo que tiene todos los perejiles para fascinarme, pero ha resultado ser una chorrada colosal. Le había leído a Borges que en los estudiosos de la Torá se daba una singular coincidencia, ya que Dios era, a la vez, el autor del libro y de los lectores. ¡Chispas! Resulta, sin embargo, que los cabalistas beben gaseosa porque las burbujitas escapando del líquido les parecen una metáfora del alma elevándose sobre el cuerpo. Tremendo chasco.
El otro gran capricho del algoritmo es recomendarme canales de gente que vive en una furgoneta, imagino que como entrenamiento para padecer con más entereza los tormentos del infierno. Son nómadas, espíritus emancipados, en armonía con la Pachamama y el consumo de combustibles fósiles. Se duchan con un hilillo de agua y sin moverse demasiado, no sea que se rompan la crisma contra una encimera que, de doce a ocho, también es la cama. Son libérrimos y cada día amanecen en una nueva explanada, con vistas al techo de una Renault Trafic y palpándose los costados para comprobar que no les hayan sisado los riñones mientras disfrutaban de su vida de ensueño.
La otra tarde, una muchacha con un canal con muchísimos seguidores intentó convencerme de las bondades de tener un asiento de copiloto rotativo, porque así puedes convertirlo en tu oficina. Mientras pensaba que mi oficina ya es una oficina (y, afortunadamente, nada se abate, ni rota, ni se esconde debajo de un sofá cama), comenzó a relatar su plan vespertino: conducir hasta un área de servicio donde poder desechar y lavar (con sus propias manos, ¡viva!) el depósito de residuos orgánicos humanos. Después, a proseguir la aventura.
Ahora debo dejarles: creo que un argentino que hace su propio fernet ha subido un nuevo vídeo y ardo en deseos de aprender más sobre esa bebida asquerosa. En nada les cuento.
Como persona de provecho, pierdo muchísimo el tiempo en internet. Habrá quien lo llame déficit de atención, pero yo prefiero considerarlo flânerie digital (si los dandis gabachos nos colaron que vagar sin rumbo por la ciudad es una elevadísima actividad espiritual, no seré yo quien se resigne a ser un simple haragán).