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Quisiera confesarles algo: no soy de fiar. Debo dinero. Una empresa cuyo nombre omitiré me reclama 217,80 euros. Les ahorraré los detalles del desencuentro que me llevó a dejar de atender los recibos que giraban a mi banco pero les aseguro que tengo más razón que un santo. De hecho, es muy posible que muchos santos no lo fueran hoy si hubieran tenido que bregar con la empresa en cuestión.
Debo pasta, sí, no me avergüenza decirlo. Es más, estoy orgulloso de ello. Esa deuda se ha convertido para mí en una causa ideológica. La derecha radical, a la que semanalmente represento en este panfleto progre, también puede ser revolucionaria. Creo en el poder subversivo del hecho de deber dinero. Si el Che viviera sabría que en los tiempos que corren la mayor muestra de rebeldía no es estar en el fichero de objetivos de la CIA sino en uno de morosos.
La historia no ha sido justa con quienes no pagamos. La escritura nació como método de control del débito en tiempos pretéritos. El mundo sería otro si el ser humano siempre hubiera liquidado sus compras al instante. Deber dinero fue en su día un acicate civilizador. La escritura respondía a la necesidad de guardar una memoria física de los compromisos comerciales: “Apúntame tres escudillas de trigo y una hoz para cortarle el cuello a mi vecino”; “Tengo a mi mujer en cinta. Si me das un caballo te entrego a mi primogénito. Pero no le digas nada a ella que no entiende de negocios”; “Has arrasado mi propiedad y has matado a tres de mis hijos. Como estamos en promoción te apunto solo dos. El rubito te sale gratis”.
Pese a lo mucho que la historia nos debe a quienes debemos, no es fácil vivir así. Tal como suele ser habitual, la firma que me reclama esos poco más de doscientos euros ha encargado a una empresa de cobros extrajudiciales —llamémosla Cobropró— la tarea de convencerme de que les pague. Cobropró lo intenta mediante correos electrónicos, mensajes SMS y llamadas telefónicas. Muchas llamadas, infinitas llamadas. Cobropró debe tener la madre de todas las tarifas planas o es imposible que el negocio sea rentable.
Yo, con la firme determinación de los héroes, las atiendo todas amable y pacientemente, les explico que carecen de parte de la información, les ofrezco las razones por las que me niego a pagar, les pregunto si están grabando mi conversación y, ante sus titubeos, les recuerdo que no pueden hacerlo si no me piden antes permiso. Ellos arguyen que estaban a punto de pedirlo y solicitan que me identifique a través del DNI o directamente me cuelgan. Lo de que me cuelguen es lo que peor llevo porque acabo teniendo la sensación de que el pesado soy yo.
Por otra parte, las llamadas de Cobropró están mermando mi ya escasa confianza en la capacidad de entendimiento del género humano. Desde el primer día les advertí que mi negativa a pagar era tajante y así se lo reitero cada una de las muchas ocasiones en que tengo la oportunidad de hablar con ellos. Pero, o no escuchan o son las personas más optimistas del mundo. ¿En qué momento alguien que me oye decir una y otra vez “No voy a pagar de ninguna de las maneras” percibe en esa frase alguna fisura en mi determinación? ¿Qué tipo de perversa evolución ha sufrido el castellano en Cobropró para que treinta noesnoes les suene como un “me lo estoy pensando”?
Hay veces en las que se despiden de mí como si esa llamada fuera la última: “muy bien, pues yo le traslado al cliente su negativa y ya se lo reclamarán por otra vía”, me dicen con tono sutilmente amenazador mientras yo ruego que esa “otra vía” haya nacido en Sicilia y acabemos de una vez por todas con este martirio.
Pero no, un día después el teléfono vuelve a sonar y son ellos: Cobropró. No entienden que mi empeño en no pagar tiene que ver más con una particular y elevada concepción de la desobediencia civil antes que con la vulgar avaricia o falta de saldo. He estado tentado de explicarles que deberían agradecerme el no pagar porque si no existieran tipos como yo no habría necesidad de trabajos como el de ellos. Pero es un argumento que requiere cierto desarrollo y procuro hablar con frases cortas para no darles tiempo a que me cuelguen.
He barajado también la posibilidad de poner en marcha una estrategia destinada a ablandarles. Pensé en pedir a mi hermano que me prestara alguno de sus nietos para que atendiera las llamadas de Cobropró con la intención de hacer que el niño, entre toses, les dijera algo así como “Mi papá no está. Ha salido a robar para comprarnos las medicinas”. Desgraciadamente, tuve que descartar la idea porque mi hermano tiene a todos sus nietos ocupados respondiendo al teléfono para solucionar sus propios marrones.
