Llegamos al ecuador de la campaña electoral, que coincide con el cuarto aniversario del 15-M. Con esta excusa volverá a asomar uno de los rasgos más característicos de este país: la absoluta seguridad con la que cada cual cree tener razón en todo momento y acerca de lo que sea, incluso cuando cambia de opinión sobre el mismo tema. Si tú no varías la tuya al mismo ritmo, ¡horror! Puedes convertirte en antipatriota-buenista-pesebrista-radical-perroflauta-titiritero-trasnochado-viejuno… o múltiples combinaciones de todo eso, según sople el viento del discurso único en el instante concreto.
Hay voces bien sonoras en los medios que dieron por muerto y enterrado el 15-M por navidad del mismo año. Que el PP ganara por mayoría absoluta las elecciones generales les puso todavía más fácil la gimnasia de darse la razón a sí mismos y concluir que aquello había sido una especie de enorme botellón sin mayor significado sociológico, amplificado por algunas televisiones y por esa gente que dedica el tiempo libre a discutir en las redes sociales. Cuando Sol volvió a llenarse de vez en cuando, o se produjeron concentraciones multitudinarias y pacíficas ante el Congreso, esas mismas voces no aceptaron que el espíritu del 15-M siguiera vivo sino que decidieron que se trataba de grupos muy bien organizados y peligrosos para la estabilidad institucional, de modo que lo apropiado era endurecer la legislación sobre el derecho de reunión y manifestación y sobre el ejercicio de la libertad de expresión. Una labor a la que el PP se ha entregado con entusiasmo.
La salud del muerto
El resultado de Podemos en las elecciones europeas de hace un año, por sorprendente que fuera para políticos, tertulianos y encuestadores de todo signo y condición, permitió de inmediato lucirse a los mismos perspicaces analistas que habían dado por muerto el 15-M, porque decidieron que Podemos era la articulación política de aquel movimiento indignado. No han explicado cómo se puede articular políticamente a un muerto, y tampoco importa mucho a estas alturas. (*)
Me preguntan colegas de un canal británico de televisión dónde creo que está hoy el 15-M. Y respondo eso que sienta tan mal en algunas tertulias españolas: no lo sé. Entre otras razones porque seguramente nunca estuvo en ningún “sitio” concreto. Algunos creyeron o quisieron creer que todo empezaba y acababa en la Puerta del Sol, o en unos cuantos blogs, o en determinadas plazas de barrios de las ciudades. Otros quizás pensaron que bastaba con traducir en propuestas políticas unos cuantos gritos de la indignación, desde el “no nos representan” hasta “democracia real” o “no hay pan para tanto chorizo”. Quien se arrogue en exclusiva la representación del 15-M contradice precisamente una de las esencias de su espíritu, y ese tacticismo quizás le pase factura.
Efectos visibles
Harán falta más de cuatro aniversarios para averiguar exactamente la trascendencia sociológica y política del 15-M. O de los 15-M, porque en ningún momento se ha tratado de un movimiento único, ni en origen ni en desarrollo. Como mucho, uno se atreve a citar a los colegas británicos algunas cosas que probablemente no habrían sucedido en España sin el 15-M: no existiría Podemos; ni el rápido empuje de la réplica a ese fenómeno desde la derecha, Ciudadanos; ni se habría extendido la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH); ni se habría elevado tanto la exigencia de transparencia y honestidad en la política; ni se habría hecho tan evidente la crisis del bipartidismo o incluso del partidismo. Sin el 15-M posiblemente los aparatos de las formaciones de izquierda seguirían acomodados en su inercia, en su modo de vida, confiando ciegamente en las marcas y muy poco en las personas. Ni en el PSOE habrían pensado para Madrid en Ángel Gabilondo ni en Izquierda Unida habrían pedido a Luis García Montero que diera un paso más en su compromiso. En el PP, por el momento, resulta muy complicado percibir consecuencias del 15-M. (Desde el poder todo se ve o se intenta ver con mucha mayor distancia).
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Lo ocurrido hasta hoy sería inexplicable sin la realidad digital, sin las redes sociales, pero también sin la insoportable corrupción y sin una gestión injusta de las consecuencias del estallido de la burbuja inmobiliaria y de la crisis financiera. El 15-M tampoco fue un big-bang del que surgió un mundo nuevobig-bang. Hay mucha gente en la marea blanca, en la verde, en las protestas que echaron abajo la ley Gallardón contra el aborto y en todo tipo de movimientos cívicos (incluidos muchos militantes de grupos políticos y sindicatos) que llevan peleando en defensa de los derechos sociales desde mucho antes de la primera acampada de Sol.
Una de las mayores bobadas que hubo que escuchar en mayo de 2011 sobre el 15-M fue que hacía daño a la Marca España. Acaba de repetirlo la nueva delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, a quien habrán llamado los mismos colegas del canal británico, sorprendidos por cierto de que el PP siga encabezando todas las encuestas pese a los escándalos de corrupción. Según ellos, eso sí que mancha la Marca España.
(*) Si a alguien le interesa conocer el origen y desarrollo de Podemos, últimamente se han publicado hasta nueve ensayos diferentes. Por la información que aporta, cabe destacar 'Podemos. Objetivo: asaltar los cielos', de Jacobo Rivero, editado por Planeta.
Llegamos al ecuador de la campaña electoral, que coincide con el cuarto aniversario del 15-M. Con esta excusa volverá a asomar uno de los rasgos más característicos de este país: la absoluta seguridad con la que cada cual cree tener razón en todo momento y acerca de lo que sea, incluso cuando cambia de opinión sobre el mismo tema. Si tú no varías la tuya al mismo ritmo, ¡horror! Puedes convertirte en antipatriota-buenista-pesebrista-radical-perroflauta-titiritero-trasnochado-viejuno… o múltiples combinaciones de todo eso, según sople el viento del discurso único en el instante concreto.