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Feijóo busca (y no encuentra) salidas en su laberinto

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A veces en política lo mejor que puede hacer un líder es estar callado y pasar tan inadvertido como le sea posible. Se diría que esto es lo que le convendría a Alberto Núñez Feijóo, a juzgar por el desgaste (mayor o menor según los distintos sondeos) que viene sufriendo aquel denominado 'efecto' que provocó en el electorado su simple llegada a la presidencia del PP tras la ejecución nocturna de Pablo Casado. Cuanto más se expone ante los micrófonos, cuanto más se le escucha en el Senado, más se evidencian sus debilidades, contradicciones y hasta clamorosas carencias de propuestas alternativas. Por si fuera poco, las doctrinas neoliberales en las que se basa el programa económico del PP se han demostrado tan fracasadas, erróneas y dañinas que ya solo los muy sectarios se atreven a reivindicarlas: Liz Truss en Reino Unido (que en paz descanse) y Díaz Ayuso, Aznar y otras raras especies por aquí cerca.

Feijóo, un artista de esa ambigüedad que sus altavoces denominan ‘moderación’, ha intentado esta semana marcar distancias con su correligionaria conservadora británica, y ahora pone como ejemplo a seguir al gobierno socialdemócrata portugués. Por si cuela. Como señalaba este viernes Claudi Pérez en El País (ver aquí), lo cierto es que el último (y vigente) programa electoral del PP (ver aquí) dice literalmente: "Aprobaremos una rebaja fiscal del IRPF que afectará a todos los contribuyentes. El tipo máximo se situará por debajo del 40%" (página 15, propuesta 16). Esa es precisamente la rebaja que proponía la dimitida Truss en Reino Unido. Y la propuesta número 17 del PP reza: "Impulsaremos una rebaja del Impuesto de Sociedades, situando el tipo máximo por debajo del 20%". Justamente donde planteaba dejarlo Truss en el plan fiscal que alarmó al Banco de Inglaterra, a los organismos internacionales y a esos misteriosos "mercados" nada sospechosos de socialcomunistas pero muy sensibles a la amenaza de quiebra de un país como Gran Bretaña.

El otro día en el Senado, Feijóo huyó como pudo de sus referentes ingleses y proclamó que ahora se siente "más próximo al Gobierno de Portugal que a Sánchez" por su "política fiscal atractiva". Olvidó citar que nuestro vecino luso tiene una presión fiscal similar a la de España, pero con un IVA dos puntos más alto y un mayor gasto en pensiones.

Feijóo, un artista de esa ambigüedad que sus altavoces denominan ‘moderación’, ha intentado esta semana marcar distancias con su correligionaria conservadora británica, y ahora pone como ejemplo a seguir al gobierno socialdemócrata portugués. Por si cuela

Nadie dice que sea fácil esquivar en estos momentos la desorientación que sufren las fuerzas políticas defensoras del neoliberalismo en todo occidente. Los mismos actores que protagonizaron el austericidio como catecismo para salir de la crisis financiera de 2008 a golpe de devaluación salarial han asumido que, para superar el parón económico global provocado por la pandemia y la hiperinflación derivada de la crisis energética y los efectos de la invasión rusa de Ucrania, hay que repartir las cargas de un modo más justo y proporcional: grandes corporaciones y grandes fortunas no pueden escaquearse.

Feijóo se ha ido enredando en un laberinto en el que va quedándose solo y sin brújula. Rechazó la "excepción ibérica" que ahora la UE se plantea extender a toda Europa. Dijo no al tope al gas que se ha demostrado eficaz para contener el alza de precios de la electricidad (ver aquí). Este mismo jueves, Feijóo se enredó en una explicación incomprensible para evitar contradecir a Úrsula Von der Leyen, renegó de la expresión "timo ibérico" de la que el PP ha hecho bandera durante semanas y argumentó a favor de su aplicación en Europa (ver aquí). Votó no y calificó de frívolas las medidas de ahorro energético que impulsó el Gobierno español y que han adoptado todos los países vecinos. Despreció el empeño de Sánchez y de (su ahora admirado) Costa para convencer a Macron de la necesidad de un gasoducto que conecte la península con el centro de Europa pasando por Francia, y, tras su rechazo contundente al MidCat, el presidente francés acaba de aceptar la construcción de un conducto submarino entre Barcelona y Marsella por el que podrán circular el gas y el hidrógeno verde y cuyo coste tendría que asumir toda la UE (ver aquí). Incluso la reiterada propuesta de Teresa Ribera para la creación de una plataforma conjunta de la UE para la compra de gas empieza a abrirse paso, como en su día se abrió la vía de la mutualización de la deuda, considerada tabú y línea roja por Alemania y por el discurso único del neoliberalismo dominante en las últimas décadas.

Para decirlo todo, el laberinto en el que anda perdido Feijóo no se limita al discurso económico. Tuvo la oportunidad en su exitoso aterrizaje en la presidencia del PP de confirmar el mensaje de que abría una nueva etapa de moderación y sentido de Estado, pero decidió mantener el bloqueo de la renovación de los órganos constitucionales y lo apostó todo a la exigencia de una reforma en el sistema de elección del CGPJ en lugar de cumplir con la legalidad vigente. Hasta llegó a intentar que el comisario de Justicia de la UE se prestara a "intermediar" (como si España fuera una sucursal y no una democracia) para dar la razón a sus tesis. La dimisión tardía y sobreactuada de Carlos Lesmes al frente del Poder Judicial ha confirmado la crisis institucional y ha obligado al PP a sentarse de nuevo a negociar en busca de una complejísima salida que le permita disimular la actuación antisistema que lleva casi cuatro años practicando.

Algún día, con una mayor perspectiva, convendrá hacer recuento de los daños que supone para España el hecho de que el principal partido de la oposición siga actuando al margen del respeto democrático, negándose a aceptar la legitimidad de un gobierno de coalición de izquierdas o sus acuerdos con otros grupos parlamentarios cuya representación el PP se niega a admitir. Sólo desde ese desprecio al sistema se entiende que las únicas propuestas ante la crisis lanzadas por Feijóo en su debate en el Senado fueran la retirada de los Presupuestos y cambiar al Gobierno. Algo así como "estamos rodeados, ¡ríndanse!".

A veces en política lo mejor que puede hacer un líder es estar callado y pasar tan inadvertido como le sea posible. Se diría que esto es lo que le convendría a Alberto Núñez Feijóo, a juzgar por el desgaste (mayor o menor según los distintos sondeos) que viene sufriendo aquel denominado 'efecto' que provocó en el electorado su simple llegada a la presidencia del PP tras la ejecución nocturna de Pablo Casado. Cuanto más se expone ante los micrófonos, cuanto más se le escucha en el Senado, más se evidencian sus debilidades, contradicciones y hasta clamorosas carencias de propuestas alternativas. Por si fuera poco, las doctrinas neoliberales en las que se basa el programa económico del PP se han demostrado tan fracasadas, erróneas y dañinas que ya solo los muy sectarios se atreven a reivindicarlas: Liz Truss en Reino Unido (que en paz descanse) y Díaz Ayuso, Aznar y otras raras especies por aquí cerca.

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