Se acerca la Nochebuena y, con ella, el tradicional aluvión de spots garrapiñados. Las hipervitaminadas meninges de los publicistas están extenuadas: el fulgor de tantísimas lumbreras se divisa desde la troposfera.
Hace unas semanas se liberó (como si fuera el kraken) el anuncio de la lotería. Lo protagoniza una muchacha sobrepasada por la vida a la que sus allegados acosan para que compre un décimo. «Es para papá». La moza está tan agobiada que fantasea con la extinción de la humanidad. Chispazo del microondas (hay que ser cutre) y, salacadula, chachicomula, bibidibadibibún: el último hombre sobre la tierra en galerías Canalejas. Cortinilla de estrellas y doble pirueta de culpabilidad: ay, no compré el boleto y he aniquilado a toda mi especie. ¡Vergüenza (tlon) vergüenza (tlon)! La atribulada protagonista amanece en la casa familiar, donde papá prepara café. El puto viejo no está ni impedido: simplemente, no le salía de los huevos bajar a Doña Manolita. «El décimo es para estar juntos». La madre que lo parió.
Los filántropos de Campofrío se han apuntado a la misma cantinela. En su edificante campaña navideña, Carlos Areces, con barba candado (una decisión estilística que rivaliza moralmente con el genocidio) congrega al socarrat del fondo de la olla de la fama: dos «campeonas» de la selección femenina de fútbol, el chaval ese que tenía dos trabajos y al que un empresario bienhechor le endilgó un coche averiado; Ana Morgade, la actriz esa de Aquí no hay quien viva, el fantasma de Chiquito (¿?) y Fofito. ¡Fofito! Todos se quejan de que las IAs nos están comiendo la merienda: gran calamidad. Los dueños del emporio serán muy desdichados cuando ChatGPT les administre las macrogranjas. Total, que, como un deus ex machina, la voz de Siri les dice que ella solo replica lo que ve. «Ea, cortito y flamenco», remata José Mercé (qué lastimita). Anota, Encarna: cuando te echen del trabajo para que cotice un robot, la culpa será tuya. ¡Mira que no leerle a Alexa las obras completas de Lenin!
Reuniría a los iluminados que han parido esta genialidad con media docena (nada más) de madres y abuelas, verás cómo, antes del tercer sartenazo, aprenden el sentido de la vida
Los de Navidul no solo hacen jamón con textura de hidrocarburo: también dicen que eres tontísima si pegas la pechá de guisar para alimentar a los tragaldabas de los nietos. ¡Eres tú quien complica las cosas! Reuniría a los iluminados que han parido esta genialidad con media docena (nada más) de madres y abuelas, verás cómo, antes del tercer sartenazo, aprenden el sentido de la vida.
Pero aún falta lo mejor. Espero que los amables geniecillos de la de ge té estén ultimando su ración final de niños muertos, viejas atropelladas y famosos con la cabeza rajá. La otra mañana tuve la suerte de escuchar su ultimísima ocurrencia: queremos pedirte que esta noche te acuestes pronto, el sueño al volante mata. Médicos de urgencias, madres con bebés llorones y precarios del imperio: sois peores que Hitler. Los pizpiretos del radar y la multita son los últimos guardianes de la antiquísima costumbre de culpabilizar a las víctimas. Hace unos meses parieron una fabulilla en la que los muertos perseguían a la gente. Un chaval, hecho un cuadro, sentado en el tresillo de una señora. Voz grave de locutor sañudo: «Cuando matas a alguien en la carretera, lo matas todos los días». Soy torpísimo con la estadística, pero me encantaría calcular cuántos suicidios y depresiones mayores ha causado el departamento de propaganda de Pere Navarro. ¡Cáspita! Paternalismo condescendiente, terrorismo emocional y moralina con tufillo a alcanfor: todos los elementos que tiene un buen cuento de navidad.
Se acerca la Nochebuena y, con ella, el tradicional aluvión de spots garrapiñados. Las hipervitaminadas meninges de los publicistas están extenuadas: el fulgor de tantísimas lumbreras se divisa desde la troposfera.