Hay, además, un tufillo a ilegalidad en todo esto. Estoy seguro de que debe de existir algún tipo de normativa que regule los límites de esa insistencia rayana en el acoso. Me sorprende que tenga soporte legal molestar tanto a un ciudadano tan solo porque una empresa le ha señalado como acreedor, sin tener en cuenta si ha habido o no razones justificadas para que dejara de pagar. Si me ampara la ley nunca lo sabré. Pierdo tanto tiempo atendiendo a Cobropró que para informarme tendría que dejar de trabajar o pedir una excedencia.
Lo que, al parecer, ya no está permitido es el señalamiento público del moroso mediante acciones como hacer que lo siga el Cobrador del frac o un pollo giganteCobrador del frac. Sí, han leído bien: ahora, por mucho que debas, ninguna empresa de cobro te puede hacer seguir por un pollo gigante. Posiblemente, se dieron cuenta de que lo del pollo era un error estratégico. ¿Qué cosa puede haber más divertida que el que te siga permanentemente un pollo gigante? Sales de tu casa con un mal día, lo ves ahí, esperándote en el portal, y se te pasa todo. Te acercas y le dices: “Hoy no cojas tu coche. Vamos juntos en el mío, que se ha muerto mi padre y en el tanatorio se aparca fatal”.
Todo va a peor. Ahora te machacan a llamadas y ni siquiera te mandan al pollo. Pues, en el improbable caso de que Cobropró esté suscrito a infoLibre, les hago saber que no pago en defensa propia. No soy un Youtuber que se marcha a Andorra para evadir sus obligacionesYoutuber. Tan sólo exijo que las grandes compañías de este país cumplan con las suyas. Que si llamas a Endesa porque tienes un problema no tengas que hacerlo diez días, varias veces cada uno de ellos, sin lograr hablar con un humano en todo ese tiempo hasta que, por fin, alguien se digna llamarte: justo el día después de haberte hecho cliente de Iberdrola porque ha prometido solucionártelo. Y que si Iberdrola te promete solucionarlo lo haga y no tengan que pasar más de seis meses sin que aún lo haya conseguido. Y que cuando te pones en contacto con Naturgy para ver si ellos podrían lograr arreglártelo —efectivamente, es lo que piensan: he coqueteado con todas las grandes eléctricas— y te dicen que no, pero te ofrecen la posibilidad de vengarte de Iberdrola contratando con ellos tu suministro y quedan en llamarte el lunes, te llamen el lunes. O el martes, o el miércoles —no seamos exigentes—, pero que te llamen.
Así es mi relación con los gigantes económicos de este país: Cobropró no deja de llamarme y Naturgy no me manda ni un wasapCobroprówasap.
Soy liberal, creo en el capitalismo y voy a muerte con JPMorgan pero estoy hasta los cojones del IBEX35. Sobre todo de sus servicios de atención al cliente. Estoy harto de llamar a sitios donde todos los operadores están ocupados mientras que siempre hay un robot libre para atenderte. No hay manera de librarse de que alguno de ellos te haga sentir ridículo contestando en voz alta a su menú de opciones. No sé hablar con máquinas. No estoy preparado para mantener conversaciones con ellas. Cuando lo hago utilizo una entonación extraña, con inflexiones de voz que no recuerdo haber usado nunca. Digo “Cuenta nómina”o “Fusión Plus” pero no me reconozco, es como si lo dijera otro. Al final, acabo insultándolas y pidiendo a gritos que me atienda un operador: “¡Operador! ¡Operador! ¡Operador, me cago en tu puta madre!”.
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Es mentira que los robots vinieran a quitarnos el trabajo. A mí me tienen agotado. No sólo los telefónicos. Me paso el día detrás de la Roomba para desatascarla. Cuando no se atranca con el borde de la alfombra lo hace bajo la butaca de patas de estrella. Mi Roomba podría perfectamente tener acceso a la Ley de DependenciaRoomba.
Aun así, con respecto a Cobropró, mi sensación es que por ahora voy ganando yo. Hace unos días me han ofrecido a través de correo electrónico un descuento del cincuenta por ciento si accedo a pagar mi deuda. Un error, porque me ha hecho sospechar con carácter retroactivo que durante el tiempo que pagaba podría haber conseguido lo mismo por la mitad.
Han dado con el moroso equivocado.
Quisiera confesarles algo: no soy de fiar. Debo dinero. Una empresa cuyo nombre omitiré me reclama 217,80 euros. Les ahorraré los detalles del desencuentro que me llevó a dejar de atender los recibos que giraban a mi banco pero les aseguro que tengo más razón que un santo. De hecho, es muy posible que muchos santos no lo fueran hoy si hubieran tenido que bregar con la empresa en cuestión.
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