Áticos y mamandurrias

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El concepto político y moral de Esperanza Aguirre e Ignacio González se define con dos palabras: áticos y mamandurrias.

González tendrá que explicar ante la Justicia cómo pagó el ático de lujo en Estepona. Y ya veremos hasta dónde llegan otras investigaciones policiales. Pero la gran responsable política de que la corrupción haya inundado enormes esferas de poder del Gobierno y del PP de Madrid se llama Esperanza Aguirre. 

Aguirre es responsable por elegir como sus tres personas de máxima confianza, en la última década y media, a Ignacio González (la Fiscalía pide investigarlo por el caso ático), Francisco Granados (en la cárcel por el caso Púnica) y Alberto López Viejo (imputado por el caso Gürtel). Pero, sobre todo, Aguirre es responsable por haber tapado de forma sistemática la podredumbre de sus colaboradores.

Y luego, claro, está el tema de su marido. Aguirre permanece agazapada en el Ayuntamiento de Madrid sin dar explicaciones sobre las informaciones que ha publicado infoLibre desde mayo del año pasado. Pero no se puede vivir eternamente escondida. ¿De verdad piensa que no va a tener que explicar nunca los negocios de Fernando Ramírez de Haro, conde de Bornos?

Esto no son opiniones. Son hechos.

En octubre de 2006, un incendio intencionado calcinó el Mini Cooper que utilizaba la mujer de Granados. El vehículo no estaba a su nombre, sino que figuraba como propiedad de una constructora, cuyos lazos con el entonces consejero de Presidencia eran conocidos. Si Aguirre hubiese sido una política preocupada por combatir la corrupción, le habría pedido explicaciones. Y como un político no tiene forma de explicar que un constructor le regale un coche a su esposa, allí se habría terminado la carrera política de Granados.

Lo que hizo Aguirre fue proteger a Paco –como ella le llamaba–, mimarlo y darle cada vez más poder.

En abril de 2007, la revista Tiempo publicó una información titulada "Adjudicaciones bajo sospecha". Contaba lo siguiente: "El vicepresidente de Madrid adjudicó a un socio de su hermano y de su cuñado la explotación de un campo de golf en el centro de Madrid. La empresa beneficiada carecía de experiencia en el sector y tenía una actividad mínima". Y dos semanas después, la misma publicación informó de que González y su mujer habían adquirido un chalé en Madrid a un precio sensiblemente inferior al del mercado. Si Aguirre hubiese sido una política preocupada por combatir la corrupción, le habría pedido explicaciones. Y como un político no tiene forma de explicar la compra de casoplones a precio de ganga y la adjudicación pública de un negocio al socio de un hermano, allí se habría terminado la carrera política de González.

Lo que hizo Aguirre fue proteger a Nacho –como ella le llamaba–, mimarlo y darle cada vez más poder.

La tarea de encubridora de Aguirre se inició, por tanto, hace casi una década. Desde entonces no han sido una, ni dos, ni cinco, sino centenares las veces que salió públicamente en defensa de sus colaboradores y que vetó iniciativas de la oposición en la Asamblea de Madrid. Y son muchos los millones de euros de los madrileños que destinó a comprar el silencio de determinados medios y periodistas –entre ellos algunos de los que ahora encabezan la operación de alancear al moro muerto–, peleados entre ellos para ver quién era más servil. 

Aguirre cerraba los ojos mientras su querido Nacho aparecía cada dos semanas con un reloj más caro que el anterior, o se hacía un lío con bolsas llenas de toallas en Colombia, o pagaba en metálico 8.000 euros para viajar a Suráfrica o compraba un ático a un testaferro profesional. Ay, Esperanza, ¿de verdad que no viste nada? Pero si así fuese, la pregunta sería otra: ¿cómo puede seguir en política una persona ante cuyas narices pasan áticos, relojes, bolsas con toallas, fajos de billetes y gestapillos, sí, también gestapillos, y no se entera absolutamente de nada?

Esperanza Aguirre ha sobrevivido políticamente a González, a Granados y a López Viejo. Pero ya no le quedan escudos. Y aún tiene pendiente una gran explicación que ofrecer: qué sabe ella de los negocios de Fernando Ramírez de Haro. La materia empieza a acumularse. Veamos:

1) Fernando Ramírez de Haro actuó como lobista con empresas de la Comunidad de Madrid.

2) Fernando Ramírez de Haro colocó productos de una empresa familiar en el Congreso y la Asamblea de Madrid. 

3) Fernando Ramírez de Haro lleva siete años ocultando las cuentas de una empresa, Savial SL, con la que se embolsa subvenciones millonarias de la UE. Ello supone incumplir la Ley de Sociedades de Capital, que obliga a depositar todos los años las cuentas en el Registro Mercantil.

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¿Le parece bien a Aguirre que su marido haya actuado como lobista con empresas de la Comunidad mientras ella era presidenta? ¿Apoya Aguirre que su marido haya hecho negocios con la Asamblea que ella controlaba? ¿Respalda Aguirre que su marido oculte las cuentas de una empresa que se nutre de dinero público? De momento calla, pero no se puede vivir eternamente escondida.

Paco, Nacho, Alberto. Y, al fondo, el querido Fernando. Ese es el cuadro. Pero es imposible encontrar un dato que defina mejor al personaje que el asunto de las mamandurrias. Resulta que ella, que tan beligerante se mostró contra los subsidios y las subvenciones –la mayoría de las veces unos cientos de euros que sirven a los beneficiarios para malvivir–, tiene un marido que se ha embolsado 2,7 millones de euros en subvenciones comunitarias a través de dos empresas cuyo domicilio está en el hogar familiar, un palacete del madrileño barrio de Malasaña. Resulta que la gran luchadora contra las mamandurias era, en realidad, la consorte del gran acaparador de mamandurrias. Resulta que la zona cero de las mamandurrias estaba en casa de los Ramírez-Aguirre. Resulta que los condes de Bornos eran una pareja a una mamandurria pegados, que ese palacete era una mamandurria superlativa.

Áticos y mamandurrias. Ese es el concepto político y moral de Esperanza Aguirre e Ignacio González.

El concepto político y moral de Esperanza Aguirre e Ignacio González se define con dos palabras: áticos y mamandurrias.

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